Sus
cigarros americanos asomaban en la cajetilla, mientras Don Juan expedía grandes
humaradas azules y replicaba a la zarabanda de clase, con estentóreos golpes de
su martillo de juez. – ¡Silencio, por favor, muchachos! ¿Os ha quedado claro el
Criterio de Stolz?- Era un joven profesor de matemáticas, muy
histrión, que te vigilaba por aquellas pequeñas aberturas de sus ojos. Su vida
íntima era un misterio insondable para la clase, que especulaba con sus ojeras
y la falta de aliño de su barba de todos los lunes. A veces te regalaba
socarrón una media sonrisa, que tenías que barruntar en su barba pelirroja y es
que la mayor parte del alumnado, hubiese muerto por ser su confidente o
cómplice en las charlotadas que montaba. Otras veces se retiraba su sombrero de Indiana Jones y hacía
restallar el látigo, para que el silencio fuese el protagonista del aula. Con
todo, gracias a él y a sus números circenses, fuimos capaces de escapar del tedio
que significaban las plúmbeas resoluciones de ecuaciones en diferencias y el
resto del aparato matemático de una ingeniería.
Pero
más que una glosa a un maestro en el más amplio sentido de la palabra, quería
reseñar que escribía libros de matemáticas, donde amen de las sensiblonas
dedicatorias, plasmaba las citas de un Eric
Ambler, cuyas novelas le
apasionaban. No fue hasta mucho más tarde que me topé con La Máscara de Dimitrios en el anaquel de una Casa Rural, cuando
estuve a punto de caer en una severa depresión, por la falta de lectura (no
había cargado con suficientes libros mi maleta). En aquella ocasión sonreí y
fue inevitable la remembranza de Don Juán, como hoy, que he concluido la
excelente Epitafio para un espía. Epitafio
tiene reverberos de las mejores novelas de Agatha Christie, porque tras una
confusión con unas cámaras y unos carretes, un apátrida llamado Josef Vadassy
es acusado de espionaje. Su única defensa, averiguar quién como él posee una
cámara Contax. Aparecerá la ineluctable galería de sospechosos y el lector
deberá como en el Cluedo, ir
sopesando al hilo de las pistas que nos ofrece Ambler, quién de ese racimo de
huéspedes del hotel, será el verdadero espía. Una excelente novela de suspense
ambientada en el período de entreguerras, durante el cual la desconfianza entre las
naciones europeas, fue escalando muchos gradientes.
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Infinitas lápidas e historias |
Vadassy
es una criatura arquetípica de Trianon: tiene un pasaporte yugoslavo, y a pesar
de sus orígenes magiares, sería mal recibido en Hungría y no digamos en
Yugoslavia. Ese es el punto flaco de Vadassy que la policía francesa explota a
fin de que se convierta en un cebo para el verdadero agente de la potencia
extranjera. Su pavor a ser deportado y sus vanas esperanzas a ser reconocido
ciudadano francés, son los hilos con los que le mueven como un títere. Cuántos
costurones remiendan las fronteras de Europa. Mi amigo Zoltan, que escancia las
palabras cuidadosamente, en cambio, habla ¡en pleno 2016! con embeleso de la
Gran Hungría y de los millones de compatriotas condenados a vivir fuera de su
país. La Unión Europea es sin duda un puntal del bienestar, pero no debemos
olvidar que recose y zurce los viejos malentendidos, por eso, cuando resucitan
los nacionalismos y las vetustas rencillas, uno suspira porque impere el
entendimiento y para que muchos comprendan la trabazón de paz que en el interés
común, comporta la UE. Todo este sueño se puede algún día esfumar. No
olvidemos que los Vadassy no son sólo una recreación del ingenioso Ambler, sino
que llegaron a encarnarse en el día a día de muchos europeos del siglo XX,
víctimas de la sinrazón de los tratados. Es en este contexto donde
debemos valorar la importancia de Schengen, no perdamos la perspectiva, es una bendita excepción a lo largo de la historia.
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