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El talego y Dickens


- La prisión por deudas fue muy habitual en el pasado.- Apremio con mis dedos juguetones, el cáliz del gin tonic. Habíamos dejado el güisqui, la sangre de los cobardes según Charles Bukowski, que a falta de aplomo se toman un Macallan de doce años. Temo no obstante, aferrado al vaso que me refresca la mano en una tarde vaporosa y de canícula de julio, que se derrita todo el hielo para finalmente aguarme la ginebra.- Hemos progresado mucho desde entonces. Salvo que se evidencie un afán de apropiación indebida, la ruina no se traduce en cárcel.

- Menos mal, porque con la crisis, hubiésemos pasado muchos por el talego.- Respira aliviado Ontiveros, que apura en una calada, la colilla moribunda que reverbera en sus labios. - Nos habríamos librado cuatro gatos.


- Fíjate en Charles Dickens. - Poco después, nos confundimos en nuestra cháchara con el periplo vital, de manera condensada, del gran escritor inglés. Quién no se ha despertado lívido en medio de una noche resacosa, mientras juraba y perjuraba que  le habían visitado algunos de sus fantasmas navideños, de hórridas lenguas, o se ha sentido identificado con un David Copperfield que escalaba peldaños en el intrincado y elitista sistema inglés, casi de castas, podríamos decir, gracias a unos benefactores que en la vida real habría que contarlos como a las musas, con los dedos de las manos y nos sobran la mayoría de ellos. Porque para que el gran novelista inglés, pocos hubo a su altura incluso si nos apuran en la literatura universal, forjase su camino erizado de espinos como referencia literaria, tuvo que superar muchos obstáculos antes, en su propia vida. Sus dificultades se reflejan en sus obras, especialmente en David Copperfield, donde se barruntan muchos elementos autobiográficos, o incluso en Oliver Twist, novelas ambas que gozan del marchamo del éxito y merecen su lugar en el panteón de la literatura universal, si es que lo hubiere. Dickens reconocía que merced a una memoria fotográfica, luego le fue posible recrear aquellos ambientes que holló durante la infancia debido a las cuitas económicas de su progenitor. Su trabajo que le procuró penosas fatigas a los doce años en una fábrica de betún, le hizo trasegar a los pocos años con las miserias de una revolución industrial, que le iba a servir como valiosa experiencia que plasmará en sus creaciones.  


Inconmensurable Dickens, grande entre
los grandes autores de toda la historia.

No dudamos por ende del espíritu berroqueño del autor de Historia de dos ciudades. El aprendizaje que se derivó de las andanzas del padre por un sistema penal que contemplaban el encarcelamiento por deudas, tuvo que ser durísimo e iba a marcar una infancia cuya huella  se percibe en el resto de su vida y su producción literaria. Stendhal, coetáneo suyo, afirmaba que tanto el escritor  como el periodista debía para tratar y adentrarse en un asunto, vivirlo en primera  persona (1). No bastaba con  mostrar la distancia del narrador, porque en ese caso el relato/artículo sonaría mendaz. Hasta cuando Charles habla de crónicas de tribunales, sentencias de aquí para allá, que se asoman en sus historias fabulosas, intuimos el poso de la experiencia. Un dejo que fue consolidándose capa sobre capa, cuando había ejercido de pasante del bufete Ellis& Blackmore o más tarde de cronista de tribunales con el que demuestra la solvencia que gasta Dickens en los oficios y recursos presentados en sede judicial en sus obras. Vemos como la experiencia en primera persona acorde con la hipótesis de Stendhal supone para el lector, que pueda palpar la realidad de aquella época, en la que el novelista inglés se acerca a una literatura de denuncia social. Algunos estudiosos de su obra,  en un alarde excesivo en nuestra opinión, creen que con Dickens comienza la literatura de denuncia social ¿Qué sería entonces de nuestra novela picaresca, por no remontarnos a los griegos y varios de sus paradigmas? Es verdad que recuperó el gusto por la literatura de tono social, y llegó con ella al gran público.



Por este motivo, dada su notable influencia, que trascendió por supuesto de su país,  y este tono de denuncia latente en casi toda su obra, muchos denostaron su narrativa  por ser algo lacrimógena y hacer entrever la redención en el propio sistema. A pesar de la evidente crítica social que destilaban sus escritos, lo que le acarreó gran  parte de los epítetos de trasnochado, caduco o incluso enemigo de la clase obrera por la perniciosa influencia que había ejercido. Con todo, Maxim Gorki adoró al escritor inglés, por su descripción conmovedora de la miseria, aun cuando siempre le rechinase esa solución que nos redimía a todos. Lenin que desde luego no era literato, y escribió con sangre episodios trágicos de la historia universal,  apreciaba la calidad de la prosa de Dickens. ¿Sería un rescoldo ignoto de su pasado burgués? Muchos por menos acabaron en un gulag. Sin embargo, las historias de Dickens sonaban al revolucionario como a esos viejos cuentos de hadas, que eran letales para la conciencia de un pueblo, y por tanto había que rehuir de aquella literatura edulcorada que no ayudaba a inculcar a las masas conciencia de clase alguna . Más allá de las ideologías, ¡qué plomizos son todos aquellos que buscan y lo peor, quieren imponer alguna finalidad al arte!, que puede tenerla. Lenin, fue un monje dedicado al poder, así que los veneros de las musas poco le atraían. Para el revolucionario, no había arte que recrease los sentidos como reclamaban Ruskin o Wilde, y que al mismo tiempo denunciase una pobreza desde unos presupuestos estéticos, que resaltasen como advertimos la belleza. 

De esta guisa, de fantoches merodeando las sombras de la literatura, se nos fue una tarde de cielos plomizos. - Onti, otro que estuvo uncido a sus deudas, fue Fiodor Dostoyevksi, que describía primorosamente en El jugador los pesares de los adictos al juego,cumpliendo el principio de Stendhal, porque como su protagonista se había  asomado a los abismos del juego.

- Sí, lo sé, que era un jugador impenitente, Muna.



El jugador, excelente novela de uno de
los grandes maestros de la literatura universal.
Su personaje refleja las debilidades del jugador
y su patología. Fiodor sabía bien de lo que escribía




- Decían que prefería el silencio de la noche para escribir las novelas, que le permitieran pagar sus deudas de juego. - Digo con ironía.- Aquí el juego ejerció una influencia positiva sobre el ludópata, caso único. Recuerdo, que en un pasaje de Juan Eduardo Zúñiga, quizá la memoria me falle, se contaba que por la noche le interrumpían sus acreedores dando buenos aldabonazos en la puerta de su casa. Como un fantasma, el escritor se revolvía en las sombras, y acudía a calmar al susodicho. - Ya de retirada, insinuamos las vivencias de otro ilustre, en este caso chileno, de impronta patricia. Alto, desgarbado, y siempre con un buen terno, Joaquín Edwards Bello, familiar de otro grande de la literatura, Jorge Edwards, fue un cronista brillante y novelista de gran enjundia. Su perdición, en la que dejó jirones de su fortuna literaria y familiar, fue otra vez el juego. Plagada su cuenta corriente de orificios causados por las deudas, Jorge hace una maravillosa semblanza de este autor maldito en una maravillosa muestra narrativa, El inútil de la familia. Allí aparecerán poetisas como la mitológica  María Teresa Wilms Montt a la que por supuesto le dedicaremos el debido artículo, por hoy creemos que es suficiente.

La belleza luciferina y su vida moderna, fuera de convenciones,
atrajo a la bohemia madrileña y parisina. Sus hermosos ojos y
sus grandes rimas, lo valían.
De Editorial Nascimento - http://www.memoriachilena.cl
commons.wikimedia.org






(1) Se distribuían por entregas en los semanarios, como las de muchos otros autores, lo que origina un singular in crescendo en las novelas si leen con ojos del presente. V.g , Dumas acababa la entrega semanal en un punto álgido, nunca hay transiciones melifluas si se quiere atrapar al lector la semana que viene. Mark Twain decía que un buen final es casi más importante que un buen principio, pues te asegura lectores en el futuro.

(2) El infatigable Manuel Chaves- Nogales, señorito andaluz por una vestimenta pulcra, había hecho suya la idea de Stendhal como leiv motiv con el que desarrollaría su profesión. Era un periodista/ escritor sensacional, que combinaba su prosa excelsa con un afán de reportero. De temerario fue tildado su viaje por la Rusia bolchevique de los años 20. En más de una ocasión, se le había dado por perdido y por muerto en aquel periplo. Le debemos un par de semblanzas en el Azogue, que llegarán.


Comentarios

  1. Dickens y Dostoyevski, ahí es nada. Al ruso lo leí tarde, y no en profundidad. El jugador es una novela excelente, sin duda. Muy sicológica y analítica, una de las primeras novelas de intención moderna, diría yo.

    De Dickens sólo se puede decir que la belleza y conocimiento humano profundo que rezuman sus escritos, elude cualquier rebuscada acusación de conformismo en su contra. Los grandes escritores como él, no necesitan hacer política para justificarse, aunque sí sean lúcidos testigos de su tiempo(como Dickens lo fue sin duda).

    En realidad la política en un escritor es como la lignina en el papel que éste emplea en su trabajo: forma parte necesaria de la mezcla pero, en exceso, hace que el papel amarillee y envejezca antes.

    Y Dickens (burgués o no) ahí sigue, tan fresco. Y tan intemporal,también.

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  2. Estoy completamente de acuerdo, Bonifacio. Esta cuestión me recuerda a un estragado Thomas Mann, cuya oposición al nazismo fue más que meridiana, y que confesaba su hartazgo cuando cada entrevista al cabo de unas líneas, estaba abocada a una discusión política. Sucintamente, en un artículo, pidió "por favor, hablemos de literatura". Y se quejaba de que en su convulso siglo, la literatura pasase a un segundo plano

    Luego el apego al poder de algunos escritores, y sobre todo, la divinización de determinados líderes, aunque nos pueda parecer ridícula, por lo que a mi respecta, no influye en la valoración que haga de su obra. Neruda, uno de los grandes poetas de todos los tiempos, cometió varios deslices, cegado por el brillo de Stalin, sin embargo tiene una obra maravillosa. Contaba Jorge Edwards que un miembro liberal de la Academia Sueca, le había vetado un Premio Nobel de Literatura por su apoyo incondicional a un genocida reconocido ( hasta Khrushchev en el famoso congreso del PCUS le había lanzado carretadas de oprobio). Esa balanza se desequilibró para hacer justicia. Qué tiene que ver la literatura con el periplo personal.

    Por otra parte, pese al apoyo de Borges a determinadas dictaduras de sesgo contrario al comunista, que había visitado y de las que había recibido agasajos, a mi me parece uno de los casos más palmarios de injusticia de la Academia sueca. Han alegado como excusa que nunca escribió una novela completa, si no es con su alter ego, Bioy Casares, y si lo hizo, lo más fueron sus breves memorias. Una sandez, para mi quizá, línea por línea sea el escritor más lúcido y de prosa más refinada de todo el siglo XX. Cuentan que en las deliberaciones del Nobel, salían a relucir sus querencias ideológicas y que varios miembros vetaban su candidatura. Injustificable, señores, sólo estamos hablando de literatura, como rogaba el señor Mann.

    Más deleznable y todavía por esta cuestión, me hiere más su gran maestría narrativa, de lo mejor que he leído, es el caso de Céline. Su mendaz cruzada antisemita, me hace hervir la sangre. ¡ Cómo un genio puede ser tan repudiable!

    Otro que se embarcó en la corte de los milagros estalinista fue Alberti, para mi uno de los mejores poetas. Disfruto cada verso suyo. Su papel incluso como señorones en nuestra Guerra Civil, que soliviantaba a un Miguel Hernández que sabía de las escaseces del frente, que pisaba y cuya greda masticaba a diario- otro excelso poeta, carcomido por la ideología, pero que refrendaba con hechos y su propia vida, una apuesta por una dictadura del proletariado-. Perdón, el tema daría para hablar largo y tendido.

    Yo creo que el artista debe separarse de la ideología, pero que al mismo tiempo, también el lector ha de tener el temple para juzgar la obra del mismo, sin apriorismos.

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  3. Totalmente de acuerdo en todo. Lo de Borges y el Nobel fue de traca, aunque Borges no precisa un Nobel. No hace falta escribir ni una sola novela para ser un gran escritor,además (menuda excusa absurda).

    El antisemitismo era casi normal en cierta época (aunque no justificable). Se practicaba por inercia, como ahora criticar a los políticos.

    Alberti me gusta, pero su poesía política (Juan panadero, etc) es mediocre, cuando no horrible en algún caso. Justo por eso que dije, porque la política demasiado explícita sirve como panfleto puntual, pero "amarillea" en poco tiempo.

    Lo de los apriorismos es verdad. Por eso se deberían centrar siempre en el sustrato intemporal de cada obra, tanto autores como lectores.

    Saludos.

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  4. A mi el Alberti que me emociona no es el que se convierte en altavoz de su causa, que no me atrevo a enjuiciar. Es más, su trayectoria es más que discutible en el simple ámbito ideológico. Porque luchó por los más débiles sin apearse de sus aires principescos. No en vano, el retrato de un Madrid asediado, mientras con su pareja María Teresa León, disfrutaban ambos de una vida regalada, no les deja en buen lugar. La bella María Teresa guardaba una pistola de plata, en un acto de frivolidad. Pero el incidente más recordado fue el que propició Miguel Hernández, cansado de los excesos de la retaguardia, que se contraponían a la escasez de un frente que hendía los mismos contornos de la ciudad, y se adentraba en ella.

    Cuentan que en un congreso de escritores antifascistas, a la mesa y con los cubiertos puestos, invitaron a sentarse a un Miguel Hernández que hervía por dentro de indignación. Con cajas destempladas, giró sobre sus talones para dirigirse a un encerado, donde plasmó con ira el famoso " aquí hay mucho hijo puta y mucha puta". María Teresa haciendo honor a su apellido se arrojó como una leona sobre el poeta alicantino, a fin de propinarle dos buenos trompazos. Por no hablar de los jolgorios y fiesta de disfraces.

    Aunque si nos ceñimos a su labor creativa, Alberti es uno de los mejores poetas. Baboso cuando idolatra al poder, o se pone en tono paternalista con un vulgo que no comprende ni de lejos, aunque dice admirar. Pagó sus excesos con un duro exilio, que por supuesto nadie merece. El resto de su obra es maravillosa. Me enamoré con su primera incursión en el género poético, Marinero en tierra, que le supuso el Premio Nacional, y veinticinco mil pesetas que le curaron de sus delirios como pintor. Por cierto, te recomendaría su maravillosa trilogía La arboleda perdida, que es una biografía novelada, que a pesar de sus temores, no resulta para nada tediosa. Era consciente que la poesía y la narrativa tiene ritmos diferentes. Temía contagiar del ritmo más enlentecida y reiterativo de la poesía. Me ha encantado tu relato El último sello. Seguimos leyéndonos, camarada en la literatura.

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  5. La anécdota de Hernandez ya la conocía, aunque tú la describes muy bien. La arboleda perdida la tengo en mi biblioteca personal y sí la leí y vale la pena. Es fascinante, por ejemplo, el relato del traslado de las obras del Museo del Prado, cuando casi acaban en una cuneta las mayores obras maestras y hubo que concienciar a los milicianos que las trasladaban de su importancia histórica, más allá del conflicto bélico concreto.

    Saludos.

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