Cuando
las peores pesadillas se ciernen sobre nuestras esperanzas, buscamos refugio
en la imaginación, que nos abre sus puertas a través de la ficción y en este caso, la literatura. No en vano, Madrid se yergue como una urbe fantasmal, desde la que se otean pequeñas hormigas,
grupos dispersos de personas, que brujulean por unas calles desiertas. La lucha contra un enemigo invisible, el coronavirus, que debemos guardar desde nuestros propios domicilios, se convierte entonces en una resaca. Virus por allí y por aquí, información a granel, todo relacionado con esta maldita pandemia, que va a dejar una inefable factura sanitaria y económica. Por eso, la literatura se torna cada vez más imprescindible. Es cuando desde la
azotea, un café que yace gélido en la taza y en la otra mano, un ejemplar de
Los colores del incendio, se convierten en una espléndida arma para combatir el miedo y el tedio. La segunda parte de la exitosa Nos vemos allá arriba,
con la que su autor ganó uno de los premios más prestigiosos de literatura, el Premio Goncourt 2014(en
Francia por descontado), y que se ha llevado a la gran pantalla, nos atrapa desde las primeras páginas.
La magnífica obra de Lemaitre |
En
esta segunda entrega, vuelven algunos de los personajes que moraron por Nos vemos allá arriba, y desaparecen otros. Los más se eclipsan en
la acción, que gira más en este nuevo episodio de la saga, en torno a Madeleine
y las vicisitudes que vive con su hijo Paul. Como han reseñado algunos
críticos, Lemaitre tiene la capacidad de partir de una hecatombe, el
caracortada de Nos vemos allá arriba, y las asechanzas que persiguen a Madeleine
y su hijo en Los colores del incendio. Pues en ese baño de desgracias es capaz de atraparnos, y arrancarnos
algunas sonrisas. Son ejemplo de esto que decimos, las relaciones de Paul con una increíble diva del bel canto, Solange
Gallinato, que tienen momentos delirantes. Leer las cartas repletas de faltas ortográficas
de un icono de la cultura, su personalidad de niña, que busca la complicidad en
un adolescente como Paul, en un mundo de adultos que la admira por sus capacidades
vocales, roza un esperpento de ternura.
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La Gran Guerra dejó sentir su huella en toda la generación de entreguerras |
Y
de telón de fondo una posguerra demencial, por las ganas de vivir de los supervivientes, con las tormentas monetarias, el Crac del
29, más los años 30, que son una carrera armamentística para llegar a la locura
de la II Guerra Mundial. Mientras, Lemaitre quita el velo de los complejos engranajes de los mundos financieros de la época, las guerras y trampas entre clanes económicos, los viejos recelos que sirven para llevar a cabo las vendettas más refinadas. También el nacimiento de una Hacienda francesa que ante los
abultados déficits – Alemania no paga asiduamente, o se renegocia su deuda-
quiere recabar más fondos e instaura un controvertido impuesto sobre la renta personal(1). Entre medias, nacen fuertes grupos opositores a ese Estado que crece y crece como una hidra, para dar ese sorpasso que les haga recorrer ese camino que nos deparará la modernidad de los estados providencia ( las guerras empujaron a crear los sistemas fiscales modernos o la planificación indicativa a partir de la IIGM) . Estos flashes nos dan una idea del contexto de la novela, pero no es el principal atractivo de la misma.
Son sus personajes, las historias y relaciones que en Lemaitre, encuentran el retrato más humano. A pesar de la gravedad de los tiempos que les toca en suerte vivir. Esta literatura nos ayudará a entender que hubo mayores tiempos de tribulación, y a que si todas las generaciones tuvieron sus cisnes negros.
Son sus personajes, las historias y relaciones que en Lemaitre, encuentran el retrato más humano. A pesar de la gravedad de los tiempos que les toca en suerte vivir. Esta literatura nos ayudará a entender que hubo mayores tiempos de tribulación, y a que si todas las generaciones tuvieron sus cisnes negros.
(1) En España hubo varios intentos, y nuestro país no fue ajeno a estas tendencias, que desde el siglo XIX quisieron imponer una fiscalidad subjetiva, es decir, dependiente de las capacidades del sujeto pasivo. José Calvo Sotelo, que sería asesinado en el preludio de la Guerra Civil, crimen que probablemente fuese el pistoletazo para su comienzo, quiso llevar a cabo estas modernas tendencias en esos mismos años veinte en la Hacienda española.
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