Al
turista de cara lechosa y arreboles, pesaroso por el escozor que le había
azuzado a pleno sol, y con los pasos que se le hacían eternos en la cola, donde
había aguardado para entrar en los Museos Vaticanos, le invade gozoso de
pronto una alegría, en cuanto reconoce el conjunto del Laoconte. Deja de serpentearle
el insidioso sudor por la espalda y la fatiga ha desaparecido ( quizá se
palpe el cuerpo para comprobar que los ofidios del conjunto escultórico no se
devanean en el suyo). Pero vuelve a impacientarse mientras contempla las salas
cerradas repletas de figuras y más figuras igual de esbeltas y de marmóreas, cada
una un potosí en valor, pero el “mal de
Stendhal” cernido a su mente hace
que añore la Capilla Sixtina, que producirá una oleada de rumores entre los visitantes y algún
que otro chillido espontáneo, pues el agraciado viajero se halla en uno de los
lugares más mágicos del planeta. Nada que ver con el conciábulo donde se nombre
al nuevo regidor de la Iglesia Católica, el turista cree que las manos se
saldrán del plano del techo o siente que ha observado fugazmente el temblor en
las venas de las pinturas. Por eso, lo que jamás esperará es que por unos vericuetos flanqueados por tanto
arte, se dé de bruces con la delicada Stanzetta de Rafaello, un
compendio de la finura que Rafael Sanzio, acreditó con los
pinceles.
Entonces
reconocerá sin duda La Escuela de Atenas,
reproducida en un sinfín de manuales de enseñanza básica, y que le sacará del
duermevela (tanto arte, salvo que fuésemos gargantúas glotonas de
belleza, acaba por llevarnos al hastío). Pero sólo apreciará el maravilloso
gusto de La Liberación de San Pedro, en el muro de enfrente a La Escuela de Atenas, que describe para el versado en
arte las aristas de la relación tormentosa y de mucho cariño, que se
profesaron tanto el artista de Urbino como el Santo Padre. No en vano, Julio
II fue un hombre de carácter, que se paseaba como un húsar para que la
prestancia del cargo que representaba, el puente entre lo eterno y lo efímero,
no estuviese en entredicho. Además, se preciaba de ser un artista, y como tal,
incordiaba a los maestros con observaciones que les desconcentraban. Dicen que
el avezado Miguel Ángel en cuanto se barruntaba alguna de aquellas
tediosas observaciones, le daba la razón al sumo Pontífice preventivamente. Si
le advertía que la sombra de la figura que pintaba estaba demasiado corta,
Buanarotti dejaba caer algo del polvo del andamio, y le volvía a preguntar a
Julio II si así le gustaba más– en realidad no había tocado nada del fresco- A
lo que el Santo Padre le reponía que así estaba mejor, con cara satisfecha. Su
relación con el invencible como apodaban a Michelangelo tampoco estuvo exenta
de buenas tenidas, sobre todo en el campo económico y a resultas de la construcción
de la Basílica de San Pedro, si bien, esto merecería otro post. Como Papa
guerrero, quiso que el Vaticano se convirtiese en una potencia con voz propia,
lejos de las esferas de influencia española y francesa, de forma que creó la
famosa guardia suiza con reminiscencias de la pretoriana, por estar afecta a su
figura, (muy pocos años después de su muerte, Roma cayó en el famoso saco). Por otra parte, reseñar que el diseño de los
trajes se atribuye erróneamente a Miguel Ángel y que se inspiraron en realidad,
en unos bocetos de Sanzio.
La Escuela de Atenas, nexo de la Roma del S. XVI y la Atenas clásica. |
Aparte
del mayor aplomo bélico, Julio II quiso convertir a los estados pontificios en
un faro cultural, artístico por lo que la Antigua Grecia y su epítome más
destacado, la famosa Atenas, fueron el modelo a imitar. El fresco había que
interpretarlo como el nexo de unión entre la Atenas clásica y los estados vaticanos
del siglo XVI, para ello, algunos de los filósofos tendrían unos rasgos
reconocibles por el observador de la época y que les remitiesen a figuras identificables.
De tal guisa, Leonardo Da Vinci vendría a ser Platón y el arquitecto Bramante haría
el papel de Arquímedes. ¿A quién representaría Miguel Angel? Ni siquiera tenía
un mísero retazo en el fresco. ¿Cómo era posible omisión tan flagrante? ¿Sería
un descuido del de Urbino? Pues el mismo Giorgio Vasari nos cuenta en su gran
obra Vidas las razones del presunto olvido ( con tan farragosos preámbulos, en
otro post nos entretendremos en desvelar la curiosa personalidad del mejor
testigo de la época renacentista, y cuyas vivencias plasmó en la ingente Vidas).
Rafaello, pupilo de Leonardo Da Vinci, dudaba
de incluir a Miguel en el fresco, porque temía ofender a su maestro. Tanto
Miguel Ángel como Leonardo Da Vinci no escondían la honda animadversión que les enfrentaba
desde que hubieron comenzado su rivalidad en
su cuna florentina. Dado que no quería provocar una ofensa en su
maestro, Rafael excluyó al Invencible de su Escuela de Atenas, seguramente de forma
injusta y muy a pesar de la opinión de Julio II.
Tanto
que el temido Papa, de mejillas enjutas y cárdenas, al que los ecos de sus pasos
de plomo le delataban, se plantó una mañana presto a vencer las reticencias del
maestro. Ofreció al joven generosamente su
santa mano, y marcharon con mucho sigilo por las diversas y laberínticas estancias,
pues era un secreto que la Capilla Sixtina estaba siendo pintada ( fue casi un
proyecto inabarcable en la larga vida de Michelangelo). Para convencerle,
hicieron ambos el mismo recorrido que el turista que visita los museos
vaticanos, pero Rafaello nunca fue consciente de lo que le aguardaba. Abrigaría
seguramente el mismo éxtasis que nos sacude a los visitantes modernos, cuando
entramos en la famosa capilla y elevamos la cabeza por primera vez en dirección
al techo. Me quedaría en un conclave vaticano, espoleado por la curiosidad y para
reposar y en sueños, sentir lo más parecido a lo que debe ser la gracia y la
cercanía de Dios– quizá
la idea de encerrar a los electores tomase forma en nuestra política para que el
hecho de formar gobierno, no se demorase sine die y sin visos de materializarse
independientemente de las necesidades del país
Quién no dormiría al resguardo de tan bello techo |
El
caso y perdón por las frecuentes
digresiones, es que a pesar del pábilo frágil de las velas y de su
desvencijada conciencia, Rafael tuvo claro que no podría obviar que estaba
frente a la mayor creación que jamás viesen ojos algunos. Hirieron sus retinas
las escenas de inefable belleza y al final, más que los portentosos discursos
del Papa, que en todo caso fue demasiado pertinaz, le convenció la maestría infinita
de Miguel Angel. De tal manera que sería una incuria negarle el protagonismo de
la época a un grande como el florentino. Por fin, conmovido por la visita,
decidió adjudicarle el rol del Heráclito en su fresco. Ya saben, el que proclamó
que nunca nos bañaríamos en el mismo río y que hasta nosotros mismos habríamos
cambiado en el segundo baño. “En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues]
somos y no somos [los mismos].” Como nunca habrá una segunda Escuela de Atenas ni otra Capilla Sixtina. Les
aseguro ya que he visitado tres veces el museo Vaticano (Roma es mi ciudad
fetiche), que hasta nuestra visión e impresiones cambian, en parte porque como
cuando nos sumergimos en el río, nosotros también hemos cambiado.
Magnífico texto. He revivido mi último viaje a Roma y mi visita a la Capilla Sixtina y a los museos vaticanos. Sí, uno de "los lugares más mágicos del planeta"
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario.A mi estas anécdotas del arte me encantan,porque humanizan a los grandes genios.Nos muestran sus filias y sus fobias.A mi esta rivalidad Leonardo Miguel Ángel,me recuerda a un encono más patrio,que fue el que enfrentó a Góngora y Quevedo.Enemigos irreconciliables.Los italianos tuvieron una relación menos acre,por supuesto.
EliminarHola, Sergio, aprovecho que hoy me da tiempo a comentarte, cosa que no sé si podré más adelante, porque el otro día te comenté en una comunidad y a toda prisa, extiendo pues ese comentario aquí en tu blog.
ResponderEliminarEstuve en el 2007 ante esa Escuela de Atenas de la Estancia del Sello, en las Estancias de Rafael de los Museos Vaticanos. Justo hace poco que he clasificado las fotos de ese viaje a Italia, por eso me acuerdo tan bien del nombre de la sala donde se ubica. Sí que compensan las horas de cola ante los Museos Vaticanos, sí. Yo me pasé el día entero allí y todavía me quedó sin ver alguna de las salas de la pinacoteca porque no me alcanzó el tiempo, así que habrá que volver, no sé si tres veces como tú, pero al menos sí una segunda.
Sobre las vicisitudes de la creación de tan soberbio fresco y de las rivalidades entre Miguel Ángel y Leonardo, que casi dejan excluido de figurar al primero en esta Escuela de Atenas, decir que menos mal que Julio II (Giuliano della Rovere)lo consiguió mostrándole a Rafael lo que Miguel Ángel estaba haciendo en la Capilla Sixtina, porque sí que habría sido una gran injusticia no haberlo incluido. Estupendo post, querido Sergio, besos y muy feliz semana.
No te preocupes,querida Mayte.Estoy volviendo a postear viejas entradas porque me falta tiempo,y apenas tengo resuello cuando acabó el laburo(me ha caído uno de esos marrones típicos de las vacaciones).Sigue componiendo tus estupendos versos y en septiembre cuando pasen estas "tormentas estivales volveremos a nuestros acostumbrados intercambios de opiniones.Gracias a tu gran creatividad,has tenido una interesante red alrededor tuya de soñadores.Cuidate e inspirate,que las musas pueden visitarte mientras trabajas.
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