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El paraguas rojo de Azorín.

No somos un medio revolucionario- vociferó el director del periódico, en el que publicaban los primeros espadas. El naciente ABC de Torcuato Luca de Tena quería competir con El Imparcial en los favores de la burguesía, que se concentraba en los núcleos urbanos. Pero El País, dirigido por un ubicuo y controvertido Alejandro Lerroux se hallaba en la vía de la indefinición. Republicano pero qué más. Se tocó el bigote con los rieles corolarios en punta. El inefable Lerroux se había convertido en un fauno, que expelía cortinas de humo, pues fumeteaba enervado. Encontró un punto de razón. - Al contrario de lo que decía Von Bismarck, el auge de la socialdemocracia no es imparable. Nuestro público no quiere revoluciones ¿Cómo dejaste publicar semejantes patrañas a José Martínez?



De Juan de Echevarría - Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=70303347
Azorín, maestro de la literatura.


- No sé, jefe.- Se le había enterrado la cabeza sobre los hombros al redactor jefe ¿ Dónde esconderse ante semejante aluvión de críticas? 

- No podemos criticar la institución del matrimonio como reclusorio de la mujer. - Lerroux giraba en el recoleto gabinete del redactor jefe. Un puñetazo en la mesa.- Anticlericalismo sí, pero no tan abiertamente; protesta contra el "turnismo" también. No a las barricadas sin embargo. - Los aspavientos eran observados por la redacción a través de la pecera.- Quiero que lo despidan fulminantemente, Desiderio ¡No sabe la de cartas, que me han llegado expresando sus quejas!




De Desconocido - Narodowe Archiwum Cyfrowe, 2-12354, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=52432466
Serrano Suñer, junto al atroz Himmler.


El joven que había escrito los artículos, José Martínez Ruiz, futuro Azorín llevaba un monóculo, una capa española con la que parecía un escarabajo negro, y su famoso paraguas encarnado (1), que como los tatuajes y sus mensajes en clave de hoy en día, son sintomáticos de una rebeldía, de la rebelión de entonces. Según el gran escritor Manuel Vincent, aquel venidero maestro de nuestras letras, con la sangre de la juventud hirviendo en las venas, se acercaba a la Calle de Alcalá, retador. Defendería con las manos lo que vertía en sus  artículos incendiarios, por mucho que molestase a las vacas sagradas de la época. Era el Azorín que había coqueteado con ideas anarquistas y del krausismo,  cuando puso con sus letras en el disparadero el patriotismo, el matrimonio, la tutela de la Iglesia, rémoras en opinión del parvo Azorín, que encontraban las sociedades modernas en su desarrollo.  

Y en un periódico como El País, republicano pero contenido, esas efusiones a las que se prestó un novato como el escritor de Monóvar, le costaron el puesto de trabajo. Fue deambulando, con colaboraciones aquí y allá, pero no  tan bien retribuidas como en El País, que conformaba junto a los otros dos mencionados antes, la Santísima Trinidad del periodismo de aquellos años.. Sólo un grande como Alas Clarín se prestó entonces a cobijar  a aquella alma perdida y contrariada, que acumulaba deudas, y que en lugar de seguir la estela de un exitoso padre dedicado al mundo de la política y del derecho, se empeñó en ejercer el periodismo, del que Cansinos Assens nos dibujo una estampa muy vívida en su Novela de un literato. Preparen sus floretes, lectores,  que cualquier causa de honor se debe solventar con el correspondiente duelo. Por eso, a los periodistas les procuraban clases de esgrima, " touché",  para que sus articulaciones se flexionasen con el fin ensartar el golpe definitivo al rival del duelo. En las redacciones más pudientes, había una sala creada ex profeso para ello. Eran los tiempos del denominado periodismo literario, que nos muestra a un Azorín más extremo y en el que las cuestiones del honor no se defienden con demandas. En algo hemos avanzado, creemos. 



De Desconocido - Narodowe Archiwum Cyfrowe, [1], originally published in Ilustrowany Kurier Codzienny., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=59422242
Alejandro Lerroux, controvertido personaje de la 
escena  política y cultural de aquellos años.

Pero en una trayectoria tan dilatada como la de Azorín, es lógico entrever muchos vaivenes y diferentes resabios ideológicos. A tal punto, que Umbral dice de él que fue "el chaquetero a bien de todos". Una etiqueta que le viene grande en nuestra opinión, y que le endilga el colosal escritor madrileño, seguramente porque fue una de las figuras rescatadas por Serrano Suñer del exilio. El avispado dirigente fascista quería llenar y azuzar el páramo en el que se había convertido nuestro panorama periodístico y literario tras la guerra y  posterior represión de los vencedores. Ocurrió algo similar en el año 1945 con nuestro mejor filósofo, Ortega y Gasset(2), adorado fuera pero vilipendiado por regresar y blanquear la dictadura franquista, en opinión de parte. Y un periodista agradecido como es el caso de Azorín, quizá, escribiría de encargo unas columnas laudatorias a la División Azul. Esta controversia, que no debería salir del ámbito académico, y en la que algunos autores destacan la faceta anarquista de los comienzos o bien cargan tintas en la última etapa, donde José Martínez Ruiz se plegó con algunos artículos al franquismo, ha traspuesto estos límites y ha formado parte de la discusión por el callejero. 

Una soberana sandez, cuando la maestría de Azorín en el ensayo, novela y periodismo es de sobra conocida. Adelantó con sus párrafos el lenguaje descriptivo del séptimo arte, al que tanto amor profesó. Un travelling de palabras que nos transporta a sus lectores a los paisajes y al lenguaje de las pequeñas cosas. Ejercicios de los que se burlaba su amigo cascarrabias, Pío Baroja,  y que parodiaba con cierta envidia por la admiración estilística, que despertó entre sus coetáneos Azorín. No es para tanto. Hablamos de maestros.   Les rogamos un respeto, por favor, a los señores políticos. Es por tanto un sinsentido proponer retirar una calle a uno de los mejores escritores del siglo XX, que revolucionó el lenguaje, por su concisión. Nos encanta leer La Ruta de Don Quijote, que Vargas Llosa  coloca justamente en la cima de nuestra lengua, La voluntad, o sus libros de viaje. Una maravilla el dedicado a París, en el que danzamos con él por los malecones del río Sena. Lo demás, una simplificación empobrecedora. Porque Azorín sufre el mismo mal que el maestro Álvaro Cunqueiro, y otros escritores, que tuvieron que soportar las olas de las ideologías que quieren adhesiones inquebrantables a uno y otro lado. En El Azogue nos quedamos con su literatura. 



(1) Marino Gómez Santos que tuvo la fortuna de acompañar al propio Azorín, un enamorado del cine y algo menos del teatro, niega este extremo. La leyenda del paraguas rojo de Azorín es por tanto un bulo. Aunque quizá algunos autores sazonen en la senectud sus vivencias a un modo más acorde con su pensamiento más maduro.  

(2) Ortega y Gasset, tan gustoso de sus paradojas y metáforas, declaraba a su regreso, que tenía tanto de qué hablar que mejor mantenerse en el silencio. 

Comentarios

  1. Un excelente y concienzudo artículo, amigo Sergio, este que le dedicas a uno de nuestros grandes literatos, y me congratulo con la idea, de que hay que defender la buena literatura indiferentemente del lugar, donde, en un momento dado, se situaron, o las circunstancias les dejaron en la política del momento... Felicidades!!!
    Un abrazo.

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    1. Muchas gracias, maestro. Estamos completamente de acuerdo. A veces las circunstancias son más fuertes que nuestros ideales. Pero debemos valorar a los autores por su obra.

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  2. Buena reseña. Mi paraguas propio tiene un color desvaído, borroso. Quizá porque le ha caído mucha lluvia encima ya.

    Sí que resulta absurdo que los cambie la política, pero dan igual los nombres de las calles para pasear por ellas. El problema viene cuando la ideología sí consigue que la gente deje de frecuentar las obras de alguien, que sí son importantes. Y ello debido únicamente a las inclinaciones ideológicas de ese alguien que, en muchos casos, ni siquiera son extremas.

    Azorín es interesante como ensayista y como novelista también. Le caracteriza haber sido demasiado vanguardista para su tiempo, sobre todo en su teatro. Así que parte de su obra no fue bien comprendida, lo cual no le restó fama como a otros.

    Precisamente una de las calles que quieren quitar es la de Jardiel Poncela, que ni siquiera era bien visto por el régimen de Franco (al contrario, le censuraban por librepensador y ateo), al que sí apoyó en un primer momento como tantos otros intelectuales (como Unamuno mismo) cuando la neutralidad en una España a punto de estallar era imposible. Aunque enseguida se moderó y nunca gozó del favor del régimen, ni mucho menos de prebendas públicas, como Pemán, por ejemplo. De hecho fue profeta en América y no en su tierra española, ni en su Madrid que idolatraba y nunca le hizo un homenaje (la calle fue tardía).

    Así de breve definían a Poncela en una lista negra de futuros expurgos callejeros publicada por el mundo hace solo un año:

    “Escritor falangista, en 1937 sale de España, marchándose a Francia y, posteriormente, a la Argentina, donde trabaja para el cine y la radio. En 1938 regresó a España y colaboró en Prensa y Propaganda de FET y de las JONS”.

    Solo esas tres líneas. Eso es Poncela según ese listado. O sea, que era un mero panfletista de ultraderecha del montón, y en prensa solo. Su extensa obra dramática, cinematográfica y narrativa (que aún perdura) es lo de menos y ni se menciona… Me parece que Eloísa se debe estar comiendo las uñas por los nervios, para no tener que comerse a mordiscos el tronco del almendro de la rabia.


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  3. Muchas gracias, Bonifacio, por añadir esas gotas de sabiduría que complementan perfectamente la idea, que subyace en esta semblanza. Mi paraguas desde luego se ha descolorido, si he de juzgar las obras de algún autor, más cuando como es el caso de Azorín que se agregó circunstancialmente al llamado movimiento, y si es que lo hizo, fue en algunos artículos. Al cabo del tiempo, como dijo el poeta, sólo somos nombres que el común de los ciudadanos, maneja desprovistos de cualquier intención. No llegaría de todas formas a tanto en el caso de las calles, cuyos nombres sí creo que tienen importancia.

    Respecto a los purgados resuena también Edgar Neville, que es otro de los que se ha puesto en un disparadero absurdo. Cuando buena parte de su filmografía sobre la guerra tendía puentes con los dos bandos, la escena final de Frente de Madrid se puede interpretar de ese modo, y le supuso no pocos disgustos, en el examen de hombre nuevo que le requería la dictadura. Es más, antes de la contienda se podría decir más cercano al republicanismo, por su círculo de amistades o una vida, que compartió con Conchita Montes a pesar de ser padre de familia ( más tarde se divorció por supuesto). Movió hilos por aquí y por allí, para que le permitiesen llegar blanqueado. Sin que se le resaltasen esos pecados veniales propios del amor.

    Para Jardiel Poncela tenía una bala en la recámara, que en su momento haré llegar al Azogue. Es uno de los mayores ingenios de nuestro teatro, con un humor poco entendido en su momento- sus desencuentros y malentendidos con los críticos serán ese punto de partida para mi relato en El Azogue. Al final, lo que me queda de este adelantado a su tiempo, es que su inteligencia, ese caminar por delante en la ironía le convirtió en un incomprendido. Afortunadamente su obra se valora infinitamente más hoy que entonces. Aunque también triunfó en aquellos años, la ponzoña y lo picajosos que se mostraron algunos, amargaron Jardiel Poncela. Estoy completamente de acuerdo con tu alegato, que elevo a tal condición, por tu siempre brillante exposición.

    Supongo que lo habrías leído, pero me parece magnífico el prontuario de Andrés Trapiello en Las armas y las letras. Impecable para bucear en aquellos tiempos. Un saludo y nos seguimos leyendo.

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    1. Sí leí lo de Trapiello. Neville tiene bastantes puntos en común con Poncela, con el que comparte la crítica irónica contra la burguesía de su tiempo. Quizá lo que le estigmatizó para la izquierda fueron las películas propagandísticas que escribió y filmó en favor del ejército de Franco. Su obra de posguerra fue más comedida, pero es curioso cómo el ataque contra los intelectuales conservadores de valía se centra siempre en lo que hicieron en plena vorágine bélica, mientras que con los izquierdistas sí se tiene en cuenta la producción posterior para sumar y hacer luego la media.

      En plena guerra todo era propaganda en ambos bandos, y un escritor del signo que fuera tenía que volverse más o menos panfletario para sobrevivir si no quería exiliarse. Y tras la guerra los menos adeptos al régimen capearon la censura como pudieron, contribuyendo a la lenta apertura y recuperación moral del país desde trincheras como la Codorniz: “la revista más audaz para el lector más inteligente”. Hoy por hoy, dicha publicación sería vista como políticamente incorrecta y, al mismo tiempo, demasiado conservadora. Quizá porque la “audacia” contemporánea estribaría en no tratar al lector como si fuera tonto, simplemente. Eso sí sería revolucionario ahora: confiar en el criterio del público sin pretender dirigirlo ideológicamente y sin ponerse la venda antes de la herida. Lo que por fortuna ganamos en libertad de movimiento, lo perdimos en libertad de pensamiento, en cierto modo. Aunque en teoría se pueda hablar de cualquier cosa, sobre todo en Internet. Pero en el fondo no es así, pues hemos fabricado una autocensura perfecta en la que cada cual lleva su pequeño (que no gran) hermano en el bolsillo. Y no me refiero solo al teléfono móvil.



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    2. No llegué a ver su película Frente de Madrid, pero si he leído críticas que lo censuran para no dejar contentas a ninguna de las partes. En mi caso trato siempre entender el espíritu de una época, antes de interpretar los hechos y las conductas, nunca juzgarlas pues para poder hablar tendría que hallarme en semejante tesitura. La Codorniz la juzgo como un feliz hallazgo en su contexto. Descontextualizar las obras de arte, sacarlas de un engranaje temporal, me parece sintomático de la necedad propia de lo que llamaba el filósofo la plenitud de los tiempos. Cada generación cree haber alcanzado la cima, desdeñando lo pasado o interpretándolo con un tamiz contemporáneo. Un saludo, Bonifacio, un placer leer tus reflexiones.

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    3. Completamente de acuerdo con lo que dices de la censura por lo menos lo que he entendido, cuando te refieres a la censura del bolsillo o económica.Buenas noches.

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