La corrupción en la España de Chaves Nogales

 

No tenía cuerda su reloj de pulsera, pero la luz en el gabinete le dio una impresión de la hora que correría a esas alturas de la tarde. Don Manuel Chaves Nogales dada su afición a los clásicos griegos y españoles, Calderón de la Barca y Esquilo, abrigaba con decoro aquel ejemplar ajado, de modo que maniobró con cautela aquel libro con las aventuras de Belerofonte. En realidad, aguardaba a que las galeradas del Ahora, se convirtieran en la tinta fresca de la mañana. Le habían pasado cosas, pero ninguna como los titulares que lucirían en aquella tirada, que le causaron tanta perplejidad. Alejandro Lerroux dimitía por el escándalo que hizo que también su formación política, el Partido Radical, implosionase.

Manuel Chaves Nogales y su esposa, el gran periodista y referencia ética.

Un periodista incómodo, ese Santiago Vinardell, en lo que el partido  había llamado extrañas fabulaciones, logró establecer la conexión con su sobrino Aurelio Lerroux, siempre disipado, aunque su sobrino más dilecto. Recordaba al Presidente del Consejo de Ministros esa vitola de juerguista que él había abandonado, en esos tiempos cuando era conocido como el Emperador del Paralelo, y en Barcelona aquellos que le cogieron la matrícula desde un primer momento, le acusaban de demagogo y populista. Tiempos de pistolerismo de la patronal, y del anarquismo más violento, la única forma de atraer al redil al lumpen proletario, se defendía el Presidente del Consejo de Ministros, por esos pecados que tildaba de juventud, la demagogia: prometer lo imposible, y con idéntica propuesta presentarse a todos los comicios.   Las altas exigencias, redondo como una peonza, sus tribulaciones, ese ser denostado en prensa, Aurelio Lerroux, había aceptado como soborno un mísero reloj, ni siquiera le habían pagado lo prometido.

 

Lerroux, el emperador del paralelo.

- Don Manuel, se lo aseguro. - El Presidente le miraba a los ojos en lo que Don Manuel interpretaba como una ilusión de sinceridad. El día anterior le había convocado de forma extemporánea, para ejercer a guisa de confesor, y el periodista rememoraba el encuentro. - No tengo nada que ver con ese embrollo. - Las malas compañías como Juan Pich y Pon, le habían causado esa desgracia por confiar en quien no debía. - Hay personas malas, señor Chaves Nogales. - Lerroux le afirmó que la intriga del estraperlo se originó en el extranjero entre Strauss, Indalecio Prieto, Manuel Azaña, Martín Luis Guzmán, «un gran amigo y admirador de Azaña, que le sirvió para varios menesteres», y «un consejero de Estado que disfrutaba de la intimidad y confianza de Don Niceto». El director del Ahora convocado por Lerroux, por el que tuvo cierta debilidad durante los hechos acaecidos en octubre del año anterior, porque se vio obligado a enderezar la Revolución de Asturias, un golpe de estado en toda la regla, con mano demasiado firme. Desde la CEDA, esos mismos que según Don Alejandro le hacían la cama en este caso del estraperlo, le pidieron en aquella funesta ocasión, condenas de muerte ejemplarizantes. - Y ahora, se puede creer, Don Manuel, a veces me apoyan, me dicen que forman parte del Gobierno como que Gil Robles se excita y me grita en medio del Consejo que no deben apoyar cuando hay cosas que se deben dilucidar en los tribunales. Chapaprieta ha presentado los papeles en el juzgado porque al muy cagón le quemaban en las manos. - Por lo concerniente a este caso, habían corrido como libelos los porcentajes que se repartirían esa recua de corruptos según Strauss: Alejandro Lerroux recibiría el 25 % de los beneficios; Juan Pich y Pon, un 10 %; Aurelio Lerroux,  Miguel Galante y el periodista Santiago Vinardell, tocaban a un 5 % por cabeza. - ¿Le da usted crédito a esos papeles que ese extorsionador hace circular por ahí? ¿Sabe cuánto me pedía, cientos de miles de francos para resarcirle de las pérdidas que le había provocado la no concesión de la licencia de explotación de su ruleta? No cedí al chantaje y vea las consecuencias. ¿Me cree, Don Manuel?

- Por supuesto que sí, Excelencia.  

Juan Pich y Pon, empresario y político caído en desgracia por el estraperlo.

Pero como diría Don Manuel, esta historia del escándalo del Estraperlo tiene un principio. Dos empresarios Daniel Strauss y Johann Perl, quédense con el primero porque será importante para ilustrar el alcance de ese relato, quisieron introducir el juego de una ruleta trucada, para lo cual requerían las licencias de las distintas administraciones. Su laboratorio de pruebas serían el Casino del Gran Kursaal en San Sebastián, después de varias exhibiciones que habían comenzado en Barcelona y una tentativa en el Ritz de Madrid. Su juego era no más que como un retruécano matemático, puesto que no estaba sujeto a ningún albur, sino a la retentiva y a la capacidad de los apostadores de hacer cálculos numéricos con la mente. Sin embargo, investigadores pusieron en solfa aquella máquina del diablo, por cuanto demostraron que estaba trucada para desplumar a los incautos clientes.    

El Casino del Gran Kursaal

– A veces mencionado como Perlowitz. Pero si hubieran leído a Larra, o precisamente por haberlo leído, David Strauss sabría que aquí los negocios pueden demorarse siglos y quiso como un tahúr comprar esos trámites. – Apuntó a los tipógrafos el director del Ahora con cierta sorna. Habían avisado a Don Manuel, de que las primeras ediciones estaban calentitas en prensa. Ceremonioso se prestó al ritual de leer esa primera edición, para lo cual descendió a las prensas por las escaleras, que se hallaban en el sótano. Ya era madrugada y era lo propio, porque el ascensorista había acabado el turno a las once. Llegando a las prensas, le recibieron unos linotipistas que tenían por eso de la falta de luz, el color de la piel de los leprosos. Don Manuel no prestó demasiada atención a las ceremonias de aquéllos y se limitó a bosquejar una oficiosa sonrisa. Pero no dejaba de pensar que todos aquellos casos de corrupción estallaban porque alguien de la red, no había quedado conforme con su parte del negocio. Nunca como se apuntaba en prensa gracias al avezado reportero, que era un ardid para proteger a la sagrada fuente. En este supuesto, una nota que llegó a la prensa a través de la secretaría particular del Presidente del Consejo, había desatado un mar de especulaciones entre los plumillas que cubrían las noticias de Presidencia, y que rezaba literalmente: «Ha llegado oficialmente a poder del Gobierno una denuncia suscrita por un extranjero, cuya personalidad no consta de un modo auténtico en España, en la que se formulan acusaciones contra determinadas personas por supuestas irregularidades cometidas con ocasión del ejercicio de funciones públicas. El Gobierno ha trasladado de oficio esta denuncia al fiscal, con el propósito de que se practique la más amplia y escrupulosa investigación».

Volveríamos a hablar de Don Santiago Vinardell, que nunca reconoció su pertenencia a la red del estraperlo. Había amenazado hasta con denunciar al sobrino dilecto del Presidente del Consejo de Ministros. Por su parte, el señor Chaves Nogales conocía a Vinardell, que tenía un mal café proverbial, siempre apegado a sus cigarrillos americanos. Lucky Strike era la marca preferida del susodicho, una chimenea andante. La última vez que lo vio, se había dejado grandes mostachos, alineados con unas cejas espesas, y una calva bien bruñida. Sería una cuestión aparte, que le dieran tan mal pago los frentepopulistas, que acabarían con su vida en Vicálvaro antes de acabar el año 1936. El señor Vinardell que se consideraba ciertamente algo progresista, por esos avatares del destino, con los que se enfrentó el Conde Godó que tan ingratamente premió su fidelidad en una de las cabeceras de la que el grande de España era propietario. Por ese artículo tan acre contra la gran figura del Dictador Primo de Rivera, que moriría de pena  Por irse de la lengua respecto a la ruleta trucada, había facilitado la caída del Gobierno del Bienio negro por las izquierdas. ¿No merecía acaso un premio? Y los frentepopulistas lo fusilaron.

Con todo, nadie reconocería ese Madrid crepuscular de la guerra, ni siquiera Don Manuel, con extranjeros como Andrés Malraux, que en lugar de venir a combatir al frente de la ciudad asediada, parecía con su patulea de adoradores, querer encontrar el Vellocino de Oro. También en ese asedio contra el gobierno de Lerroux, destacó el diputado monárquico Goicoechea, que en esos meses primeros de la contienda huyó a Portugal muerto de miedo para que no le hicieran lo mismo que a su admirado José Calvo Sotelo. Hinchado como un pavo real, desde la tribuna pontificó que: «Si se tratase de una denuncia poco razonable o no suficientemente justificada, ¿la hubiera entregado el Jefe del Estado para que fuera origen de actuaciones gubernativas y en su día de actuaciones judiciales? Sería necesario que una Comisión parlamentaria se encargara de esclarecer si existe o no motivo para el desprestigio y para crear la atmósfera de inmoralidad y de corrupción que indudablemente con protesta de la opinión, rodea a muchos de los que han ejercido funciones públicas.» Mas intervenciones de tono de Savonarola parlamentario, fueron las que más hirieron al ejecutivo de Lerroux. Al mismo tiempo que esto pensaba Don Manuel, daba su visto bueno a la primera edición, que anunciaba la dimisión de Lerroux. Eran las dos de la mañana y aún le daría tiempo a echarse una cabezadita.  

 

Goicoechea, el diputado monárquico que lanzó filípicas contra el estraperlo.

 

Coda final: Me vino la historia, por la fraternal corrupción y algunos desplantes en los tribunales, que no son tales sino argucias a las que se prestan algunos abogados, y que han sido protagonistas de las noticias de la semana. Siempre me atrajo este neologismo puramente español, y de tan triste fama en la posguerra, por ese tráfico del mercado negro, que permitió grandes fortunas a raíz de las necesidades de la población. Quizá si las autoridades franquistas hubieran sabido que la intervención de precios, si es por debajo de los costes, acarrea escasez como fue el caso y si es por encima de los costes, abundancia, habrían pensado en otra estrategia económica, seguro. Si alguien se interesa aún más por este escándalo puede leer las vertiginosas páginas, que de forma extendida tocan esa trama tentacular y que se esconden este fabuloso link.  

Desfile triunfal de las tropas moras en Gijón, tras sofocar la Revolución de Asturias.