Ir al contenido principal

El anillo de Giges

 

La conciencia no nos vuelve invisibles, aunque lo seamos. Revivía esa reflexión, que algunos confunden con una ilusión de conciencia. Ella, de existir, tiene nombre de mujer, y me persiguió para ahogarme en mi propia culpa. 

Mucho rollo folletinesco para el detective de ojos pastueños y cejijunto, que me miró con tedio. Le podía haber dicho que provenía del planeta Marte, que habría encajado mi aserto con la misma casmodia, que compraba una barra de pan.  Encima el River se jugaba la liga en la última jornada. - ¡Joder, no me jodás, que han fallado un penalti! - Le chivó el compañero subinspector, que entró en aquella sala. Una cara de fastidio, porque se estaba escribiendo la historia del balompié argentino, y él tenía que atenderme.  Sin esfuerzo, sin prosodia, el cigarro colgaba de los labios leporinos del inspector Alfio Bertone, que no se creía un moco de mi historia. Un loco más que viene a confesar un crimen que no ha cometido. Al pedo conmigo, soltó una letanía. 


De DemonDeLuxe (Dominique Toussaint) - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1045727
Un anillo con poderes mágicos.


- ¡Espere, agente, espere un momento! - Le cogí del brazo, y no tuve más remedio que ponerme aquel anillo en mi dedo y sucedió lo inevitable, magia o llámenlo como ustedes quieran. Tras mi demostración, me pidió que me volviese a sentar. Una pieza que a guisa de confesionario,  se mostraba como un parco reflejo de la austeridad, que brillaba en aquella comisaría de Buenos Aires. Mi viejo dice que las cosas cambiaron después de la crisis del veintinueve en mi país. Los milicos, el peronismo y su demagogia, nos ha hecho vivir en un país destartalado. Repiqueteó entonces la Olivetti como el ensueño de una mariposa. No en vano, seguía la estela de mis palabras. 


De Anónimo - Dorotheum, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=23156650
El mito del anillo de Giges.


Mi víctima, Alan Prendergast, argentino o americano, se debatía entre sus dos nacionalidades como universos paralelos. Un necio redomado en cualquiera de las dos. Todavía recuerdo su sonrisa insolente, cuando me encontré con Alan por primera vez en el Laboratorio Curie de París. Ambos éramos físicos teóricos becados en institución tan prestigiosa. Sin duda tenía una mente brillantísima, y sorprendía en cualquiera de sus planteamientos. Pero por su arrogancia, bien parecía que iba a resolver todos los misterios del universo habidos y por haber. Su afán de aquellos lejanos setenta, dar un cierre a la teoría de cuerdas, mucho antes que Edward Witten.

 -  Es el Santo Grial de la física, Gumer. - Me llamo Gumersindo Porras por si no me he presentado. Siento la descortesía. - Si encontramos la solución, lograríamos unir Física cuántica y relatividad. Te das cuenta de la magnitud del logro, Porras. - Dijo con unción. Pero un día ya de vuelta a la Argentina, me hizo sentir una punzada de envidia y de que algo grande se mascaba. En la pizarra, una nube de letras alargadas y garabateadas en su casa de la calle Charlone, en Villa Ortuzar. No obstante, me invitó a dar un paseo por su alfoz de calles elegantes y desconcertantes veredas nocturnas. Allí me confesó haber descubierto la verdadera fe. – La ciencia es una mierda. Nunca saldremos de pobres, amigo. Nos haremos puretas sin una luca en los bolsillos. 


De Ojan - Trabajo propio, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3962763
Edward Witten, el gran físico teórico.


Ahí entre las veredas de eucaliptos, le habría abofeteado. Su expresión de panoli, la piel de centeno y el pelo como la gelatina. Prefería la púrpura de los despachos al trabajo mal remunerado del laboratorio. En los años siguientes, fui testigo de su ascenso por las revistas de negocios, cada vez más alto en el cielo de la dirigencia argentina. Prendergast se había especializado en las reestructuraciones de corporaciones. Su lema, "son números, no es nada personal" cuando pateaba a cincuentones al paro.


De Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, CC BY 2.5 ar, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=16835905
Emblema del barrio que habitaba Prendergast.


También me desunía con ese presuntuoso, sus infamias con las mujeres.  Especialmente con una, cuando me lo contó en un  bar  angosto de la Avenida Corrientes, que regentaba un madrileño y adónde me había invitado a tomar churros. - Lo siento, Gumer, no tienen Porras, solamente churros. - Le hice un gesto con la mano quitando importancia a su broma. Para venir seguidamente su andanada.- Me cogí a Beatriz por delante, por el culo, me folle a esa mina por todas partes. ¡Dios, una puta en la cama, como debe ser! - La Russo había sido mi amor platónico, y él que lo sabía, me crucificó con insinuaciones.- Algunos os tenéis que confirmar con los restos, repasar las babas de otros. A mí no me placen esas cosas. Si quieres puedes cogerte a esa mina. El taxi tiene cartel de libre, que sé que te gustaba mucho.

Por eso, en cuanto me invitó aquella tarde de verano a su casa de ladrillo visto, nunca esperé lo que me depararon las horas posteriores. Largos circunloquios sobre qué haría si realmente nadie pudiese ser testigo de mis hechos. - ¿Qué hechos, Alan?

-Llamémoslos fechorías, vos lo que mejor se te acomode. ¿Querrás tener el don de la invisibilidad para que nadie observase tus actos delictivos? - Insistió.

- No entiendo nada, señor Prendergast.

- Una de las historias más fascinantes de mi infancia me la contó mi padre, cuando vivía en el consulado.- El mítico Norberto Prendergast, al que los yanquis purgaron en plena Guerra fría por sus presuntas simpatías con los comunistas. Por eso, el sentimiento apátrida de Alan Prendergast, meras especulaciones dado que era imposible sentar a mí conocido, más bien desconocido, en un diván. Le escuché decir que Don Norberto le había relatado la existencia de un mito en la antigüedad sobre un anillo que otorgaba el poder de la invisibilidad a quien lo portase. El anillo de Giges. El cuento de un pastor que con ese don llegó a ser rey. Y Platón, utilizaba la historia con sus epígonos como parábola de lo que los hombres eran capaces de hacer si había testimonio o no de sus fechorías. La verdad es que no estaba de humor para escuchar sandeces. 


De Desconocido - Marie-Lan Nguyen (2006), Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1307144
El gran pensador, Platón.

- ¿Tú pagarías impuestos si nadie pudiera saber si lo haces o no? Yo no y muchos de ésos que predican tanto por la sanidad o educación pública, menos todavía.- Una mueca lasciva a continuación. - ¿O no le tocarías el busto a esa morocha del autobús que todavía nos la pone? - Me estaba produciendo asco su lista de proezas, cuando Prendergast se puso el anillo y desapareció.

-Joder, Prendergast, me das miedo.- Unos segundos de suspense, hasta que me dio un leve toque en el hombro y apareció a mis espaldas.- Cómo lo has hecho.

- Nanai, ésa no es la pregunta, sino si el íntegro y moralista Gumer, me pedirá el anillo para hacer algo amoral o carente de ética. Yo creo que sí, que llegado el momento lo hará. Piensa en algo que te gustaría hacer. 

-¡Nada!- Le corté en seco sus insinuaciones y me fui con cajas destempladas. 

Y nada hubiera hecho, si hacía unas semanas no me hubiera encontrado a la Russo en el Tortoni. Lánguida, me contestó con voz meliflua a mis preguntas que parecían una requisitoria. Ya lo sabía pero le saqué su relación con el insoportable Prendergast, por tener su versión de los hechos. - Rompimos hará unos meses. Llámame loca, yo que siempre creí en la independencia de la mujer, no sé si podré vivir sin él.

- Tan feliz fuiste.

- Nada de eso, fue un infierno, por sus continuos celos. Incluso un día me pegó un puñetazo en la cara. 

- ¿No me digas que te dejaste?

- Fue una mañana que íbamos a un cóctel y me dijo que para qué me pintarrajeaba como una chancha. Sí, la Russo que soñaba con ser independiente como la Dietrich, qué espejismo, ahora suplico complacer a mí amo, Alan Prendergast. - De pronto, un rubor y un miedo resurgió en sus pupilas. - No debería habértelo contado, Gumer, tu eres su amigo y yo le quiero recuperar, quizá en algún momento.- Noté en aquel instante que Beatriz había envejecido, y que se fue como una sombra de añoranzas de lo que siempre había sido. Me contaron que dos días después de nuestro encuentro en el Tortoni, se dejó ir,que cayó involuntariamente a las vías del metro. En su velatorio miles de historias y que quizá apareciese Prendergast. Sobrevoló su nombre como el de un fantasma, cuchicheos al desgaire, que me permitieron comprender la otra parte de la historia. Por él o más bien, "por ese hijo puta" se había divorciado me contaba su amiga Violeta, con tres pibes de seis, ocho y doce años. - Para qué, para nada, ¿vos comprendés? - Arrebolada Violeta, fumaba compulsivamente. Se lo debía según su amiga, pero Alan no hizo acto de presencia en el funeral de la Russo. Sí el compungido marido, que la seguía queriendo. Una figura descompuesta allende de mis retinas, que captaban todo con demasiada clarividencia.  


De Rcidte - Trabajo propio, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=4891063
Figuras de cera de ilustres, que pasaron estupendas veladas en el Tortoni.


 Días después del funeral de Beatriz, se multiplicaron los encuentros con Violeta, con la que fui intimando, y en el cafecito El gato negro, crecieron las conspiraciones contra Alan Prendergast. Ella, no lo sabía, que tenía un as en la manga y se mostró enojada con el sino universal. - Gumer, no existe la justicia divina ni aquí ni allá arriba - Un cendal de su pucho nubló sus ojos azules. Me enamoró la cara redonda de cupletista española de Violeta.- Por ejemplo, ese pelotudo de Prendergast. Se cogió a mi amiga Beatriz, desmontó a capricho un matrimonio con tres hijos y lo peor es que la más hermosa y noble de las mujeres, dejó de ser quien era. Me puedes creer, Porras, que en los últimos tiempos no era ella. Como si no tuviera vida en sus ojos. Ese vampiro de Prendergast.- Un quejido- Yo sí creo en Dios, pero pienso que no se detendrá a castigar a ese ser despreciable.


De Tomada por User:Roberto Fiadone - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=7729597
El gato negro, otra institución bonaerense.



- Quién sabe, Violeta.- Me arrojé a sus labios, y salí corriendo.

- Estás loco, Gumer. Vaya besazo me has dado. Me gustas, loco.

El resto de la historia se la imaginarán. Un Prendergast cínico me dio ese anillo e intentó sonsacarme cuál era mi objetivo o víctima inconfesable. Una mina a la que quería espiar, mentí. No terminó de convencerle mi papel de sátiro. A la noche entré en su villa de Ortuzar. Las decenas de cámaras de vigilancia no registraron nada. Mi anillo de Giges. Con todo, no me vacíe de la sensación de desasosiego, pues recién leía por esas fechas Nosotros, de Yevgueni Zamiatin, con un estado opresor y acechante, que pulula por doquier. De algún modo lo sabrían me azoré. En las cámaras apareció, sin embargo, una escena desconcertante, cómo Prendergast se golpeaba reiteradamente contra una mesa de cristal, hasta fracturarse el cráneo. Un extraño suicidio, caso cerrado para la Brigada Central Criminal de Buenos Aires. Nada se veía de mi mano invisible. La Olivetti paró en ese instante. El inspector me pasó una estilográfica para que firmase la declaración. Pero .....El subinspector Mancuso nos interrumpió una vez más. - Un momento, Bertone, que han pitado otro penalti y esta vez sí que no te lo puedes perder. Tú nos traes suerte. La anterior vez lo fallaron y tú no estabas. Es obligada tu presencia o te secuestramos.


De Marlene_Dietrich_in_No_Highway_(1951).jpg: Twentieth Century Foxderivative work: TonyPolar (talk) - Marlene_Dietrich_in_No_Highway_(1951).jpg, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=17190882
La Dietrich, modelo de feminidad y de misterio.


- Haga el favor de firmar que enseguida vuelvo, señor Porras.- Dijo el inspector Bertone simulando un prurito de seriedad. El lector podrá decir qué vaya país que se para por los boludos del balón pero yo maquinaba otra cosa. Suficiente tiempo para que me subiesen  las vergüenzas. Más que la pena en sí, que la merecía, estaba enamorado de Violeta y que ella me viese como un malo o un justiciero, se me hizo insoportable. Decidí romper la declaración, meterme el anillo y desaparecer de la comisaría como si nunca hubiera estado allí. No sé la cara que puso el inspector Bertone al encontrarse la estancia vacía, si bien, como el River Plate ganó finalmente el torneo, su sensación supongo, que habrá sido agridulce. A estas alturas, creo que me habrá mandado a la porra. Estas líneas las escribo desde el Aeropuerto de Barajas, Madrid, y Violeta viene sonriente a mí encuentro, con dos cafés en vasos de plástico en la mano. Yo le correspondo con mi alegría, entretanto, me pregunto, qué haría el lector si tuviese el anillo de Giges en sus manos. Cuál sería lo que Prendergast llamaría su acción inconfesable. 


Nota del azogue. Es una entrada inspirada por ese magnífico contador de historias, Tot, que nos recordó la existencia de este mito, más poderoso por lo que nos sugiere que por creer en las facultades que nos confiere. Qué haríamos de poder zafarnos de la mirada de los demás en determinadas situaciones. 


Comentarios

  1. Me resulta muy pertinente la distinción entre "argentino o americano". Todo el mundo sabe que aunque Argentina sea parte de América, siempre será más europea que otra cosa. Y, por lo tanto, siempre fracasará.

    No conocía todos los detalles de este mito.

    Saludos,
    J.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Algunos americanos se quejan del uso exclusivo de ese gentilicio como el de norteamericanos por parte de los estadounidenses. Incluso usan el carpetovetonico de useño.Jsy sensibilidades para todos los gustos. En cuanto al mito, lo que más me atrae es cómo nos comportamos cuando nos sentimos observados, en sociedades en las que casi todo queda bajo el escrutinio público. Cámaras de vigilancia o los móviles con los que nos hemos entregado con toda nuestra privacidad al demiurgo moderno de la tecnología. Un saludo J. Un gusto tenerte por estos lares.

      Eliminar
  2. Mi apreciado Sergio:
    Hace unos días que tengo problemas con las entradas de los blogs y no se me actualizan. Supongo que debe ser normal, pero me obliga a estar siempre pendiente. es por ello que no me he enterado hasta el momento, y por otra persona que habías insertado una nueva entrada.
    Me ha resultado harto interesante; comentar que el símil del anillo de Giges es de completa actualidad, y que afortunadamente no existe tal anillo, pero hoy las redes suplen el anillo, de tal manera que llevan a engaño a todo aquel que se atreva a establecer conversación con personas detrás de la pantalla, pues siempre suplanta la verdad.
    Te agradezco que me cites, y te pido otra vez disculpas por el problema que sigo teniendo y que miraré de solventar.
    Un abrazo y gracias

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tot, no te preocupes. Yo estoy en plan Guadiana, hasta hoy, que he vuelto a mi casa y dentro de poco al laburo. No había pensado en el anonimato invisibilidad de las redes, que puede ser otro paralelismo con ese mito del anillo.

      Eliminar
  3. PD: Tuve un magnífico profesor de Antropología Filosófica que siempre nos hablaba de este símil, el de Giges, y reconozco que debe ser muy duro mantenerse en la más estricta rectitud, sin cometer delito alguno, sabiendo que podrías quedar impune.
    Aristóteles hablaba de su maestro, Platón, con esa rectitud y siempre hablaba del "habito". el mismo que podía crear una virtud o bien un vicio.
    Me ha gustado mucho la narración. Gracias y estaré al tanto porque veo que me falla lo de la entrada, no se si es problema de blogeer o de mi configuración.
    Salut

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, se ha de ser muy recto para evitar esa tentación. Por cierto, me ha parecido demoledor tu relato de una escalera. Vas directo a la crudeza de la situación que no requiere de más adornos. Mi enhorabuena, Tot. Aunque me dejes esa sensación acre, es un retrato de aquellos días de tanto desasosiego. Cuídate.

      Eliminar
  4. Sergio, te voy a poner parte del capítulo VI de una narración que escribí y aún corrijo, ya ves, pero que no se porqué intuyo que te gustará:
    "...Don Edmundo era fiel seguidor de Anibal Troilo “Pichuco”. Le gustaba repetir sus partituras hasta la saciedad. Nadie se cansaba de escucharlo. Pero de todos era sabido que tenía una pieza como preferida, que no era de Troilo, era de Discépolo. Cambalache. La letra se la aprendió Juan Domingo de memoria, y cuando el sábado, si había suerte, don Edmundo daba los primeros compases, Juan Domingo se enzarzaba en la letra: “Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé, en el quinientos diez y en el dos mil también”. Cuando llegaba a la estrofa “Siglo vente cambalache, problemático y febril”, el resto del personal presente rezaba por lo alto” el que no llora no mama y el que no afana es un gil”. A partir de ahí continuaban con la canción acompañando a Juan Domingo...” No pensés más, echate a un lao, que a nadie importa si naciste honrao”. El final , el de siempre. Vivas a don Edmundo y aplausos para Juan Domingo.

    Si la suerte era esquiva y por lo que pudiera ser no aparecía don Edmundo, Juan Domingo se erigía como líder orador. Les explicaba lo que significaba la compra venta del trabajo, moneda como relación de cambio, la forma precio, el dinero como forma de pago, la teoría de la plusvalía...Les decía que la clave de la Historia era solo económica, que el patrono pagaba treinta días de vacaciones a cambio de trescientos treinta y cinco mal pagados. Que el capitalismo no habría dado nada altruistamente, que por si él fuera, aún estarían los niños en las minas, junto a sus madres..."

    ResponderEliminar
  5. Grande,Tot. El razonamiento de Juan Domingo sobre la naturaleza del trabajo como común denominador del valor, se la sirvieron economistas clásicos de la talla de David Ricardo o Adam Smith a Rodbertus,para que elaborase su teoría de la explotación que Marx aprovecharía para lanzar toda su aparato ideológico. Yo no creo que el único factor del valor sea el trabajo, ni mucho menos. En cuanto a tu estilo literario, me recuerda al de mi admirado Robert Artl. Con esos personajes pensadores y a ratos estrafalarios, para un mundo que no quiere pensar. Un abrazo, Tot. Me ha encantado.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La Sociedad de la Niebla

C asi en la noche de los tiempos La vuelta al mundo en ochenta días , nos metió los demonios de las prisas y el encanto de viajar por el mundo. De la tierra a la luna , mi preferida, había avanzado más de un siglo la posibilidad de que el hombre hollase nuestro satélite. Muchos científicos se frotan todavía los ojos por lo próximos que estuvieron sus cálculos ¿Cómo lo hizo? Se preguntan sesudos.  Con todo, Julio Verne lucía esquinado en mis anaqueles, cuando Manuel Ontiveros me sacó del amodorramiento. - ¿Nunca te has preguntado por qué se adelantó tanto a su tiempo? - Señaló jubiloso a la parte más arrumbada de mi librería, a los ejemplares de Verne. -           Tenía una imaginación proverbial. -           Podría ser.-   me dijo enigmático Manuel, que parpadeó gozoso porque todavía me tenía enganchado con el misterio sobrevenido.- Pero podría ser por otra cosa. En Veinte mil leguas se adelantó a la invención del submarino ¿ Tampoco te lo has preguntado,

Los comienzos del más grande

E l micrófono valorado en más de un millón de dólares>> secretaba el televisor, que se hacía eco de un reportaje dedicado a un  cantante muy famoso. Nosotros en el duermevela de la siesta, alzamos atraídos por la noticia un párpado, para que se nos revelasen  las formas del instrumento, pero apareció aquel bulto envejecido. Antaño había producido la dicha en millones de sus seguidoras y  tuvo en el hito del Teatro Paramount , una de sus paradas en el camino de la fama. Aquella noche en cambio, el fenómeno iba a actuar en el Santiago Bernabéu . A todos los italianos les brillaba una sonrisa al escuchar su nombre, pues a pesar de los esfuerzos de su madre, una genovesa que según la leyenda renegaba de su orígenes, Frank Sinatra nunca renunció a aquellas amistades de barrio y a otras más comprometidas y menos recomendables ( Salvatore Giancana , mafioso que controlaba el ocio nocturno en varias ciudades, entre otros).    Al fin y al cabo, Frankie era un medio italiano

El anillo de Valentino

H ace mucho tiempo había escuchado una historia sobre la muerte de Rodolfo Valentino,  que nos inquietó. Danzaban las luces de las linternas en nuestros rostros por un inoportuno corte de luz que había provocado un huracán, de las decenas que habíamos soportado en Cayo Largo en los últimos años. - Era el ídolo de vuestra abuela, y cuentan que hubo muchos suicidios entre sus admiradoras, tras conocerse su muerte. En los reportajes de la época, unos camisas negras quisieron hacer los honores al féretro, pero los contrarios se opusieron, por lo que se armó una gran trifulca.  El gran Rodolfo Valentino en plena ola de éxito. -           ¿Unos camisas negras, tío? – Pregunté con mis ojos abismados en el miedo más absoluto. El huracán y esos espantajos del pasado, tan presentes en aquella estancia.  -           Sí, de Mussolini, pero no murió de una peritonitis.- Nuestro tío acrecentó el misterio con las cejas arqueadas. – O sí, pero provocado por un anillo.  Cuentan que