Brumas
del pasado me envuelven, en medio de este intenso tráfago de Madrid, que invita
a la reflexión. Una larga fila de intermitentes parpadeando, las torres
bruñidas de la urbe mientras oteo el horizonte en la M-11 y la radio escupe los
mismos fantasmas de siempre. Parece que el país se hubiese frenado hace unas
semanas, pero seguimos con los mismos ojos embotados del sueño. A guisa con el
terno, y una mañana que adivino frenética, se me va dibujando el en mis retinas
el post de hoy. Don Felipe, que era un enorme lingüista, amante de la Antigua
Grecia y de Roma, acude con pies ligeros a mi auxilio, de víctima de la página
in albis. Su silueta se recortaba contra
la pizarra, algo contrahecha, los trajes le caían que flotaban en su cuerpo
carniseco. Una ligera tara de su brazo izquierdo, le hacía tenerlo encogido y
moverlo como si fuese una vara de hierro. Tenía en el ademán la apostura de las
figuras hieráticas egipcias posando de perfil, con el aroma de los Ducados
pululando y penetrando en nuestras ropas. Con una retranca a la antigua usanza,
nos propendía a los alumnos, con remoquetes de este jaez “ los
chicos sois muy zorros, y ellas muy astutas”. Fue un personaje de otra
época, sobre él que pendían las maldades de los maledicentes, ya que por un
lado le habían endilgado el mote de Rockefeller por sus movimientos de
marioneta y por otro, había quien barruntaba que su brazo herido lo fue a causa
de un duelo. El malhadado barrunto venía por la edad indeterminada de la esfinge,
como de la pobre Marujita Díaz comentaban los de papel cuché, que los egiptólogos tenían
un estupendo testimonio oral de la Tercera Dinastía en sus vivencias.
Cuando
habíamos acabado una de sus clases de lengua, se escapaba en los últimos
minutos de las obligaciones y daba rienda suelta a su pasión por la Antigua
Grecia. – No se ha inventado nada nuevo desde los griegos y de los romanos. En
derecho está casi todo dicho, y seremos una sociedad más tecnificada, pero-
Dejaba al desgaire de la imaginación de cada uno, la interpretación de lo que
había querido decir con el silencio sobrevenido. Una espiral de humo brotó de
su cabeza ladeada. Enseguida nos disertaba sobre la imperfección de la
democracia ateniense, aunque tuviese instituciones interesantes. Quizá hayamos
deformado a nuestra sazón contemporánea la imagen de Atenas, se estiraba los
pantalones y se desprendía de la ceniza que adornaba su terno oscuro. Caspa y
tabaco, de nuestro Antonio MaNchado particular que decía que la forma de
gobierno no siempre predetermina la justeza de una sociedad ( El profesor de Baeza, que
por necesidad garbancera impartía clases a pesar de ser uno de nuestros
mejores poetas, tenía fama de mucho descuido y sus trajes “distraídos” le
valieron el apelativo de su alumnado de Manchado, jugando con su apellido). Así, entre los
ejercicios de sintaxis de las clases de lengua, nos fue introduciendo en la
añoranza que destilaba La República de Platón por el orden de una monarquía
absoluta como la Espartana. El filósofo veía ruina, que los Occidentales como
legatarios de Atenas, hemos idealizado a posteriori. Estimaba que una parte de los fracasos de su polis, estribaba en el hecho de que cualquiera pudiese desempeñar el generalato y reclamar ese derecho al ser ciudadano ateniense y
en último término, el discípulo de Sócrates abogaba por una sociedad donde hubiese una mayor
especialización, a tenor de lo que vertió en su obra. “Sus guardianes” advertía
jocoso nuestro profesor, porque para Rockefeller la vida era todo una chanza, nada sacralizaba
desde su acendrada erudición, inspiraron a los leninistas.
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Los atenienses, potencia belicosa y filosófica |
En otro de sus arranques súbitos, Don Felipe nos enseñó instituciones atenienses como el ostracismo, que
conociendo un poco más la sociedad
española, me ponen el vello de punta. A quién no le viene a la mente el Duelo a
garrotazos de Goya. Sobre las óstracas
que eran unos retales de barro de vasijas se escribía el nombre del personaje público que se pretendía
desterrar durante un tiempo más bien largo En España no sería extraño, si analizamos las encuestas de
popularidad que el Presidente del Gobierno, casi siempre la figura que
despierta más animadversión, dirigiese el país desde el destierro. Por otra
parte, recordemos que en Atenas, cualquier ciudadano libre, no los mujeres ni
los esclavos, era político y estaba sujeto por ende a las represalias de esta
bendita institución, que a pesar de las idealizaciones de la cultura
occidental, también ejercían despreocupadamente. Valga como botón de muestra la
historia que refiere Plutarco a este respecto. Cuenta que un analfabeto pidió ayuda para escribir
en la estela de la ostraca el nombre del personaje público que quería repudiar,
con tal fortuna, que el propio afectado, el gran Arístides, tuvo que tragarse
su saliva, puesto que el compatriota le señalaba a él. Aquél le dijo que no tenía nada contra ese buen hombre, sólo que le
cansaba escuchar que tantas veces se alargase el nombre con el apelativo de “justo”.
Arístides por supuesto escribió su nombre sobre la concha de barro.
Otra mañana que quejicoso, los achaques no perdonaban a nuestro vetusto profesor,
pero tampoco aquietaban su espíritu burlón, porque enseguida volvió a hacernos
uno de sus juegos de palabras con los que veleidoso, nos amenizaba la clase.
Habló largo y tendido sobre las imperfecciones de la democracia ateniense, que
no griega, reiteraba mientras expulsaba salivajos, hasta que nos dijo que la
palabra proxeneta había caído en desgracia desafortunadamente. La clase entera
se partió la caja con la observación, y qué irreverente, pensamos la mayor
parte del alumnado. ¿A ver por dónde nos sale éste? nos preguntamos otros. Como siempre, tenía razón el añoso
profesor: en la antigua ciudad polis, los extranjeros estaban excluidos de las
instituciones, aunque gozaban de una figura de intermediación el “proxenos” o proxeneta, que mediaba con
la ciudad en los asuntos que pudiesen afectar a la comunidad extranjera (xenos=extranjero)
y aliviaba sus cuitas, pues no en vano, los atenienses apreciaban su convivencia
dentro del recinto amurallado. Otra cosa era extramuros, donde percibían a la
ciudad griega como una potencia de dominación bastante belicosa. Sirva este post como
introducción festiva al mundo griego. No os puedo describir, por inefable, la
perplejidad que significó qué el proxeneta no estuviese denostado en la antigua
Grecia. Próximamente analizaremos Las Guerras del Peloponeso, que tantos
parangones ha traído y en las que muchos ilustres buscaron la inspiración.
Alguno soñará hoy conque un Rey como Arquídamo que electrice a las masas con sus
vibrantes discursos, y ejerza su liderazgo ejemplarizante, se haga cargo de nuestro gobierno. Como decía creo que Segismundo: "La vida es sueño, y los sueños, sueños son".Volveremos sobre
ello, seguro.
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