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Crimen sin castigo


Creímos escuchar a Vitali Shentalinski una entonación sarcástica en un ruso, que por lo demás resultó bastante cavernoso. De barba descuidada, las arrugas le recorrían en forma de bolsas los ojos, lo que confería al escritor tártaro una vitola más de bonvivant que de intelectual. Su discurso en cualquier caso había sido bastante grave. También revoloteaban en el estudio de radio  las réplicas de César Vidal, más regordete y bajito de lo que reflejan las fotografías, seguramente retocadas. A salvo de las cámaras de televisión y del maquillaje, una capa cerúlea se entreveraba en la cara del famoso locutor. Quizá la desaparición de los medios del señor Vidal, sea uno de los misterios más extraños acaecidos en las ondas: independientemente de que no fuese santo de nuestra devoción, en aquella entrevista dio muestras de su buen ruso y de erudición. Tampoco sabemos si la leyenda urbana de su capacidad para despertarse con una novela en sus brazos cada poco tiempo, es más bien fruto de la imaginación selvática del propio Vidal o la obra de un negro. Aquella noche Shentalinski  se reafirmaba  en su brillantísima trilogía, en lo escrito sobre su episodio de la visita al temible edificio de la Lubianka, sede de la NKVDKGB y el resto de la constelación de siglas que conformaron el aparato represor soviético iniciado por la Cheka de Félix Dzerzhinsky, que aumentó sin duda los reverberos del terror de la Ojrana zarista (ver reseña acerca del autor de la editorial Galaxia Gutenberg, cuya labor en el estudio y publicación de verdaderas joyas de la literatura centroeuropea o del Este de nuestro continente, es encomiable y nos debería hacer recapacitar cuando pagamos el precio de un libro http://www.galaxiagutenberg.com/autores/shentalinski-vitali.aspx ). 

Así, Vitali, recordó al funcionario archivero de la Lubianka que babeando el pitillo, le espetó  con mucha flema, que era ¡¡¡¡el primer escritor que acudía voluntariamente a los sótanos de la tenebrosa institución!!!!. Corrían los tiempos de la Glasnost y de la Perestroika; hubo es verdad muchas discrepancias y presiones de las autoridades, que estuvieron muy recelosas del cometido de Shentalinski ¿Para qué desempolvar expedientes de fantasmas? Pese a que todos repudiasen la época del mayor sovietismo, y a que el espíritu aperturista incorporado por  Mijaíl Gorbachov a la Rusia moderna, obligase a abrir los archivos secretos de la KGB, el país tenía que ser pragmático y no perderse en los laberintos del pasado. Para dédalos incomprensibles los de la burocracia, proclama el autor ruso. A los silencios administrativos, le sucedió la maldita sensación de que hubiese perdido el dominio de si mismo y sin apenas control, una fuerza invisible le dirigiese para que todos sus esfuerzos se estampasen contra la misma pared. Con todo, Shentalinski madrugaba todas las mañanas para enfrentarse con las nuevas trabas que el funcionario ojeroso le iba sembrando por su laboriosa investigación. Hasta que punto llegaron sus infundadas sospechas que una mañana el archivero desenroscó el tapón de la botella de vodka y le ofreció un trago a Vitali, que rechazó de plano: temía que la bebida pudiese contener veneno (así se las gastaban y aquel era el clima creado en el parteaguas de la Perestroika)  Cuando no, las llamadas intempestivas que se producían bien entrada la noche, y que al otro lado del teléfono, sólo dejaban sentir una respiración angustiada. De todas formas, no lograron amedrentarle para que escribiese la serie: Denuncia contra Sócrates, Esclavos de la libertad y Crimen sin castigo.  Peleando contra molinos de viento, Vitali quería esclarecer las circunstancias en las cuales habían sido represaliados infinidad de intelectuales, que no siempre se habían enfrentado al régimen. Su primer afán fue que se crease una comisión (1) me temo que el candoroso Vitali no sabía de los espinos que los políticos pueden erizar en una comisión, para soterrar la verdad para siempre jamás.  


La sombra de Stalin siempre ha sido muy alargada.

Por eso aquella mañana, cuando merodeaba con Annuska por los alrededores de la Lubianka, ella apreció un cambio muy súbito en mi humor. Me había tornado más circunspecto, tendente a  la gravedad que me imponían los sacrificios más absurdos que se cometen en nombre de las quimeras. El hombre como légamo de las utopías, o lo que es peor, sometidos a los caprichos de una autocracia disfrazada de ideología. Y allí me abismaba, de cara al fortín de la NKVD. De esa guisa, la muchacha, una rusa pálida que me tironeaba de las mangas del abrigo para que dejase de mirar hacia el horror, me besuqueaba y me suplicaba con sus anhelantes ojos verdes, que me olvidase de aquel palacio que había trastocado nuestra idílica mañana. Tampoco había entendido mi  afán, cuando con ojos vivarachos íbamos persiguiendo la sombra de los últimos pasos de Rasputín, el monje de la verga infinita. No buscaba ningún objetivo libidinoso, simplemente me encanta la historia y como a Georges Perec me atraen irrefrenablemente aquellos lugares  donde las escenas de fotografías de los libros de texto, nos asaltan como esquirlas. Son vías aparentemente plácidas en el presente, pero que hicieron vibrar al mundo durante un instante del pasado. Por cierto, cómo les costó a sus asesinos darle el pasaporte, es como si el inmenso pecador, Rasputín, tuviese tantas vidas como un felino. Más tarde, hallando un rastro de incomprensión en la bella réplica de la Garbo en Ninotchka, le expliqué que en mi adolescencia había amado al gran Mijail Bulgakov. Se sorprendió de que conociese al escritor ruso e incrédula, fingió un enojo en busca de que me ablandase para restañar amorosamente nuestras cuitas. Sin embargo, seguí con mi facundia ajeno a sus intenciones: Stalin no dudaba en aplastar  a los  adversarios más y menos ternes del régimen como cucarachas o pagarles una estancia en el gulag, en Kolyma por ejemplo.

Sin embargo, decían que Koba sentía una debilidad especial por Bulgakov. Muchas obras de teatro censuradas por funcionarios perspicaces, lograban levantar el telón por el expreso deseo del sátrapa, al que le divertía el humor de Mijaíl. Otras tantas ampollas había levantado su novela La guardia blanca, fantástico escrito con el rigor de los mejores clásicos, porque en opinión de los censores soviéticos, exaltaba por la camaradería implícita de los soldados blancos, los valores del zarismo y de la autocracia (en realidad, un calco de autocracia mucho más agrandado en el caso de los bolcheviques). Otros títulos maravillosos que debieron desesperar a los más recalcitrantes comunistas son Corazón de perro, una comedia desternillante en la que late la crítica más acerba a este sistema. El perro al que le trasplantan diversos órganos humanos, se rebela contra su salvador y reclama bienestar material, sus derechos, sin mover un dedo. Son los incentivos del sistema comunista y el perro que se transforma en humano es el nuevo arquetipo del homus sovieticus, parece dejar caer Bulgakov. John Maynard Keynes, el eximio economista del que dicen que inventó la macroeconomía, siempre alegaba que le diesen un sistema de incentivos, y que se olvidasen de los más fuertes y románticos ideales, que son los incentivos a la postre los que determinan la bondad de un sistema y no sus enunciaciones casi siempre exaltadas y repletas de oquedades. 


El alma rusa es como una matruska.


Puede que su novela más virtuosa por lo alegórico, por los continuos saltos de tiempo en la narración que Mijaíl domeña con singular maestría, sea la cada vez más maravillosa El maestro y Margarita, porque como dicen de Carlos Gardel que cada vez canta mejor, a nosotros nos pasa con esta novela que en cada ocasión que la leemos, nos parece aún mejor . Nos asaltan matices que nos habían pasado desapercibidos en anteriores lecturas. Es una especie de Montaña mágica surrealista, ya que nos envuelven cendales de sueños, que buscan una ordenación diferente en cada una de sus lecturas, por lo que la composición de lugar sobre el reñidero eterno entre el bien y el mal, que es lo que pretenden hacer el mejor Bulgakov y Mann en su montaña, cobran distintas perspectivas en cada lectura. Mijaíl fue asimismo, un hombre muy valiente. Sus cartas como las de Maxim Gorki son para enmarcar, por sus valerosos alegatos y porque tuvo redaños de dirigirse a la cúspide. Os dejamos un extracto de la carta que escribió a Joseph Stalin. El mismo que ordenó custodiar los caminos de Ucrania para que no circulase el grano y muriesen millones de ávidos kulaks, que atesoraban el producto para hacer encallar la revolución.  

Considero que, como escritor, tengo el deber de luchar contra la censura, y me refiero a cualquier tipo de censura ejercida por cualquier tipo de gobierno. Asimismo tengo la obligación de defender la libertad de prensa. El escritor que afirme y trate de probar que puede seguir escribiendo en donde no existe la libertad de creación, es como el pez que declarara públicamente no necesitar del agua para seguir existiendo." Carta de Bulgakov a Stalin.



Casi se nos olvida citar en este prontuario de obras de Bulgakov Morfina, muy recomendable para cualquier iniciado en las ciencias de la salud. Es una muestra del humor del escritor soviético, un prodigio, donde cuenta sus prácticas de médico, durante las cuales tuvo que atender a unos pacientes aldeanos, en su mayor parte analfabetos y que se tomaban sus recomendaciones al pie de la letra. Uno de ellos acudió a la consulta de Mijáil con un fuerte dolor de espalda. El joven doctor, muy lacayuno y complaciente con sus pacientes, le prescribe una crema antiinflamatoria. Al cabo de unas semanas vuelve este estoico agricultor, y le expone que le duele más la espalda. Bulgakov recela porque le había prescrito un calmante muy fuerte, por lo que le pregunta que cómo se ponía la crema y por supuesto alucina cuando el campesino se la echa encima del abrigo por la parte de la espalda. Por supuesto la prenda no iba a padecer ningún dolor. 


Pd: Las cucarachas de Stalin que aparecen en el libro de Shentalinski fueron notables escritores rusos como Mandelshtam, Berdiáiev, Platónov, Tsvietáieva, Ajmátova o Pasternak. Muy recomendable su lectura. Pasaremos por las historias de cada uno de ellos, quizá la que más me conmovió fue la protagonizada por
Ajmátova. Prometemos volver.



(1) Hay otra historia parecida, de desvelos, en torno al Libro Negro que escribieron o más bien organizaron Vasily Grossman e IIyà Ehrenburg sobre el holocausto judío en el territorio invadido de la URSS. No sabemos por qué, pero ambos autores se toparon con la censura de las autoridades soviéticas. Se publicó parcialmente en el extranjero, en Tel Aviv, gracias a que fue pasado de forma ilegal. Más tarde, cuando habían perecido los autores, se llegó a publicar en Rusia. Merece la pena contar la historia de este "no libro" o conato de libro, que no salió a la palestra editorial hasta muchos años después.

Comentarios

  1. El bolchevismo fue desidioso ante el sufrimiento humano. Fueron muchos los que sufrieron la férrea represión estalinista, diría toda una generación de intelectuales.
    Otro que podrías incluir en tu lista es al autor y Premio Nobel Alexander Solzhenitsyn de "Archipiélago Gulag".
    Me he acordado de los niños republicanos (mejor dicho, hijos de republicanos españoles) que acogió Rusia a principios de la Guerra Civil a cambio del oro. Jamás volvieron. Bueno, alguno sí, con 80 años.
    Gracias por compartir.
    Un abrazo.

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    Respuestas
    1. Sí,me salté al gran Solzhenitsyn y su inevitable Archipiélago Gulag.Cada vez que releo archipiélago,lo hago a fragmentos,se me remueven las entrañas por la infinidad de purgados durante el sovietismo.Aquí la figura de Lenin aparece bañada en sangre.Es curioso,porque a algunos liberales y conservadores,obstinados antibolcheviques cuestionaban la semblanza que removida en sangre,hacia el autor ruso del padre de la Revolución.Tampoco he citado a la familia de Tolstoi,a la que se acoso.Muchas gracias por comentar,espero que te haya gustado.

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    2. Tenía a otro autor en la punta de la lengua jajaja. Me acordé también de Varlam Shalámov, el de los "Relatos de Kolimá". Una obra oceánica estructurada en seis volúmenes y que como "Archipiélo Gulag" da testimonio de la penosa vida en los Gulag. Te copio, lo que figura al final de una de mis reseñas: "Al final de su vida Shalámov, presionado por el régimen, se retractó de esos relatos y murió sordo y ciego en 1978 en un hospicio psiquiátrico de Moscú. Se dice que en sus últimos años guardaba siempre un mendrugo de pan duro debajo de la almohada. Sus relatos no aparecieron en Rusia hasta 1987."
      Y sí, me encantan tus entradas. Son un placer intelectual.

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  2. Muchas gracias por el comentario. Con esta serie de relatos de Shalámov me arrastró una suerte muy dispar y azarosa. Leí primero una selección que hizo no recuerdo qué editorial y luego unos volúmenes dispersos, en concreto dos- en una biblioteca pública, siempre cuando estás en lo más álgido de tu entusiasmo y quieres seguir la secuencia lógica de su publicación, se lo ha llevado otro socio. Había intercalado la también l aimpresionante Un día en la vida de Iván Denisovich. En estos temas, suelo ser muy compulsivo y me adentro con todas las consecuencias, para desbrozar períodos o asuntos que reclaman mi atención.
    Me pasó algo parecido con la saga de seis novelas del Laberinto mágico de Max Aub. Ésta sí que la logré concluir, pero releyendo varias veces alguno de sus episodios-novelas, una gozada de todas formas por su gran calidad literaria( otra saga que me costó fue la de Marcel Proust, muy almibarada en comparación con estas dos). Creo que debería retomar de cero la obra de Shalamov, me has creado una necesidad. Buscaré tu reseña en internet.

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