Unos
completos majaderos, si pensaban que se podrían desembarazar de la esposa,
escapando a los dominios de Carcasona, donde un poeta inválido acoge a los perseguidos, da igual de qué condición. Contaban que la esposa amargaba al marido libertino, al que asediaba con constantes súplicas. - Me quitaría la vida.- Solloza la interfecta, que cae derrengada sobre el sillón, para como un flan, soltar al desgaire todo un sinfín de querellas. Conserva el revólver de oficial de Zuavos del padre. - ¡Me pego un tiro aquí mismo! Con todo, el gandul de su esposo se lo ha hecho infinidad de veces, aunque esta vez iba en serio, rezongaba llorosa. Por culpa de la nube de admiradoras, que le ronda, tenía una buena lista de voluntarias para retozar con él.
- Es que ellos son así.- Le dijo la prima de la esposa, con gran desconsuelo. Hunden ambas a la vez la cuchara en el café que todavía sigue caliente en la taza. - Viven en un continuo baile de parejas. Ya sabes lo que pasó con Dalí, Éluard y Gala.
-¿Dalí?- Preguntó confusa y alunada la mujer de Max Ernst, al que el arte se le había metido en la bragueta. Pensó en aquella vez que entró sin llamar al atelier de Max, y éste le estaba dando por detrás a la que llamaba su Coralina del sur. Esa andaluza de un cabello y ojos de un bruno voraz. Pero eran aventuras pasajeras. - Ahora Max ha huido, y no sé dónde. Antes, estoy segura de que quería que le siguiese. Escapaba a Normandía, nuestra segunda casa. O Mâcon. ¿Pero ahora, Constance?
Para esconderse de una mujer que le persigue como a una sombra, y le avergüenza en su círculo artístico, Ernst tomaba las de Carcasona.- No se llevan los pantalones hasta que tienes una aventura, y tu mujer lo acepta sin rechistar como buena burguesa. - Le repetían sus congéneres del círculo surrealista. Max había aparecido en la escandalosa Edad de Oro de su amigo, el cineasta español, Luis Buñuel. Y pensaba en su mujer, que podía suicidarse. ¡Qué paradoja! Sin embargo, había cogido un Hispano Suiza, para buscar junto a Leonora Carrington, la bella y jovencísima pintora, un refugio en el que profesarse ese amor sin barreras. Romper con la maroma que le unía a su inquietante esposa. Se le ocurrió visitar a su amigo, el bardo de Carcasona, Jöe Bousquet, que languidece en su cama. Dos vidas se dice que tiene, que sobrelleva gracias a la adormidera del opio. Hondas caladas que le sumen al pobrecillo en mundos paralelos. Connotaciones de una apariencia imaginaria le arrojan a la libreta, donde no ha dejado de restregar la pluma mojada en tinta, con sus reflexiones, de delicado poeta.
"Si todos los hombres vivieran inmóviles, como yo, tendrían un nombre cargado de duda para designar a los hechos que giran sobre si mismos para envolverlos"
Durante la Gran Guerra, una bala siniestra se había alojado en la columna vertebral del poeta Bousquet, acabando con la movilidad de su tren inferior. Había recordado cómo con una expresión que brillaba llena de esperanzas, el cirujano le alentaba a una nueva operación, con la que recuperaría parte de la movilidad. No obstante, cada vez fue peor. Y los dolores desaparecían gracias al opio redentor, y una muchacha del pueblo, que le movía, le cambiaba las sábanas, por simple admiración o amor hacia el vate. Él intenta que salga de su mundo de postración, y ella sigue allí. Con sus manos llenas de cariño acariciándole la frente. Por eso, cuando le dice que tiene visita y ve a su amigo Ernst, esperando como un bobalicón en el quicio de la puerta, junto a una bella muchacha, se le ilumina una sonrisa. También considerado un surrealista, abraza como un colega a Max.
- No hace falta que te levantes.- Le tira el chascarrillo, ante sonrojo de Leonora.
- Pero Max, qué dices.
- Son bromas entre colegas, no te escandalices. - Con ironía.- Estoy acostumbrado a que Max me maltrate, como buen amigo que es.
Lejos de la lucha de clases o de géneros, los surrealistas solamente disciernen entre los creadores y el resto. Si llega una muchacha dicharachera como Leonora Carrington, que nunca se adaptó en ninguna parte, para construir quimeras con retazos de sueños, ellos la respetarán. Es la hija de un potentado que eligió la incertidumbre del arte. Entre Bousquet y Carrington surgió una química evidente. Se aliaron contra Max Ernst en aquella excursión a Carcasona. Quizá fuese la última vez que se viesen. Leonora y Max huirían más tarde de la Francia ocupada a los Estados Unidos, con la ayuda de Peggy Guggenheim(1942). Como escribía Bousquet, "el amor con sus alas de cólera" y la guerra con su aliento de destrucción, truncó muchos proyectos. . El poeta siguió escribiendo “Así habla el hombre, en el silencio, en la soledad; y su palabra consagra su impotencia y la inanidad de su aspiración a la belleza” Horadando las horas, en busca de una belleza que consuela ante tanta destrucción. Un escudo de las letras ideales, que como le pareciese a Machado, le protegió de las bombas que parecían no llegar a la huerta valenciana ni a Carcasona.
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Jöe Bousquet, un poeta postrado en el lecho del dolor |
- Es que ellos son así.- Le dijo la prima de la esposa, con gran desconsuelo. Hunden ambas a la vez la cuchara en el café que todavía sigue caliente en la taza. - Viven en un continuo baile de parejas. Ya sabes lo que pasó con Dalí, Éluard y Gala.
-¿Dalí?- Preguntó confusa y alunada la mujer de Max Ernst, al que el arte se le había metido en la bragueta. Pensó en aquella vez que entró sin llamar al atelier de Max, y éste le estaba dando por detrás a la que llamaba su Coralina del sur. Esa andaluza de un cabello y ojos de un bruno voraz. Pero eran aventuras pasajeras. - Ahora Max ha huido, y no sé dónde. Antes, estoy segura de que quería que le siguiese. Escapaba a Normandía, nuestra segunda casa. O Mâcon. ¿Pero ahora, Constance?
Para esconderse de una mujer que le persigue como a una sombra, y le avergüenza en su círculo artístico, Ernst tomaba las de Carcasona.- No se llevan los pantalones hasta que tienes una aventura, y tu mujer lo acepta sin rechistar como buena burguesa. - Le repetían sus congéneres del círculo surrealista. Max había aparecido en la escandalosa Edad de Oro de su amigo, el cineasta español, Luis Buñuel. Y pensaba en su mujer, que podía suicidarse. ¡Qué paradoja! Sin embargo, había cogido un Hispano Suiza, para buscar junto a Leonora Carrington, la bella y jovencísima pintora, un refugio en el que profesarse ese amor sin barreras. Romper con la maroma que le unía a su inquietante esposa. Se le ocurrió visitar a su amigo, el bardo de Carcasona, Jöe Bousquet, que languidece en su cama. Dos vidas se dice que tiene, que sobrelleva gracias a la adormidera del opio. Hondas caladas que le sumen al pobrecillo en mundos paralelos. Connotaciones de una apariencia imaginaria le arrojan a la libreta, donde no ha dejado de restregar la pluma mojada en tinta, con sus reflexiones, de delicado poeta.
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La posada del Caballo del Alba. |
"Si todos los hombres vivieran inmóviles, como yo, tendrían un nombre cargado de duda para designar a los hechos que giran sobre si mismos para envolverlos"
Durante la Gran Guerra, una bala siniestra se había alojado en la columna vertebral del poeta Bousquet, acabando con la movilidad de su tren inferior. Había recordado cómo con una expresión que brillaba llena de esperanzas, el cirujano le alentaba a una nueva operación, con la que recuperaría parte de la movilidad. No obstante, cada vez fue peor. Y los dolores desaparecían gracias al opio redentor, y una muchacha del pueblo, que le movía, le cambiaba las sábanas, por simple admiración o amor hacia el vate. Él intenta que salga de su mundo de postración, y ella sigue allí. Con sus manos llenas de cariño acariciándole la frente. Por eso, cuando le dice que tiene visita y ve a su amigo Ernst, esperando como un bobalicón en el quicio de la puerta, junto a una bella muchacha, se le ilumina una sonrisa. También considerado un surrealista, abraza como un colega a Max.
- No hace falta que te levantes.- Le tira el chascarrillo, ante sonrojo de Leonora.
- Pero Max, qué dices.
- Son bromas entre colegas, no te escandalices. - Con ironía.- Estoy acostumbrado a que Max me maltrate, como buen amigo que es.
Lejos de la lucha de clases o de géneros, los surrealistas solamente disciernen entre los creadores y el resto. Si llega una muchacha dicharachera como Leonora Carrington, que nunca se adaptó en ninguna parte, para construir quimeras con retazos de sueños, ellos la respetarán. Es la hija de un potentado que eligió la incertidumbre del arte. Entre Bousquet y Carrington surgió una química evidente. Se aliaron contra Max Ernst en aquella excursión a Carcasona. Quizá fuese la última vez que se viesen. Leonora y Max huirían más tarde de la Francia ocupada a los Estados Unidos, con la ayuda de Peggy Guggenheim(1942). Como escribía Bousquet, "el amor con sus alas de cólera" y la guerra con su aliento de destrucción, truncó muchos proyectos. . El poeta siguió escribiendo “Así habla el hombre, en el silencio, en la soledad; y su palabra consagra su impotencia y la inanidad de su aspiración a la belleza” Horadando las horas, en busca de una belleza que consuela ante tanta destrucción. Un escudo de las letras ideales, que como le pareciese a Machado, le protegió de las bombas que parecían no llegar a la huerta valenciana ni a Carcasona.
¡Cómo parece dormida
la guerra, de mar a mar,
mientras Valencia florida
se bebe el Guadalaviar!
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La guerra arrastró a muchos artistas a cruzar el charco. |
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