A llí estaba el cuerpo exánime, sangre de mi sangre, azuladas las falanges en las perentorias horas de tu muerte. Por unas fiebres, te conturbabas entre los tules que ornaban tu lecho- sepulcro, pugnando por tu vida. Alzabas la vista, y mientras intentaba descifrar el enigma de tus ojos, el galeno giboso me decía que nada había que hacer. Ni una sangría, pues tu luz se extinguía indulgente. Yo te susurraba palabras de amor, querida Drusila . Concubina fiel, esa Roma pacata que se suspende en los trenos de Augusto, nos juzga pero qué sabrán del amor salvo las normas estatuidas. Incesto, amor al fin y al cabo. ¡Qué me juzgue la historia, pero que antes conozca nuestra parte, oh Drusila, amor mío! Envenenamiento de Tiberio ¿Recuerdas nuestras correrías en los campos de Germania con espadas de madera? Tú querías ser un muchacho, y con tu ímpetu me impelías hasta que dando pasos atrás ante tus acometidas, yo caía de culo. ¡ Por Deméter! Entonces, nuestro padre, Germá...
Un viaje por la historia y la cultura