Lo había dado
todo por aquel maldito país. Incluso combatió en la Guerra de Secesión, pues le
habían enrolado en Europa con sutiles promesas a los diecisiete años. Su desarrollado
sentido de la supervivencia, le mantuvo al margen de los obuses de la
artillería, que derribaban fortines como castillos de naipes. En aquel tiempo,
había aprendido unas pocas palabras en inglés, por lo que sus compañeros de
armas se comunicaban por señas con él. De ahí, que su memoria de aquellos años
fuese más visual. Razonó entonces que aquellas bocas de acero, comenzaban a
resultar una asechanza para los soldados rasos, marionetas que en muchas
ocasiones peleaban por el capricho de sus superiores. Cuánto podrían costar en
sangre una medalla por tomar una cota inaccesible. Y fue fraguando en la limosa espesura de sus iris, una especie de
conciencia de clase. No tan compleja como la marxista, sino más intuitiva. Los
débiles contra los poderosos.
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Joseph Pulitzer, visionario de un nuevo periodismo. |
De
esta guisa, fumeteando un puro habano, relataba
sus vivencias a aquel joven redactor jefe, de bigote ralo y cara sonrosada.
Debía soportar encogido la murga que le soltaba su jefe, Joseph Pulitzer, que todavía
arrastraba las vocales metálicas de su alemán materno. Pero estaba sentado enfrente suya, un busto que representaba el nuevo
periodismo, que había sacado a
la bendita profesión de los círculos más intelectuales. Tiras más largas y
menos letras, a la sazón de los gustos de las clases más populares, a las que quería
involucrar en los problemas de la nación, que por supuesto elegía el señor
Pulitzer. - ¡Qué sepas, Alfred, que no hay más noticias que las que aparecen en
la primera plana del New York World! – Gracias a su sexto
sentido, hacía casi tres décadas que había ido comprando manchetas en
bancarrota, a precio de ganga, para hacerse con un conglomerado de medios. El
New York World fue su culminación.
-
Me reclutaron con engaños. ¡ El país se
ha cobrado como Shylock su libra de carne, Alfred! Pero por mis orígenes
extranjeros jamás podré ser su Presidente. – Joseph encajó las gafas en una
cajita. Había terminado de intuir las galeradas de la última edición del New York World. Sus ojos bordearon la angustia. – Porque qué diantres, sé lo que este
maldito país necesita.
-
¿Qué necesita?
Joseph Pulitzer era el que mejor pagaba, y por tanto, exigía una dedicación monacal a la profesión. De ocho de la mañana a las dos de la madrugada, cuando los periódicos desfilaban destino para la logística que los llevaba a las manos de los lectores. Aquel instante, que la tinta de las prensas llegaba a sus papilas olfativas, alcanzaban un éxtasis místico.- ¿Los hueles?- Asintió su subordinado. – Son como mis hijos, directos al corazón de la nación, como esos obuses. Quebremos conciencias. – Nadie que trabajase para él, podría eludir su obligación de periodista. Alfred quiso bostezar, frisada la medianoche, pero se contuvo. Tamaña ofensa no tendría arreglo con el señor Pulitzer. ¡ Falta de pasión por la profesión! <<Contrólate, para que no te salga con cajas destempladas este mostrenco>> se salmodiaba a sí mismo Alfred. Ni un atisbo de la vida personal debía nublar el horizonte profesional de sus trabajadores. Hasta en los sueños, el superjefe pergeñaba venideros éxitos. Los sueños tampoco escapaban a su control. Quito a éste y pongo al otro se decía a sí, en los brazos de Morfeo.
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La tira cómica que da nombre a este nuevo tipo de periodismo, amarillista. |
- Lo que te decía, querido amigo. Los ciudadanos de este país necesitan a alguien que les ampare de la cleptocracia. – El dueño del periódico miró Nueva York, la luz eléctrica tímida, y la de gas, que rozaba la penumbra. La ciudad en eterna construcción. Sombras de grúas, como gigantescas arañas por doquier. – No podré ser Presidente, pero me encargaré de elegirlo personalmente. Nuestro hombre es Grover Cleveland.
Y así ocurrió, que fue elegido Presidente el demócrata Grover Cleveland. Porque todos temían al señor Pulitzer, y nadie osaba contrariarle. No en vano, guardaba cadáveres hablando metafóricamente de los pecados de las autoridades y miembros más conspicuos de la sociedad del país. Pues los tenía retratados en sus ficheros. Había iniciado una tradición, que continuarían discípulos suyos como Randolph Hearst, o Edgar Hoover. Qué quería comerse esa pieza, nada como revelar una vida de desenfreno sexual. – Las pasiones nos corroen. La corrupción de los mejores, es la peor de las corrupciones. Pero pueden ser muy buenos, que si no nos sirven para nuestros fines. Por algo somos el cuarto poder.- No terminó la frase que suponía el desmorone en todos los sentidos de la persona que fuese objeto de sus sucias campañas. Una vez, uno de esos desdichados, le atacó a las puertas de la redacción con tomates. ¡Qué ridículo! Ni siquiera tenía valor para despacharle con una balacera.
A fin de llevar a cabo sus maquiavélicos planes, Pulitzer no había escatimado en medios. Había contratado a los periodistas más audaces. Brotaron en las retinas de los lectores, las historias más rocambolescas. Gracias a intrépidas plumillas como Nelly Bly, les dejaban mudos con aquellos relatos en los que se adentraba en un manicomio, para denunciar las condiciones deplorables en las que se trataban a los enfermos. – Te puedes creer que me engañó hasta a mí. Le miraba a los ojos para saber si era verdad que había perdido la chaveta, la muy cabrona de Nelly.
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Nelly Bly, la intrépida reportera y gran actriz |
También había fichado a golpe de talonario al autor de la tira cómica del Yellowkid. Satirizaba temas de actualidad e iba a dar nombre a este nuevo tipo de prensa, que se bautizó como prensa amarilla. En cualquier caso, había pasado mucho tiempo. Era la una cuando le contó sus planes futuros, que casi le dejaron helado. Alfred se haría con la dirección del New York World. Había llegado un nuevo gallito, Hearst, que fichó a las mejores plumas, reventando el mercado de articulistas. Incorporó a su nómina de ilustres a Mark Twain y Jack London. Pulitzer se estaba quedando sordo y ciego. La vejez no le perdonaba, a quien nunca supo escuchar en su altivez. De tal forma que decidió descansar navegando en su yate Liberty. De vez en cuando, al arribar a puerto en su vieja y añorada Europa, les llegaba un cable del dueño del tabloide. Comentando aspectos subsidiarios y que carecían de importancia. Le hacían caso, ya que su genio, llegaba a Nueva York desde Niza. Y podría firmar el cese de cualquiera.
Con él como hemos contado, nació el nuevo periodismo. La libertad de prensa como uno de los pilares básicos de una sociedad de la información. Otra cuestión es como queramos utilizar ese poder. El eterno debate del papel de los medios. En nuestros tiempos, un tótem arrogante de nuestra prensa, comparaba su diario, con el cañón Berta. Además, volviendo a Pulitzer, cabe recordar que se había convertido en un personaje envuelto en paradojas. Tanta repulsión hacia los poderosos y se casó con Kate Davis, sobrina del Presidente Confederado Jefferson Davis. Nadie hubiera imaginado que aquel pordiosero que merodeaba por el French's Hotel de Nueva York, fuese el presidente en la sombra de aquel gran país, como nos recuerdan en en esta maravillosa semblanza de La Vanguardia. Y para ahondar todavía más en esta figura luminosa y umbrosa a la vez, el fabuloso extra de Randolph Hearst de Elena en el país de los horrores. Un podcast que nos transporta a aquella época clave, para entender nuestros mundos modernos.
No sé si este personaje me es admirable u odioso. Había oído muchas veces lo de los premios Pulitzer pero ignoraba quién era el origen de los mismos. La prensa simplista, sensacionalista y manipuladora es su fruto. Hearst parece que fue un competidor que tuvo que aprendió probablemente de él. Es la época dorada de la prensa. Cuando veo alguna foto del pasado en el metro hay muchos que están leyendo el periódico. Yo fui lector de periódico desde muy pequeño hasta 2016 en que tomé la decisión de no volver a comprar El País del que había sido suscriptor muchos años. Era un hábito el desayuno leyendo El País, pero llegó un momento en que lo abandoné. Ahora no leo prensa de ningún tipo salvo la cultural. El periodismo está en una fase terminal. Ya nadie lee periódicos o apenas. Han cerrado kioskos por todas partes y si queda algún sitio tienen dos o tres periódicos. Añoro los años en que la lectura de la prensa era una forma de comenzar el día. Yo quería ser periodista en mi adolescencia, y no lo fui porque en Zaragoza no había estudios de periodismo. Me decanté por la literatura y pienso que fue una decisión afortunada como profesor y como lector. Ahora las noticias se leen en las redes sociales según tu ideología. Cada uno elige los posicionamientos que quiere leer y no leer. Siento no haber hablado mucho sobre Pulitzer cuya biografía está en el origen del periodismo moderno. Yo aprecio mucho las obras que han ganado el premio de su nombre, pero ignoraba que había sido una disposición suya. No me puedo imaginar una biografía mía si hubiera sido periodista como anhelaba. Dirigí una revista juvenil durante dieciséis números. Fue una aventura formidable. Saludos, amigo.
ResponderEliminarMe ha encantado leer esta pequeña semblanza en la que entreveras elementos tan personales, Joselu. A mi me parece que en los tiempos dorados del periodismo, era difícil discernir entre la literatura y el periodismo. En Estados Unidos Twain, Conrad o London, doraban con su prestigio, las columnas y manchetas más importantes. En España también hemos tenido una buena tradición de periodistas literatos. Nuestra memorable Edad de Plata. El ahora repudiado González Rúano, por sus coqueteos con el fascismo y una acusación que es un manchón importante. Algunos testigos aseguran que comerció con pasaportes en la Francia ocupada. Era un negocio rentabilísimo. Nada nubla su talento. Azorín, Delibes, o el gran Umbral, con él que quizá, acabó para mí esa prensa, en la que la línea entre la literatura y el periodismo se confunde para ser sólo una. Cansinos Assens, Ortega y Gasset, fueron tantos, todos sacaron lustre a sus plumas. Y me atrevo a afirmar, maestro, que con su prosa hubiera sido un grandísimo periodista.
EliminarEn mi caso, también hice pinitos en revistas de todo tipo. Llevé incluso una sección cultural de una revista empresarial sostenida con mi pluma. Perdón por la inmodestia. Sin ganar un duro, y por el afán de publicar. Me encantaba la literatura, que vivía en mi adolescencia como si estuviese tocado por las musas. En una borrachera, que me hacía transportarme en una nube. Hasta que elegí la seguridad de una carrera de ciencias. Me cabe la gloria en usted maestro, de haber sido fiel a lo que verdaderamente anhelaba. Y lo dicho, creo que por no haber sido más osado, nos hemos perdido un estupendo periodista literato.
Nunca es tarde, por cierto, Joselu. Si alguien tuviese tiempo en este maldito mundo moderno, para sentarse y pensar siquiera un mísero rato.
EliminarNo sabía absolutamente nada del Sr Pulitzer, lo confieso. Pero le doy las gracias. Sin él jamás hubiera podido leer el libro cuyo protagonista, Ignatius Reilly, se convirtió en el personaje de mís sueños.
ResponderEliminarTambién yo dejé de leer El País, pero creo que fue a causa de que quitaron los jueves la página cultural en donde escribía García Márquez. Javier Pradera tuvo algo que ver.
Hoy los diarios pertenecen a los partidos; en realidad, los medios están controlado por siete grandes corporaciones que acaparan las tres cuartas partes del total de inversión publicitaria pública y privada. Estos grupos son Planeta DeAgostini (AtresMedia, La Razón, Onda Cero, etc.); Mediaset (Telecinco, Cuatro, etc.); Grupo PRISA (El País, As, Cinco Días, Cadena Ser, Los 40, etc.); Vocento (ABC, El Correo, Las Províncias, etc.); Unidad Editorial (El Mundo, Marca, Expansión, Telva, Yo Donna, Discovery Max, etc.); Grupo Godó (La Vanguardia, RAC1, El Mundo Deportivo, 8TV, etc.); Editorial Prensa Ibérica (El Periódico, Diario de Mallorca, La Nueva España, Las Províncias, Regió7, Diari de Girona, etc.)...
Ahora elijo lo que quiero leer a golpe de clic, y es una pena, porque salvo a un escritor al que le soy fiel (Gregorio Morán), todo lo demás se me hace cansino y banal.
Salut
También leo a Gregorio Moran, que nos intenta sacar de la molicie a la que nos conduce una prensa, sin apenas destellos literarios. Porque quien nos podría despertar del letargo, como Juan Manuel de Prada, parece que perora desde el púlpito, con ideas demasiado tajantes e incluso trasnochadas. De Ussia reconozco el ingenio, y a Del Pozo cierto brillo, aunque la sombra de un monstruo como Umbral, es alargada.
EliminarIgnatius Reilly, según tengo entendido, vio la luz gracias al tesón de la madre del autor. Fue una obra que se publicó de forma póstuma y efectivamente, para mí es de las más importantes. Tiene momentos hilarantes. Un placer leerte, Tot.