<< ¡F irmes, ya no se mueve nadie en la formación!>> Ordenó el capitán bizarro a su sección. No se escuchaba el murmullo de un aliento. Las bayonetas, las charreteras bien lustradas, y las casacas napoleónicas se entremezclaban en la formación con los trajes más modernos del ejército galo. Todos miraban a un cielo de tintes metálicos. La grisura en cambio no podía contener la emoción en un París, que esperaba esa visita con gran ilusión. De reojo, atisbaron la figura del presidente, George Pompidou, una efigie imbuida de la solemnidad del momento. Se trataba de un recibimiento con todos los honores de estado, para un ilustre visitante, quizá el más ilustre que pisase jamás tierras galas. A la altura de Julio César , que con su capa roja había desolado a los antiguos moradores de Francia. Como había leído en Le Monde uno de los presentes, seguramente muchos compatriotas llevasen los genes de este faraón de luenga vida y gran fec...
Un viaje por la historia y la cultura