Era
un mamotreto voluminoso de hojas amarilleadas, cubierto además por una pátina
de polvo. Olvidado en un anaquel todavía más apartado, cuando cayó en mis
manos fue como abrir una caja de música, que te musita encuentros del
pasado que parecían muy lontanos. En cierto modo la sensación que me había
provocado aquel ejemplar, guardaba semejanzas con el regusto que deja la magdalena al mismo Proust por la resaca de remembranzas que desempolva. En aquella
ocasión me vino el rostro jocundo de mi
padre y las carcajadas cuando se embebía en el interior de La Isla del Segundo Rostro
de Albert
Vigoleis Thelen. Ávido lector, Luciano que así se llamaba él, releía cada año esta novela que estaba
con las cubiertas algo ajadas por su uso. Aún me parece ver su figura oronda bañada
por la luz cenital de la cocina y la cabeza gacha, leyendo hasta que los
párpados se le cerraban de cansancio (sabemos que leer y comer en la compañía
de un libro es de mala educación, pero los dos, será por los genes, incurrimos
en este error). Por eso, en muchas ocasiones me hablaba de un jocoso Vigoleis
que iluminaba su cara de forma similar que lo hubiese hecho de cualquier amigo
chistoso.
Una de las obras más importantes del siglo XX |
Sin
embargo, aplazaba la lectura de la obra de Thelen por una perezosa modorra y
por el peso del ejemplar, un buen adoquín de letras que se podrían adensar en mis
retinas y hacerse demasiado especioso. También jugaba en su contra que las expectativas
creadas por mi progenitor fueran tan altas, que temía desengañarle si la novela
me parecía tediosa. Pero aquella mañana decidí comenzar su lectura. Sin
quererlo, me fui sumergiendo en la vigorosa prosa de Thelen. Su apertura abigarrada,
con una descripción de la Bahía de Mallorca, con el barco acercándose rumoroso a puerto,
en la que entrevera la belleza y la socarronería más absoluta, me enganchó tanto que leí veinte páginas de pie y conteniendo la respiración, hasta que la voz de mi madre en la lontananza me rescató del embrujo. El padre que en
la cubierta reparte mamporros a diestra y siniestra mientras el sol empieza a salir de su letargo, son una de las
introducciones más gloriosas que jamás haya experimentado al abrir un libro. Soy consciente de que los tiempos del cachete han pasado, aunque uno se sienta identificado con aquellas situaciones que son aparentemente plácidas menos para los severos padres a los que los hijos se les descarrían, porque se creen inmunes al peligro en sus mentes candorosas.
Puesta de sol en la Bahía de Mallorca |
La verdad, es que amén de los desencuentros del padre en la cubierta, he de reconocer que así
hubiera soñado escribir yo y cualquiera con buen gusto:¡ qué delirio cada página!. Desafortunadamente Thelen
no se prodigó mucho en el género narrativo, ya que a pesar de su éxito
innegable con su opera prima, y casi única, decidió dedicarle sus desvelos al
místico portugués Teixeira de Pascoaes (https://es.wikipedia.org/wiki/Teixeira_de_Pascoaes), del que fue intérprete y traductor. Parece una broma que un autor capaz de
destilar tanta socarronería, luego se aferrase a la mística para desencanto de los que nos hubiera gustado prodigarnos más en sus hipotéticas novelas.También cabe reprochar a la ideología que nos hurtase a un Dashiell Hammett, es indiferente que fuese de izquierdas o derechas, porque como lectores ególatras nos preguntamos cuántos momentos de placer nos han sido negados por muchos derechos civiles que Dashiell reivindicase. Es una broma, cada autor tiene sus inquietudes, si bien, nos parecía gracioso reclamar todo nuestro hedonismo literario. Qué jueguen con cualquier cosa, menos con los buenos libros. De todas formas, no llegaremos a los extremos de los lectores de Juegos de Tronos, que se insolentan al autor, porque ha matado a este personaje o manifiesta que está cansado de seguir escribiendo la saga. ¡Qué restallen los látigos!
Como
decíamos tras el inciso, en la fabulosa Isla del Segundo Rostro transitamos por un período
complejo de nuestra historia. Por aquel entonces, la isla era un refugio para la
disidencia nazi que se enfrentaba también a una colonia británica importante. Los
rifirrafes entre antiguos combatientes de la Gran Guerra, a pesar de abominar
del nazismo en el caso de los alemanes y los que ofrecieron sus mejores años a la
defensa del Imperio Británico, fueron antológicos y alcanzan con la insolencia iconoclasta de Thelen, momentos cumbres de la literatura. Así, grandes figuras como el
Robert Graves del Yo, Claudio, se convertieron en levantiscos personajes cotidianos,
que miraban con recelo a la creciente colonia germana y cuchicheaban a sus espaldas. Desfilan más ilustres
por esta galería de intelectuales de los años treinta como nuestro Gómez de la Serna, que nos embauca con su monólogo de la tetera, Keyserling, el Conde Rojo y su famosa imprenta, mecenas y autor de la mejor biografía de Bismarck y último epígono de Nietzsche, Bernanos, el gran Thomas Mann. Con la prosa de Thelen,
que va desgranando las trifulcas, a la que se suma la historia increíble del protagonista, que
llega a la isla a socorrer o más bien enterrar a un familiar, el jeta del cuñado, figura casi universal y que padecemos en todas las familias, vivimos las
vicisitudes que recorren nuestra historia, hasta que la II República llega a su
ocaso y aparecen de fondo las duras represalias que a instancias del consulado alemán se toman contra los abyectos enemigos del III Reich. Es curioso también cómo antes,
este mismo consulado cuando el régimen nazi trata de congraciarse con las
democracias occidentales, intenta atraer a la gran colonia germana para que
participen en la pantomima de referéndums que les permitiesen envolverse en una capa
aparentemente democrática.
A medida que se acerca el final de la primera lectura, se me formaban gotas en los ojos. Una inmensa pena por perder a Beatrice y a Vigo, que me consolaban de mis avatares cotidianos, iba prendiendo en mi. Hasta que el poso triste se fue desvaneciendo, cuando al cabo de unas meses, rebobine las páginas de la Gran Isla y lo volví a releer. Van tres veces en diez años. Es una novela imprescindible. Como nota final, recuerdo que Vigo se ganaba algunos duros haciendo de guía turístico en los años treinta para una agencia de viajes llamada Marsans. ¡Qué tiempos aquéllos! Luego duró lo que duró.
Disidentes nazis?? Parece casi imposible sabiendo que Alemania entera nadó en el nazismo. No me quiero imaginar a que tendrían que enfrentarse de ser detenidos!!! Desconocía este libro y a su autor. Desde luego lo buscaré. Excelente reseña.
ResponderEliminarUn abrazo
Lo primero, muchas gracias por los comentarios. Además vienen de una persona que por tus reseñas puedo calificar de brillantemente intelectual. En segundo lugar, recomendarte la obra porque no sólo es que los personajes que crea prodigiosamente Thelen te atrapen, sino que contiene episodios de metaliteratura, - la defino como la literatura dentro de la literatura- llenos de hilaridad y de la visión ácida del autor. Por otra parte, mi perspectiva del fenómeno nazi difiere de un análisis monocorde. El engaño como los mejores venenos fue instilado lentamente, pero inicialmente, ni Hitler gozaba de un refrendo mayoritario de sus compatriotas y si ganó el peso político en el Parlamento, fue incendiando el mismo Reichstag y culpando arteramente a los comunistas de tamaña acción de sabotaje. Más tarde, con la propaganda masiva de Goebbels, proyectó una imagen de hombre de paz, que si tensaba la cuerda era para enmendar injusticias derivadas de Versalles. Parecía que el lebensraum y las pretensiones maximalistas de Mein Kampf fueron cediendo frente a un hombre que maduraba en líder pragmático, lo que le hizo ganar enteros en la opinión pública. Al mismo tiempo iba limpiando su camino a la guerra de escollos como el caso Blomberg, purgando la Wermacht donde tenía a muchos detractores. Perdón por la autocita, en esta entrada tratamos cómo se laminó Hitler a los elementos adversos a sus planes expansionistas (http://elazoguedemidesespero.blogspot.com.es/2016/02/si-supieramos-por-adelantado-las.html) Cuando empezó la guerra, a medida que fue cosechando éxitos con unas bajas razonables, el pico de popularidad iba creciendo. Otra vez, muchas gracias por tus comentarios.
ResponderEliminarJejeje uno es compatriota de las personas que leen sus mismos libros.
ResponderEliminarLeí esta maravilla de Thelen hace más de 20 años y la verdad que coincido contigo, es una obra que se disfruta con cada página, porque es completa, es la vida misma. Divertida, picaresca, épica, romántica, aventurera lo tiene todo. Sus anécdotas y sus personajes, desde el más pintoresco hasta el habitante de la isla hasta los más famosos escritores. El espíritu de "Vigolo" vive en nosotros.
Es mi novela preferida, y a pesar de su presencia voluminosa, cada cierto tiempo necesito releerla para refugiarme en el humor de Vigolo, cuyo espíritu como bien dices, sigue presente en nosotros. Su comienzo irreverente, el cuñado jeta, en fin, y luego su estilo es inconmensurable.
ResponderEliminarY me ha gustado lo que decías al principio, que uno se construye la patria con las lecturas que acumula a lo largo de la vida. Un saludo.