Se sumaron
varias mesas para recibir a la plétora de nuevos poetas entre las brumas de
tabaco del Colonial. Con un fino bozo, albergaban sus congojas
más secretas, en peregrinación a mendigar un veredicto de aquel tipo extraño,
que parecía un chambón debido a su larga estatura. Más alto que la torre
Eiffel, solían decir sus coetáneos, al divisarle con sus morosos trancos en el
Paseo del Prado, mientras peroraba con un Borges, iniciado en los
misteriosos mundos de la literatura gracias a él, Rafael Cansinos Assens.
¿Se habría inspirado el bonaerense en aquellos lejanos paseos por el Madrid del
veinte, para escribir la parábola de la tortuga y Aquiles? El propio autor de Ficciones
que se reconoció mal
versificador, se empapó en cualquier caso de la sapiencia del fundador del
ultraísmo y hasta perpetró unos pésimos versos ultraístas, que había escondido
para dejar inermes a sus críticos más acerados, pero que en su visita homenaje
del 85 en el Centro de la Villa, había confesado autoría. Y no es que la fiebre
creativa de aquel Madrid le hubiese subido a Jorge Luis, era más que a Don
Rafael no le salía ningún desaire por muy malo que fuese el poema, por lo que
los candidatos a las musas iban en procesión al santuario del Colonial y
acogiéndose a la bonhomía de su anfitrión, tomaban el resuello suficiente para
luego enmendarle en cuanto salía a colación la estética de una rima.
El café, el <<parvo sustento del bohemio>>, como decía Antonio Machado. |
Una vez que la gran figura del Café
Colonial les había asentido generoso ante un poema que era un bodrio para todos
los circunstantes, pero en el que el literato grandullón observaba un venero
que nadie reconocía, ellos se agrandaban. O si les había brindado la palabra en
aquella albórbola que iba in crescendo a medida que se encendían las
discusiones, los iniciados en la poesía se mostraban vanidosos. Sobre todo
querían opinar, y callaban al maestro achicado, cuando hablaban tanto de La
Gran Guerra y sus facciones que también se reflejaron en la vida cotidiana
española, como de la métrica convencional, que había que arrumbar al desván de
los usos poéticos (La entrega presunta de Mata Hari a base de engaños
por parte del <<príncipe de los cronistas>>,
Gómez Carrillo, dandi, vividor y mistificador dado que más de una vez le
acusaron de plagio, suscitó los más malhadados chismes. Algún perdulario tocado
por los vapores de Baco y por la sinrazón del sueño en la madrugada, se atrevió
a retar en duelo al diplomático guatemalteco ).
Porque Don Ramón Gómez de la
Serna en el Café y Botillería del Pombo soltaba los más
largos retruécanos si un poema le parecía un enjuague o alguno de aquellos
barbilampiños menesterosos le refutaba sus interminables parrafadas. Bacarisse,
que sonaba a gongorino reprobaba a su maestro, Don Rafael, porque se le habían
subido los epígonos literalmente a las barbas. Otras veces, el editor de Quijotes,
le llegaba sudoroso y afrentado por los centones de impertinencias que le
escupían a la cara aquellos poetas noveles, pues se retrasaba la publicación
del poema infumable que había contado con el marchamo del maestro. – Fíjate que
tiene algunas metáforas interesantes. “Sufrida hiel y ágora de mis desvelos”.-
Don Rafael se justificaba pacientemente, mientras movía el mostacho y estaba
repantingado en su mullido asiento del Colonial. Se le escuchaba el bisbiseo a
pesar de la faramalla provocada por sus tertulianos. Desde la medianoche del
sábado, se entregaban a todo tipo de disquisiciones hasta que alboreaban las
calles de Madrid.
- Pues no sé
qué quiere decir, maestro.
- Ni creo que
él tampoco lo sepa.- Desde su enormidad, le guiñó un ojo cómplice.- Pero es
verdad que se les nota la ilusión de los principiantes, la misma con la que
acudía yo al Universal para que me escuchase el maestro Alejandro Sawa.
- No diga más, Don Rafael.- decía el
editor casi lloroso.
El mismo Cansinos Assens nos ofrece un
bello testimonio de la época en La novela de un literato. Uno de
los mejores libros en lengua castellana del siglo XX, pues Cansinos Assens era
como decía Borges, una de las plumas más aventajadas de la primera parte del
pasado siglo. Hagamos un inciso con las preferencias del bonaerense. Le aburría
en extremo el pretencioso Azorín (injustamente) y todo el reguero de escritores
españoles, por los que Borges profesaba apenas admiración. Fue un ávido lector
y conocedor de
la literatura inglesa y de la francesa (hizo algunas ediciones maravillosas, fruto de su erudición), pero no sabemos porqué, fueron pocos
los autores españoles que despertasen su admiración ( por supuesto otra vez injustamente,
si señalásemos la extensa nómina de brillantes escritores de la época, más allá
de las clasificaciones académicas: generaciones del 98, 27, 36, fue simplemente
una época espléndida, casi inigualable, nuestra Edad de Plata). Es más, Borges
hablaba con orgullo adolescente de las correrías ultraístas, y como en una
noche, a hurtadillas se dirigió al Café del Pombo, imantado por la avasalladora
personalidad de Gómez de la Serna. Era tal la rivalidad y encono entre las
tertulias del Colonial y del Pombo, pese a la amistad que les unía a Don Ramón
y Don Rafael, que jamás el escritor argentino se lo confesó a su maestro, el
cual curiosamente, aunque no renegase del ultraísmo, se refugiaba en su cara
bonachona en las entrevistas que le hicieron mucho tiempo después, para no
aclarar nada al respecto acerca de cuáles fueron las líneas maestras de este
movimiento, a lo sumo, enseñaba su caja blanca de dientes en una sonrisa
inefable en un rostro de tanta gravedad. Muy lejos quedaba el orgullo del
fundador, cuando lo había definido en los siguientes términos «El ultraísmo es
una voluntad caudalosa que rebasa todo límite escolástico. Es una orientación
hacia continuas y reiteradas evoluciones, un propósito de perenne juventud
literaria, una anticipada aceptación de todo módulo y de toda idea nuevos.
Representa el compromiso de ir avanzando con el tiempo.»
Mientras
escribía estas reflexiones sobre la época, asomaban los poetas de entonces y de
ahora, que con caras suplicantes, añoran que leamos sus post de poesías con
suerte desigual o recitan sus versos temblorosos mientras sus figuras se tiñen
de la humareda del Colonial. ¿Lo que hubiéramos dado cualquiera de
nosotros por recitarle trémulos al monstruo de la poesía, Don Rubén Darío,
alguna porción de nuestros versos? Perdonen esta pequeña coda, ayer 6 de
febrero, fue el luctuoso aniversario de su muerte, y sembraron mis cansadas
retinas, las escenas del poeta agonizando o sonriente en sus tenidas poéticas. Por
otra parte, La Casa de América lucirá de Azul, como no puede ser menos, en
honor de uno de los mejores literatos de todos los tiempos. Sigamos no obstante
con el post, Darío se merece más de uno. Y lo haremos, pero continuemos.
Como
decía, luego, algunos, en cuanto somos escuchados, ahuecamos la voz y nos tornamos
en “pequeños ministros” como llamaba
amablemente Don Rafael a estos principiantes en cuanto se henchían de sus egos.
Tienen la mala suerte de cultivar un género que no se lee, pero uno se ve en su
espejo, independientemente de la suerte dispar en la ejecución de las rimas.
Por último, La Novela de un literato es una fuente inagotable de la época, por
donde desfilan los que serán las figuras más deslumbrantes de la poesía, los
Hermanos Machado, Huidobro, Borges, o vates ya consagrados como Rubén Darío y
Francisco Villaespesa entre otros. Dará para más post, pues también describió
muy bien Don Rafael la escisión de la prensa en torno a la Gran Guerra.
Afortunadamente y gracias a las traducciones que le encargó el millonario
Lázaro Galdiano, Cansinos se pudo dedicar a la literatura y tener una vida
holgada. Hablaremos en posteriores post de las vicisitudes de los autores para
cobrar sus derechos y cómo, de incógnito se presentaban en las tiendas
fingiendo ser clientes y observaban, de primera mano el trasiego de ventas de
sus obras. Estaban temerosos de que el propietario les hurtase una parte de sus
ganancias. Gracias a Dios, con sus pegas, se ha avanzado mucho en esta
cuestión. Volveremos con Don Rafael, casi seguro.
Como siempre, un muy interesante artículo sobre el mundillo literario de otras épocas, donde algunos cafés cumplían su función de lugares de reunión para tertulias literarias y para esparcimiento y cambio de ideas e impresiones entre las gentes de la bohemia de entonces. Escritores, pintores, músicos y actores se conocían, entablaban amistades e incluso relaciones que llegaban a ser cruciales en el ámbito profesional. Algunos de estos cafés, como los que mencionas, llegaron a ser verdaderas instituciones culturales.
ResponderEliminarRespecto a lo que dices de cómo los escritores vigilaban que sus ganancias no les fueran hurtadas, no creas, que también hoy hay editores que se la pegan a los escritores noveles, también, jeje.
Aprovecho a compartirte hoy que he tenido un ratillo para leerte, querido Sergio. Besos y feliz finde :-))
Muchas gracias,Dalia,la verdad es que fue una época apasionante,la del parteaguas del siglo XIX-XX.Literariamente y en todos los sentidos.No me cansaré de repetirte que leas Novela de un literato de Cansinos Assens,porque su narrativa es excepcional y encarna con sus letras,héroes literarios y poetas,que toman cuerpo y se humanizan.Yo lo propondría como libro para bachillerato.En el lucen Valle y su maestro Alejandro Sada(que le inspiró el bohemio de Luces de bohemia),Los Machado, melenudos y modernistas en sus comienzos titubeantes,sobre todo para Antonio.Pedro Luis Gálvez,sablista y nuestro Garcilaso del s.XX,Gómez de la Serna,Blasco Ibáñez,un desfile de vanidades y verdaderos poetas.Gracias por compartir y por tus brillantes contribuciones.Yo te considero casi mi oráculo literario,porque tienes mucha calidad en tu trabajo y sentido común y sapiencia.Buen finde.
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