Julio
goza de un talento innato con los pinceles y lapiceros. Característicos olores
de nuestra adolescencia fueron la trementina aferrada a sus jerséis de lana, y
el perfume de la cazoleta de su pipa de tabaco, que nos impregnaban cuando
llegábamos a su casita de pasillos angostos. “Donde las casitas bajas” nos repuso a nuestras dudas y presurosos, la
primera vez que buscábamos entre el dédalo de casas bajas, su morada. Nunca
supe si se trataba de Coslada o San Fernando, es lo de menos, aunque sus
hechuras reducidas la convertían a nuestros ojos en una casa encantada. Julio
la llamaba la Casita de Pin y Pon, y es verdad, que cuando discurro ensimismado
a veces me topo con ella, y en ruina, me parece infinitamente pequeña. Había un
poeta que hablaba de las dimensiones de la infancia, que se jibarizan producto
de la plasticidad de nuestro cerebro (según algunos psiquiatras nuestra materia
gris adapta lo que nos rodea al tamaño de nuestro cuerpo). La cuestión es que nos
recibía con sus ojos embotados por la penumbra, y el mentón desafiante en una
pose típicamente mussoliniana. Sin
duda algo fanfarrón, pero qué artista no
cree en su obra y se pavonea afectadamente. Para completar su semblanza decir que era alargado, cetrino y desgarbado.
Enseguida nos invitaba a pasar sin más dilación, con el fin de que no quebrásemos
su aura creativa – ¿Mirad lo que estoy haciendo, chicos?
De
verdad, que nos hechizaba mientras empezaba a bosquejar hábilmente los primeros
trazos de una figura en su bloc de dibujo. ¿Qué será con lo que nos sorprenderá
esta vez? Aunque a su casa nos habían traído otros menesteres, pues Julio se
encargaba de los dibujos de nuestro fanzine,
con caricaturas frescas y no exentas de polémica, que nos granjearon un
sinfín de rapapolvos. Como le advertía su propia madre, que volvía con cajas
destempladas cada vez que experimentaba los benditos revolcones de los tutores
del Instituto- en caso contrario, el indomable Julio se hubiese descarriado- “menos mal que no existen los duelos en
nuestra época, porque sino”. Nuestro catálogo de afrentas había crecido con
las caricaturas del inefable artista y mis personajes interpuestos ( cambiaba los nombres,
emborronaba las características y mezclaba las anécdotas, y se apostaba en las
aulas quién estaba detrás de las historias de Muna). Sus cuadros parecen
remedos de los de Antonio López, cargados de un hiperrealismo rayano con la
fotografía. Sin embargo, al cabo de los años se decidió por el rubro más
prosaico de la ingeniería, dado que no se veía a sí mismo en el Parque del
Retiro entre la barahúnda de meritorios, que mendigan la atención de los
viandantes.
En
todo esto pensaba entretanto me dirigía de nuevo a una de sus singulares escenificaciones.
Genio hasta la sepultura como cuando se rompió los paletos intentando un salto
mortal en su período zen. El físico y la mente, la creatividad y las energías,
todo uno. Su tía muy rumbosa con los cuartos, no dudo en pagarle la costosa
reparación de la dentadura, pero Julio, soñaba con un MAC para sus diseños
gráficos. Por lo que esbocé una sonrisa, al recordar que se había comprado una
réplica de dentadura en una tienda de disfraces y medio abría la boca para que
la inocente hermana de su madre, observase lo bien que le había quedado el
arreglo. De pronto, enredado en los recuerdos, había llegado sin darme cuenta a
la tienda de deportes donde nos iba a enseñar su última obra. Un vinilo de
Zidane hiperrealista que le distrajo unas cuantas semanas, en las que escapaba
a regañadientes del control férreo de su esposa sargento. Su otra pasión el
fútbol, madridista hasta la médula, y ahora que Zidane ha cogido la manija de
su equipo, está rozando el éxtasis. Todos
nos asombramos con su creación y casi estábamos seguros de que se trataba de
una fotografía. “Ohhhh, no puede ser”
Los más escépticos y envidiosos señalaban espuriamente que para eso, es mejor
tener una cámara que unas manos hábiles. ¡Cochina envidia!Para convencernos nos enseñó la serie de bocetos que
había realizado para concluir en el vinilo. – ¡ Magnífico, Julio, no sé cómo
dejaste de pintar, si se te da fenomenal! Un aplauso espontáneo de las veinte
treinta personas que contemplábamos su obra, le llegó a ruborizar. Menudos
fastos, si bien mi amigo es un artista incomprendido y me explico.
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¡Qué tendrá el fútbol que a todas las especies apasiona! |
Cuando llegó su esposa, una mujer de bemoles, le dijo que hiciese el favor de
venirse a un aparte. No quería espantar a la concurrencia, que calurosamente
había premiado la última creación de su marido. Me contó después que la cara de
Darth Vader le hubiese parecido la de
Blancanieves en comparación con la de
su mujer, cuando le barbotó con desdén muy medido, que “ todo eso estaba muy
bien, pero que habían pasado seis meses y los toalleros del baño todavía no
están puestos, para lo que quieres, sí que tienes tiempo”. Y le dejó ahí piantado, tras dar la espalda a su
creación en todo momento: el Zizou de la novena empalmando una espléndida volea.
Yo proclamé cuando me vino a contar sus cuitas, que la vida es cuestión de
prioridades. Las mujeres jamás entenderán porque nos apasionaba tanto un tipo
calvo jugando en calzoncillos. – En el fondo no dejan de tener razón, Julio. –
El asiente con la cabeza.- Y cuanto más lo expliques, peor, niño.- Mi amigo con
la cabeza gacha parece un colegial. Dónde estaban aquellas ínfulas de artista
indomable, pero Begoña es mucha Begoña y con el fútbol hemos topado, señores, más
incomprensible para algunas doñas, que la Teoría de las cuerdas. " Es mejor, Julio, que le pongas los toalleros, a qué esperas, muchacho"
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