Ir al contenido principal

El cuarto poder.

Lo había dado todo por aquel maldito país. Incluso combatió en la Guerra de Secesión, pues le habían enrolado en Europa con sutiles promesas a los diecisiete años. Su desarrollado sentido de la supervivencia, le mantuvo al margen de los obuses de la artillería, que derribaban fortines como castillos de naipes. En aquel tiempo, había aprendido unas pocas palabras en inglés, por lo que sus compañeros de armas se comunicaban por señas con él. De ahí, que su memoria de aquellos años fuese más visual. Razonó entonces que aquellas bocas de acero, comenzaban a resultar una asechanza para los soldados rasos, marionetas que en muchas ocasiones peleaban por el capricho de sus superiores. Cuánto podrían costar en sangre una medalla por tomar una cota inaccesible. Y fue fraguando en la limosa espesura de sus iris, una especie de conciencia de clase. No tan compleja como la marxista, sino más intuitiva. Los débiles contra los poderosos.


De Desconocido - http://www.nps.gov/history/history/online_books/hh/11/hh11d.htm, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2940390
Joseph Pulitzer, visionario de un
nuevo periodismo. 


De esta guisa, fumeteando un puro habano, relataba sus vivencias a aquel joven redactor jefe, de bigote ralo y cara sonrosada. Debía soportar encogido la murga que le soltaba su jefe, Joseph Pulitzer, que todavía arrastraba las vocales metálicas de su alemán materno.  Pero estaba sentado enfrente suya, un busto que representaba el nuevo periodismo, que había sacado a la bendita profesión de los círculos más intelectuales. Tiras más largas y menos letras, a la sazón de los gustos de las clases más populares, a las que quería involucrar en los problemas de la nación, que por supuesto elegía el señor Pulitzer. - ¡Qué sepas, Alfred, que no hay más noticias que las que aparecen en la primera plana del New York World! – Gracias a su sexto sentido, hacía casi tres décadas que había ido comprando manchetas en bancarrota, a precio de ganga, para hacerse con un conglomerado de medios. El New York World fue su culminación.

-          Me reclutaron con engaños. ¡ El país se ha cobrado como Shylock su libra de carne, Alfred! Pero por mis orígenes extranjeros jamás podré ser su Presidente. – Joseph encajó las gafas en una cajita. Había terminado de intuir las galeradas de la última edición del New York World. Sus ojos bordearon la angustia. – Porque qué diantres, sé lo que este maldito país necesita.

-          ¿Qué necesita?

Joseph Pulitzer era el que mejor pagaba, y por tanto, exigía una dedicación monacal a la profesión. De ocho de la mañana a las dos de la madrugada, cuando los periódicos desfilaban destino para la logística que los llevaba a las manos de los lectores. Aquel instante, que la tinta de las prensas llegaba a sus papilas olfativas, alcanzaban un éxtasis místico.- ¿Los hueles?- Asintió su subordinado. – Son como mis hijos, directos al corazón de la nación, como esos obuses. Quebremos conciencias. – Nadie que trabajase para él, podría eludir su obligación de periodista. Alfred quiso bostezar, frisada la medianoche, pero se contuvo. Tamaña ofensa no tendría arreglo con el señor Pulitzer. ¡ Falta de pasión por la profesión! <<Contrólate, para que no te salga con cajas destempladas este mostrenco>> se salmodiaba a sí mismo Alfred. Ni un atisbo de la vida personal debía nublar el horizonte profesional de sus trabajadores. Hasta en los sueños, el superjefe pergeñaba venideros éxitos. Los sueños tampoco escapaban a su control. Quito a éste y pongo al otro se decía a sí, en los brazos de Morfeo.



De Richard Felton Outcault - http://en.wikipedia.org/wiki/Image:YellowKid.jpeg Cropped, sized; original from http://www.toonopedia.com/yellow.htm (Yellow Kid is public domain circa 1897), Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1302274
La tira cómica que da nombre a este nuevo
tipo de periodismo, amarillista. 

-   Lo que te decía, querido amigo. Los ciudadanos de este país necesitan a alguien que les ampare de la cleptocracia. – El dueño del periódico miró Nueva York, la luz eléctrica tímida, y la de gas, que rozaba la penumbra. La ciudad en eterna construcción. Sombras de grúas, como gigantescas arañas por doquier. – No podré ser Presidente, pero me encargaré de elegirlo personalmente. Nuestro hombre es Grover Cleveland.

Y así ocurrió, que fue elegido Presidente el demócrata Grover Cleveland. Porque todos temían al señor Pulitzer, y nadie osaba contrariarle. No en vano, guardaba cadáveres hablando metafóricamente de los pecados de las autoridades y miembros más conspicuos de la sociedad del país. Pues los tenía retratados en sus ficheros. Había iniciado una tradición, que continuarían discípulos suyos como Randolph Hearst, o Edgar Hoover. Qué quería comerse esa pieza, nada como revelar una vida de desenfreno sexual. – Las pasiones nos corroen. La corrupción de los mejores, es la peor de las corrupciones. Pero pueden ser muy buenos, que si no nos sirven para nuestros fines. Por algo somos el cuarto poder.- No terminó la frase que suponía el desmorone en todos los sentidos de la persona que fuese objeto de sus sucias campañas. Una vez, uno de esos desdichados, le atacó a las puertas de la redacción con tomates. ¡Qué ridículo! Ni siquiera tenía valor para despacharle con una balacera. 

A fin de llevar  a cabo sus maquiavélicos planes, Pulitzer no había escatimado en medios. Había contratado a los periodistas más audaces. Brotaron en las retinas de los lectores, las historias más rocambolescas. Gracias a intrépidas plumillas como Nelly Bly, les dejaban mudos con aquellos relatos en los que se adentraba en un manicomio, para denunciar las condiciones deplorables en las que se trataban a los enfermos. – Te puedes creer que me engañó hasta a mí. Le miraba a los ojos para saber si era verdad que había perdido la chaveta, la muy cabrona de Nelly. 


De H. J. Myers, photographer - Esta imagen está disponible en la División de Impresiones y Fotografías de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos bajo el código digital cph.3b22819.Esta etiqueta no indica el estado de copyright del trabajo adjunto. Es necesario una etiqueta normal de copyright. Para más información vea Commons:Sobre las licencias., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=478187
Nelly Bly, la intrépida reportera
y gran actriz

 También había fichado a golpe de talonario al autor de la tira cómica del Yellowkid. Satirizaba temas de actualidad e iba a dar nombre a este nuevo tipo de prensa, que se bautizó como prensa amarilla. En cualquier caso, había pasado mucho tiempo. Era la una cuando le contó sus planes futuros, que casi le dejaron helado. Alfred se haría con la dirección del New York World. Había llegado un nuevo gallito, Hearst, que fichó a las mejores plumas, reventando el mercado de articulistas. Incorporó a su nómina de ilustres a Mark Twain y Jack London. Pulitzer se estaba quedando sordo y ciego. La vejez no le perdonaba, a quien nunca supo escuchar en su altivez. De tal forma que decidió descansar navegando en su yate Liberty. De vez en cuando, al arribar a puerto en su vieja y añorada Europa, les llegaba un cable del dueño del tabloide. Comentando aspectos subsidiarios y que carecían de importancia. Le hacían caso, ya que su genio, llegaba a Nueva York desde Niza. Y podría firmar el cese de cualquiera.

 Con él como hemos contado, nació el nuevo periodismo. La libertad de prensa como uno de los pilares básicos de una sociedad de la información. Otra cuestión es como queramos utilizar ese poder. El eterno debate del papel de los medios. En nuestros tiempos, un tótem arrogante de nuestra prensa, comparaba  su diario, con el cañón Berta. Además, volviendo a Pulitzer, cabe recordar que se había convertido en un personaje envuelto en paradojas. Tanta repulsión hacia los poderosos y se casó con Kate Davis, sobrina del Presidente Confederado Jefferson Davis. Nadie hubiera imaginado que aquel pordiosero que merodeaba por el French's Hotel de Nueva York, fuese el presidente en la sombra de aquel gran país, como nos recuerdan en en esta maravillosa semblanza de La Vanguardia. Y para ahondar todavía más en esta figura luminosa y umbrosa a la vez, el fabuloso extra de Randolph Hearst de Elena en el país de los horrores. Un podcast que nos transporta a aquella época clave, para entender nuestros mundos modernos. 


Comentarios

  1. No sé si este personaje me es admirable u odioso. Había oído muchas veces lo de los premios Pulitzer pero ignoraba quién era el origen de los mismos. La prensa simplista, sensacionalista y manipuladora es su fruto. Hearst parece que fue un competidor que tuvo que aprendió probablemente de él. Es la época dorada de la prensa. Cuando veo alguna foto del pasado en el metro hay muchos que están leyendo el periódico. Yo fui lector de periódico desde muy pequeño hasta 2016 en que tomé la decisión de no volver a comprar El País del que había sido suscriptor muchos años. Era un hábito el desayuno leyendo El País, pero llegó un momento en que lo abandoné. Ahora no leo prensa de ningún tipo salvo la cultural. El periodismo está en una fase terminal. Ya nadie lee periódicos o apenas. Han cerrado kioskos por todas partes y si queda algún sitio tienen dos o tres periódicos. Añoro los años en que la lectura de la prensa era una forma de comenzar el día. Yo quería ser periodista en mi adolescencia, y no lo fui porque en Zaragoza no había estudios de periodismo. Me decanté por la literatura y pienso que fue una decisión afortunada como profesor y como lector. Ahora las noticias se leen en las redes sociales según tu ideología. Cada uno elige los posicionamientos que quiere leer y no leer. Siento no haber hablado mucho sobre Pulitzer cuya biografía está en el origen del periodismo moderno. Yo aprecio mucho las obras que han ganado el premio de su nombre, pero ignoraba que había sido una disposición suya. No me puedo imaginar una biografía mía si hubiera sido periodista como anhelaba. Dirigí una revista juvenil durante dieciséis números. Fue una aventura formidable. Saludos, amigo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me ha encantado leer esta pequeña semblanza en la que entreveras elementos tan personales, Joselu. A mi me parece que en los tiempos dorados del periodismo, era difícil discernir entre la literatura y el periodismo. En Estados Unidos Twain, Conrad o London, doraban con su prestigio, las columnas y manchetas más importantes. En España también hemos tenido una buena tradición de periodistas literatos. Nuestra memorable Edad de Plata. El ahora repudiado González Rúano, por sus coqueteos con el fascismo y una acusación que es un manchón importante. Algunos testigos aseguran que comerció con pasaportes en la Francia ocupada. Era un negocio rentabilísimo. Nada nubla su talento. Azorín, Delibes, o el gran Umbral, con él que quizá, acabó para mí esa prensa, en la que la línea entre la literatura y el periodismo se confunde para ser sólo una. Cansinos Assens, Ortega y Gasset, fueron tantos, todos sacaron lustre a sus plumas. Y me atrevo a afirmar, maestro, que con su prosa hubiera sido un grandísimo periodista.

      En mi caso, también hice pinitos en revistas de todo tipo. Llevé incluso una sección cultural de una revista empresarial sostenida con mi pluma. Perdón por la inmodestia. Sin ganar un duro, y por el afán de publicar. Me encantaba la literatura, que vivía en mi adolescencia como si estuviese tocado por las musas. En una borrachera, que me hacía transportarme en una nube. Hasta que elegí la seguridad de una carrera de ciencias. Me cabe la gloria en usted maestro, de haber sido fiel a lo que verdaderamente anhelaba. Y lo dicho, creo que por no haber sido más osado, nos hemos perdido un estupendo periodista literato.

      Eliminar
    2. Nunca es tarde, por cierto, Joselu. Si alguien tuviese tiempo en este maldito mundo moderno, para sentarse y pensar siquiera un mísero rato.

      Eliminar
  2. No sabía absolutamente nada del Sr Pulitzer, lo confieso. Pero le doy las gracias. Sin él jamás hubiera podido leer el libro cuyo protagonista, Ignatius Reilly, se convirtió en el personaje de mís sueños.

    También yo dejé de leer El País, pero creo que fue a causa de que quitaron los jueves la página cultural en donde escribía García Márquez. Javier Pradera tuvo algo que ver.

    Hoy los diarios pertenecen a los partidos; en realidad, los medios están controlado por siete grandes corporaciones que acaparan las tres cuartas partes del total de inversión publicitaria pública y privada. Estos grupos son Planeta DeAgostini (AtresMedia, La Razón, Onda Cero, etc.); Mediaset (Telecinco, Cuatro, etc.); Grupo PRISA (El País, As, Cinco Días, Cadena Ser, Los 40, etc.); Vocento (ABC, El Correo, Las Províncias, etc.); Unidad Editorial (El Mundo, Marca, Expansión, Telva, Yo Donna, Discovery Max, etc.); Grupo Godó (La Vanguardia, RAC1, El Mundo Deportivo, 8TV, etc.); Editorial Prensa Ibérica (El Periódico, Diario de Mallorca, La Nueva España, Las Províncias, Regió7, Diari de Girona, etc.)...

    Ahora elijo lo que quiero leer a golpe de clic, y es una pena, porque salvo a un escritor al que le soy fiel (Gregorio Morán), todo lo demás se me hace cansino y banal.

    Salut

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. También leo a Gregorio Moran, que nos intenta sacar de la molicie a la que nos conduce una prensa, sin apenas destellos literarios. Porque quien nos podría despertar del letargo, como Juan Manuel de Prada, parece que perora desde el púlpito, con ideas demasiado tajantes e incluso trasnochadas. De Ussia reconozco el ingenio, y a Del Pozo cierto brillo, aunque la sombra de un monstruo como Umbral, es alargada.

      Ignatius Reilly, según tengo entendido, vio la luz gracias al tesón de la madre del autor. Fue una obra que se publicó de forma póstuma y efectivamente, para mí es de las más importantes. Tiene momentos hilarantes. Un placer leerte, Tot.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La Sociedad de la Niebla

C asi en la noche de los tiempos La vuelta al mundo en ochenta días , nos metió los demonios de las prisas y el encanto de viajar por el mundo. De la tierra a la luna , mi preferida, había avanzado más de un siglo la posibilidad de que el hombre hollase nuestro satélite. Muchos científicos se frotan todavía los ojos por lo próximos que estuvieron sus cálculos ¿Cómo lo hizo? Se preguntan sesudos.  Con todo, Julio Verne lucía esquinado en mis anaqueles, cuando Manuel Ontiveros me sacó del amodorramiento. - ¿Nunca te has preguntado por qué se adelantó tanto a su tiempo? - Señaló jubiloso a la parte más arrumbada de mi librería, a los ejemplares de Verne. -           Tenía una imaginación proverbial. -           Podría ser.-   me dijo enigmático Manuel, que parpadeó gozoso porque todavía me tenía enganchado con el misterio sobrevenido.- Pero podría ser por otra cosa. En Veinte mil leguas se adelantó a la invención del submarino ¿ Tampoco te lo has preguntado,

Los comienzos del más grande

E l micrófono valorado en más de un millón de dólares>> secretaba el televisor, que se hacía eco de un reportaje dedicado a un  cantante muy famoso. Nosotros en el duermevela de la siesta, alzamos atraídos por la noticia un párpado, para que se nos revelasen  las formas del instrumento, pero apareció aquel bulto envejecido. Antaño había producido la dicha en millones de sus seguidoras y  tuvo en el hito del Teatro Paramount , una de sus paradas en el camino de la fama. Aquella noche en cambio, el fenómeno iba a actuar en el Santiago Bernabéu . A todos los italianos les brillaba una sonrisa al escuchar su nombre, pues a pesar de los esfuerzos de su madre, una genovesa que según la leyenda renegaba de su orígenes, Frank Sinatra nunca renunció a aquellas amistades de barrio y a otras más comprometidas y menos recomendables ( Salvatore Giancana , mafioso que controlaba el ocio nocturno en varias ciudades, entre otros).    Al fin y al cabo, Frankie era un medio italiano

El anillo de Valentino

H ace mucho tiempo había escuchado una historia sobre la muerte de Rodolfo Valentino,  que nos inquietó. Danzaban las luces de las linternas en nuestros rostros por un inoportuno corte de luz que había provocado un huracán, de las decenas que habíamos soportado en Cayo Largo en los últimos años. - Era el ídolo de vuestra abuela, y cuentan que hubo muchos suicidios entre sus admiradoras, tras conocerse su muerte. En los reportajes de la época, unos camisas negras quisieron hacer los honores al féretro, pero los contrarios se opusieron, por lo que se armó una gran trifulca.  El gran Rodolfo Valentino en plena ola de éxito. -           ¿Unos camisas negras, tío? – Pregunté con mis ojos abismados en el miedo más absoluto. El huracán y esos espantajos del pasado, tan presentes en aquella estancia.  -           Sí, de Mussolini, pero no murió de una peritonitis.- Nuestro tío acrecentó el misterio con las cejas arqueadas. – O sí, pero provocado por un anillo.  Cuentan que