Podríamos
hablar de la montaña rusa en la que nos sume la cotización del crudo, que nos
llena de desasosiego a los economistas, y que está provocando ríos de tinta a
fin de desentrañar los verdaderos hilos que provocan estos vaivenes. O quizá nos
resultarían más interesantes las encendidas polémicas que genera el alto grado
de contaminación de las denominadas energías sucias y su malhadada contribución
al cambio climático, que de cualquier manera han justificado un reguero de
subvenciones a las tecnologías renovables, que en más de un lugar han puesto en
jaque a los respectivos sectores
energéticos . Sin embargo, más que el comportamiento del mercado del petróleo o los importantes asuntos medioambientales que se deriven de su uso tan intensivo,
queríamos hablar de la irrupción del crudo en las sociedades modernas. Un tema extraño murmurará algún lector, carente
de romanticismo pero que en cualquier caso nos va a sorprender por el marco de
pensamiento tan diferente con el que fue acogido, a finales del siglo XIX. Por
estos dédalos pulularemos hasta llegar a la
cumbre de las sillas de ruedas, como fue conocida por los cronistas de la
época.
Porque
el petróleo fue considerado sin duda por los coetáneos como una tecnología
limpia (ahí va la primera andanada). Aunque para ponernos en perspectiva convendría
entender no sólo la irrupción del crudo, sino la del automóvil, ambas fueron tecnologías
muy disruptivas y por razones que no se le escapan a nadie, se encuentran
estrechamente vinculadas (en economía los llamamos bienes complementarios). En
el caso del automóvil huelga recordar que el primer conductor de la historia
fue una mujer, Mercedes Benz, que llevó en 1886 el primer automóvil de
combustión interna de gasolina hasta la oficina de patentes, donde su marido registraría
el invento que revolucionaría las sociedades del siglo XX. El coche se
convirtió en un instrumento muchas veces asociado a la libertad individual,
hasta que ha asomado su reverso más tenebroso, la contaminación.
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Lámparas alimentadas con aceite de ballena |
No en vano, fue una innovación celebrada por
entonces de forma entusiasta debido a su limpieza – a algún lector se le habrá puesto
cara mustia, parece una provocación debida a nuestra flema o lo que es peor, un
flagrante equívoco en cuanto observamos el penacho de gases tóxicos que se
cierne sobre Madrid y la legislación limitadora del Ayuntamiento que acarrea. Pero
en los albores del siglo XX, los transeúntes estaban hartos de las carrozas con
sus insidiosos caballos, que desalojaban sus excrementos donde les venía la
flojera, con sus tufillos inevitables y que siempre había que esquivar con
tiento. De hecho, la palabra mucha mierda
que se espetan los actores ante cualquier estreno, no es más que una alusión que
han conservado del rastro que dejaban los equinos de las carrozas, cuando se arracimaban
en torno a un teatro donde se
representaba una función de éxito ( un artículo de NYT en referencia a un
estreno de Broadway y la mierda, parecen ser el origen de este tópico teatral).
Tampoco
debemos obviar que el petróleo supuso un verdadero balón de oxígeno para la supervivencia
de las ballenas, cuya grasa era muy demandada para la iluminación pública y
sobre todo doméstica. Como el desarrollo
económico había seguido una senda de crecimiento muy alto durante la primera globalización (último cuarto del
siglo XIX hasta la Gran Guerra) de no haber encontrado una alternativa al
aceite de la ballena, habríamos acabado con los cetáceos. Era un período
optimista donde los haya, en el que se celebraban los logros tecnológicos y se
imaginaba un futuro altamente tecnificado hasta que llegaron las tinieblas de
la Gran
Guerra. Por aquella época además, el mapa de exploraciones petrolíferas apenas
tiene que ver con la distribución actual de los yacimientos. En el David
Golder de una de nuestras escritoras preferidas, la judía rusa, Irene
Nemirosky, los protagonistas del primer capítulo creemos que se aferran a una inversión especulativa de unos pozos de
Rumanía, que les rendirán estupendas sinecuras. Estos mismos pozos fueron
objeto de codicia por las partes contendientes en la II Guerra Mundial (IIGM) y ocupados por los nazis .
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El oro negro pieza codiciada de la geopolítica |
En
los años treinta no obstante, fueron descubiertos los primeros yacimientos importantes
en Arabia
Saudí, lo que empezaría a cambiar la configuración del mapa de
hidrocarburos en el mundo, para gravitar hacia Oriente Medio. De hecho,
durante la IIGM a pesar de su incipiente prospección (todavía se desconocía la verdadera
envergadura de las bolsas petrolíferas que albergaban dichos campos) los
americanos lograron un acuerdo para que aquel país pobre, les suministrase el gasoil
necesario con el que mantener la ofensiva en el Pacífico, que engullía ingentes
vidas y recursos. En 1943 cuando se logró dicho acuerdo de suministro, se
empezó a fraguar la buena sintonía entre el achacoso Franklyn Delano Roosevelt (FDR) y el primer rey de Arabia Saudí, Abdul
Aziz ibn Saud, de salud muy delicada.
Si
De
Gaulle quejicoso nos dejó la famosa perla de la dificultad que
entrañaba gobernar un país con más de doscientos quesos, no sabemos qué le
hubiera sugerido la intensa labor de consolidación que llevó a cabo Abdul Aziz
ibn Saud entre una pléyade de tribus, muy belicosas entre sí, Se sirvió del
cañamazo de los wahabíes rigoristas del Islam para aplastarlos a todos. Con la
fuerza de las armas y sus artes versallescas, el monarca saudí logró en el año
1932 asentar su poder sobre toda la península. Arabia Saudí era un país perdido
en el rumor de la arena del desierto. Hasta entonces los saudíes habían sido
pobres parias que obtenían sus recursos de los cánones que cobraban a los
musulmanes que realizaban la peregrinación obligatoria a la Meca. Las alargadas
caravanas que transitaban con parsimonia y gran bullicio los caminos invisibles
del desierto, sacaban de la molicie al país y le brindaban los suficientes
dinares para cubrir los gastos más perentorios . Con los descubrimientos de los yacimientos, los
servicios que prestaba Abdul Aziz ibn Saud como fiel custodio de los creyentes,
pasaron a ser una fuente accesoria de recursos para el reino.
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Paz infinita del desierto alterada por los peregrinos musulmanes |
El
petróleo brindó la oportunidad al ambicioso monarca saudita para jugar un papel
preponderante en la geoestrategia de Oriente Medio. Por ello, cuando FDR volvía
de la cumbre de Yalta, decidió recibir entre otros gerifaltes de la zona a Abdul
Aziz en el USS Quincy. Ambos viejunos,
sentados en sus respectivas sillas de ruedas, embargados por una dulce modorra posan
cordiales y esbozando sonrisas en la cubierta del barco de guerra. El
Presidente americano cree que las divisas que obtienen de los yacimientos
podrían ser invertidos para transformar las tierras saudíes en un vergel. A lo
que el avezado beduino le repone que él ama el desierto sobre todas las cosas.
Poco después aborda la cuestión que le azoraba de verdad. El establecimiento de un estado sionista era altamente preocupante dado el grado de dilución de las
raíces musulmanas en Palestina, que comportaban las compras masivas de tierras, que estaban llevando a cabo los judíos. Claramente a juicio del monarca saudí, se estaba sembrando la semilla de
la discordia, y que él, como árabe se había sentido burlado cuando se le negó a
Feysal
formar un reino hachemita en la región.
Tratados
arteros como el Sykes Picot, refrendado en la conferencia de naciones de Versalles, la Declaración Balfour, a
pesar del incondicional apoyo de los árabes a la causa aliada en ambas guerras,
culminarán con otra traición de las potencias que combaten contra el eje,de permitir el asentamiento judío. Abdul Aziz
había invocado en vano a la autoridad británica para que en 1937 constituyese un
protectorado durante cien años, a fin de evitar la creación de un estado judío
(el mismo hubiera acabado dentro de 21 años). Además, el caudillo saudí llegó a calificar el Holocausto de un problema europeo y que por consiguiente, se deberían buscar tierras en dicho continente ( ¿les suena Valencia?) El cascajoso Roosvelt prometió
llegado el caso escuchar las reivindicaciones árabes. Los periodistas
conocieron a dicha cumbre como la reunión de las sillas de ruedas. Luego
sabemos que una vez muerto FDR, el círculo más próximo a su sucesor, el Presidente
Truman, tenía algunos de los miembros más proclives a la solución sionista.
De ahí que Israel un balbuciente estado, recibiese el plácet de la
Administración de Truman. Muchos árabes creen que si FDR hubiese vivido unos
años más, la resolución de EEUU respecto a la cuestión judía en Palestina
habría desembocado en otros términos. Apelan con nostalgia a aquella cumbre de
dos mandatarios enfermos y postrados en sillas de ruedas. Llovía sobre mojado.
Interesante información. La creación del Estado de Israel, el viejo sueño incumplido de una nación árabe, la aparición de BAAZ y los intereses oligárquicos hacen de esta zona una bomba de relojería.
ResponderEliminarUn saludo
Quería abordar como colofón la cuestión Palestina,pero desde una perspectiva que se saliese de la tradicional historia de Feisal y Lawrence de Arabia.Hubo más actores.Por otra parte,da gusto leerte porque escribes muy bien y buscas enfoques muy originales.
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