Cuenta
la leyenda que un desolado Giuseppe Verdi se dejaba deslizar por el vaivén cotidiano, pues la desgracia se había abatido sobre él, de la forma más cruel imaginable. En un breve espacio de tiempo había perdido a su esposa y sobre todo, a sus dos hijos ¿Cabe mayor desdicha? Apenas le quedaba aliento, que caía rendido en el catre de su pieza malograda, llegada la noche. Un fantasma, cuyo universo y sueños quedaban reducidos a aquellas cuatro paredes. Comer como respirar, por puro instinto. Sin embargo, buscaba en el restaurante ansiosamente la mesa de todos los días, manías de un loco. Le parecía un esfuerzo sublime, allanarse unos pasos más, o consumirse en la eterna duda de dónde debía sentarse, cuando le faltaba el lugar al que se había acostumbrado.
Por esta razón,tenía ese gesto hosco, al albergar este tipo de dudas. Se plantó en el restaurante un mediodía, con el estigma de la terrible pérdida grabado en su rostro, cuando se cruzó con el empresario de la Scala, Bartolomeo Merelli, que creía en las infinitas posibilidades del compositor. - Señor Verdi, señor Verdi.- Agitó los brazos para atraer la atención del músico, que iba con la cabeza gacha y como un espectro, hipnotizado por la posibilidad de sentarse en su lugar preferido. - Ni lo intente, señor Merelli.- Le dijo su secretario al empresario que rezumaba bonhomía. - Pero hemos de rescatarlo para la música, querido Alessandro. - A todos le sorprendió la fe inquebrantable. - Es un talento que tarda generaciones en nacer.
- Eso no lo duda nadie, señor Merelli.
- Señor Verdi, he venido hasta aquí expresamente para verlo.- Olvidó el eco de las reflexiones de su fiel secretario, para propalar sus esperanzas.- Creo que tengo.
- ¿No me diga?- Le interrumpió. El músico iba más tardo en sus reacciones, o eso le pareció al empresario.
-Sí, se lo aseguro. Le he traído un libreto al que solamente usted le puede poner música.
- No le entiendo.
- Lléveselo, por favor. No tiene que empezar ni hoy ni mañana. Lo deja en un cajón si quiere y cuando tenga ganas, comience a escribir la música. Es magnífico, se lo aseguro.
- Hace mucho que no escribo.- Le cortó otra vez. Cómo le quitasen la mesa por el plomizo señor Merelli, se angustió Giuseppe.
- Por favor, por los viejos tiempos. Cójalo, y usted se lo piensa. Qué no le sale nada, estamos en paz.
- Bueno, démelos. - Con prisa, como quien se quita un bulto molesto, y para que nadie le hurtase la privilegiada situación desde la que se encaramaría para otear el discurrir de la plaza, le repuso con desgana, y bajó los ojos.- Pero no le prometo nada.
- De acuerdo, no se apure. No tiene ningún compromiso. Nada más que llevárselos.
Un cariacontecido Giuseppe le asiente a todo lo que dice. Come, y cuando llega a su casa sin embargo, apartará el libreto entre el farallón de libros, que tiene en la mesa de su camaranchón, junto a otras tantas partituras que ni siquiera se propuso emborronar. Su mujer, sus hijos y sus sueños, la inmensa tristeza que le rodea. Una coraza sin igual para que a uno le resbalen sus anhelos. Sin embargo, cómo expresarle al lector ese momento de serendipia, que quizá adornase el propio compositor. El libreto cae precisamente por el momento en el que el coro aborda el Va pensiero. Esa letra sin música se detiene en las pupilas del genio, que comienza a imaginar cómo será la composición que haga vibrar un texto que se adapta como un guante a la situación de su Italia. Una nación arrumbada al Piamonte, y que forma parte del damero internacional, con piezas que se mueven sin rubor alguno. Entonces, comenzó a garrapatear el que es el coro más famoso de la historia.
El libreto mal colocado, en esa colina de páginas que acabó cayendo por esas páginas, le redimirían con la música, y como proclama el musicólogo Ramón Gener, es imposible imaginarnos la ópera sin la contribución del gran Verdi. El azar lo rescató de ser la historia cierta,de un injusto olvido. Ese sueño que compartió con Marguerita Barezzi, la hija de su mentor y esposa fallecida. A pesar de que el compositor se uniese más tarde a la increíble Strepponi. Y ese coro se convertiría en el himno oficioso de la nueva Italia que surgía con fuerzas en los albores de 1870. Abrazado incluso por los fascistas. Sin embargo, llegaron las tonadas más efusivas de Mamelli, que no son más bellas pero sí más impetuosas que el Va pensiero. Les dejamos ambos a nuestros lectores, para que comparen.
Por esta razón,tenía ese gesto hosco, al albergar este tipo de dudas. Se plantó en el restaurante un mediodía, con el estigma de la terrible pérdida grabado en su rostro, cuando se cruzó con el empresario de la Scala, Bartolomeo Merelli, que creía en las infinitas posibilidades del compositor. - Señor Verdi, señor Verdi.- Agitó los brazos para atraer la atención del músico, que iba con la cabeza gacha y como un espectro, hipnotizado por la posibilidad de sentarse en su lugar preferido. - Ni lo intente, señor Merelli.- Le dijo su secretario al empresario que rezumaba bonhomía. - Pero hemos de rescatarlo para la música, querido Alessandro. - A todos le sorprendió la fe inquebrantable. - Es un talento que tarda generaciones en nacer.
- Eso no lo duda nadie, señor Merelli.
- Señor Verdi, he venido hasta aquí expresamente para verlo.- Olvidó el eco de las reflexiones de su fiel secretario, para propalar sus esperanzas.- Creo que tengo.
- ¿No me diga?- Le interrumpió. El músico iba más tardo en sus reacciones, o eso le pareció al empresario.
-Sí, se lo aseguro. Le he traído un libreto al que solamente usted le puede poner música.
- No le entiendo.
- Lléveselo, por favor. No tiene que empezar ni hoy ni mañana. Lo deja en un cajón si quiere y cuando tenga ganas, comience a escribir la música. Es magnífico, se lo aseguro.
- Hace mucho que no escribo.- Le cortó otra vez. Cómo le quitasen la mesa por el plomizo señor Merelli, se angustió Giuseppe.
- Por favor, por los viejos tiempos. Cójalo, y usted se lo piensa. Qué no le sale nada, estamos en paz.
- Bueno, démelos. - Con prisa, como quien se quita un bulto molesto, y para que nadie le hurtase la privilegiada situación desde la que se encaramaría para otear el discurrir de la plaza, le repuso con desgana, y bajó los ojos.- Pero no le prometo nada.
- De acuerdo, no se apure. No tiene ningún compromiso. Nada más que llevárselos.
![]() |
Adusto, por unos acontecimientos trágicos. |
El libreto mal colocado, en esa colina de páginas que acabó cayendo por esas páginas, le redimirían con la música, y como proclama el musicólogo Ramón Gener, es imposible imaginarnos la ópera sin la contribución del gran Verdi. El azar lo rescató de ser la historia cierta,de un injusto olvido. Ese sueño que compartió con Marguerita Barezzi, la hija de su mentor y esposa fallecida. A pesar de que el compositor se uniese más tarde a la increíble Strepponi. Y ese coro se convertiría en el himno oficioso de la nueva Italia que surgía con fuerzas en los albores de 1870. Abrazado incluso por los fascistas. Sin embargo, llegaron las tonadas más efusivas de Mamelli, que no son más bellas pero sí más impetuosas que el Va pensiero. Les dejamos ambos a nuestros lectores, para que comparen.
Comentarios
Publicar un comentario