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Lobotomía

 <<Mi locura es sagrada, no la toquen.>> Salvador Dalí. 

Una incisión sobre la masa encefálica, que disiparía para siempre la locura de su paciente. Leve, precisa, para extirpar ese punto en el que se concentraba la demencia de aquel hombre maduro. De profesión abogado, el mundo de Paul Do Vasconcelos experimentó un vuelco dramático, cuando una mañana a su regreso de Oporto, por un viaje de negocios, se encontró con un panorama desolador en el hogar. Su mujer, Juliana, que sufría una depresión, "tonterías" pensó el leguleyo que abordaba por aquellas fechas, la expansión de su bufete, tanto en el ámbito jurídico como territorial. Una actividad frenética. Ella siempre con los niños a solas, hasta aquella mañana, que vio a su mujer colgando de una cuerda y de la lámpara del salón principal. De pronto, Paul corrió a los dormitorios de sus hijos, con una presunción que se tornó dramática, al verlos suspendidos en un sueño eterno. Tumbados sobre las camas, eran arcángeles que con las manos orasen a un Dios desconocido, que permitía esas cosas.  Lirios del dolor, cortados de raíz. 


De Desconocido - nobelprize.org, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=7504427
El doctor Egas Moniz. 


Era el caso que más azoraba en su clínica al doctor António Egas Moniz. Estudió todas las alternativas, mientras volteaba su expediente, manoseado, porque buscaba un resquicio por el cual atacar la demencia de este caso.   Psicotrópicos, para alienarle de su triste realidad, pero el paciente no prosperaba. Le dedicó especial atención, tanto que se embarcaba a la hora de acostarse, en los hechos escabrosos. Juliana, la mujer del paciente envenena a sus dos hijos: Antonio y Valentina. Y luego se ahorca. Por la mañana paseaba con el abogado que había perdido la cordura. Lánguido y bien vestido, con trajes color crema, y un sombrero Panamá. Otras veces fosco, barba hirsuta, Do Vasconcelos se dejaba llevar por el mutismo. En la mayor parte de las ocasiones, febril, disparaba palabras de sus labios, febles sin remisión;  estaba seguro de que habían secuestrado a su mujer y a sus hijos. Y en la vieja fortificación, que bordeaba los confines de la institución psiquiátrica, los torturaban. - Acérquese doctor, en usted puedo confiar. 

- Sí, ¿qué quiere, señor Do Vasconcelos?

- Ésos que van de blanco, distráigalos, que quiero ir hasta allí.- Musitaba entre dientes y labios temblorosos, señalando con la cabeza la silueta de la fortaleza misteriosa. Quería hacerle la confidencia sobre sus sospechas al señor Moniz.

- No, ellos son nuestros amigos, Paul. - Le puso las manos en los hombros para mirarle con firmeza. El doctor desprendía una tristeza infinita en su expresión. - Esa fortaleza velaba por nosotros en un pasado glorioso cuando nos acechaban las flotas enemigas del rey de Portugal. No esconde a nadie.  

Aquellas fortalezas y otras ruinas demolidas de la vieja patria, eran objeto de veneración por los artífices del Renascença, nacida como todas las vanguardias, ésta romántica y nacionalista, de una revista literaria .  Cuya cabeza más visible era por supuesto el poeta Fernando Pessoa. El Régimen del profesor Salazar también quería exaltar aquel tiempo pretérito y declararse heredero de su prestigio.


De Joshua Benoliel - Arquivo Municipal de Lisboa, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=4031996
Lisboa, donde tuvo lugar buena parte de esta historia. 


Pero volvamos al caso del señor Do Vasconcelos. Que seguidamente, le imploró su ayuda al facultativo, en el verbo florido de los picapleitos, jalonado por citas en latín. Su actitud se trocaba  cada vez más violenta, para finalmente precisar de la intervención de los trabajadores de la institución, al objeto de reducirlo. Entonces, Egas miraba al trasfondo arcilloso de los ojos del señor Do Vasconcelos. Pavor, horror, se deshilachaban en una mirada que transmitía eso y más, casi todos los infiernos posibles. Terapéuticamente, se trataba de la negación de los hechos, la que había producido ese nudo gordiano en Paul. No quería reconocer que su amada esposa fuese el monstruo, que había acabado con la vida de sus retoños. Una galerna de ideas, emociones y pasiones, que convertía a ese ciudadano en un torbellino, que no podían frenar ni tres de los forzudos de la institución. Hacía un tiempo, Egas había leído un estudio del Dr .John Fulton, que le llamó la atención. Acerca de las incisiones que el propio Fulton había practicado en los cerebros de unos chimpancés, que mutaban sus conductas. De estresadas a relajadas. El doctor Moniz junto a su camarada Almeida Lima, ensayaron con ratas deprimidas. 



De Photography Harris A Ewing - Saturday Evening Post, 24 May 1941, pages 18-19, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=24641578
Dos neurocirujanos buscan el punto a atacar del paciente.

Las paredes blancas del quirófano le inducían una calma artificiosa. No había variaciones estridentes en cualquiera de las superficies del sanatorio, puesto que cualquiera de los pacientes, podría tener un brote. En cuanto a las incisiones, estaban llegando a conclusiones interesantes. Paul Do Vasconcelos, su paciente, no fue el primero ni el último que se había serenado gracias a ellas.  Contestaba a las preguntas, pese a que vagase como un fantasma por los jardines de la institución. Ya no temían sus asonadas, con las que quería revertir el orden del psiquiátrico e incluso un día, casi logró quemar el pabellón donde se alojaba, el de los enfermos más peligrosos.  Se fueron acumulando las intervenciones, junto a  su colega Almeida Lima, de la Universidad de Lisboa.  Corrían historias esperpénticas  sobre los chillidos horrísonos, que cruzaban el aire con una electricidad que erizaba la piel, en cualquiera de sus intervenciones en el torreón del que disponían para aquellos menesteres, situado en el extrarradio lisboeta. Helaban la sangre a los transeúntes, hasta que el chirriar de los tranvías amarillos, les convencían de que no estaban en medio de una pesadilla. Por supuesto, los arrapiezos de aquel alfoz fabulaban sobre los enfermos. - Parecen Frankenstein cuando salen de allí, Jose. - Les encantaban los cómics de aquella criatura, que rescataban del mundo de los muertos.

El famoso Prometeo. 



Siguieron los experimentos. Según las conclusiones de los dos doctores portugueses, morían el 6% de sus pacientes en las intervenciones. Al resto se le alteraba la conducta, que se volvía más social. Si por ello entendemos que se anulaban los brotes. Había suicidios, claro que sí. No todo el mundo soportaba un mundo que se había transformado en una eterna cámara lenta. Sin embargo, eran más los suicidas a los que se separaba definitivamente de sus intenciones. Los galenos lusos las recomendaron para cuadros de ansiedad crónica, depresión aguda que podría conducir al paciente a un suicidio y en el supuesto de las conductas antisociales. Y siempre y cuando fallase la terapia ECT, los famosos electrodos. Que representaban toda una tentación. A un enfermo, que le hubiese sacudido un mamporro, dedicarle unos segundos más en la tostadora como vendetta, podía resultar una experiencia vivificadora para el agredido.  


De Rodw - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=34135969
Los famosos electrodos.

Esas conclusiones llegaron a Estados Unidos, donde el doctor Walter Freeman las popularizaría. La sociedad de psiquiatría americana las asumiría con demasiado optimismo. El propio Freeman en lugar de practicar las intervenciones menos intrusivas, había patentado la práctica del "picahielo". A cambio de un precio módico, jóvenes neurocirujanos peregrinaban presurosos a sus consultas, para estudiar su técnica innovadora. Más tarde practicarían la misma en las morgues con los muertos, que nadie reclamaba. Borrachos vagabundos, cuyos cadáveres desfiguraban con mayor o menor pericia. La vida tan sufrida para ellos, tenía  ese último doblez tan macabro. Picahielo en ristre y con un mazo, cortaban las conexiones entre el lóbulo central y el resto del cerebro. Para ello removían el conducto lacrimal. La lobotomía gozó de tanto prestigio hasta su abolición, que su precursor, el doctor luso Egas Moniz fue galardonado con el Premio Nobel de Medicina, en 1949, por el "descubrimiento del valor terapéutico de la lobotomía en el tratamiento de ciertas formas de Psicosis".  A partir de 1950, la terrible lobotomía fue cayendo en desuso, porque se prefirió la adopción de otras terapias farmacéuticas más civilizadas. Por eso, cuando miramos desde nuestros tiempos con tanta condescendencia al pasado, cabe preguntarse cómo nos mirarán en el futuro, por prácticas tan bárbaras. 

Como colofón, digamos que al señor Do Vasconcelos, le aguardó una lenta consunción. La enfermera le limpiaba la baba que espejeaba en sus labios, al ahora dócil abogado, hasta que un día murió con sus ensoñaciones y la vista puesta sobre un bravío Océano Atlántico. Que el doctor Moniz acudió a recoger el Nobel en una silla de ruedas. Un paciente suyo, que creyó que le había vuelto loco a consecuencia de una terapia fallida, lo acribilló a balazos. Con mucha fortuna, salvó la vida, pero no volvió a andar ni a sostenerse en pie, jamás. En cuanto a Walter Freeman, se convirtió en un fugitivo. Algunas de sus lobotomías, a las que recurrían familiares en los casos más desesperados, habían finalizado con la muerte de sus intervenidos. Hasta su fallecimiento, Freeman bajo varias identidades falsas, estuvo perseguido por las autoridades federales.  En su maletín de cuero avejentado, nunca faltó el picahielo y el mazo. 




Comentarios

  1. No había escuchado nunca la historia del Dr luso. Me has acercado a la película de "alguien voló sobre el nido de cuco", que me impresionó, porque en ella, hay más veracidad que novela.

    Por otra parte creo que es el momento, ¿de qué? preguntarás, de hacer el experimento en nuestra ciudad. Si ahora es el momento, somos como "esas ratas deprimidas" viendo que una y otra vez se suceden ciclicamente los mismos acontecimientos, como si Sísifo quisiera encarnarse en una rueda sin fin, esas de las "ratas deprimidas", volviendo siempre al principio de "sólo prevalece mi verdad" y poniendo antes de empezar los palos que hacen imposible una y otra vez que algo, un atisbo de futuro, pueda arrancar.

    Estamos condenados a no entendernos, porque hablamos el mismo idioma, ¡paradoja¡, y en él, consideramos que todo lo que no sea como nosotros pensamos, no tiene validez.

    Magnífica entrada. Magnífica. he de buscar algo más con los doctores que nos pones a colación.
    Gracias por afinar tanto en los textos.
    Salut

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    1. Gracias a ti, Tot, porque nos planteas paradojas abrumadoras. Hablamos en el mismo idioma, y no nos entendemos. Me topé con la lobotomia, leyendo un libro sobre el pensamiento del siglo XX. El resto fue tirar de un hilo de locura, para descender a los infiernos de la mente.

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  2. A la hora de contemplar el pasado en todos los sentidos hay que ser conscientes de las limitaciones humanas, sociales, científicas y tecnológicas de hace veinte, sesenta, ochenta, cien o doscientos años. La historia ha ido evolucionando hacia un menor encarnizamiento terapéutico. La ciencia, la farmacología, la química, han evolucionado prodigiosamente y hoy es posible tratar afecciones de todo tipo con medios más humanos e indoloros. Hay operaciones mínimamente invasivas por laparoscopia, ir al dentista hoy no es amenazador... A mí me operaron de agmídalas de modo salvaje cuando tenía cinco años... Hoy no se hace. Puedo entender que la lobotomía pareció un tratamiento más humanitario para enfrentarse a estados mentales autodestructivos. Hoy no lo vemos así porque la química permite hacer lobotomías indoloras y mínimamente invasivas solo mediante pastillas que reducen a los sujetos a la catatonia sin intervenciones de otros tiempos. El pasado es en muchos sentidos más hermoso y en otros muchos más terrible. No podemos juzgar el pasado con los ojos del presente. En 1918-1919 hubo una epidemia de gripe, tras la guerra mundial, que mató entre cincuenta y cien millones de personas, y pasó. La humanidad se rehízo y vinieron los eufóricos años veinte. Pienso que cuando miramos el pasado a todos los niveles pecamos de presentismo. Cuando miren nuestra realidad de aquí a cien años, lo que hacemos o pensamos parecerá salvaje. La lobotomía les pareció una intervención humanitaria, hoy no lo vemos así porque tenemos química para afrontar esos procesos que, aún así, son muy difíciles de afrontar. La mente es la próxima conquista, unida a la de Marte.

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  3. Siempre ponderando, con la mesura del sabio. Es más, la psiquiatría actual, tiene enormes lagunas. Creo que fue Tolstoi el que criticó la Torre Eiffel, un monumento a la imbecilidad humana, que quería llegar hasta el cielo y desconocía lo más cercano, como la mente. Por ejemplo, en nuestros tiempos, la psiquiatría ambulatoria tiene sus objeciones. Recuerdo una mujer que denunciaba en soledad no poder con la convivencia con un hijo enfermo, que acabó asesinandola. Vivía en una manzana cercana a la nuestra. Ese caso nos conmocionó.

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