Le alcanzaba un presentimiento, que se cernía lóbrego sobre ella, cada noche, cuando finalizaba la función. En forma de un dolor de cabeza que le aquejaba, y guardaba entonces sus ojos deliciosos, para un infinito indeterminado. Diálogos con Thanatos, de lo más íngrimos, pero era imposible sustraerse a su entorno. Una albórbola continua. Abrió entonces su representante la puerta de su camerino, con mucho brío, para decirle que había estado magnífica, con mucha vehemencia. - Cada día cantas mejor, muchacha. - Aplaudió, mientras agitaba sus párpados pesados. Le estampó dos besos en sus carrillos, para partir enseguida, a controlar a los miembros de la prensa, que le habían pedido turno de entrevista a la estrella del cuplé. Y se peleaban por sacar algo mollar de la mujer del momento.
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La musa del arroyo, la Fornarina, la gran cupletista. |
La Fornarina rodeó en aquel instante con los ojos, las flores, los telegramas de admiradores, los bombones, y suspiró. Un ricachón, que le envió un diamante con una nota, en la que le pedía tener acceso carnal. Le prometía un universo de posibilidades. Pero para qué quería más dinero, si a ella, que venía del arroyo con su cabello de coralina, le bastaba con su patrimonio de cuatrocientas mil pesetas. Sus besos valían cien pesetas, según un artículo del ABC de la época, que contaba aquella historia. La Fornarina recibía a sus seguidores, para los que pedía que se acordasen de los menesterosos. Uno de ellos, osado, de mostacho con rieles que acababan en redondeles, le preguntó que cuánto valía un beso de la cupletista. - No cree que un beso mío vale cien pesetas, que donariamos a los pobres. - Repuso al bravucón del doncel, que se había subido a los estribos del Marmon, que llevaba a Consuelo Vello hasta su retiro.
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Antonio Machado, devoto de la Fornarina. |
Volvió a pensar en el seguidor que le pedía el acceso carnal. Hacía mucho tiempo, en los soportales de la Plaza Mayor de Madrid, contaban los maledicentes que era una de esas muchachas picantonas. En plena adolescencia, se había convertido en una hetaira con garbo, y que de ahí, subió peldaños. Más tarde, un reclutador, que le pidió que posase con escasa ropa, por una de esas salas, en las que señores pudientes recreaban la vista. Vestidos de color carne, en la que las formas insinuaban desnudeces, incluso para quienes careciesen de imaginación. - ¿Tú, niña, sabes cantar o tocar algún instrumento? - Le preguntó la que era una especie de madame, una cubana con más años que el mundo. Aunque no se traficaba con carne en aquellos salones. - A los clientes les gusta que tengáis alguna gracia.- Así fue como la descubrió por azar José Juan Cadenas, su amado.
Otra vez la nota que perturbaba a la hermosa ninfa. Sabía de quién se trataba, un orondo industrial que se reservaba siempre la primera fila, con dos asientos vacíos. Le hacía guiños, arqueaba las cejas, para que le dirigiese la mirada. Pero Consuelo se hacía la despistada, porque ella era una cupletista elegante y decente, solamente enamorada del señor Cadenas, cuyo apellido había sido premonitorio. Cadenas, su mecenas, colaboraba con varios periódicos, y compuso letras de piezas tan famosas como Clavelito, o El último cuplé. Adaptaciones del género chico de éxitos europeos, productor teatral. Sin embargo, no estaba allí con la Fornarina, después de la última disputa. Por eso vivía en una continua desdicha, pues para Cadenas, al menos eso creía ella, la Fornarina se había convertido en el trofeo amoroso, con el que orlar su fama de conquistador.
De pronto, alguien golpeó en la puerta, sacándole de sus inquietudes. Recordó que los hermanos Machado estaban esperando como férvidos custodios a la puerta del camerino. Leones que se derramarían sobre cualquiera que acechase a la bella Consuelo. Antonio Machado que parecía en lo sentimental una veleta sin rumbo desde la muerte de su Leonor, se había consagrado en el ámbito profesional. Siempre a la sombra de su hermano Manuel, había obtenido una plaza de catedrático de instituto de francés, y publicaba libros de poesías, que se vendían magníficamente. Pero le confesó mientras le cogía de las manos, que él daría todo por ser como un Rafael Calvo o un Antonio Zayas. - Por actor lo abandonaría todo, Consuelito. - Dice el poeta en alegre cháchara. Acariciaba los dedos de los pies de la musa, que le parecían gajos de mandarinas, como le contó a la cupletista. La Fornarina reía con las ocurrencias del vate. Su pelo, un nido donde se posan los más hermosos pájaros, o su piel, la de una muñeca de porcelana. Pasaba a un rictus nostálgico para hablarle a Consuelo del Patio de Dueñas, donde Antonio Machado vivió durante un tiempo. Los ojos ensombrecidos de añoranzas por los naranjos de Dueñas.
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La bella Leonor, a la que el rayo de la tuberculosis, se la llevó del regazo de Antonio Machado. |
- ¿El palacio de los Duques de Alba? - Preguntó interesada la Fornarina. Ella pertenecía a una aristocracia de los escenarios, tras sus triunfos en Francia, Portugal y Alemania. Arribistas y borrachos cantaban sus clavelitos en las sentinas más hediondas de París. Era el himno de la alegría, que entonaban por inspiración de las bacantes.
- Sí, los duques alquilaban una parte del palacio, y mi familia vivió allí durante un tiempo. Mi padre.- Se le hizo un nudo en la garganta. El padre de los Machado murió muy joven, y su familia realizó una travesía por los nadires de la precariedad.
- Ya decía yo que los hermanos tenían algo de aristocrático. - Quiso alegrar a su amigo el poeta.
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José Juan Cadenas, autor prolífico del género chico, periodista, y amor desgraciado para la Fornarina. |
- Mi hermano Manuel, que fantasea con esas cosas, Chelito. Yo me iría de turné contigo, princesa. A tocarte los pies. - Machado se levantó para asomarse un momento por la puerta del camerino de la diva Tuvo una premonición porque vio que se acercaba Don Mariano de Cavia, con su secretario, la chalina y el gato sobre sus hombros. Qué hombre más carca, pensó el poeta, que se tragó su comentario. - Viene el señor Cavia, cuyo espíritu está absorbido por las bebidas espirituosas.- Una forma de decirle borracho de manera sutil. El poeta huyó como un canalla, para no toparse con el mejor articulista del momento, que tenía un humor demasiado acre. Ese fue el último recuerdo que tenía Antonio Machado de su amiga cupletista.
He leído alguna biografía de Antonio Machado e interesado intensamente en su obra durante muchos años, pero desconocía esta faceta del poeta como seguidor o fan de la Fornarina en su etapa de Baeza donde estuvo penando unos siete años, entre 1911 y 1918 o 1919. Imagino que sería en algún viaje ocasional a Madrid o en las vacaciones de su destierro en Baeza. La asociación entre Machado y la Fornarina como admirador subraya la vertiente infantil del poeta con el género femenino. Debía de ser un hombre muy tímido y apocado a diferencia de su hermano Manuel mucho más desenvuelto.
ResponderEliminarBien por tu texto que me ha alumbrado un tiempo y unos personajes que desconocía, igual que la interpretación por la Fornarina de Clavelitos que he oído cantar muchas veces cuando era niño y yo incluso alguna vez me viene. Sin duda, su destino fue trágico por su muerte a los treinta y un años por una septicemia tras triunfar en Oporto, Lisboa, París, Londres y San Petersburgo en 19o9. Personajes como ella, perdidos en el agujero de la historia, nos hacen contemplar con otros ojos un momento de la historia dramático como ese primer tercio de siglo español en plena guerra social, especialmente en Barcelona. En el ordenador que tengo ahora no hay sonido, pero intentaré encontrar alguna grabación de ella que no se si existirán aunque medios de grabación ya los había en su tiempo.
Un excelente panorama histórico-artístico.
Muchas gracias, Joselu.A mi me fascina Machado, su obra y su personalidad, repleta de claroscuros. En muchos casos intransigente e infantil.
EliminarEfectivamente, coincidió con la Fornarina en alguna de aquellas visitas. Porque todavía pululaba con fastidio por sus cátedras de instituto en ese periplo que reseñas. Soria, Baeza, y a pesar de que quería anclar su trayectoria profesional en Madrid. Recurrió incluso a su admirado Giner de los Rios, para que le echase un cable, y le apoyase en alguna de esas oposiciones, porque se moría de casmodia en Baeza, a la que le dedicó versos más que acres. Y el maestro ofendido, le reprendio cabal su ventajismo. Era el padre de la Institución Libre Enseñanza. El poeta estaba más que desesperado por ese devenir provinciano, que le dictaba su necesidad garbancera. Su desespero le llevó a prepararse la cátedra de italiano. En fin, nos gustan las mismas épocas y los misnos personajes, maestro. Gracias por tus aportaciones, que siempre redondean el texto.
He de confesar que no sabía nada de esta artista. Si que tuvo ciertos escarceos con uno de los Machado, pero no hubiera sabido con cual sino lo hubiera leído.
ResponderEliminarEl cuplé siendo como era, un genero menor, es complejo de cantar, pues se necesita modulación si no se tiene una potente voz, como también he leído.
He ido a visitar el cuadro del pintor de Urbino, y ciertamente, he comparado el de Consuelo Vello con La Fornarina italiana, en los dos sobresale la armonía del conjunto, aunque a mi, particularmente lo que me agrada son esos cuellos estilizados, tan representativos de Rafaello y que tan bien luce en la foto la actriz que nos has traído a colación
Un abrazo
Grande, Tot. Sí, esa parte de Rafael, su modelo, es verdad que se aprecian ambas por ser unos conjuntos armoniosos. A mi me gustan más las Madonnas. De la Fornarina contaban que destilaba elegancia en el escenario, pese a que no acomodase del todo bien la voz. El cuplé es muy complicado de cantar, y qué pena que haya caído en el olvido. Me encanta cómo complementas los textos, Tot.
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