Ir al contenido principal

Ciudadano ejemplar Hearst

 

Sus loden y sombreros Fedora bien aferrados, no evitaron que un céfiro repentino se adentrase en sus huesos, cuando cruzaban la verja de los estudios de la RKO. Entraban en los predios del mal. ¡Qué asco de farándula! Odiada por su más ilustre representado, William Randoplh Hearst, hubo un tiempo que no, y era eso lo que les había traído allí. Miraron chulescamente a ambos lados de un paisaje que parecía industrial, pero que como pomposamente rezaba en la propaganda de las compañías productoras de cine, era una fábrica de sueños. Inopinadamente, de un hangar salió Napoleón entre una barahúnda de soldados. Barrigón, cuerpo desmadejado y pelo hirsuto, no podía ser otro personaje histórico. Toda esa caterva salía a descansar los diez minutos de rigor, tras cuatro horas de rodaje. 


De William Rose - Scan via Heritage Auctions. Cropped from the original image., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=85708195
Primer cartel de la película


-          ¿Sabe, por favor, dónde están las oficinas de su compañía, señor Bonaparte?- Le inquirieron al unísono los abogados de Hearst.

-          ¿No serán del fisco? ¡Que me la cargo! Y yo, a mi edad, quiero seguir haciendo cine. No me da para la jubilación. Menos con esos infames del fisco. 

-          No, por supuesto que no. Venimos a cerrar un trato con sus jefes. 

-          Son unas sanguijuelas. - Agarró al más altivo de los abogados. - No cree que cuando gano, me fríen a impuestos. Se llevan casi la mitad de mi sueldo, entre tasas y seguros de salud. Pero, ¿y si pierdo? ¡Qué no nos acusen de defraudador, que es peor que cometer un estupro!

-          Le comprendemos señor Napoleón. Pero si nos indica dónde podemos encontrar las oficinas de sus jefes. - El corso alargó el brazo y con el dedo índice, a lo Colón, señaló hacia una mole que destacaba entre los hangares de los estudios. Y pidió tabaco, que le dieron gustosamente, aunque no supiesen que Napoleón fuese tan gorrón. Eso no se lee en los libros de historia. Antes de que partiesen, el actor les disertó sobre las consecuencias mentales de interpretar papeles tan distantes en el tiempo. - Cualquier día me levanto creyéndome que soy Julio César.



Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=5194586
Una escena de la famosa película

Cuando llegaron a la planta noble de la RKO, una secretaria blonda y voluptuosa, que los había radiografiado de arriba a abajo, anunció su visita por el interfono al jefe del departamento jurídico. Un tipo espigado al que habían enfrentado en los tribunales. Querían secuestrar la película que estaba rodando ese joven insolente, Orson Welles. No tenía suficiente, que la había liado parda con su emisión de La Guerra de los mundos de H.G. Wellsde la que tomamos nota en El Azogue. Famoso también por su compañía de teatro, la Mercury, con gran éxito en las tablas, si bien su elenco era desconocido para el gran público( el increíble Joseph Cotten o Alan Ladd se estrenarían en la gran pantalla con Ciudadano Kane). Que un neófito impusiese su compañía para el reparto de su primera película a la productora, se había convertido en la comidilla de Hollywood. Desde Lo que el viento se llevó y O’ Selznick, no se habían vivido tantas polémicas.  

-          ¿Sabe a lo que venimos? – Le dijeron al abogado de la RKO, que les recibió en un gabinete lleno de carteles de películas, que la productora había lanzado.

-          Me lo imagino. 

-          Nos hemos enterado de una escena, señor Mickel, que están rodando en la que se le acusa de un homicidio a mi representado, el señor Hearst.¿O la retiran, o tendremos que ampliar nuestra petición de medidas cautelares en los juzgados?

-          El señor Welles se inspira en Fausto. Y si acaso en el señor Joseph Pulitzer, que se casó con la sobrina de un presidente.


De Desconocido - http://en.wikipedia.org/wiki/Image:WilliamRandolphHearst.jpeg, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=767373
El todopoderoso magnate de la prensa.


Pese al empeño de Orson por unas medidas excepcionales de seguridad, el rodaje está siendo un queso de gruyere. Se filtraban todos los detalles a la prensa, y la existencia de la escena de marras, había llegado a los oídos del magnate de la prensa, que montó en cólera porque afectaba a su reputación personal. La rebatiña entre los servicios jurídicos continuó con todo el fragor que requerían las circunstancias. No obstante, buena parte de la secuencia de la discordia estaba rodada. George J. Schaeffer, presidente de la RKO, le había dado a Orson Welles por contrato, la prerrogativa del final cut. Clave en nuestra historia. Es decir, la compañía no podría intervenir en el montaje final de la película, y por tanto, prescindir de la escena del barco, salvo que Welles se aviniese a razones, resultaba imposible. Sabía Schaeffer de lo que Hearst era capaz. De hacer arder por los cuatro costados los estudios de la RKO.

¿Qué se sugería en la secuencia? Imaginen una fiesta que organiza el magnate de los medios en honor de Thomas Harper Ince. Un grande del cine, que revolucionó el Western, hasta modernizarlo. Una autoridad de ese mundo del celuloide prístino. Corre el año 1924. Randolph Hearst no odia a la farándula en ese entonces, o solamente cuando le conviene. Enamorado de una actriz, Marion Davies, de un rubio refulgente, quiere que su musa alcance el estrellato. Por ello, rodea a su concubina de la creme de la creme de Hollywood. Toda celebridad reconocida se embarcó en el Oneida de Hearst para la fiesta en honor de Ince en aquel fatídico fin de semana. Hasta la ínclita periodista Luoella Parsons, que despellejaría a Hollywood, en cuanto su patrón Hearst se lo ordenase, había zarpado en el Oneida. Sube el vapor de Baco en las cabezas de los asistentes, y Marion Davies se escapa en un aparte con el mujeriego de Charlie Chaplin. Las habladurías cuentan que Hearst los sorprende y con una pistola dispara sobre Chaplin, aunque con tan mala suerte que Ince se interpone. El homenajeado recibe un balazo en el estómago. 

En torno al incidente surge como dice el tópico, un tupido velo, una conjura para ocultarlo. Quién osa retar al señor Hearst. Hasta la médico personal de Ince, la Doctora Ida Glasgow firma en el certificado de fallecimiento, que la muerte de su cliente se produjo por un ataque al corazón. Otras informaciones hablan de una obstrucción en el intestino – la bala nos imaginamos que es difícil de digerir- y los rumores en cambio, señalan que fue un balazo. Quién sería el Judas que traicionó la conjura para salvar el pellejo del señor Hearst. Hombre de moral inapelable, que con Roscoe Arbuckle, el famosísimo intérprete más conocido por su gordura, como Fatty, no tuvo compasión.  Al final su bufete logró que retirarán la escena, que como sabemos, no aparece en la fabulosa Ciudadano Kane. 


De Desconocido - Internet Archive, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=36667536
Un ataque al corazón o de bala acabó con la vida de
Thomas Harper Ince, un gran actor.

Filme que merece una entrada de nuestro Azogue. Sorprendente por la audacia de sus planos. Welles reconoce que se encerró en su sala personal de proyecciones, para contemplar la espléndida La Diligencia de John Ford unas treintainueve veces. Una pulsión casi enfermiza. Pero en esa película, según Orson, se condensaba toda la sabiduría del Séptimo Arte. Razones no le faltaban. - ¿Y esa osadía?  - Se pregunta a sí mismo el cineasta, delante de un entrevistador especial, que indaga como nadie en la historia del cine, Peter Bogdanovich.- De mi profunda ignorancia. Ahora que sé algo más, no me habría atrevido a tener semejante arrogancia. Sabemos más, pero hemos perdido frescura, con el poso de los años, querido Peter. 


Comentarios

  1. He visto hace mucho tiempo La diligencia pero, sin duda, debe guardar la esencia del séptimo arte ya que Welles la vio treinta y nueve veces. También he visto Ciudadano Kane pero sin percibir su genialidad. Tendría que ver estas películas con otros ojos menos distraídos. En cuanto a la historia que nos traes, tan eficazmente expuesta, me ha sorprendido pues ignoraba todo, incluida la imposición de Hearts para que quitaran la escena de marras basada en el intento de matar a Chaplin por un asunto de celos. Una recomposición espléndida de la influencia de Hearts en la industria de Hollywood. Lo extraño es que posteriormente, lejos de su influencia, Welles no la incluyera como se ha hecho muchas veces en versiones posteriores, las que se llaman películas del director con algunas escenas suprimidas en la versión oficial. Tu recreación de personajes históricos es muy interesante, casi de maestro, aunque te prefiero como amigo agudo y perspicaz, conocedor de ángulos que la mayoría desconocemos. Tendría ganas de volver a ver La diligencia, eso es lo que más claro me ha quedado tras la lectura de tu suculento artículo. Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Joselu, un placer compartir esta entrada contigo, por tu perspicacia y altura intelectual.
      También, Joselu, es el poso que me ha quedado de este pedazo de historia del cine. Me encantaría volver a ver La diligencia. Y el caso es que la que sí volví a ver, es Ciudadano Kane. No con ese pedestal, con el que la 'visione' como dicen los criticos, a mis veinte años. Y reconozco que me ha encantado, sin esa aureola de genialidad, he visto una película muy innovadora, con esos planos con los que juguetea Welles. Una historia en la que el ritmo no decae. Creo que como tenía esa vitola de mejor película de todos los tiempos, las expectativas tan elevadas acaban por predisponernos en su contra. Es más, una vez que conoces la vida de Hearst, la soledad infinita que sintió, al ser apartado de sus familares de niño, para recibir una educación más esmerada, es cuando se te revela la obra de Welles con toda su genialidad. Esa es la impresión que me ha dejado Ciudadano Kane. La triste vida de un triunfador, que es abandonado por todos. El Hearst real tuvo en su fiel concubina, Marion Davies, luego esposa, un apoyo verdadero durante toda su vida. Es la recreación magistral de este personaje lo que se me ha quedado en las retimas. Sin la mística de la primera vez que la vi. Un placer, Joselu.

      Eliminar
  2. De entrada decir que no soy cinéfilo, pero que el Sr Orson siempre me abre el apetito.
    Has citado a "Cefiro" en la entrada de tu escrito. Pocos conocen que el viento que nombras recorre el sur del Jónico, baña las costas de Calabria y se va a dormir en el pueblo donde está enterrado mi padre, Bruzzano Zeffirio ( de ahí el nombre del pueblo).
    Cuando visioné por primera vez Ciudadano Kane, lo hice con ojos de ver el poder la prensa en la política; en una segunda vez aprecié más cosas, las tomas y los planos, y no he acertado en verla una tercera ocasión.
    Ahora volveré a visionarla, y me detendré en otros detalles.
    PD: no sabía nada de los celos y la muerte ocasionada, aunque siempre que recuerdo el apellido Hearts me viene a la memoria el Ejercito Simbiótico de Liberación...y mira que hace años, pero es que ese nombre es imborrable.
    Salut y gracias

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a ti, Tot, que me dejaste extasiado en el deliquio de tus dos primeras frases. Un padre calabres, con un pueblo que con su nombre nos evoca a la magia de los cuentos. Es como el pueblo de mis orígenes, Pieve a nievole, algo así como llueve en la nieve.

      Yo la he comprendido mejor en la segunda ocasión que la vi. Porque supe entrever la inmensa soledad de Kane. Cosa que con la fastuosidad y la tevetencia que me producía el genio de Welles, me pasó inadvertida.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La Sociedad de la Niebla

C asi en la noche de los tiempos La vuelta al mundo en ochenta días , nos metió los demonios de las prisas y el encanto de viajar por el mundo. De la tierra a la luna , mi preferida, había avanzado más de un siglo la posibilidad de que el hombre hollase nuestro satélite. Muchos científicos se frotan todavía los ojos por lo próximos que estuvieron sus cálculos ¿Cómo lo hizo? Se preguntan sesudos.  Con todo, Julio Verne lucía esquinado en mis anaqueles, cuando Manuel Ontiveros me sacó del amodorramiento. - ¿Nunca te has preguntado por qué se adelantó tanto a su tiempo? - Señaló jubiloso a la parte más arrumbada de mi librería, a los ejemplares de Verne. -           Tenía una imaginación proverbial. -           Podría ser.-   me dijo enigmático Manuel, que parpadeó gozoso porque todavía me tenía enganchado con el misterio sobrevenido.- Pero podría ser por otra cosa. En Veinte mil leguas se adelantó a la invención del submarino ¿ Tampoco te lo has preguntado,

Los comienzos del más grande

E l micrófono valorado en más de un millón de dólares>> secretaba el televisor, que se hacía eco de un reportaje dedicado a un  cantante muy famoso. Nosotros en el duermevela de la siesta, alzamos atraídos por la noticia un párpado, para que se nos revelasen  las formas del instrumento, pero apareció aquel bulto envejecido. Antaño había producido la dicha en millones de sus seguidoras y  tuvo en el hito del Teatro Paramount , una de sus paradas en el camino de la fama. Aquella noche en cambio, el fenómeno iba a actuar en el Santiago Bernabéu . A todos los italianos les brillaba una sonrisa al escuchar su nombre, pues a pesar de los esfuerzos de su madre, una genovesa que según la leyenda renegaba de su orígenes, Frank Sinatra nunca renunció a aquellas amistades de barrio y a otras más comprometidas y menos recomendables ( Salvatore Giancana , mafioso que controlaba el ocio nocturno en varias ciudades, entre otros).    Al fin y al cabo, Frankie era un medio italiano

El anillo de Valentino

H ace mucho tiempo había escuchado una historia sobre la muerte de Rodolfo Valentino,  que nos inquietó. Danzaban las luces de las linternas en nuestros rostros por un inoportuno corte de luz que había provocado un huracán, de las decenas que habíamos soportado en Cayo Largo en los últimos años. - Era el ídolo de vuestra abuela, y cuentan que hubo muchos suicidios entre sus admiradoras, tras conocerse su muerte. En los reportajes de la época, unos camisas negras quisieron hacer los honores al féretro, pero los contrarios se opusieron, por lo que se armó una gran trifulca.  El gran Rodolfo Valentino en plena ola de éxito. -           ¿Unos camisas negras, tío? – Pregunté con mis ojos abismados en el miedo más absoluto. El huracán y esos espantajos del pasado, tan presentes en aquella estancia.  -           Sí, de Mussolini, pero no murió de una peritonitis.- Nuestro tío acrecentó el misterio con las cejas arqueadas. – O sí, pero provocado por un anillo.  Cuentan que