“Si supiéramos por adelantado las intenciones
del enemigo, lo venceríamos siempre con un ejército inferior al suyo”. Federico
II condensa perfectamente el objeto del espionaje, a pesar de que éste
y su arte, no sólo contemplen la posibilidad de conocer las intenciones del
enemigo. La movilización de unidades dependerá de las expectativas y visos que
adivinemos en el adversario, pero también, cuestión que no es baladí ni mucho
menos, que malinterprete nuestras intenciones en el campo de batalla como
ocurrió en la operación “carne picada”,
le llevará a gastar sus recursos donde no son necesarios y en flancos
que no van a ser atacados. Tampoco dijo
nada Federico II acerca de los fantasmas propios ni de las guerras intestinas
que se libran en el interior de los distintos servicios de espionaje. En este
caso, los movimientos se han de medir y
como el ajedrecista, ser muy sutiles.
Fue
en un entorno de celadas internas, donde sobrevivió mucho tiempo el almirante Wilhelm Canaris, rodeado de tiburones del calibre de Heinrich
Himmler y de Reinhard
Heydrich, y en el que logró que los tentáculos de su red de
espionaje llegasen a los Estados Unidos . Canaris, había sido un héroe de la
Gran Guerra, y contaba cómo en dicha contienda le tocó deambular por los Andes, cuando su barco, el Dresde,
fue hundido por el Glasgow con mayor capacidad de fuego. De aquella época, databan
sus anhelos por regresar al frente lo más rápido posible, pero tuvo que andar
con pies de plomo a fin de no despertar muchas sospechas en su peregrinaje por una
Argentina trufada de espías, hasta que retornó a su país con un pasaporte falso
a nombre de Reed Rosas (la guerra naval y corsaria desplegada durante la Gran
Guerra, aun cuando es bastante desconocida, está repleta de capítulos muy
heroicos). Mucho se ha destacado de la caballerosidad del jefe de la Abwehr,
en contraste con los bellacos de la SS, sus competidores más acérrimos entre
las diversas y floridas ramas de la inteligencia nazi.
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En el 38, el poder de Hitler era omnímodo |
Con
ellos habían llegado a una suerte de entente
cordiale que los propios implicados llamaban los diez mandamientos, reglas que delimitaban claramente las
labores de inteligencia que les correspondían a cada una de las secciones, para
no generar ruido ni malos entendidos y sobre todo ganar en eficiencia. La
competencia por ganarse el favor del Führer era en todo supuesto atroz. Sigamos con una semblanza
somera de Heinrich Himmler, al que le
atormentaba el hecho de no haber participado en la Primera Guerra Mundial, y que
a diferencia de buena parte de la plana mayor de Hitler, no tenía un pasado de
acción. Se ponía mustio cada vez que en una conversación se sacaban a colación
las andanzas de la guerra y él no tenía ninguna que referir. Entonces, con sus
mejillas teñidas por la vergüenza, se
dejaba llevar por el laconismo o trataba de cambiar de conversación azorado. Tampoco
le ayudaba su presencia exigua, un monigote si le comparamos con su mano
derecha Heydrich: podríamos decir que Heinrich era un ser acomplejado. Envidiaba
profundamente a Göering por su brillante
pasado como miembro del Circo del Barón Rojo o al propio Canaris, marino de ventura. Quizá por
ello, decidió crearse una aureola esotérica y mística, para rodearse de una
leyenda de la que carecía su yermo currículo como hombre de armas.
Su
segundo, Heydrich, como decíamos era
la auténtica encarnación del mal. Espigado, de nariz alargada y altivo, era un
perfecto tirador de esgrima, paracaidista y desempeñaba brillantemente todo el abanico
de actividades que se le suponen a un hombre de acción. También fue un
encantador de serpientes gracias a sus grandes dotes de violinista, con las que
cautivaba a las damas más refinadas del III Reich, ganándose su favor. Adolf Hitler le
consideraba el prototipo del ario aguerrido. Todos creyeron que Heydrich era un probo funcionario de las
SS, muy sensible e inteligente, y pocos sospecharon de su capacidad para la
intriga y el mal, que instilaba hasta en las filas propias. Pero Wilhem Canaris
le había calado desde que se negase a colaborar con las SS en el caso Tukhatchevsky,
lo que motivó que incendiasen los archivos de la Abwehr como
cortina de humo para saquear aquellos
ficheros que interesaban a los SS. Recordemos que con pruebas prefabricadas, que
puso en manos de un secuaz de Stalin, el segundo del exilio de los
rusos blancos en París, que trabajaba en la sombra para el dictador comunista,
Heydrich se apuntó un buen tanto. Esta documentación sirvió para que Koba,
fundamentase su gran purga en el ejército rojo, conocida como yhezovina . Es un capítulo que merece un
post.
Sin
embargo, hubo otro hecho que conmovió todavía más al jefe de la Abwehr y le
concienció de las malas artes de los que serían en el futuro sus compañeros de desgracias.
Hitler llevaba cuatro años en el poder y todavía dependía de la Wermacht,
que con fuerza suficiente, podría derrocarle. Su gobierno de hecho, reflejaba
este equilibrio de fuerzas, que el cabo austriaco rechazaba visceralmente y que
sólo aceptaba como una táctica dilatoria hasta que acabase con las fuerzas de
contrapeso existentes en su ejecutivo. Es más, en una reunión secreta, y tras
una larga explicación del Führer, éste había expuesto a sus secuaces la
necesidad de que Alemania crease su espacio vital ( lebensraum) para ochenta
millones de compatriotas. Nada que no hubiera propuesto en su Mein Kampf que escribió desde
su celda, y con la ayuda de Rudolf Hess, aunque casi todos creían que era un deseo que habría postergado
por razones de realpolitik. No en vano, su
pueblo y una buena parte de la comunidad internacional, seguía viéndole como un
hombre de paz (tras los Pactos de Munich recibió el Nobel de
la paz), mientras él daba vueltas a esta cuestión de la que según su alocada
opinión, dependía la salvación de la nación alemana.
Por otra parte, Hitler sabía
de la renuencia del estado mayor del ejército a cualquier veleidad bélica,
temerosos de que se repitiese la pesadilla de la apertura de dos frentes vivida
durante la última guerra. Sin duda, la figura más respetada dentro del ejército
era Von
Blomberg, Ministro de la Guerra nazi, que además había asumido el rol
más importante en la Noche de los cuchillos largos, por
cuanto Rohm había perdido la cabeza y apuntaba a la disolución del ejército y a
la creación de milicias en su lugar. Por esta razón, los soldados veían en
Blomberg a su salvador. Por los mismos motivos, cuando estalló el escándalo
Blomberg, Canaris, con la cara sonrojada y cajas destempladas, se preguntó en
voz alta.- ¿Pero quién le ha arrojado a esta mujercita a los brazos del insensato
de Blomberg?.- Una pregunta velada, o más bien retórica. Pesaba en el ambiente
una congoja, pues todos sabían que detrás de aquel montaje se hallaba el
malévolo y despiadado Heydrich. ¿Aprovechó la debilidad de Von Blomberg, que
una vez viudo, y gran mujeriego, fue seducido por una mujercita de 24 años, Eva
Gruhn, con un pasado muy turbio? Trabajadora de burdeles, también había
sido modelo de fotos eróticas, donde se le podría apreciar el vello púbico y
los turgentes pechos. Aquellas fotografías reposaban con el resto del
expediente, encima de la mesa del despacho de Canaris. Por supuesto, Von
Blomberg, enamoradizo y galante caballero dimitió de todos sus cargos puesto
que no estaba dispuesto a renunciar a la antigua cabaretera ni tampoco quería
empañar la honra del Ejército alemán por su affaire. Adolf había logrado
quitarse la pieza que con más encono se oponía a la guerra, sin que nadie en el
ejército osase rechistar contra esta dimisión. El camino para la guerra se
había allanado, sin duda. Aun cuando Canaris especulase con la autoría de esta
encerrona, creyó fielmente que había sido orquestada por el panzudo Goering hasta
que el mísmísimo Fuhrer por decreto, se garantizó el cargo de Ministro de la
Guerra. Además, de sopetón sustituyó todas las piezas no nazis de su equipo de
gobierno. Un golpe perfecto contra las vanas esperanzas de paz, que llevaría a Alemania con el tiempo, a los avernos de la guerra.
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¿Sin el escándalo Blomberg habría existido el Gueto de Varsovia? |
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