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Benjamin Button y la eterna adolescencia de Fitzgerald.



"I want to see my child ! Mr Button almost shrieked. He was on the verge of collapse " The curious case of Benjamin Button 

Todo se disfrazaba de un velado misterio a los ojos de un padre jovial, que irrumpió en el hospital donde se mueven los recelos en torno suya. Se suceden las galerías, rellanos, y escaleras, que con pies que parecen propulsados por un charlestón frenético o ¿son las dudas ante un fascinante desenlace lo que azuza al lector? El padre se topa con enfermeras turbadas que apartan la mirada o se cansan de su impertinencia. Tan sólo reclama ver a su retoño, cuando por fin llega a la pieza y demudado descubre a un viejo que llega a la sesentena. ¿No estarán gastándole una broma demasiado pesada? ¿Aquel odre agostado es realmente su hijo? Es verdad que el filme protagonizado por el ubicuo Brad Pitt  evitó cualquier presagio y sorpresa la primera vez que leímos su relato, en inglés. Con anterioridad habíamos penetrado en la novelística de F. Scott Fitzgerald, que funciona como un reloj por la perfección/precisión de su prosa y en algunos de sus relatos, pero ni siquiera nos habíamos imaginado que El curioso caso de Benjamin Button figurase como una de sus muescas narrativas, de indudable calidad.  



Una obra cuya tensión in crescendo y las paradojas
que nos presenta, no se apagan a pesar de haber visto
el filme

Sin embargo, uno se piensa las galeradas, cómo F. Scott Fitgerald va cambiando y pergeñando el elemento sorpresa,  al punto que la tensión crece para ese primer lector, inmaculado a cualquier referencia cinéfila allá por los años veinte, y es con este prisma que el suspense se nos revela como resuelto de forma magistral por el autor. Estamos hablando de uno de los mayores talentos literarios del siglo XX, al que su trepidante tren de vida junto a su alunada compañera Zelda Sayre le obliga a desarrollar una imaginación por encima de sus necesidades pecuniarias. La pareja quema el dinero con prodigalidad. Atrás habían quedado los años dorados del amor, en los que con su chatarra rodante un Marmon que parece una cafetera humeante más que un vehículo,  recorren juntos medio Estados Unidos. Ambos emigran a Europa, donde Fitzgerald iba a coincidir con el que sería su gran amigo Ernest Hemingway(1), una relación llena de altibajos y en la que el orondo Hem, le repite que la desequilibrada Zelda le vampiriza su talento con una vida social desenfrenada. Sabemos que ella acabó en un sanatorio psiquiátrico, culpando a su marido de los males que le aquejaban.

Apilaba botellas para beber con liberalidad.



Tras abandonar a Zelda, el todavía joven autor vuelve a Estados Unidos. Quizá quisiese poner tierra de por medio en una relación viciada. Se vuelve a casar con Sheilah Graham que le intenta rescatar de la continua resaca en la que se ha instalado su vida, mientras  desarrolla una carrera de guionista en el Hollywood más clásico, el de los años treinta. Es curioso pero los cuidados guiones de aquella época tenían " hacedores" tan delicados como Fitzgerald o Raymond Chandler que revisaban con celo sus criaturas literarias antes de que viesen la luz, para hartazgo de sus productores y editores. Van cayendo las novelas que acrecientan su prestigio - hasta que un fulminante ataque de corazón acaba con su vida a los 44 años mientras arribaba a las últimas páginas de una obra que se publicaría póstumamente The last tycoon ( El últmo magnate). Con todo, no se había cumplido la maldición que le predijo un agorero Hem, al haber escrito Fitzgerald la obra perfecta, El gran Gatsby con sólo 29 años. Aquella cima se tornaría en una rémora insalvable para seguir creando literatura, pues todo iba a quedar muy por debajo de aquel título tan emblemático. No fue así, en el año 1934 las prensas nos regalan  ejemplares de Suave es la noche (2), con el que Fitgerald  vuelve a conseguir que los engranajes narrativos funcionen como un reloj.    

Una vida llena de excesos y con un repertorio de novelas y cuentos que convirtieron en un clásico indiscutible a Fitgerald cuando nos dejó en 1940. Ocho años después, Zelda muere en un pavoroso incendio que se declaró en su sanatorio; las llamas de una existencia que quiso consumir sin tasa le llevaron a este cruel y metafórico final, acorde con sus energías vitales casi infinitas. Y su larga sombra alcanza también la estela mortuoria del venerado Francis. Ni en el reino de los muertos escapa a su halo de influencia, para lo bueno y lo malo, ambos se amaron por encima de moldes. La pobre señorita Graham fue una anécdota en la vida del escritor. 


Hasta a la estela de la tumba llegó el recuerdo de la ardorosa Zelda
, y una estrofa de El Gran Gatsby


Podemos decir por tanto que con Benjamin Button, el maestro nos sume no sólo en un laberinto de sorpresas, donde esquinado nos aguarda para asaltarnos con un giro insospechado a la vuelta de cada párrafo, sino que nos invita a hondas reflexiones sobre las edades del hombre. A la paradoja que nos propone suma aparte la intriga y alguna circunstancia que nos divierte por lo insólito de la misma, como cuando el padre más joven va a comprarle ropa al anciano que ha tenido por hijo, y su vergüenza le hace estar dubitativo en la tienda de ropa hasta balbucear al dependiente qué es lo que le requiere en realidad. Asimismo, la evolución diferente de los protagonistas de la historia de amor entre Benjamin e Hildegarde, que les abisma pues el hombre descumple años y su actitud adolescente enerva a una esposa cuyo cuerpo esta tan  macerado como su espíritu. En cualquier caso, las semejanzas de Benjamin Button con la vida del escritor son más que evidentes: un Fitgerald que a la sombra de la absorbente Zelda se comportó de manera frívola igual que un auténtico adolescente. Nunca fue dueño de su destino, que se tornó en el amargo resuello del de su esposa.   

(1)  Fitzgerald extrañamente nunca obtuvo un nobel que merecía con creces por su calidad literaria. Quizá porque dos de sus compañeros más conspicuos de la denominada Generación perdida, jóvenes escritores del período entreguerras, Hemingway y Faulkner si se hicieron acreedores del galardón.
(2) Suave es la noche y El Gran Gatsby son de las obras más importantes del siglo XX, sin duda, a la altura de La Montaña mágica de Mann o la increible La isla del segundo rostro de Albert Vigoleis Thelen  ( nuestra favorita). Este último escribía como los ángeles aun cuando se fuese para nuestra desgracia a traducir al místico portugués Teixeira de Pascoaes

Comentarios

  1. Amigo Sergio, has escrito un artículo excelente sobre este gran autor ( F. Scott Fitgerald), del que yo no he leído nada, pero escribir una obra como El Gran Gatsby ya lo dice todo de él... Gracias, amigo por escribir tan buenas cosas que nos enriquecen. Un abrazo.

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  2. Muchas gracias,Servilio,seguimos profesando nuestra admiración por la literatura.Te recomendaría al gran Fitzgerald,uno de los mejores "cuentistas" y novelistas del siglo XX.Imprescindibles Suave es la noche y El Gran Gatsby.

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  3. Muchas gracias,Servilio,seguimos profesando nuestra admiración por la literatura.Te recomendaría al gran Fitzgerald,uno de los mejores "cuentistas" y novelistas del siglo XX.Imprescindibles Suave es la noche y El Gran Gatsby.

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