Al
principio, la edad de la inocencia, un mundo que se crea por fuerzas y energías
contrapuestas, hasta que el oro que corromperá a los nibelungos,
cobra protagonismo. Criaturas extrañas, de escasa estatura, y que viven en las sombrías entrañas de la tierra. Alberico, uno de ellos, se había acercado impetuoso a las hermosas ondinas,
que custodiaban libérrimas los secretos más furtivos. – El amor, misterioso fruto de nuestra felicidad. - Pequeño y hurón, el nibelungo sin embargo sabía apreciar la
belleza de las tres ninfas. Se miraba en los confines de los riachuelos, espejo verosímil de sus
sueños. Tan pronto subió a los peñascales, donde la breña crecía selvática, oteó el horizonte a sus anchas. Acostumbrado a las angostas grutas de los inframundos, Alberico gozaba de la libertad. Cuando llegó en pos del viento, como decíamos, a la altura de las tres náyades. - ¡Qué belleza, si cualquiera
de vosotras me acogiese en su regazo, me haría muy feliz!
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El gran compositor alemán, Richard Wagner. |
- ¡Qué dices, nibelungo! - Una lluvia de risas de las ondinas. - Tienes una lengua de un caballero muy cortés, pero qué pena que no te acompañe tu cuerpo deforme.
-
Yo no me puedo ver a mi mismo- dijo Alberico con asombro, pues no se tenía por tan monstruoso, y se quejó.- Pero mis iguales siempre me encontraron muy apuesto.
- Si no te has visto- en vuestras grutas no hay espejos - ¿cómo puedes opinar sobre tu fealdad. - Chirriaron las carcajadas.- Vuélvete a tu mundo donde saben apreciar tu belleza.
- Si no te has visto- en vuestras grutas no hay espejos - ¿cómo puedes opinar sobre tu fealdad. - Chirriaron las carcajadas.- Vuélvete a tu mundo donde saben apreciar tu belleza.
Las ondinas se burlaron de los amoríos que el nibelungo les profesaba, mientras un recelo acerbo comenzaba a anidar en el enano. Turbado, el escepticismo frente al amor, se convirtió en un nuevo escudo. Pero merodeaba a las damiselas, que le acogieron como a un bufón, para que alegrase sus días tediosos. Las ninfas se peinaban, sus risas de cascabel se confundían con el piar de los pájaros, y adocenaban a la pequeña criatura. Con todo, pasaron los días, el nibelungo sentía que los párpados se le caían del cansancio, ante los caprichosos reclamos de las ninfas. El aire le soplaba en el rostro, como un guantazo de realismo, sentía los alfilerazos de la lluvia - ¿ De qué nos vale el amor? - Se preguntó el pequeño nibelungo. Por qué no retornar a su mundo como le recitaban aquellas arpías, en cuanto algo les ofuscaba, y desposar a una de su especie. Cuando una mañana soleada, una de las muchachas con la miel del sol en la cara, le pidió que mirase al horizonte que reluce especialmente.- ¿ Qué es eso?
- Es el oro, querido.
- Es precioso, como vosotras - Y al desgaire, el nibelungo cansado de su desdicha que le obligaba a admirar en vano la belleza, profirió la siguiente reflexión. - Pero de qué me sirve solamente la hermosura.
- Sí que vale. Es más, el que forje un anillo con ese oro, gobernará el mundo. Aunque nunca podrá amar a nadie, ni ser correspondido.
Como sabemos, y reza la leyenda, a nuestro protagonista le ciega el poder. Roba el oro y forja el anillo. Así comienza la primera ópera de la serie del Anillo del nibelungo del gran Richard Wagner, titulada El oro del Rín, y en la que nuestro desconocimiento de la mitología nórdica, nos supone a los legos un auténtico freno. Ese anillo, y la tetralogía de Richard Wagner influirían en la gran obra de Tolkien, El Señor de los anillos así como las Guerras Mundiales y su hidra destructora, para construir semejante friso narrativo. Richard Wagner recurre al mito fundacional de Alemania, a un Sigfrido cuyo origen histórico está muy indeterminado. Este personaje va a matar a un dragón y se quedará con un oro, que va a pervertir las voluntades de cualquiera que lo ose tocar. Por una serie de peripecias el maldito metal acaba en el Rin, donde todavía es buscado, con dragadoras. Los nazis tampoco pudieron escapar al influjo de dicha leyenda y subvencionaron cuantiosamente su búsqueda. Nadie lo ha encontrado ¿ Creería Adolf Hitler, que como Alberico, podría forjar con ese oro el anillo que le permitiese gobernar el mundo?
- Es precioso, como vosotras - Y al desgaire, el nibelungo cansado de su desdicha que le obligaba a admirar en vano la belleza, profirió la siguiente reflexión. - Pero de qué me sirve solamente la hermosura.
- Sí que vale. Es más, el que forje un anillo con ese oro, gobernará el mundo. Aunque nunca podrá amar a nadie, ni ser correspondido.
Como sabemos, y reza la leyenda, a nuestro protagonista le ciega el poder. Roba el oro y forja el anillo. Así comienza la primera ópera de la serie del Anillo del nibelungo del gran Richard Wagner, titulada El oro del Rín, y en la que nuestro desconocimiento de la mitología nórdica, nos supone a los legos un auténtico freno. Ese anillo, y la tetralogía de Richard Wagner influirían en la gran obra de Tolkien, El Señor de los anillos así como las Guerras Mundiales y su hidra destructora, para construir semejante friso narrativo. Richard Wagner recurre al mito fundacional de Alemania, a un Sigfrido cuyo origen histórico está muy indeterminado. Este personaje va a matar a un dragón y se quedará con un oro, que va a pervertir las voluntades de cualquiera que lo ose tocar. Por una serie de peripecias el maldito metal acaba en el Rin, donde todavía es buscado, con dragadoras. Los nazis tampoco pudieron escapar al influjo de dicha leyenda y subvencionaron cuantiosamente su búsqueda. Nadie lo ha encontrado ¿ Creería Adolf Hitler, que como Alberico, podría forjar con ese oro el anillo que le permitiese gobernar el mundo?
A estas alturas podríamos preguntarnos qué visos de realidad tiene el mito de Sigfrido, que aparece en El Cantar de los Nibelungos, poema épico que inspiró a Wagner en su famosa tetralogía. Algunos historiadores han identificado al Sigfrido con la historia de un Arminio, educado en Roma, y del que no se conoce si no es su periplo latino. Un querusco, al que el exceso de crueldad de las legiones acantonadas en territorio germano, le hacen crecer en su interior un odio cerval contra lo que él mismo representaba. Y se decide a traicionarlos. Cuando las columnas de Publio Quintilio Varo(1) se conducían a sus cuarteles de invierno en el año 9 d.c., son emboscadas por los indómitos queruscos, en una celada preparada por Arminio. Durante días de asechanzas, y tras abandonar la impedimenta ( campamento provisional) deciden cruzar una lengua de terreno, por la que los legionarios habrán de estirarse. Alargados como el Dragón de Sigfrido y portando el inmenso tesoro del expolio e impuestos, las tres legiones de Varo caen en la trampa. Sus circunstancias se agravan, no solamente por la emboscada, sino que sus pesadas corazas en medio de una tormenta colosal (una ciclogénesis como las conocemos ahora), que estalla en pleno combate, hace que los legionarios se tambaleen en el cieno, y se tornen en presas fáciles para las tribus germanas.
La debacle de los bosques de Teutoburgo va a marcar una frontera entre dos mundos que conviven en Europa aún en nuestros días. Evitó la romanización de Germania, e históricamente se considera por el nacionalismo germano como el punto de partida de su nación. Para nosotros, Arminio sería ese Sigfrido, y el Dragón de la leyenda, las tres legiones exterminadas de Varo. El oro que portaban las huestes romanas, es el que causa tantos desvaríos en el mito, y en el Cantar de los Nibelungos, poema épico. Por último, reseñar que frente a la épica alemana o la francesa Canción de Roldán, El Poema del mío Cid se caracteriza por un fuerte realismo. En el Cantar de los Nibelungos ni siquiera se tiene la certeza de la existencia de su héroe, Sigfrido. La Canción de Roldán, como propaganda del reino, nos habla de un cuerno que alerta desde Roncesvalles a la corte parisina de la lucha contra los musulmanes, que tampoco fue tal. La historiografía más moderna parece ponerse de acuerdo, en que la celada a las tropas de Carlos Martel fue urdida por los vascones. Ni siquiera le acompañaban doce caballeros, como apóstoles de una patria francesa. En el Mío Cid, tenemos más vetas de realidad, independiemente de que se cometa más de una exageración, pues la épica conllevaba exaltación. Sin embargo, como explicaba Menéndez Pidal, nuestro cantar inaugura en la literatura castellana y española, una tradición de realismo que en algunos casos, como el de la picaresca, se entreteje con crítica social.
(1) Siria, anterior destino como gobernador de Varo, parece predestinada a las viejas urdimbres de siempre. Se decía que el romano llegó pobre a una provincia rica y se fue rico de una provincia pobre.
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Las temibles legiones romanas. |
La debacle de los bosques de Teutoburgo va a marcar una frontera entre dos mundos que conviven en Europa aún en nuestros días. Evitó la romanización de Germania, e históricamente se considera por el nacionalismo germano como el punto de partida de su nación. Para nosotros, Arminio sería ese Sigfrido, y el Dragón de la leyenda, las tres legiones exterminadas de Varo. El oro que portaban las huestes romanas, es el que causa tantos desvaríos en el mito, y en el Cantar de los Nibelungos, poema épico. Por último, reseñar que frente a la épica alemana o la francesa Canción de Roldán, El Poema del mío Cid se caracteriza por un fuerte realismo. En el Cantar de los Nibelungos ni siquiera se tiene la certeza de la existencia de su héroe, Sigfrido. La Canción de Roldán, como propaganda del reino, nos habla de un cuerno que alerta desde Roncesvalles a la corte parisina de la lucha contra los musulmanes, que tampoco fue tal. La historiografía más moderna parece ponerse de acuerdo, en que la celada a las tropas de Carlos Martel fue urdida por los vascones. Ni siquiera le acompañaban doce caballeros, como apóstoles de una patria francesa. En el Mío Cid, tenemos más vetas de realidad, independiemente de que se cometa más de una exageración, pues la épica conllevaba exaltación. Sin embargo, como explicaba Menéndez Pidal, nuestro cantar inaugura en la literatura castellana y española, una tradición de realismo que en algunos casos, como el de la picaresca, se entreteje con crítica social.
(1) Siria, anterior destino como gobernador de Varo, parece predestinada a las viejas urdimbres de siempre. Se decía que el romano llegó pobre a una provincia rica y se fue rico de una provincia pobre.
Genial, artículo, amigo Sergio, un gusto de leer... La belleza de casi todas las leyendas y la locura y la sinrazón de intentar de hacerlas realidad, pasado el tiempo, como fueron los intentos nazis de apoyarse en ellas para ejercer la brutalidad y el dominio del mundo...
ResponderEliminarFelicidades!!!
Un abrazo.
Muchas gracias, maestro. Penetrar en las leyendas nórdicas, con nombres y poderes grandilocuentes, como el Wotan/Odin tiene la magia de lo desconocido. En ellas está siempre el poder frente a la disyuntiva del amor. Todo plenitud, en las que no cabe la felicidad.
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