Como
en tantas otras ocasiones, que una opinión en exceso encomiástica, demora una
lectura muy recomendable, pues de esta guisa nos presentamos ante Oona y Salinger. La novela envuelta en el polvo, languidecía en un lugar remoto de la estantería, escondida entre tomos de finanzas. Hasta que despertó de su sueño, una tarde que balanceé el ejemplar en mis manos. Obra de uno de los enfant terrible del panorama
literario actual francés, Frédéric Beigbeder desde las
primeras páginas aborda la historia en un estilo muy particular. Encareciendo al
lector que comprenda sus ansias de contaminarse de la candidez de la juventud y de no envejecer nunca. Nos transporta a su universo particular, lo que sonará
frívolo para no pocos, pero que a posteriori cobrará sentido. Beigbeder cuenta cómo esquiva a cualquier coetáneo, para que no le imbuya en la clase de problemas típicos
de la cuarentena. Los hijos adolescentes, la escasez de tiempo personal, las arrugas que crecen por doquier y esos brillos últimos de una madurez que nos aboca a hacer muchas insensateces. Fréderic, ya puestos, prefiere vampirizar directamente a los jóvenes. Give me five!
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El autor del Guardián entre el centeno. |
Es cuando nos preguntamos si este escritor es producto de laboratorio de alguna editorial, que impone autores superficiales. Entonces Beigbeder comienza la narración con todo un arsenal literario que apabulla. Mezcla de géneros, recrea a la perfección la atmósfera de un Nueva York que vive ajeno a las vicisitudes de la IIGM. 1940. Una fascinante quinceañera, Oona Oneill, y un escritor desgarbado y romo, J.D. Salinger se conocen en un local de moda. Ella una it girl, digna sucesora de Claire Bow, con un padre famoso, Eugene O´Neill, Premio Nobel de literatura, que abandonó a una hija, que busca constantemente su reconocimiento, incluso en la distancia. Enfrente, un tipo que sale del cascarón, pero que empieza a sonar en las revistas literarias más prestigiosas como un talento demasiado prometedor. Ambos pugnan por llenar una vida e intentar ser ellos mismos. Por eso les urge la inevitable y desazonadora pregunta. ¿Quiénes son ellos realmente? En esa vacuidad, y con la tramoya del Stork Club, el local de moda, desfilan personajes de la talla de Truman Capote, que se pirra por los camareros mulatos y que fuma como un descosido. A pesar de su orientación sexual, Capote quiere tener una corte de beldades femeninas que giren en torno suya, e intuye en Salinger un competidor por la señorita O´Neill. Además de que su atractivo le lleva a admitir que en el fondo le gusta aquel chambón, hecho para los diálogos de frases cortas y cortantes. Un maestro del desencanto en aquellas fechas.
Sigamos con la historia de amor. Después de varios escarceos, comienza el flirteo, entre la bella Oona y Salinger, que se aman hasta que el conflicto bélico llama a las puertas de Estados Unidos. Les separará la guerra para siempre. La muchacha encuentra a Charlie Chaplin, y conocemos el resto de la historia. No se separarán hasta su muerte. Resulta que como cuenta Beigbeder, Orson Welles, titubea entre Oona y Rita Hayworth, pero sabe que por la proverbial timidez de la muchacha, encajaría perfectamente con el cómico y actor universal, de modo que dejará vía libre al inglés. Aquí viene a colación ese escamoso preámbulo, convertido en una loa a la juventud, por la diferencia de edad de los enamorados. Veinticinco años. Es lógico el desencanto del escritor, el tercero en discordia, que en Europa va a conocer el horror pintado en sus más feraces pupilas. Acontecimientos que narra por carta a su amada, ya en el corazón de otro. A Salinger le cambiará la vida por ese conflicto, y el desgarro seguirá latente en el resto de lo que escriba. Ernest Hemingway, que hace de corresponsal y que se topa con Salinger, del que ha oído escuchar por su incipiente talento, le dice a propósito de su desengaño con Oona, que todo literato necesita de una ruptura amorosa traumática para dotar a sus escritos de autenticidad. Es un fermento cruel aunque efectivo.
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Una fascinante joven, que acaparaba la atención a su alrededor |
Estamos en pleno éxtasis. No solamente nos envuelve la fantástica historia de Beigbeder, en un período que refulge como una epopeya por la gravedad que revistieron los hechos. Salta de un género a otro, sus codas en medio de la narración, no entorpecen, enriquecen el texto, que acaba siendo redondeado de forma magistral por este autor de melena y barba fosca, y en el que titila un increíble foso de juventud. Nos rendimos a su talento, y pese a que las reticencias iniciales nos hicieron guardar un exceso de escepticismo antes de coger Oona y Salinger, nos lanzaremos con deleite a leer cualquiera de sus obras. Casi reconocemos, lejos nuestra pretensión de compararnos con Beigbeder, el afán del Azogue de recuperar en carne y hueso a los personajes que han protagonizado nuestra cultura occidental. Recomendamos desde estas páginas, su lectura, como no podría ser de otra forma. Y como Fréderic le proponemos este fantástico ejercicio. Escuchen a la fabulosa Oona cuando soñaba con ser artista. En realidad se buscaba a sí misma y encontró otro papel, cerca de un genio.
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