-
¿Qué
cojones hacemos aquí?- Replica un Varela al que el frío le corta la cara a
cuchilladas. Aguanieve.
-
Espera,
que debe estar por aquí.- le respondo impaciente, aunque tampoco estoy seguro
hasta que confirmo que aquel es el lugar que buscábamos ansiosamente en medio
de la noche.
Entonces
apreciamos a vuelapluma remendones y humedad, mientras nos aferrábamos al
paraguas en un Madrid lluvioso. A pesar del viento arrabalero, paseábamos por
los alrededores de Velintonia 3 furtivamente, como amantes
despechados, o lo que es peor, como voyeurs
con cámaras voraces, que atestigüen el triste epilogo de una de las moradas de
nuestra literatura. Como a Quevedo, la murria y el cieno cercanos a la cancela,
y los muros nos sugieren sus versos, porque quizá los muros de Vicente Aleixandre,
sean los muros sino de la patria, si los de la indiferencia. “Mire los muros de la patria mía, si un
tiempo fuertes ya desmoronados, de la carrera de la edad cansados, por quien
caduca ya su valentía” Nuestros pasos se espacian por los lechos de hojas
de las aceras, para degustar la vista. Somos en realidad los reclutas insomnes,
de un ejército cansado de tanta oquedad de las instituciones. Habíamos hablado
durante la cena de los amigos, y nos acercamos Ontiveros, Varela y yo, de forma
improvisada. Esperábamos que nuestras mujeres nos creyesen, que la demora no
obedecía a que las copas se hubiesen alargado más de la cuenta. Me imaginaba a
Valentina, olisqueándome por si profusamente desprendía olores prohibidos.
Enseguida se nos pasaron aquellos resquemores.
¿Esperarán
a como decía un vecino del barrio a que la casa se derrumbe? – Y añade, con
ánimo ventoso, con el mismo afán de la noche.- Yo creo que a pesar de tanta
memoria histórica somos unos desmemoriados.
-
La
poesía es la cenicienta de la cultura. Pero Aleixandre fue muy grande.-
Proclamo desvaído.
-
Te
recuerdo, Muna, que en nuestro amado barrio estamos esperando, la apertura del
Búnker del Capricho.
Para esto.- Me señala la desportillada casa.- Y para eso
apenas hay fondos. Eso sí, que alce la voz cualquier actor de cine, que hasta
el Ministro se le crispa el rostro.
-
Por
eso digo, los actores son más populares y cualquier cosa que digan, enseguida
trasciende. Aunque creo que los fondos escaseen para todos, para la poesía o el
Búnker de El Capricho son inexistentes.
-
No tardará el momento que veamos a la casa
grafiteada. - El vecino embutido en su grueso abrigo, y en un gorro de lana, lo poco que
asoma de su cara, nos recuerda con lo cruel que es el tiempo, a un trasunto de
gárgola. Orejones medio terciados, pelos que abruptamente florecen en las
proximidades del pabellón auditivo, sin embargo, su vestimenta no es la de un
pordiosero, ni mucho menos. – O que la ocupen, aunque por lo menos serviría
para algo, si respetasen la memoria de sus antiguos inquilinos.
-
No
dé ideas, por favor.- Le advertí.- Que la ocupen las instituciones, de una
puñetera vez.
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Casas bombardeadas de soledad y molicie |
El
vecino se había ido a dar una vuelta con su perro, y como los tres nos habíamos
apostado en la farola, y nos vio relativamente jóvenes, se dirigió a nosotros.
Se había emocionado, puesto que atribuía a la juventud, en nuestro caso
relativa, una especie de encantamiento por el que nos preocupábamos más por el Matrix
de lo virtual, que de las realidades a pie de calle. Como tenía a sus nietos
enganchados a los “putos teléfonos”, había perdido cualquier esperanza que
pudiese abrigar. Éramos peor que la Generación perdida de Gertrude
Stein, a la que el desengaño por la atención que le había dado un
mecánico cuando le arregló un pinchazo, acusó su desidia y dijo que toda la
generación que había combatido en La Gran Guerra, traumatizada por los horrores
bélicos, se dejaba llevar. En realidad, el trasunto de gargola resultó ser un filósofo tras los primeros escarceos, pese a que de vez en
cuando retornaba al asunto de la casa de Aleixandre, que también nos dolía a
nosotros- Entonces no sabrán adónde
meterse o cuando se venga abajo de verdad. Mira que han organizado cosas. Yo me
acuerdo cuando leyeron La casa encendida de Luis
Rosales.- Nos espetó inquieto, cuando nuestros ojos complementaban
el soniquete de su historia, con la
observación del inmueble abandonado. Se hallaba en medio de la maleza de unos
árboles modestos, pero que se habían enseñoreado de su jardín, por el descuido
reinante. Entonces recordé a bote pronto unos versos de su dueño, como el que
tropieza con las escenas de su adolescencia:
Vinieras
y te fueras dulcemente,
de
otro camino
a
otro camino. Verte,
y
ya otra vez no verte.
Pasar
por un puente a otro puente.
-El
pie breve,
la
luz vencida alegre-.
Muchacho
que sería yo mirando
aguas
abajo la corriente,
y
en el espejo tu pasaje
fluir,
desvanecerse.
Al
día siguiente, por una serie de casualidades que nos ponen el vello de punta, un
reportaje de televisión ahonda más en mi tristeza, cuando contemplamos el
interior de la vivienda de Aleixandre, donde los cables retozan por doquier y
las piezas abandonadas, los muros estragados que fueron testigos de los
conclaves poéticos más febriles, de las filias y de los enconos de los literatos más importantes, presentan
un estado lamentable. Recordemos que Vicente Aleixandre, fue un gran
conciliador, y mucho mejor poeta, y que quiso acoger a todos, pulir las
rencillas, todos como adeptos de Safo y de Góngora, nadie sobraba en
su casa. Con todo, no logró limar asperezas entre Miguel Hernández y García
Lorca, ya que no todos sus adeptos eran tan bien avenidos.
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El repiquetear alegre de Aleixandre se extinguió hace tiempo |
También
me roba la memoria, la mañana del reportaje televisivo, un artículo de Manuel Vincent en El País, que juega con la
confusión a la que se prestó en la mente del agregado cultural de la Embajada
británica, cuando una importante revista de las islas, quiso recabar
información sobre el nuevo premio Nobel. Decían en la semblanza que había
elaborado el protocolario burócrata, que el laureado con el Nobel de las letras
era un estupendo actor, con una dilatada carrera tanto en el cine como en el
teatro, vamos, un Shakespeare de nuestros tiempos, que conjugaba la
interpretación y la inspiración de la musas. El gran actor Manuel Aleixandre, no Vicente el vate en realidad premiado, con toda su
prosodia en el Gijón, agachaba la cabeza pues también gustaba de la compañía de
literatos, para recibir su cuasinobel. Le recibieron con aplausos entre la
niebla que brotaba de las cabezas humeantes, prestos siempre al retruécano y
con mucha guasa.
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