Las
yemas de los dedos en el vaso, impulsado por energías ocultas sobre un tapete rodeado de letras. Movimientos hasta conformar palabras, frases y más
tarde un mensaje disparatado. Ese grupúsculo de hombres de caras contrariadas por el misterio, realizaban una sesión de espiritismo en las postrimerías de
aquel alfoz lisboeta, cerca del A Brasileira, donde nuestro protagonista solía
tomar un café, leer la prensa vespertina, y prenderse uno de esos cigarrillos
mentolados, que rescataba de la chaqueta de su terno. Solitario, recibía miradas
curiosas, y algún espontáneo le preguntaba por el último artículo que había
escrito en prensa. Se le cincelaba una sonrisa, pese a que en el ardor de
aquellos tiempos, no sería extraño acabar una conversación que había parecido
afable al principio, a golpe de florete. Elegir previamente a los
padrinos era un asunto complicado, pues se las gastaban con mucho cuidado, tras el último decreto del
gobierno que prohibía los duelos.
Aquellos jóvenes prometedores habían resucitado el espíritu de una nación como la portuguesa, que había vivido tiempos mejores. Y la profecía supra-Camoens, a la cual los sebastianistas más acérrimos se encomendaban, auguraba el resurgir de la patria. ¿Cuándo? Se preguntaban ávidos, y aquel púber que adornaba su rictus serio de un bigote, se había convertido en profeta y los consolaba con grandes palabras. Pero en esa noche, envuelto en la flama intimista del gas, pues la electricidad según el señor Queiroz, espantaba a los espíritus, lo que en realidad buscaba el joven escritor, era la inspiración. Una vez más, en plena sesión espiritista, Ricardo Reis, se abalanzaba sobre ellos, turbador, animoso. Escupía versos, palabras, discursos, algún relato de agradable o triste acontecer. Se manifestaba las más de las ocasiones, para sacudir al señor Pessoa, con ideas felices. A su regreso, se trastabillaba en ilusiones, poesías. Fiebre, y el absenta que borraba las sesiones de una especie de ouija. Se llamaba teosofía, una creencia hacia la que se vieron arrastrados otros ilustres, como Conan Doyle después de que su hijo mayor muriese en las tierras de Flandes, durante la Gran Guerra. Repudiada por otros, como el famoso escapista, visto como magos por otro, Harry Houdini. Éste último, definía a las hermanas Fox originarias de los cuentos del espiritismo moderno como unas farsantes. Con todo, volvamos a nuestro joven, cobijado por los cendales de neblina, que emanan de la gran lengua de agua del río Tajo. Recorre el dédalo de calles lisboetas, hasta alcanzar su refugio, temeroso de olvidar lo que le ha sugerido el espíritu de Ricardo Reis, uno de sus heterónimos. Volutas de versos, que expelía junto al humo de su cigarrillo.
Desde
el gabinete del psiquiátrico, sin embargo, se acercaban al problema desde otra
óptica, más profesional. El doctor Ega Moiras que le atendía, en consultas en las que el escritor que rezumaba tristeza y en las que manifestaba esa disociación múltiple
de personalidad, discutía a continuación de ellas, arduamente con sus discípulos acerca del malestar de su paciente. ¿Eran esos llamados heterónimos una
manifestación de una personalidad disociada? ¿No acrecentarían el desconcierto
del enfermo esas sesiones de espiritismo en las que se manifestaban esas otras
personalidades que no eran el señor Pessoa? Propugnaba haciéndose pasar por
listo uno de los corifeos del señor Moiras. La víspera a la sesión narrada al comienzo de este relato, Fernando Pessoa había acudido a esta consulta. Tumbado en el diván, el famoso
poeta rezongaba sus cuitas, llenas del salobre del mutismo por el que se
conducía en otras facetas de su existencia..Pero la duda del
gabinete era si se podían acallar esas otras voces, que surgían y despojaban a
aquel cuerpo del propio Pessoa.
- Es porque se odia, que se niega a sí mismo. – Repitió el corifeo, como si le hiriesen esas palabras y la posible solución. – Con litio, lo sabe su ilustrísima, doctor Moiras, que se estabilizaría al paciente. – No obstante, delante del convaleciente Fernando Pessoa, del que le llegó la lluvia de su mirada a través de los quevedos, se limitaba a observarlo con delicadeza. Pastueño, inocente, ¿le dio pena? Puede ser, pero qué corcho, con el litio se perdería la evolución de aquel paciente, que mostraba una disociación de personalidades tan brillantes como irrepetibles. Y Fernando no solamente asombraría a sus coetáneos con muestras tan fecundas de sus diversas personalidades, sino que pasaría a la posteridad por sus heterónimos. Escogimos a Reis, por ser el más logrado. Y disculpen la osadía del Azogue, por cuanto Pessoa es uno de nuestros autores preferidos. Sonará a irreverencia e insolencia, desde nuestra talla de hormigas en comparación con el formidable poeta luso. Pero no han sido pocos los autores, psicólogos que sentaron en un diván al famoso autor, buscando las razones de que se pudiese fragmentar en tantos escritores con personalidades completamente opuestas. Incluso alguno, en una teoría aún más hilarante llegó a señalar el espiritismo tan de moda en la época como causa de la creatividad de los heterónimos, en realidad, revelaciones de espíritus. Sin querer decantarnos más que por la creatividad del autor portugués, si creímos interesante sumergirnos en una historia que explota estas teorías disparatadas, que nunca sabremos si se acercaron a lo cierto, si bien nos tememos, que sean una muestra de desatinos mayúsculos. O no. Al nobel José Saramago, con novelas que nos invitan a la reflexión, algo sotanudas en ocasiones pese a su ateísmo militante, ¿también le poseyó el espíritu de Ricardo Reis? Quién sabe.
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El escapista más famoso de la historia |
Fue Ricardo Reis por la pluma de Pessoa y cosidas por la magia de Saramago quien dijo aquello de: "Sabio es aquel que se contenta con el espectáculo del mundo", y esta es una frase que me lleva a pensar.
ResponderEliminarPienso primero en Gabriel Marcel, el metafísico abandonado de cualquier cátedra de filosofía; de todos es sabido que no interesa que la gente sepa hacer preguntas, tan siquiera que pregunte, aunque sea mal, y pienso en su frase : "yo no asisto al espectáculo"; y pienso después, aunque creo que tendría que haber sido antes, en Salomón y en su Eclesiastés que allá por el 7/16 te dice algo así como: "No intentes ser demasiado justo, ni demasiado sabio, ¿porqué quieres destruirte?.
Estos pensamientos me han venido después de leer a Ricardo Reis ¿o a Pessoa?, tal da que da lo mismo, el primero fue un contemplativo; un nihilista el segundo, y siendo dos fueron uno.
Ahhh, si, faltaba Saramago, "el grande", pues de él y para él hago un hueco, así serán uno y trino, como en la Biblia.
Al final de cuentas hablamos de escritores, de poetas, de gente grande, gente que debería estar en un altar.
Un abrazo
Salut
Me encanta, Tot,cuando te sumerges y zurces con metafísica las ideas relatos con las que enriqueces estás entradas que no pretenden ser irreverentes. Más bien al contrario pues todos los autores invocados en este tapete,conforman el panteón de mis héroes múltiples en este caso, y sus lecturas reverberan como los ecos más hermosos de mis inicios en la literatura. Pessoa para mí es un Everest literario. Un abrazo,Tot.
EliminarLo más cerca que he estado de Pessoa es junto a su estatua sentado junto al café A Brasileira en la que me hice un serie de selfis con perspectivas diferentes; y en el monasterio de los Jerónimos, donde está su tumba paradójicamente y donde hay una lápida con un pensamiento de Ricardo Reis que transcribo: "Para ser grande, sê enteiro, nada teu exagera ou exclui. Sê todo em cada cosa poe quanto és no mínimo que fazes assim em cada lago a lua toda brilha, porque alta vive." 14.2.1933
ResponderEliminarHe leído poemas suyos y El libro del desasosiego pero es un escritor que se me escapa, al que no logro dar alcance. Me recuerda el pensamiento zen, paradójico, aparentemente contradictorio, como un juego o una patraña verbal en que se propone al hombre la más alta dimensión en soledad en la que debe mostrarse todo entero, firme, solo teniéndose a sí mismo como base. Me resulta muy difícil extraer conclusiones sobre un poeta místico como Pessoa cuyo pensamiento juega sutilmente con las paradojas. Peregriné a Lisboa en su lectura y me sumergí tomando un café en A Brasileira, sintiendo el espíritu errabundo del poeta mistificador. Saludos, Sergio.