Un noooo, rotundo salió de la garganta de Jacques Jaujard (1). Se izó de la cama como un resorte, sudoroso y con el semblante ceniciento. Su mujer se despertó llevada por el miedo a un chillido tan extemporáneo.- ¿Qué te pasa, Jacques? No parabas de hablar. - Le cogió las manos temblorosas. Tanta ingesta de nicotina y café iban a poder con él.
- Una pesadilla, pero duerme, cariño.- El bulto de penumbras de su esposa se recostó, y supo que concilió el sueño de nuevo, por los leves ronquidos que envolvieron su respiración.
¿Pero quién podría dormir con tantas preocupaciones? Por culpa del pacto de los alemanes y soviéticos, el director del Louvre se temió que la política europea se deteriorase tanto que llegasen al callejón sin salida de una nueva guerra. Él tuvo en cualquier caso, la inspiración de adelantarse a los hechos, puesto que jamás se creyó que en la Conferencia de Múnich se había firmado la paz para varias generaciones como proclamaba el cándido y bienintencionado Premier británico, Neville Chamberlain. Bien sabía que la pantomima de Múnich se convertiría en papel mojado, porque Adolf Hitler le pareció el único dirigente con determinación de la cumbre, y su decisión estaba tomada: la guerra. Sin embargo, el director del Louvre supo leer con anticipación los acontecimientos. Nunca fue fácil convencer a los grandes prebostes de un gobierno cambiante. Tantas crisis, que había departido en una misma semana con dos titulares del Ministerio de Cultura francés. El último de ellos no sabía refrenar su vehemencia, nuevo en el puesto, se perdía en el mar de razones que el veterano y resabiado Jaujard le lanzaba. Y cuando le preguntaban por el orate de Jaujard, se encogía de hombros. - En la anterior guerra los boches no llegaron a los arrabales de París. - Le incitaba un compañero, titular de otra cartera ministerial.
- Pero sí en la anterior de la anterior. Y le recuerdo que el Gran Bertha podría haber puesto en su punto de mira el museo. - Aquel monstruo de cañón habría llegado a la luna, se resabió el Ministro de Cultura mientras escuchaba a su interlocutor. ¡ Anda que no se inventaron historias con su temible boca de fuego, que aterrorizaba a la población! No abandonó su explicación que sonaba a bendita locura. - La intención de Jaujard es salvar el patrimonio del acecho de la guerra y del pillaje de los alemanes. Dicen que tanto Adolf Hitler como su acólito más cercano, Hermann Göering, son consumadas aves de rapiña.
Gracias a un batallón de trabajadores del museo se había logrado empaquetar buena parte de las obras cumbre que moraban en él. Con una serie de códigos se catalogaban las mismas, para que los trabajadores distinguiesen aquéllas, que requerían un mayor mimo. Así la caja de la jocunda Gioconda tenía tres círculos rojos, además de su número identificativo. El tiempo pasaba, y Jaujard que releía la prensa, cada día se escamaba más con los derroteros de la diplomacia aliada, que recibía indolentemente las afrentas del régimen nazi, más envalentonado. Tenían que acelerar el transporte de las mejores obras, por lo que reclutaron a los estudiantes de bellas artes del museo, y lo que le pareció más rocambolesco a su fiel subordinado, jefe de los depósitos del citado museo, el imperturbable señor René Huygue, que se enrolase para tamaña empresa a los empleados de los almacenes Samaritan. - Señor Jaujard, se ha vuelto usted majara. No es lo mismo envolver el género de unos grandes almacenes que tratar un Tiziano.
- Desde luego, pero no se preocupe, que nuestros trabajadores supervisarán todas las tareas
Y aquella noche, la congoja del señor Jaujard estaba más que justificada. Quedaba por embalar la Victoria de Samotracia, que lucía esplendente en la Escalera Daru, unos peldaños magnos para estatua tan majestuosa ¿Se puede enamorar alguien de una obra de arte? Hitler (2) amaba sin pudor a la bella Nefertiti, y se negó a restituir el busto a los egipcios. Pues de la misma forma, el Director del Louvre tenía tres niñas mimadas: La Victoria de Samotracia, la Venus de Milo y la fabulosa Gioconda, con la que entablaba largas conversaciones en los momentos de soledad. Pero allí estaba la estatua alada en el sueño, unos andamiajes para que se deslizase a la altura del rellano que coronaban las escaleras, y la pesadilla. La quebradiza dama de Samotracia caía para....volar, sí voló antes de saltar hecha añicos contra el suelo, con sus hermosas alas. Jaujard sonrió, se recostó. Al fin y al cabo una pesadilla acaba mal. Y los sueños, sueños son. Con todo, la realidad le volvía a poner los pies en el piso. Porque al día siguiente los alemanes invadían Polonia y la Nike del Louvre partía en el último camión que había procedido a la evacuación del museo, sin que se le causase ningún daño en la maniobra. Esta historia no acaba aquí. Será en otra ocasión que aprovechemos alguna de sus infinitas vetas.
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La Victoria vuela sobre nuestros sueños. |
¿Pero quién podría dormir con tantas preocupaciones? Por culpa del pacto de los alemanes y soviéticos, el director del Louvre se temió que la política europea se deteriorase tanto que llegasen al callejón sin salida de una nueva guerra. Él tuvo en cualquier caso, la inspiración de adelantarse a los hechos, puesto que jamás se creyó que en la Conferencia de Múnich se había firmado la paz para varias generaciones como proclamaba el cándido y bienintencionado Premier británico, Neville Chamberlain. Bien sabía que la pantomima de Múnich se convertiría en papel mojado, porque Adolf Hitler le pareció el único dirigente con determinación de la cumbre, y su decisión estaba tomada: la guerra. Sin embargo, el director del Louvre supo leer con anticipación los acontecimientos. Nunca fue fácil convencer a los grandes prebostes de un gobierno cambiante. Tantas crisis, que había departido en una misma semana con dos titulares del Ministerio de Cultura francés. El último de ellos no sabía refrenar su vehemencia, nuevo en el puesto, se perdía en el mar de razones que el veterano y resabiado Jaujard le lanzaba. Y cuando le preguntaban por el orate de Jaujard, se encogía de hombros. - En la anterior guerra los boches no llegaron a los arrabales de París. - Le incitaba un compañero, titular de otra cartera ministerial.
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La sombra de Göring se abatió sobre
el patrimonio francés.
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- Pero sí en la anterior de la anterior. Y le recuerdo que el Gran Bertha podría haber puesto en su punto de mira el museo. - Aquel monstruo de cañón habría llegado a la luna, se resabió el Ministro de Cultura mientras escuchaba a su interlocutor. ¡ Anda que no se inventaron historias con su temible boca de fuego, que aterrorizaba a la población! No abandonó su explicación que sonaba a bendita locura. - La intención de Jaujard es salvar el patrimonio del acecho de la guerra y del pillaje de los alemanes. Dicen que tanto Adolf Hitler como su acólito más cercano, Hermann Göering, son consumadas aves de rapiña.
Gracias a un batallón de trabajadores del museo se había logrado empaquetar buena parte de las obras cumbre que moraban en él. Con una serie de códigos se catalogaban las mismas, para que los trabajadores distinguiesen aquéllas, que requerían un mayor mimo. Así la caja de la jocunda Gioconda tenía tres círculos rojos, además de su número identificativo. El tiempo pasaba, y Jaujard que releía la prensa, cada día se escamaba más con los derroteros de la diplomacia aliada, que recibía indolentemente las afrentas del régimen nazi, más envalentonado. Tenían que acelerar el transporte de las mejores obras, por lo que reclutaron a los estudiantes de bellas artes del museo, y lo que le pareció más rocambolesco a su fiel subordinado, jefe de los depósitos del citado museo, el imperturbable señor René Huygue, que se enrolase para tamaña empresa a los empleados de los almacenes Samaritan. - Señor Jaujard, se ha vuelto usted majara. No es lo mismo envolver el género de unos grandes almacenes que tratar un Tiziano.
- Desde luego, pero no se preocupe, que nuestros trabajadores supervisarán todas las tareas
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En camiones parecidos a los del traslado del Prado, partieron las
obras del Louvre.
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Y aquella noche, la congoja del señor Jaujard estaba más que justificada. Quedaba por embalar la Victoria de Samotracia, que lucía esplendente en la Escalera Daru, unos peldaños magnos para estatua tan majestuosa ¿Se puede enamorar alguien de una obra de arte? Hitler (2) amaba sin pudor a la bella Nefertiti, y se negó a restituir el busto a los egipcios. Pues de la misma forma, el Director del Louvre tenía tres niñas mimadas: La Victoria de Samotracia, la Venus de Milo y la fabulosa Gioconda, con la que entablaba largas conversaciones en los momentos de soledad. Pero allí estaba la estatua alada en el sueño, unos andamiajes para que se deslizase a la altura del rellano que coronaban las escaleras, y la pesadilla. La quebradiza dama de Samotracia caía para....volar, sí voló antes de saltar hecha añicos contra el suelo, con sus hermosas alas. Jaujard sonrió, se recostó. Al fin y al cabo una pesadilla acaba mal. Y los sueños, sueños son. Con todo, la realidad le volvía a poner los pies en el piso. Porque al día siguiente los alemanes invadían Polonia y la Nike del Louvre partía en el último camión que había procedido a la evacuación del museo, sin que se le causase ningún daño en la maniobra. Esta historia no acaba aquí. Será en otra ocasión que aprovechemos alguna de sus infinitas vetas.
(1) Jaujard había participado en la evacuación del Prado realizada durante nuestra Guerra Civil como un delegado entendido en arte, al que le avalaba la larga trayectoria en la gestión de patrimonio cultural en el país vecino.
(2) Göring quiso hacer un guiño a los egipcios, devolviendo el busto de Nefertiti, a lo que el Führer le repuso que lo que era de los alemanes, no se restituía. Era una forma de todavía mellar más la desconfianza de los africanos contra los colonos ingleses. Las malas lenguas contaban que el máximo dirigente nazi si se había enamorado de alguien, fue de la bellísima faraona. Y quizá de su sobrina Geli Raubal.
(2) Göring quiso hacer un guiño a los egipcios, devolviendo el busto de Nefertiti, a lo que el Führer le repuso que lo que era de los alemanes, no se restituía. Era una forma de todavía mellar más la desconfianza de los africanos contra los colonos ingleses. Las malas lenguas contaban que el máximo dirigente nazi si se había enamorado de alguien, fue de la bellísima faraona. Y quizá de su sobrina Geli Raubal.
Gran lectura
ResponderEliminarMuchas gracias, Angélica. La historia de la Ocupación parece un filón inagotable, y los que hemos contemplado a la Victoria de Samotracia dominando imponente las Escaleras Daru, nos imaginamos el temor que albergaron aquéllos que participaron en su evacuacion.
EliminarY yo sin visitar París, cuestión que habrá que resolver en breve.
ResponderEliminarUn período de la historia sin parangón en la historia de la humanidad, aunque fíjate que justo ahora acabo de leer la gran fiesta que vino después de la paz que firmaron los dos "emperadores", Napoleón y Alejandro, después de la batalla de Friedland (si no me falla la memoria y como ejemplo de otra extraña alianza entre enemigos), a raíz de mi lectura de "Guerra y Paz".
Una etapa muy interesante, como la que comentas de Guerra y Paz, Rubén. Seguro que descubres París muy pronto. Yo quiero volver a los Castillos del Loira, por donde se desparramaron una buena parte de las obras de esta evacuación. Y buscar en París esos lugares tan literarios. Aunque es una ciudad tan mostrenca-por su tamaño- que no será una tarea sencilla. Un abrazo y gracias por comentar, Rubén.
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