Sus loden y sombreros Fedora bien
aferrados, no evitaron que un céfiro repentino se adentrase en sus huesos,
cuando cruzaban la verja de los estudios de la RKO. Entraban en los predios del
mal. ¡Qué asco de farándula! Odiada por su más ilustre representado, William
Randoplh Hearst, hubo un tiempo que no, y era eso lo que les había
traído allí. Miraron chulescamente a ambos lados de un paisaje que parecía
industrial, pero que como pomposamente rezaba en la propaganda de las compañías
productoras de cine, era una fábrica de sueños. Inopinadamente, de un
hangar salió Napoleón entre una barahúnda de soldados. Barrigón, cuerpo
desmadejado y pelo hirsuto, no podía ser otro personaje histórico. Toda esa
caterva salía a descansar los diez minutos de rigor, tras cuatro horas de
rodaje.
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Primer cartel de la película |
-
¿Sabe,
por favor, dónde están las oficinas de su compañía, señor Bonaparte?- Le
inquirieron al unísono los abogados de Hearst.
-
¿No
serán del fisco? ¡Que me la cargo! Y yo, a mi edad, quiero seguir haciendo
cine. No me da para la jubilación. Menos con esos infames del fisco.
-
No,
por supuesto que no. Venimos a cerrar un trato con sus jefes.
-
Son
unas sanguijuelas. - Agarró al más altivo de los abogados. - No cree que cuando
gano, me fríen a impuestos. Se llevan casi la mitad de mi sueldo, entre tasas y
seguros de salud. Pero, ¿y si pierdo? ¡Qué no nos acusen de defraudador, que es
peor que cometer un estupro!
-
Le
comprendemos señor Napoleón. Pero si nos indica dónde podemos encontrar las
oficinas de sus jefes. - El corso alargó el brazo y con el dedo índice, a lo Colón, señaló hacia una mole que destacaba entre
los hangares de los estudios. Y pidió tabaco, que le dieron gustosamente,
aunque no supiesen que Napoleón fuese tan gorrón. Eso no se lee en los libros
de historia. Antes de que partiesen, el actor les disertó sobre las
consecuencias mentales de interpretar papeles tan distantes en el tiempo. -
Cualquier día me levanto creyéndome que soy Julio César.
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Una escena de la famosa película |
Cuando llegaron a la planta noble de la
RKO, una secretaria blonda y voluptuosa, que los había radiografiado de arriba
a abajo, anunció su visita por el interfono al jefe del departamento jurídico.
Un tipo espigado al que habían enfrentado en los tribunales. Querían secuestrar
la película que estaba rodando ese joven insolente, Orson Welles.
No tenía suficiente, que la había liado parda con su emisión de La
Guerra de los mundos de H.G. Wells, de la que tomamos nota en El Azogue. Famoso
también por su compañía de teatro, la Mercury,
con gran éxito en las tablas, si bien su elenco era desconocido para el gran público( el increíble Joseph Cotten o Alan Ladd se estrenarían en la gran pantalla con Ciudadano Kane). Que
un neófito impusiese su compañía para el reparto de su primera película a la productora, se
había convertido en la comidilla de Hollywood. Desde Lo que el viento se llevó
y O’
Selznick, no se habían vivido tantas polémicas.
-
¿Sabe
a lo que venimos? – Le dijeron al abogado de la RKO, que les recibió en un
gabinete lleno de carteles de películas, que la productora había lanzado.
-
Me
lo imagino.
-
Nos
hemos enterado de una escena, señor Mickel, que están rodando en la que se le
acusa de un homicidio a mi representado, el señor Hearst.¿O la retiran, o
tendremos que ampliar nuestra petición de medidas cautelares en los juzgados?
-
El
señor Welles se inspira en Fausto. Y si acaso en el señor Joseph Pulitzer, que se
casó con la sobrina de un presidente.
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El todopoderoso magnate de la prensa. |
Pese al empeño de Orson por unas
medidas excepcionales de seguridad, el rodaje está siendo un queso de gruyere. Se filtraban todos los detalles a la prensa, y la existencia de la escena de marras, había llegado a los oídos del magnate de la prensa, que montó en cólera porque afectaba a su reputación personal. La
rebatiña entre los servicios jurídicos continuó con todo el fragor que
requerían las circunstancias. No obstante, buena parte de la secuencia de la
discordia estaba rodada. George J. Schaeffer, presidente de la RKO, le había
dado a Orson Welles por contrato, la prerrogativa del final cut. Clave en nuestra historia. Es decir, la compañía no
podría intervenir en el montaje final de la película, y por tanto, prescindir
de la escena del barco, salvo que Welles se aviniese a razones, resultaba imposible. Sabía Schaeffer de lo que Hearst era capaz. De hacer arder por los cuatro costados los estudios de la RKO.
¿Qué se sugería en la secuencia? Imaginen una fiesta que organiza el magnate de los medios en honor de Thomas Harper Ince. Un grande del cine, que revolucionó el Western, hasta modernizarlo. Una autoridad de ese mundo del celuloide prístino. Corre el año 1924. Randolph Hearst no odia a la farándula en ese entonces, o solamente cuando le conviene. Enamorado de una actriz, Marion Davies, de un rubio refulgente, quiere que su musa alcance el estrellato. Por ello, rodea a su concubina de la creme de la creme de Hollywood. Toda celebridad reconocida se embarcó en el Oneida de Hearst para la fiesta en honor de Ince en aquel fatídico fin de semana. Hasta la ínclita periodista Luoella Parsons, que despellejaría a Hollywood, en cuanto su patrón Hearst se lo ordenase, había zarpado en el Oneida. Sube el vapor de Baco en las cabezas de los asistentes, y Marion Davies se escapa en un aparte con el mujeriego de Charlie Chaplin. Las habladurías cuentan que Hearst los sorprende y con una pistola dispara sobre Chaplin, aunque con tan mala suerte que Ince se interpone. El homenajeado recibe un balazo en el estómago.
En torno al incidente surge como dice el tópico, un tupido velo, una conjura para ocultarlo. Quién osa retar al señor Hearst. Hasta la médico personal de Ince, la Doctora Ida Glasgow firma en el certificado de fallecimiento, que la muerte de su cliente se produjo por un ataque al corazón. Otras informaciones hablan de una obstrucción en el intestino – la bala nos imaginamos que es difícil de digerir- y los rumores en cambio, señalan que fue un balazo. Quién sería el Judas que traicionó la conjura para salvar el pellejo del señor Hearst. Hombre de moral inapelable, que con Roscoe Arbuckle, el famosísimo intérprete más conocido por su gordura, como Fatty, no tuvo compasión. Al final su bufete logró que retirarán la escena, que como sabemos, no aparece en la fabulosa Ciudadano Kane.
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Un ataque al corazón o de bala acabó con la vida de Thomas Harper Ince, un gran actor. |
Filme que merece una entrada de nuestro Azogue. Sorprendente por la audacia de sus planos. Welles reconoce que se encerró en su sala personal de proyecciones, para contemplar la espléndida La Diligencia de John Ford unas treintainueve veces. Una pulsión casi enfermiza. Pero en esa película, según Orson, se condensaba toda la sabiduría del Séptimo Arte. Razones no le faltaban. - ¿Y esa osadía? - Se pregunta a sí mismo el cineasta, delante de un entrevistador especial, que indaga como nadie en la historia del cine, Peter Bogdanovich.- De mi profunda ignorancia. Ahora que sé algo más, no me habría atrevido a tener semejante arrogancia. Sabemos más, pero hemos perdido frescura, con el poso de los años, querido Peter.
He visto hace mucho tiempo La diligencia pero, sin duda, debe guardar la esencia del séptimo arte ya que Welles la vio treinta y nueve veces. También he visto Ciudadano Kane pero sin percibir su genialidad. Tendría que ver estas películas con otros ojos menos distraídos. En cuanto a la historia que nos traes, tan eficazmente expuesta, me ha sorprendido pues ignoraba todo, incluida la imposición de Hearts para que quitaran la escena de marras basada en el intento de matar a Chaplin por un asunto de celos. Una recomposición espléndida de la influencia de Hearts en la industria de Hollywood. Lo extraño es que posteriormente, lejos de su influencia, Welles no la incluyera como se ha hecho muchas veces en versiones posteriores, las que se llaman películas del director con algunas escenas suprimidas en la versión oficial. Tu recreación de personajes históricos es muy interesante, casi de maestro, aunque te prefiero como amigo agudo y perspicaz, conocedor de ángulos que la mayoría desconocemos. Tendría ganas de volver a ver La diligencia, eso es lo que más claro me ha quedado tras la lectura de tu suculento artículo. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Joselu, un placer compartir esta entrada contigo, por tu perspicacia y altura intelectual.
EliminarTambién, Joselu, es el poso que me ha quedado de este pedazo de historia del cine. Me encantaría volver a ver La diligencia. Y el caso es que la que sí volví a ver, es Ciudadano Kane. No con ese pedestal, con el que la 'visione' como dicen los criticos, a mis veinte años. Y reconozco que me ha encantado, sin esa aureola de genialidad, he visto una película muy innovadora, con esos planos con los que juguetea Welles. Una historia en la que el ritmo no decae. Creo que como tenía esa vitola de mejor película de todos los tiempos, las expectativas tan elevadas acaban por predisponernos en su contra. Es más, una vez que conoces la vida de Hearst, la soledad infinita que sintió, al ser apartado de sus familares de niño, para recibir una educación más esmerada, es cuando se te revela la obra de Welles con toda su genialidad. Esa es la impresión que me ha dejado Ciudadano Kane. La triste vida de un triunfador, que es abandonado por todos. El Hearst real tuvo en su fiel concubina, Marion Davies, luego esposa, un apoyo verdadero durante toda su vida. Es la recreación magistral de este personaje lo que se me ha quedado en las retimas. Sin la mística de la primera vez que la vi. Un placer, Joselu.
De entrada decir que no soy cinéfilo, pero que el Sr Orson siempre me abre el apetito.
ResponderEliminarHas citado a "Cefiro" en la entrada de tu escrito. Pocos conocen que el viento que nombras recorre el sur del Jónico, baña las costas de Calabria y se va a dormir en el pueblo donde está enterrado mi padre, Bruzzano Zeffirio ( de ahí el nombre del pueblo).
Cuando visioné por primera vez Ciudadano Kane, lo hice con ojos de ver el poder la prensa en la política; en una segunda vez aprecié más cosas, las tomas y los planos, y no he acertado en verla una tercera ocasión.
Ahora volveré a visionarla, y me detendré en otros detalles.
PD: no sabía nada de los celos y la muerte ocasionada, aunque siempre que recuerdo el apellido Hearts me viene a la memoria el Ejercito Simbiótico de Liberación...y mira que hace años, pero es que ese nombre es imborrable.
Salut y gracias
Gracias a ti, Tot, que me dejaste extasiado en el deliquio de tus dos primeras frases. Un padre calabres, con un pueblo que con su nombre nos evoca a la magia de los cuentos. Es como el pueblo de mis orígenes, Pieve a nievole, algo así como llueve en la nieve.
EliminarYo la he comprendido mejor en la segunda ocasión que la vi. Porque supe entrever la inmensa soledad de Kane. Cosa que con la fastuosidad y la tevetencia que me producía el genio de Welles, me pasó inadvertida.