- - Y
tú, Muna, ¿no crees que han desaparecido los héroes en Occidente? - Manuel Ontiveros
tiene severos ramalazos de elocuencia, cuando sus labios esponjosos se empapan
de gin tonic. Trémulos por el regusto, escupen preguntas, que a Muna le azoran (me
llamaba Muna Lisa en el Instituto por mi sonrisa misteriosa, nada de
travestismos). Es verdad que habíamos prescindido de los güisquis porque nuestro venerado Bukowski llamó a la
bebida del santo grial de nuestra juventud, la sangre de los cobardes. Como no adivinábamos
qué intención guardaba el poeta, tras una frase con varias
interpretaciones, nos pasamos al ardoroso absenta en honor a Modigliani durante
un tiempo, y finalmente a la Gibay y
al pepino, que tiene muchas vidas y usos.
– Nadie sacrificaría su vida por un ideal, somos demasiado blandengues.
– Insiste mi amigo zambo y de andar clueco. Yo le repongo que de héroes y
túmulos se llenaron los camposantos de la Gran Guerra. Mientras Varela, con sus ojos despavoridos,
teme otra porfía repleta de oquedades, en la que nos apostaremos Ontiveros y Munari hasta que
cierren el bar.
Poco después, aclaramos que la
heroicidad y la inmortalidad guardaban una íntima relación en la Antigua
Grecia. Aquiles quería trascender a su tiempo, y que sus hazañas alcanzasen el
suficiente eco para que se siguiese hablando de él en las generaciones sucesivas.
Pero es verdad como dice Manuel y asiente Varela, que la modernidad ha traído
demasiado descreimiento y que el tiempo, como infinito, todo lo carcome para
que incluso el inefable Aquiles un día, nos suene extraño. Los musulmanes por el contrario, llenan de
imágenes vívidas sus retinas de lo que es la Umma, o comunidad, que traspone
las barreras del tiempo, esto es, su vida y sus sacrificios tienen eco en la
comunidad musulmana y reverberan a lo largo del tiempo - lo que en Occidente
consideramos menosprecio por la vida-. Jim Houram nos ilustra este abstruso
concepto con el periplo de Ibn Jaldún, un eximio musulmán cuyas andanzas
todavía se estudian en la Universidad del Cairo. Jaldún nada tiene que ver con
las bestias pardas, que se suicidan sembrando la barbarie y la aniquilación.
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La inmortal llama de Cinema Paradiso. Museo en Palazzo Adriano(Sicilia), dedicado al rodaje de la película |
En cualquier caso, más allá de concepciones que nos provoquen bastante
perplejidad, Leonardo Padura, el primer premio Princesa Asturias de la Letras, nos
sugiere en un artículo, que la inmortalidad es caprichosa y muchas veces, se nos presenta en forma de
espejismo. Tipos como Stalin que vieron erigirse miríada de estatuas, y a los
que se les habían reservado mausoleos faraónicos, jamás imaginarían que el
oprobio caería sobre ellos una vez muertos. Repudiado a su muerte por sus
compañeros de partido, Stalin, quiso construir quimeras con el légamo de
millones de almas. Tanto temor despertó entre sus coetáneos, que nadie quiso
entrar en su pieza a cerciorarse si había muerto de verdad y su perecimiento fue una larga agonía (también se habla de unos papeles que desaparecieron y
esta especulación ha dado frutos en forma de novelas de desigual factura).
Otros personajes como John
Kennedy Toole, que nunca hubieron soñado con un reconocimiento póstumo, por el
desvelo de una madre, que creyó en él y entregó unos papeles a un profesor
universitario, fue invitado inesperadamente al Olimpo de la literatura. Cuartillas
emborronadas con las letras picudas de Toole, guardaban en realidad un precioso
secreto para los lectores gourmet: La
Conjura de los necios. Todavía
recuerdo las carcajadas que me produjeron los pañuelos que sembrados por
doquier, se habían convertido en la prueba del delito onanista del protagonista
( espero que mi madre no empiece a recelar también ahora, que sabe nuestro
secreto). Más de lo mismo ocurre con
Vincent Van Gogh, al que sus flamígeros cuadros, que en algunos casos había
abandonado como mal pagador en las
fondas o como contraprestación, sirvieron para ejercitar la puntería en los
desvanes. También el amigo que cansado de la indolencia de Modigliani, le
imprecó que tirase al foso los Tres bustos que el artista italiano pretendía
regalarle, no fue capaz en vida de vislumbrar la inmortalidad que le estaba
reservada a Dedo. Quizá cansado de
las ínfulas de artista del giróvago, perdió un verdadero tesoro con su desdén. De
esta guisa, de sabios especuladores, la tarde de cielos metálicos se nos fue desvaneciendo
con nuevas querellas y gin tonics. Hasta que Varela da un respingo en su
asiento, y dice que se le ha hecho tarde. Curiosa especie la humana que mide y
tasa algo que es infinito como el tiempo. Ontiveros añade que la obsesión del género humano por acotar,
pesar el tiempo, obedece a la necesidad de coordinarnos y de
que todos funcionemos al unísono, como un reloj suizo. Tiene razón y cuando la
tiene, más vale callar.
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