Una profesión abnegada, en la cual la palabra dignidad está cargada de connotaciones, que se nos escapan pero que el mayordomo protagonista nos ilustra con una historia narrada por su padre. ¡ La parábola del buen criado! Un sirviente, algo más, que ha de preparar un comedor y que a bote pronto se encuentra con un tigre moribundo bajo la mesa. Más peligroso si cabe, cuando la bestia se muestra arrinconada, por lo que el sirviente acude a la mesa de su amo, y con toda la firmeza, flema podríamos decir dadas las circunstancias, le informa de la llegada del incómodo visitante. Pero que "no se preocupe", pues al fin y al cabo, el fiel sirviente enristra un rifle, con el que pone término a la vida del depredador. Todo para que la mesa se ponga sin retraso como estaba previsto. A cualquiera le viene a la mente, el estropicio, la sangre que mana de la bestia, sin embargo, el criado de inconmensurable templanza, lavará la zona, que lucirá como si nada hubiese pasado.
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El filme nos dejó unas
interpretaciones memorables
de Anthony Hopkins y Emma Thompson
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Es importante este pasaje, pues en toda la novela flotará como trasfondo el concepto de dignidad, que se empañará con la tristeza que nos depara a los lectores la incapacidad del protagonista por encontrar una felicidad ajena a su profesión. O realmente vive en un espejismo amparado en un concepto de dignidad trasnochado, y cuyo abuso, nos puede convertir en marionetas patéticas de nuestro sentido del deber. Así nos sorprende Kazuo Ishiguro, el premio Nobel de literatura 2017, que en Lo que queda del día hace un retrato descarnado de la profesión de los mayordomos, con unas primeras disquisiciones acerca de un oficio que requiere de una dedicación plena. La vida personal anulada en determinados episodios trascendentales de la existencia de cualquier hombre. Ishiguro nos mete en la particular visión de las cosas: el tamiz del criado y su misión. Más sorprendente por la fidelidad a una misión que algunos entendemos rayana con la renuncia personal o la esclavitud directamente.
Pero el gran escritor que camina entre dos tierras, ni japonés del todo y sí inmensamente británico, o cualquiera de las dos cosas, da otro giro de tuerca al argumento ¡ No es difícil compadecerse del padre del protagonista! A la vez abre una puerta más en el recorrido narrativo de la espléndida Lo que queda del día, la historia del dueño de la casa, Lord Darlington, que en los años veinte pretende aventar el clima antigermano que se respira en los cónclaves internacionales. Quiere crear una corriente que invierta el estado de las cosas, para lo que recurrirá a su gran persuasión, todo se desarrollará en la mansión que comanda nuestro mayordomo Stevens, escenario de diversas reuniones con personajes influyentes del ámbito internacional. En el ánimo del señor Darlington, aparte de la justicia, ha influido el suicidio de su querido amigo alemán, cuyas motivaciones para privarse de su propia vida se desconocen, mas se adivinan: el callejón sin salida al que se ha abocado a Alemania.
Los franceses enrocados en una posición de inflexibilidad, contumaces en su idea de no aflojar con el compromiso de la deuda. Resulta por tanto paradójico que sobre el invitado galo a una de aquellas reuniones, se ciernan todas las animadversiones, los que en el pasado habían sido aliados. Un tal Dupont renunciará al cumplimiento estricto de las obligaciones y a promover una relajación de la deuda alemana, cuya mera enunciación en su país de origen, es elevado a la condición de ultraje. Seguidamente, las miradas se dirigen al americano, el prestamista, que les achaca un nulo sentido práctico, y unos ideales que nublan el análisis de tan distinguido cenáculo. Es un punto sobre la historia, que nos deleita a los más aficionados a la época, porque magistralmente Kazuo, nos expone cuáles eran las pugnas internacionales de entonces. Por este hilo argumental discurrirán Lord Halifax, George Bernard Shaw, o John Maynard Keynes.
Sin querer viajamos al Círculo de Bloomsbury, creado por la gran Virginia Woolf, con el que se pretendía crear un grupo influyente que condicionase las políticas del país. Para salir de lo que en su opinión, era una forma recalcitrante de conducirse en un mundo moderno, que había cambiado. Lord Darlington, caminará de la piedad hasta el fascismo, aunque son coqueteos que abandonará, y en la consecución de un entente cordiale con los teutones, estirará tanto la cuerda, que le llegan acusaciones de filonacionalsocialista. No será el único ilustre que se vea atrapado a veces, por los juegos malabares de los nazis antes del inicio de la contienda. Son de sobra conocidas las simpatías que despertaban en el magnate Henry Ford la paz social lograda en el estado corporativo de Adolf Hitler y Benito Mussolini, que creyó un modelo a imitar.
Pero el gran escritor que camina entre dos tierras, ni japonés del todo y sí inmensamente británico, o cualquiera de las dos cosas, da otro giro de tuerca al argumento ¡ No es difícil compadecerse del padre del protagonista! A la vez abre una puerta más en el recorrido narrativo de la espléndida Lo que queda del día, la historia del dueño de la casa, Lord Darlington, que en los años veinte pretende aventar el clima antigermano que se respira en los cónclaves internacionales. Quiere crear una corriente que invierta el estado de las cosas, para lo que recurrirá a su gran persuasión, todo se desarrollará en la mansión que comanda nuestro mayordomo Stevens, escenario de diversas reuniones con personajes influyentes del ámbito internacional. En el ánimo del señor Darlington, aparte de la justicia, ha influido el suicidio de su querido amigo alemán, cuyas motivaciones para privarse de su propia vida se desconocen, mas se adivinan: el callejón sin salida al que se ha abocado a Alemania.
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Los cuatro grandes, incluido el Tigre Clemenceau. |
Los franceses enrocados en una posición de inflexibilidad, contumaces en su idea de no aflojar con el compromiso de la deuda. Resulta por tanto paradójico que sobre el invitado galo a una de aquellas reuniones, se ciernan todas las animadversiones, los que en el pasado habían sido aliados. Un tal Dupont renunciará al cumplimiento estricto de las obligaciones y a promover una relajación de la deuda alemana, cuya mera enunciación en su país de origen, es elevado a la condición de ultraje. Seguidamente, las miradas se dirigen al americano, el prestamista, que les achaca un nulo sentido práctico, y unos ideales que nublan el análisis de tan distinguido cenáculo. Es un punto sobre la historia, que nos deleita a los más aficionados a la época, porque magistralmente Kazuo, nos expone cuáles eran las pugnas internacionales de entonces. Por este hilo argumental discurrirán Lord Halifax, George Bernard Shaw, o John Maynard Keynes.
Sin querer viajamos al Círculo de Bloomsbury, creado por la gran Virginia Woolf, con el que se pretendía crear un grupo influyente que condicionase las políticas del país. Para salir de lo que en su opinión, era una forma recalcitrante de conducirse en un mundo moderno, que había cambiado. Lord Darlington, caminará de la piedad hasta el fascismo, aunque son coqueteos que abandonará, y en la consecución de un entente cordiale con los teutones, estirará tanto la cuerda, que le llegan acusaciones de filonacionalsocialista. No será el único ilustre que se vea atrapado a veces, por los juegos malabares de los nazis antes del inicio de la contienda. Son de sobra conocidas las simpatías que despertaban en el magnate Henry Ford la paz social lograda en el estado corporativo de Adolf Hitler y Benito Mussolini, que creyó un modelo a imitar.
Maynard Keynes, economista más
influyente del siglo XX |
Por si no fuera suficiente, aparece en escena una afanosa ama de llaves, que ayudará a nuestro Stevens a organizar las tareas de la importante mansión. Más tarde, la añoranza por aquel pasado esplendoroso, la llegada de un americano, lejos de los convencionalismos ingleses, todo parece cambiar. Bajo esa relación fría en algunos instantes, en otras ocasiones que bulle con rifirrafes vehementes, se esconde una maravillosa historia de amor, con un final que nos revela la personalidad de los actores de maravillosa obra. Son los tres pilares en torno a los que sustenta Ishiguro su historia. Un primer sostén de gran profundidad psicológica, la abnegación del mayordomo a ultranza, el recorrido histórico por el período de entreguerras y una relación de amor que no es tan evidente. En la pantalla grande ambos protagonistas fueron encarnados por Anthony Hopkins y Emma Thompson, inconmensurables en sus respectivos papeles. En El Azogue recomendamos tambien el filme de James Ivory.
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