Otra vez viene para acá.- Dijo llevado por el
desespero y muelle se levantó azorado. Iba a condenarlo con todo un silencio
turbador. Pero Dedo se acercó arrebatador, bosquejando una sonrisa que le iluminaba el rostro. Estaba tocado por la gracia de Dios, pensó su amigo,
cansado de las veleidades de artista de aquel aspirante a pintor. La sombra velada de Amedeo por los cañones de la barba, y la bruma de los edificios, se llegaba por los canales de Livorno hasta el Café Bardi.
- Buenas tardes, chicos.- Preguntó Amedeo Modigliani. Estaba magro, desmejorado con sus ropas provincianas. Ni siquiera llevaba un cinturón, sino una cuerda que para Tomasso significaba un atentado contra el buen gusto en el vestir. Aunque a Dedo todo le caía bien. El artista siguió disparando preguntas a saltos con las sombras de la incertidumbre. - ¿Está Romiti? ¿ Está Natale?
- Para, para, muchacho ¿Qué te trae por aquí?- Le dijo Tomasso, el más envalentonado y que supo reaccionar frente a aquella aparición casi espectral.- Como hace tiempo que no te vemos, ¿ y cuándo volviste de París?
- No eres capaz de pasarte a ver a tus amigos. Nos dijeron que te desvaneciste, ¿te encuentras mejor, Dedo?- Le declaró Filippo el otro amigo que amagaba con tragos de café o caladas de un cigarrillo moribundo en las manos.
- Es que llevo metido en un proyecto.- Dedo se rascó la cabeza rapada al cero. - No sé si sabéis. Que sí, que me encuentro mejor. Pero no sé si sabéis.
- ¿Qué, dispara?- Filippo estaba cansado de tanto rodeo de su amigo, Amedeo, que de pronto se había abalanzado sobre los lienzos, con un tesón, que le abrumaba por la pérdida que provocaban las ausencias de Modi en sus correrías. El no le llamaba Dedo, sino Modi porque habían compartido clases en el instituto. - No nos canses con más divagaciones.
- He estado experimentado con tres cabezas.
- Sí sólo tienes una.
- Perdón, con tres bustos de los míos, que esculpo yo, iba a decir. No quiero más realismo, busco la inocencia perdida en el hombre moderno.
- Sí sólo tienes una.
- Perdón, con tres bustos de los míos, que esculpo yo, iba a decir. No quiero más realismo, busco la inocencia perdida en el hombre moderno.
- Yo prefiero encontrarla en un prostíbulo, Dedo. Aunque inocencia y virginidad, poca.- Dijo Tomasso con risa de pillo - ¡Pero lujuria mucha!
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Amedeo Modigliani había conquistado París, y
posaba en su estudio con cigarrillo en ristre.
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- Estoy hablando en serio, ragacci. - Se puso solemne al estilo de una efigie egipcia.- El progreso nos ha robado cualquier atisbo de inocencia.- Le aplaudieron más como chacota, que en aprobación a sus palabras. Amedeo Modigliani no se percataba de la vitola de bufo que había cobrado entre sus amigos. - Y por eso quiero recuperar el arte antiguo, las máscaras antiguas donde no había asomo de semejante perversión, para retornar a la inocencia del hombre antiguo. ¡Abajo las caretas!
- Muy bien, te vienes a tomar algo entonces. Tomasso se ha hecho con algo de vino.
- Más tarde, espera, Filippo. ¿Tenéis algo de absenta?
- ¿ Cómo? - Se miraron extrañados Filippo y Tomasso.- Aquí vino, muchacho.
- Os quería ofrecer además - con vozarrón solemne- dada la amistad con la que me honráis, el fruto de mis horas de desvelo. Son tres estatuas, tres bustos para decirlo con más precisión, que como me vuelvo a París.
- ¿ Otra vez?
- ¡Recupérate bien, muchacho! - Le tocó el hombro Filippo a la vez que le hacía la recomendación.- No te marches todavía.
- Tengo que volver - expresó afiebrado su destino manifiesto como artista bendecido por las musas.- Pero os quería regalar esos tres bustos, queridos. Yo me marcho, mañana. O que me las cuidaseis en depósito.
- Anda, muchacho, tíralas al foso.- Le replicó un Tomasso enardecido por lo que consideraba tanta tontería. Luego a coro los dos amigos.- ¡Tíralas al foso de los holandeses!
Modi tornó sobre sus pasos, defraudado, venteando vendettas que no plasmaría, pues no era nada rencoroso. No sabemos lo que pasaría en realidad con aquellos tres bustos porque volvió a su camaranchón imbuido en miles de historias que se disiparían enseguida por otras tantas historias que le rondaban por la cabeza. Si sabemos que regresó al París donde toda la humanidad había encontrado el punto de ebullición. Sólo la Viena de Freud, o de Wittgenstein, Klimmt, o el ubicuo Stefan Zweig, discutía el testigo de modernidad a una Lutecia esplendorosa que ya contaba entre sus siluetas más reconocidas con la Torre Eiffel. Según recordaba la excelente poetísa Ana Ajmátova, un concupiscente Modigliani con el que recitaba los versos de Verlaine de memoria, aparecía por los Jardines de Luxemburgo con su porte de noble pobretón e inspiraba pena. ¿ quién le iba a decir, que de una noche vulgar a una noche encantada, un paria sin rumbo ni destino aparente, se trocaría en el arquetipo de artista genial? En esta deliciosa entrada dan rienda suelta a las remembranzas de la poetisa.
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La gran poetisa Ana Ajmátova con su familia por la época en que
conoció a un párvulo Modigliani que frisaba la veintena de años.
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Tampoco sus amigos livorneses ya que la historia de los tres bustos no concluye aquí. Los historiadores del arte creyeron haberle puesto punto final en los años diez del pasado siglo. Sin embargo, la historia volvería a saltar a los noticiarios de medio mundo. No en vano, las obras de Modi cotizaban al alza en el mercado del arte, y los inversores pagaban sumas escandalosas por el menor vestigio que se hallase del pintor livornés. Pues las televisiones anunciaron el 24 de julio de 1984, que se habían encontrado las tres estatuas referidas en la historia de arriba. ¡ Sorprendente, son de esos guiños que nos tiene guardado el destino! Las mismas habían emergido como por una suerte de sortilegio, mientras limpiaban los fosos del canal. La aureola del artista creció de nuevo por medio mundo, se volvió a poner todavía más de moda, cuando unos meses después se percataron del fraude. Su descubridor, Angelo Froglia, trabajador portuario y aficionado a la pintura y escultura había perpetrado el fraude tal y como recoge la siguiente noticia de El País. Quería denunciar la facilidad con la que se imitaba lo que se consideraba arte moderno, suponemos que a guisa de excusa para esconder sus motivaciones más oscuras que le llevaron perpetrar semejante engaño - si nadie se hubiese percatado, le correspondía una parte de su valor según la ley italiana de entonces. Ayudado por unos estudiantes, aquel engaño masivo se convirtió en mi patria chica en todo un show televisivo. La RAI grabó para demostrar la autoría del engaño, cómo el trabajador y los estudiantes de arte eran capaces de moldear esculturas del artista con final dramático, que reseñamos en El Azogue. Y quedó claro que conocían la historia de Tíralas al foso, que aprovecharon para urdir la trama.
A raíz de esta peculiar historia póstuma que rodea al artista, me dejaba llevar en mi adolescencia por el vapor de mis divagaciones. Modi creó su propio estilo que nos encandila, pero que a la vez fuese tan fácil de imitar. ¿Por qué una obra de arte cambia en nuestras percepciones cuando no identificamos al autor? No debiesen por sí solas constituir una inspiración para nosotros. Éteres vagos en los que nos sumíamos mientras el sol nos bañaba el rostro, en nuestro deambular por las pinochas de El Espinar ( Segovia).
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Casa natal del artista en Livorno, donde
discurre la historia de las cabezas misteriosas
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