Corría
el año 1936, y a pesar del baño de sangre en el que se debatía la Península Ibérica, la
muerte del poeta suscitó unas marejadas de tinta, como una muestra de la
barbarie del bando franquista. Protestas internacionales, que vendieron la
causa de una disuelta República, como la causa de las libertades. Sin embargo,
aquel vil asesinato escondía en realidad una historia de viejas rencillas entre
familias, que sellaron el destino de Federico García Lorca.
Hasta un inglés loco, Ian Gibson, se topó con esta historia, que le atrapó para el resto de
su vida, sin que llegase a concluir dónde se encuentran realmente enterrados
los restos del famoso poeta. O el gran poeta Luis Rosales, al que el
semblante se le tornaba circunspecto, y hablaba del terrorífico sinsentido de
la desaparición de su amigo. Rosales abrigaba en cada pausa, un tormento inefable. Hasta aquí una parte del drama
conocido, aunque la historia tiene ramificaciones que se han desdeñado.
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Lorca, uno de los grandes poetas contemporáneos. |
Una de ellas nos lleva al año 1976. Toda la ciudad de Granada lucía encartelada con la imagen del poeta: CUARENTA AÑOS DE LA MUERTE DEL POETA. Cuando un viejo se sumergió en sus calles al atardecer en busca de placeres lúdicos. Eran los tiempos del llamado cine del destape. - Entiéndame, me gustan esas películas picantonas. – Farfullaría nuestro vetusto protagonista más tarde a la periodista, que había tenido a bien entrevistarle. De pronto, se dio de bruces con la imagen de aquel hombre en las noticias del NODO. Había pasado mucho tiempo y un infinito de vidas, tan etéreas como gelatinosas. El pasado es una bruma para este individuo. Pero jamás podría olvidar esa cara, que era la de la muerte.
-
Ocurrió
hace exactamente cuarenta años. – Confesó con congoja. - Iba en una moto de
reparto de pan por la serranía granadina, casi solitario por esas carreteras de
Dios, señorita, y descubrí el cadáver, que me llamó la atención porque su
sangre que manaba de la espalda, todavía brillaba. Estaba bocabajo, con ropa blanca.
-
¿Había
muerto recientemente, Rogelio?
-
Eso
parecía, Rocío.
En aquella época, la muerte
campaba a sus anchas, pero el muchacho se enfrentaba por primera vez a un
fiambre, y se le quedó grabada la imagen. Siguió con su ruta, y la escena de
aquel finado no se le fue de la cabeza. No obstante, acabado el reparto, tendría que
retornar a su casa, y andarse con cuidado, pues escuchó el tableteo de una
ametralladora en la lontananza.
- Entonces me di cuenta, señorita, que para volver, tendría que retornar por la carretera en la que me había encontrado el cadáver. - Se debatía en una zozobra, mas la alternativa era regresar haciendo un rodeo de más de treinta kilómetros, de esos treinta kilómetros de antaño. Un camino lleno de asechanzas, con soldados de gatillo fácil. Así que el joven panadero decidió entonces que pasaría por la misma trocha, mientras rezaba mentalmente a medida que se aproximaba al hito del muerto. Al llegar al mismo, la sorpresa le cortó la respiración. ¿Se había movido o lo habían movido? El muerto no estaba en el mismo lugar que por la mañana. Entonces, echándole narices dado que la conciencia le remordía, no le cupo más remedio que tomar el pulso a nuestro cadáver. ¡Tenía pulso! Y éste se volvió pidiendo AGUA - Casi se me sale el corazón de su sitio, Rocío.
- Me lo puedo creer, Rogelio.
¿Qué hacer con el malherido? Si era un rojo, le podrían acusar de colaborar con la causa. Como creyente no podría dejarlo morir como un perro en una cuneta. Así, trémulo le vino una inspiración casi divina. Le llevaría a un convento de religiosas que estaba cercano, y a las que les llevaba el pan. Además, Sor Agueda, una de las madres, tenía conocimientos de medicina.
- Tres orificios, Rocío. Me preocupaba el de la cabeza. Y allí me dirigí, pensando que se me moría en el camino o que me parase una patrulla inoportuna..- Continuó Rogelio con su relato, mientras se frotaba su barba hispida. Imaginen el trasfondo de una estación de tren, de noche, con la luz mortecina de unas bombillas que se resistían a brillar en medio de la oscuridad. Y la palabras de aquel hombre mal aseado y peor vestido, según el recuerdo de la periodista. - Las monjas acogieron a Manuel solícitas.
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Otro "paseo" desafortunado nos privó de la genialidad de Lorca. |
Estaba mal herido, aunque de manera sorprendente se fue recuperando, gracias a los oficios de Sor Águeda. Si bien, el orificio de la cabeza hizo que aquel hombre misterioso, nunca volviese a hablar. "Un estadio de idiocia" como recordaba la plumilla. Mudo acudía a sus tareas con la azada, a lo sumo sonreía. Trató Sor Agueda de enseñarle a escribir para comunicarse con Manuel, y según cuenta algún testigo, lo único que supo escribir al cabo del tiempo, fue la palabra agua, que lucía en una estampita del Cristo de Medinaceli. Hasta que en 1954 murió, llevándose consigo a la tumba, el misterio de su procedencia.
Muchos lectores se preguntarán la razón por la que la periodista creyó tanto en el testimonio de Rogelio, al fin y al cabo, un borrachín cuentista más. Para el viejo, Lorca y Manuel eran sin duda la misma persona. Y es que en otra de sus citas, el panadero trajo consigo una fotografía de ¡los años 40! en la que salía con ese Manuel. El parecido con el poeta era tan sorprendente, que Rocío se lanzó a escribir la historia en el periódico en el que trabajaba, El Ideal de Granada. Ebria de sueños, creyó que ganaría el Pulitzer, y Rogelio se conformaba con salir de su vida mísera, y no tener que pedir prestado para calentar el pico con un vermú. Sin embargo, aquella columna causó tanto revuelo, que el continuará con el que adornaba el final de dicho artículo, y que llenó de intriga a sus lectores, no tuvo más capítulos. Una redacción en pleno verano deja escapar muchos gazapos, y el director consideró una falta de respeto el divagar con una historia cuando se cumplía precisamente el cuarenta aniversario de la desaparición trágica del vate.
El tal Manuel y su misterio, que fue enterrado en el cementerio de Calicasas, duerme bajo el manto de agua del embalse de Cubillas. Imposible saber si el Lorca el hortelano como le llamaban en la redacción del Ideal, con mucho ánimo jocoso, era el verdadero Lorca. Y quizá esa palabra escrita por Manuel, AGUA, tuviese una carga premonitoria que el futuro confirmó cuando el embalse de Cubillas se remansó alli. . O se acordó de Rogelio, que ayudó al menesteroso y sediento. De esta forma cierra el fabuloso capítulo de la serie Páginas ocultas de la historia, que en El Azogue recomendamos a nuestros lectores, y al que pueden acceder por el siguiente enlace: Páginas ocultas de la historia
Solamente reseñamos una historia curiosa, sin darle más verosimilitud que la narración de unos hechos que se dieron hace más de 40 años, como una de esas páginas extrañas de la historia. Nos recuerda un poco al mito del doppelganger.
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