De
vez en cuando nos ponemos a rumiar ideas o rememorar lecturas, que guardan
diferentes posos como dijese el gran escritor mejicano, Carlos Fuentes.
De amplio repertorio y que hasta cuando revisita el clásico de Drácula, lo hace
bajo nuevos visos y aparece con ternura el tópico del amor al hijo. Pues como
decía, dichas ideas cristalizan tras un tiempo bullendo en nuestras tercas seseras, enlentecidas por el tedio ordinario. De
pronto, no sabemos las razones, pero nos preguntamos por la carta que había escrito Miguel
Hernández a Juan Ramón Jiménez, para recabar su apoyo en
el ardoroso mundo de las letras. Fue una búsqueda súbita y abracadabrante que
hubiese firmado el mismo mago Jodorowsky, puesto que apareció en el blog de Emilio Monte Hernanz.
Tenemos en ella un Miguel Hernández, meritorio a poeta y admirador de Juan
Ramón.
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Miguel Hernández, instantánea de su estancia en
la cárcel.
De Desconocido - http://www.flickr.com/photos/uned/4702976463/
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=21180896
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Enseguida mientras leemos con deleite la misiva, nos
percatamos de dos cosas. En primer lugar late en toda la carta un estilo
primoroso de poeta y por otra parte, refleja el candor del principiante,
remitiéndonos a las faldas bucólicas de los somontes y los elevados riscos
donde se agazapaban las cabras, y el oriolano leía febrilmente, a ratos
alertado por el berrido quejicoso de alguna de sus compañeras de lecturas (
parece una égloga). Hasta el sol nos acaricia el rostro en aquellos médanos
improvisados donde lee Hernández, logrando algo del calor que nos es tan parvo
estos días, en los que se ha aposentado el general invierno y nos servimos en
sus cuarteles de gruesas mantas con las que capear el frío vespertino.
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Siempre embriagado por la lectura, un mínimo resquicio de luz,
le servía a Miguel Hernández para abandonarse en la madrugada
en los brazos de Verne o de los mejores poetas clásicos.
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Recordemos asimismo que Juan Ramón era en aquel
entonces una figura consagrada de nuestra literatura, en la cual los jóvenes y
desorientados poetas de provincias, buscaban cobijo y consejos. Modernistas
iniciados como Antonio Machado o Villaespesa, le erigieron en juez de sus
cuitas poéticas y llegaban con sus cabellos hirsutos a trastocarle la siesta al
maestro, que nunca refunfuñaba más de lo debido ( Es curioso, porque esta descripción es del siempre amable Cansinos Assens, pues Alberti le califica a Don Juan Ramón poco menos que de brujo siempre enojado). Los modernistas le adoraban casi como a un
Buda, mientras un Jiménez pudoroso, rechazaba la lluvia de halagos con los que
le cortejaban sus admiradores más rendidos, muchos de los cuales se
convirtieron más tarde en magníficos poetas. Pero siguiendo con la preciosa misiva, el de
Orihuela cumplía el primer paso de los ritos de iniciación para acogerse en los
brazos de las musas. Porque lo normal una vez agotadas las resonancias de
provincias, fue que los talentos se ahogasen en la claustrofóbica redoma de los
diarios regionales, al ser un altavoz pírrico de sus versos. Por esta razón,
Miguel Hernández fue coherente cuando como se decía en la época, se echó a
Madrid.
Por último, la siguiente parada del poeta tenía que
ser París, parada que Miguel no llevó a cabo ( porque nos enredamos en
una guerra estúpida y en la lamentable represión posterior, que acalló muchas voces ). Aunque muchos otros sí
cumplieron ese sueño. No obstante, ese tren requerirá otro billete en
forma de post .El chileno Huidobro por ejemplo, se apreciaba de ser un
innovador delante de los catetos de Madrid, pues traía las modas que pujaban en
aquel rompeolas del arte parisino. Embobados escuchaban sus paseos por el
Palacio Real parisino, donde bullía la vida a raudales, más para los ojos
ingenuos, a los que el libertinaje y la libertad les hacía frotárselos más de
una vez como gesto de incredulidad. Además, la belleza cegadora de su acompañante, María Teresa Wilms Montt, hacía que las palabras de aquel chileno de lengua desaforada, cobrasen mayor importancia. Haremos un post de los exiliados.
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