"En París, todo el mundo quiere ser un actor; nadie se contenta con ser un espectador." Jean Cocteau
Se le cayeron las lágrimas, la primera vez que supo de la cruel burla del destino. ¿Qué bien lo había disimulado, el muy hijo de puta? No tenía la pluma de los julandrones, de los que se había rodeado desde su infancia, para poder intuir esa celada. Ellos habían sido siempre sus mejores amigos. Con Cocteau, el famoso poeta, se colgaba del brazo, y Marie Laure se perdía por los cafetines de los Capuchinos, llenos de humo. El vicio se respiraba en ellos, por esa canalla que lucía en los andrajos y en las miradas torvas. Precisamente, había conocido a Jean, cuando asistió acompañada de Marcel Proust, a un espectáculo que marcaría una época dorada de la cultura parisina de la posguerra: los Ballets Rusos del empresario Diáguilev, orondo y con el pertinaz puro en ristre, dispuesto a disparar una vaharada de humo, en cualquier momento. A su lado el coreógrafo irrepetible, Mijail Fokin, que produciría unos ensueños para el lucimiento de la primera estrella de los bailarines, Vaslav Njinsky. Por supuesto, Vaslav llevaba el estigma del escándalo desde 1912, cuando se había disfrazado de mujer para interpretar a la Sherezade de las Mil y una noches. Se contoneaba sobre las tablas y proyectaba su sonrisa alba y lasciva hacia el respetable, para escándalo de la burguesía de entonces.
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Njinsky, en un papel lleno de controversias, Sherezade. |
A Marie Laure, aquel París en el que todo el mundo interpretaba su papel y se sentía protagonista, le fascinó. Josephine Baker, pocos años más tarde irrumpiría como una flecha que atravesaría los corazones de los espectadores. El charlestón, un baile desconocido, con las pisadas mágicas de la negra, cautivó a todos y especialmente a los artistas, que encontraron en la ardiente bailarina, la musa de sus creaciones. Cubistas, dadaístas, músicos de jazz, adoptaron a la americana. También el tango malevo, que encantaba a nuestra protagonista. Madmoiselle Ivonne podría haber sido ella misma. Tarareaba su letra, mientras escuchaba cantar a Carlos Gardel, en el gramófono.
"Mademoiselle Ivonne era una pebeta
que en el barrio posta del viejo Montmartre
con su pinta brava de alegre griseta,
animo las fiestas de Les Quatre Arts.
Era la papusa del Barrio Latino,
que supo a los puntos del verso inspirar"
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Por eso, se reprochó que le fallase su instinto de mujer mundana, mientras el Vizconde Noailles cortejaba a nuestra protagonista, con enormes ramos de petunias, su debilidad. Los encuentros, con su magia entre bambalinas artísticas, habían atrofiado su sexto sentido. Se sucedieron entre obras de arte, como aquella vez que la condujo por una galería de estatuas. Estaban solos, o bien acompañados, según se mire. Esa pléyade de formas de piedra parecía un bosque que en lugar de ramas, tuviere piernas y brazos. Cuerpos femeninos y masculinos, desnudos, hicieron sentir a la joven judía junto a su prometido como si fuesen los únicos habitantes de este mundo. Adán y Eva, para fundar un mundo nuevo, embriagados de amor.
- Me dijeron preciosa, que llegaste a conocer a Marcel Proust.- Observó su prometido para rescatarle de las imágenes pecaminosas, de las que ella libaba en sus fantasías.
- Sí, visitaba a mi abuela, cuando era una niña. - De hecho, la abuela de Marie Laure le había inspirado al novelista a la Duquesa de Guermantes de su saga literaria, En busca del tiempo perdido. Proust arribaba al hogar familiar de Marie Laure con su aspecto cansado, junto a su inseparable pareja, el gran músico sefardí Reynaldo Hahn.
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Marcel Proust, el gran novelista francés. |
La fornicación rebosaba por las pupilas de Marie Laure, que no imaginaba que aquel hombre buscaba un trofeo pero intelectual. Una judía, cuya familia había erigido desde Maguncia una de las bancas más poderosas de Alemania. Ella le acercaba el brazo en vano, para que se lo tomase imperioso, y le bajase las bragas ahí mismo. ¿Qué le pasaría al Vizconde, que no mordía en los anzuelos de la voluptuosa Marie Laure? Antes de casarse, su amigo Cocteau, le abrió los ojos, al decirle que el Vizconde era de los de su cuerda.
- No puede ser, me mira con ojos de deseo.
- De cariño, nada más. Cree que eres su alma gemela. Pero su verga no se le levanta más que con efebos.
- No puede ser. - Repitió pertinaz, acosada por lo iluso de sus falsas presunciones. Creyó en la timidez del Vizconde, que solamente le hablaba de arte para esconderse de sí mismo.
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Josephine Baker, la musa de ébano. |
Y sin embargo, los Vizcondes se casaron, para fundar un mecenazgo clave para los surrealistas. Financiaron el filme a su amigo, Jean Cocteau, La sangre de un poeta. No sospecharon que La edad de oro, cuyo peculio soportaron sus finanzas, le acarrearía tantos problemas. Comenzaba la película de nuestro Luis Buñuel, a guisa de documental con las imágenes de unos escorpiones, que harían preguntarse al espectador por lo que habría vemido a ver. Para presentar a continuación una larga lista de todas las abyecciones sexuales imaginables. El trasfondo más intelectual, que subyacía en la cinta, tenía más que ver con que las capas de civilización y religión cristiana, habían sepultado los instintos más naturales del hombre moderno. Hubo una edad de oro, en la que la represión no era la norma. Pero en la Francia de entonces, se incendiaron salas en las que se proyectaba la película. Hubo tiroteos, con el objeto de salvar la moral del país. Qué un meteco viniese a convulsionar Francia, soliviantaba a los nacionalistas más radicales.
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Luis Buñuel, con otros ilustres como Lorca. |
Las escenas de La edad de oro, se habían rodado además en la famosa mansión, que tenía la Vizcondesa en la Costa Azul. En sus jardines cubistas, se deslizaban sus personajes alevosamente sexuales, a la vez, que Stravinsky, que se hallaba entre los invitados, componía sus piezas más famosas. Man Ray, filmó Les Mystères du Château de Dé y retrató el lugar para la posteridad infinidad de veces. El multimillonario Edward James, de francachela con el modisto Yves Saint Laurent, se reía de los chascarrillos de Sacha Guitry, que con un albornoz se dirige a la piscina cubierta de Villa Noailles, la primera en Francia que pertenece a un particular. Con el objetivo de hacer unos largos. La resaca le dura aún.
Las piezas crecen en la mansión, de veinticinco pasan a casi setenta. Obras de arte clásicas- Rubens, Velázquez convive con Picasso- salpicaban las paredes de aquella mansión. Cuya silueta que sorprende por la modernidad, y que durante el Gran Éxodo de 1940, acogerá a los parias, en un ambiente de fiesta. La mejor forma de compensar el horror vivido. Ella como judía, tuvo el cobijo protector de su marido. Que no buscaba el trofeo que uniese la tradición anterior, Proust, a través de su esposa, con la vanguardia que él conocía. Sino que encontró un alma gemela en Marie Laure. Consentían sus aventuras, para volver al hogar conyugal. El espíritu y el deseo carnal, no siempre van acompañados. En el primero de ellos, el Vizconde halló una compañera para toda la vida en Marie Laure. Para fortuna de esa jarca de artistas, que crearon gracias a los recursos que le propiciaron los famosos mecenas, obras que iluminarán el firmamento artístico durante mucho tiempo. Con el paso de los años, Marie Laure se fue radicalizando en sus ideas, hasta abrazar el comunismo. Sin embargo, eso sería otra historia. No en pocas ocasiones, los comunistas conspiraron en lugares de ensueño, como Villa Noailles.
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Villa Noailles, la moderna mansión, historia de la cultura francesa. |
En ocasiones a uno le gustaría estar mejor informado para poder contestar. Este de hoy no es mi caso. No sabía de la cantidad y calidad de personajes que hacían compañía a la Vizcondesa, ni sabía que las escenas de la Edad de Oro se habían efectuado en "aquella mansión".
ResponderEliminarAlguna información si me ha llegado a través de un libro de Gertrude Stein, en su Autobiografía de Alice B Toklas.
Y estoy de acuerdo, el espíritu y el deseo carnal no siempre van acompañados, la iglesia sabe mucho de ello, por ser, es la única industria que ha prevalecido con beneficios desde hace 2000 años.
Un abrazo
salut
Pues no es poca tu aportación, aunque es mayor tu humildad. Este hilo llegó a mis manos, a través de la autobiografía de Luis Buñuel, Mi último suspiro, donde relata los episodios más reseñables de una vida tan prolífica. Sus años en La Resi, como la llamaban sus alumnos, en los que Lorca, Dali y él conformaban el trío que pugnaria contra lo 'putrefacto'. Una sociedad que padecía la esclerosis de lo antiguo, decimononica, y que ellos pretendían con su creatividad de vanguardistas, cambiar.
EliminarY también recordaba los años parisinos y a la desenfrenada Vizcondesa de Noailles. Mecenas de su segundo largo, porque quedó impactada por la fuerza onírica de Un perro andaluz. Es sacanfo de esos hilos, que se descubren personajes tan interesantes.
Buen retrato de una relación intelectual y un tiempo dorado de artistas y subversiones contra la moral establecida. Dichoso París en que todos anhelaban ser actor y bullía en él una pléyade de protagonistas vinculados por el arte, el dinero y el deseo. La relación no carnal entre Marie Laure y el vizconde de Noailles no ha sido única, era una suerte de matrimonio blanco para salvar las apariencias en que ambos salían ganando y les permitía, asimismo, la libertad de tener encuentros sexuales fuera del matrimonio sin que surgiera la ira o la frustración o los celos en la pareja convencional. Sartre y Simone de Beauvoir mantuvieron un matrimonio abierto -no necesariamente "blanco", pero que les permitió sus innúmeras aventuras extraconyugales-. No es mal acuerdo si hay dinero o fama de por medio como era el caso.
ResponderEliminarNo obstante, es propio del París de los años veinte o principios de los treinta cuando bullía como la capital sensual del mundo, aunque el Berlín de la república de Weimar era mucho más depravado y dejó pálida a la capital francesa. Leo estos días una obra singular Diarios de Berlín (1936-1941) del periodista William Shirer y narra que el París de esos años era un pálido reflejo de lo que había sido antes. La ciudad luz se había convertido en oscura y ya no digamos el Berlín de la guerra de Hitler.
Muchas gracias por tus aportaciones, siempre brillantes, Joselu. Es un privilegio teneros. Ya nos conocemos, y cualquier referencia bibliográfica de la época, se convierte en una necesidad. Yo incluiría a Viena, en esta trinidad de ciudades bendecidas por un lado canalla y una bruma creativa, que exalta nuestra imaginación. Y estoy de acuerdo contigo, que por muy poco, me atrajese el Berlín más depravado, con sus míticos cabarets. En cuanto a arte, quizá me incline ligeramente hacia el París de Modi y Picasso, con una Viena que no la pierdo de mi horizonte, de reojo. Zweig nos enamoró de aquel cosmos particular de la urbe austriaca. Todo un haz de creatividad, bajo el paraguas del Imperio Austro-húngaro. Muchas de las ideas que jalonaron los tiempos modernos, se originaron en sus cafés. Nos queda el consuelo de ser ciudadanos de mundo, y podemos ir hacia donde sople el viento. Sin contraprestaciones, ni deudas patrióticas. Beber de lo más interesante de nuestra gran cultura europea. Y universal.
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