Con ojos de ratón asustado, salió de su madriguera. En el exilio se valoraba su alcurnia, hijo de un Ministro del Gabinete de 1905, que tan bien resistió los embates revolucionarios en opinión de la nutrida representación de la Rusia blanca. Qué se pecase de excesos, el tiempo había juzgado como erróneas aquellas apreciaciones. Sin embargo, que su editor le ofreciese realizar una biografía del demonio, le había hecho olvidar su ronquera.- Pero, señor, cómo quiere que sea imparcial, si he de escribir sobre el causante de tantas de nuestras desgracias. ¿ No me ve? - Un gabán ceniciento y roto, las ojeras que circundaban su mirada llena de congojas.
- Creo en usted, señor Príncipe. Hará su tarea de la forma más fiel posible, le conozco. Y para desnudar a Lenin, no hace falta más que contar la verdad.
Con el domingo sangriento de 1905, el hilo invisible y robusto que unía
al Zar con sus súbditos, se quebró inexorablemente
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Así se encerró en un torreón lleno de farallones de libros. Para comprender a la bestia, tendría que leer sus obras. No sabemos qué suerte de sortilegio prendió en su mente, que ávidamente posaba sus retinas en los párrafos del loco demagogo, ya muerto, y los argumentos revoloteaban hasta convertirlo en preso.- No puede ser, no puede ser- Se repetía melancólico. Tanto tiempo renegando, ora un manual de Hegel, ora otra de Marx al que había llamado el asaltaniñeras, y cada vez estaba más convencido de que la ideología que había combatido estaba en lo cierto. Se tornó más taciturno, y perpetró unas líneas que ofendieron a su círculo más cercano. - Pero amigo, si parece que hablas de Jesucristo y no de un asesino consumado. Ruego a Dios que no caigas en las manos de la Cheka y de Derzinski.- El amigo, un antiguo político de los cadetes, se llevaba las manos a la cabeza.
- En el fondo tienen razón.- Tal fue el éxito de la biografía de Lenin, que la figura del conocido como Camarada Príncipe se perdió para los anales de Basilea, para regresar a la patria, esta vez soviética. Su amigo no escuchó noticia alguna más de él; había una cortina tan tupida que alejaba a la URSS del resto de países, que sólo llegaban rumores más que acallados. Hasta que un día, le contaron que había muerto Dimitri Mirski . Se le agolparon en tropel las horas compartidas con su amiga, al que a pesar del disenso ideológico tan súbitamente evidenciado, y la decepción consustancial, quería por encima de todo. Mas no sería hasta mucho tiempo después que supiera qué es lo que le había ocurrido realmente. Y la historia del camarada príncipe, caído en desgracia, fue la siguiente:
Dimitri Mirsky de tardía
conversión al comunismo
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Dimitri deambulaba medroso por las calles de Leningrado, tantas veces cambiada de nombre ( Petrogrado, San Petersburgo). Pancartas que recababan apoyos y donaciones al Ejército del Frente Popular, que combatía al fascismo en España, jalonaban su recorrido. Siempre solitario, la sombra del señor Mirsky se desvanecía cada pocos metros, cuando escuchó su nombre. ¿Le vendrían a detener? Prefirió hacer caso omiso del llamado, y seguir flotando por las aceras como alma en pena.- Señor, Mirski.- Volvió a insistir un hombre grandote y rubicundo, que tenía la piel de la cara con manchas de color durazno, y que se mostró afligido al encontrarse en plena calle con un espectro que se parecía a su amigo, al que había conocido en Basilea. Británico, orondo y rusófilo, estaba realizando algunas investigaciones que le habían llevado a la ciudad acerca de Pedro el Grande. - No se acuerda de mí, señor Mirski. ¿ Es usted, supongo?
- Sí.- Repuso titubeando.- Soy yo. - Hablaba como embozado, sin mirarle a la cara, no se detenía en su caminar.
- Me encantaría que nos tomásemos un té. Sabe que me he comprado un samovar y quiero concluir mis estudios sobre Pedro El Grande. Ustedes tienen a su Stalin, que está haciendo grandes esfuerzos para el país.
- Sí.- Contestó como un rayo débil de luz. - ¿Podríamos quedar? No, lo siento, señor Carr. En otra ocasión.- Se fue y marcó una estela efímera, la del recuerdo y francachelas de Basilea, para desvanecerse para siempre. Porque el ojo que todo lo ve, la NKVD estaba al acecho y en su momento más álgido al mando del temible camarada Yezhov. Y había seguido a Dimitri Mirsky. El funcionario tendría una víctima más para cumplir con su ratio de detenciones. El camarada Príncipe, el tal Mirsky, era un tipo intelectual que había vivido en el extranjero, de modo que volvería a las andadas. Lo que había confirmado por supuesto su encuentro con aquel británico alegre, que además había publicado un libro acerca de Mijaíl Bakunin. ¡La internacional troskysta! Conspiraba contra el Partido. Con todas las pruebas en contra, el señor Mirsky fue condenado a reclusión a Magadán (1), donde moriría dos años más tarde.
Trabajo duro y muerte en el gulag
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(1) Población de Kolyma, el tristemente famoso gulag.
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