En
el epitafio de la lápida de Marcel Duchamp reza sarcásticamente
“D’ailleurs, cest toujours les autres qui
meurent.” (Por otra parte, siempre se mueren los otros). Un acuñador de
frases célebres, que ante el rechazo de la enseñanza más convencional, buscó saciar
su vocación artística en los cafés parisinos. El hecho es que al pobre de Duchamp no le admitieron
en escuelas artísticas públicas ni privadas, aunque tampoco se amilanó para
cumplir su sueño; peor hubiese sido derivar en la subespecie más peligrosa de
artista fracasado, la de hitleriano dictador. Marcel jamás olvidó su bloc de
dibujo donde sedimentaba su sabiduría a guisa de ocurrencias, frases que
sazonaban los retratos que esporádicamente realizaba entre la parroquia
cafetera: artistas, noctívagos, chulos de matute, señoritos errantes en pos de
un ápice de emoción en sus vidas y que se enredaban con bellas mujeres de mala
reputación, para padecimiento de sus respetables familias. ¿Quién no ha soñado en
su adolescencia como Duchamp, con esbozar en un bloc los rasgos de la persona amada?
Es el prototipo de artista que todos quisimos ser, sin ningún género de dudas,
igual que nos hubiésemos aferrado con los ojos cerrados al tipo de inspiración
que requería Hemingway, para escribir un libro. Como decían los malasombras de sus críticos,
nueva mujer nuevo libro. El americano se bebía la vida a grandes tragos, quizá
por ello le supiese insípida aquélla, cuando acezante, el tiempo se detenía
ante sus ojos, sin que las musas le inspirasen.
Pero
la frase de marras que encabeza nuestro post, se las trae, suena a algo
parecido a frontispicio de oráculo y Marcel, ejerce nemoroso entonces de sibila.
Que los demás mueren es una suerte de pensamiento mágico que alimentamos los
niños en nuestras vigorosas mentes. Esto es, la conciencia del ser que se cree
eterno como el universo y que contempla la muerte como un espejismo, si acaso asume
los decesos de los llamados “otros”. En
realidad, a pesar de que nuestros átomos muten en diversas formas escapando de
la prisión de nuestro cuerpo, son más viejos
de lo que parecen, aunque no de duración infinita. Nos creemos sin fin, hasta
que la devastadora realidad nos enseña con la mortalidad de nuestros seres más queridos,
y a pesar de que nos neguemos a morir, que Thanatos nos espera con su bruñida
guadaña.
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Puente de Sarajevo por el que discurrió el Gräf&Stift |
De todas formas, la frase de Duchamp me vino a la cabeza mientras pensaba en la tremenda escabechina que se produjo durante la Gran Guerra. En ella, murieron todos, los “nosotros” y los “otros”; la mortandad en el campo de batalla fue atroz, de hecho, los británicos perdieron más tommys que en ningún otro conflicto. También me preguntaba qué opinaría del aforismo el encorsetado Archiduque de Franz Ferdinand y su esposa Sophie, asesinados en Sarajevo en la esquina de la calle Francisco José y del paseo Appel. Allí estuve yo, contemplando atónito la escena de una calle moderna, mientras Mr Benzeno, una montaña de músculos de casi dos metros que hacía de guía, me indicaba la trayectoria del Gräf& Stift Double Phaeton que portaba a los dos infelices hacía más de un siglo. En el tole tole de la época, se vengaban con tropos de la coquetería del noble heredero austriaco, que le pudo llevar a la tumba. No en vano, había pedido que le cosieran la guerrera para disimular sus gorduras- ya sabemos que las apreturas son lo mejor para disimular los michelines. Por lo que cuando le quisieron abrir para tratar las heridas, la pechera no cedió hasta que se la rasgaron como pudieron. Unos segundos por lo demás preciosos en la vida del aristócrata, que tampoco hubiese sabido enfrentarse a ella sin su mujer. A pesar de que Sophie tenía un origen plebeyo y el emperador odiaba su “mezquindad”, para el heredero Franz Ferdinand fue el amor de su vida, y conmueve cómo le imploraba a la esposa malherida que no falleciese, que los niños no podrían vivir sin su madre.
Fue
un día de torpezas infinitas, parte de la que llamaban cápsula de seguridad,
quedó atrás de la comitiva por un descuido. Por otra parte, los acontecimientos
de aquella funesta jornada, nos enseñaron que a veces es mejor improvisar un
discurso, que atenerse al pie de la letra del que se lleva escrito, sobre todo
cuando cambian radicalmente las circunstancias. El alcalde de Sarajevo, llamado Curcic, ¡pobre
hombre!, se puso cárdeno cuando Franz Ferdinand le reprendió vehementemente a
su discurso en el que hablaba de una calurosa recepción por parte de la ciudad
a la comitiva de los Archiduques con el famoso: “ Señor alcalde, vine aquí para hacer una visita y me lanzaron una bomba.
Es ultrajante” Luego tras la primera tentativa de atentado terrorista fallida, la comitiva se desvío por
error del recorrido programado, y lo curioso no sólo es que la visita continuase,
sino que el azar cruel le brindase la oportunidad a Gavrilo Prinzip de llevar a cabo su pérfido plan. El resto
de la historia es conocido, el nacionalista, miembro de la organización de la Mano
Negra, balaceó al matrimonio de aristócratas provocándoles la muerte. A
pesar de su mala puntería, su decisión y algo de fortuna criminal, Gavrilo Prinzip logró su
objetivo.
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Las guerras, cáliz de un sacrificio estúpido. |
Como
hablábamos, una sensación de irrealidad flotaba aquella mañana en Sarajevo cuando
paseaba con Luka de acompañante y guía. Decía que había aprendido su
espléndido español, follando con una española. Barba y cara de toro, con un
puro, al que se aferraba con la misma mirada fiera con la que se aprestaba Orson
Welles desde el tendido a disfrutar de una corrida ( de toros, por supuesto). Luka
decía, que el amor acaba en tedio cuando se usa con demasiada frecuencia y que
al final, debes conversar. Con su sonrisa de benceno, me refiere con desparpajo
que durante el sitio de Sarajevo, acosado por los francotiradores, hizo de una
vieja fábrica su refugio, a cuyo socaire merodeaba en busca de los pertrechos
básicos. Fue tanto el hambre que pasó, que Luka saboreaba los restos de gasolina
que encontró en la fábrica, para disimular la gazuza- de ahí le viene el apodo
que él mismo se inventó para sí. Le escucho con la prevención del avezado
extranjero, que no se deja impresionar por las historias de la guerra de
Bosnia, que a veces suenan más a pura ficción que a realidad. Tan de ficción como
los restos de esquirlas de la bomba que arrojaron a la comitiva aquel 28 de
junio de 1914. Un atentado que leído tantas veces en libros de
texto, el salto de las páginas de los libros a la realidad, le instila un dejo de
ficción.
Escribe
Vila-Matas
en París
no se acaba nunca este juego de muñecas rusas, en el que yo digo lo que
dice Vila Matas que escribe Perec en Especies de espacios: «Ver
de verdad algo que durante mucho tiempo sólo fue una imagen en un viejo
diccionario: un géiser, una catarata, la bahía de Nápoles, el lugar donde
estaba situado Gavrilo Princip cuando disparó al archiduque Francisco Fernando
de Austria y a la duquesa Sofía de Hohenberg, en la esquina de la calle
Francisco José y del paseo Appel, en Sarajevo, justo enfrente de la taberna de
los hermanos Simie, el 28 de junio de 1914 a las once y cuarto.» Son
los lugares que yo denomino vórtices del tiempo, tan de ficción como la historia
real que se adensa en sus entrañas. He visitado otros sitios tantas veces
auspiciados en la celulosa de los libros de historia y de las novelas, tan
determinantes para nuestro devenir presente, que al final, acaban por su
normalidad, pareciéndote extraños, como de ficción. Hablaré de estos puntos
encantados y candorosos de la historia, sólo quería introducirlos con este
post.
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