El féretro estaba
acompañado por la comitiva enlutada y las plañideras que se prestaban a ejercer su
oficio con más tristeza aparente que real. – ¡Ha muerto la Francisca! - Me informó mi amigo Mateo del deceso, y seguidamente se agolparon en tropel las imágenes. No me lo podía creer, mientras escuchaba el panegírico de mi colega, que sonaba a eco desgastado dentro del teatrillo que acarrea cualquier muerte- Como librera fue toda una institución del barrio. A mi me vendió bajo cuerda ¿Y a ti, Alfio?- Yo le contesté que a mi también.
Había llovido muchos desde entonces, cuando me presentaba en su tienda medio vate, con las barbas hirsutas y mis cabellos blondos, a intercambiar los libros usados con la Francisca. Una Barcelona donde descollaba Carlos Barral como editor pero tan ayuna de buena literatura, que lloro conmovido del aluvión de libros que se publican cada año en España, para queja de los autores. ¡Nunca llueve a gusto de todos! Aquella tarde le presenté a Francisca un ejemplar ajado carente de cualquier interés, quizá de Julio Verne que había releído cientos de veces. Me serviría de prenda en los intercambios, o bien podría quemarlo pues me sabía sus líneas de memoria.
El gran escritor Julio Verne, que adornó
nuestra infancia de deliciosas historias
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" Decíase que se daba un aire a Byron, su cabeza se entiende, porque en cuanto a los pies no tenía defecto alguno, pero a un Byron de bigote y patillas, a un Byron impasible, que hubiera vivido mil años sin envejecer" ( La vuelta al mundo en ochenta días, Julio Verne).
Y lo que había ensayado delante del espejo de mi casa, me salió con un hilo de voz. - ¿Qué dices pajarito? No te he escuchado.
- He oído señora que usted acepta libros de intercambio, que organiza una especie de mercadillo de libros.- Contempló mi figura con ojos alevosos. La Francisca era una mujer pechugona, de buen ver, quizá con una cintura para que me entiendan los modernos, parecida a las figuras de Botero. Pero antes, nos gustaban las mujeres que flotaban en sus curvas como Celia Gámez y no las chicas famélicas que llaman modelos ¿Modelos de qué? Si no hay por dónde cogerlas ( espero que los argentinos nos perdonen este lapsus).- Le he traído un libro.
- Así es, pajarito. A ver qué me traes. Tú eres Alfio, ¿no? El hijo de Mercedes. - Le respondí con un lacónico sí.- Lo que has crecido, estás hecho un hombrecito. ¿ Cuántos años tienes?
- Diecinueve.
- Pues pásate por aquí. - Cerró la puerta de la tienda con llave, para que no nos importunasen las visitas. Sobrentendí por sus ademanes resueltos, que me enseñaría la que Mateo llamaba la Cueva de Alibabá, su mítica trastienda. No por el hecho de que la Francisca obtuviese su género robabo, sino porque leer los libros de la lista prohibida, te producían la sensación más orgásmica de quebrantar las normas . El franquismo como cualquier régimen totalitario explotaba tu sentimiento de culpa. Seguidamente cuidé de que mis pisadas no me llevasen a entromparme por las escaleras que nos conducían a la bodeguilla de Francisca.
- ¿Tú estabas estudiando derecho? - La librera viró su rostro lleno de lunares en medio de la penumbra.
- Sí, porque tengo problemas de espalda, al ser tan alto.
- No, zonzo, digo la carrera.
- No, estudio ingeniería.
- Entendido, aunque ahora en la universidad todos os creéis escritores y poetas. ¿Marxista, no?
- Tampoco.
- Pues aquí tienes El Capital de Karl Marx. - Me sobrecogió escuchar ese nombre.- Más allá, las obras completas de Kant. Coronación de José Donoso, censurada en España porque "la carne es débil, muchacho", pero que nos viene de una editorial argentina. ¿ A Borges lo has leído?
- Me suena.
- ¡Qué tímido eres! Borges es un delicatesen. ¡ Prohibido! Tenemos mucho libro que nos viene a través de publicaciones de nuestros hermanos iberoamericanos. Aquí publicarlas es imposible.
- Me lo imagino.
- ¡También prohibido! Madre de Gorki, rojo total, y más allá Seis personajes en busca de autor de Pirandello- Aquellos nombres resonaban en mi cabeza hueca como una melodía celestial- Aquí tienes además La enciclopedia universal de Eliseo Reclus. Han fusilado a más de un masón por esto, aunque hazme caso, Alfio, Reclus era anarquista.
- Las tribulaciones del estudiante Törless, El Hombre sin atributos de Musil y El proceso de Franz Kafka.- Le repuse más asombrado por el hallazgo de estas novelas maravillosas, y la cara de satisfacción de la madame de los libros que encuentra un punto débil en su cliente, iluminó a Doña Francisca. - Me tengo que ir señora Francisca.
Pero como cabía imaginar, no entonces que era un joven ingenuo, la librera se interpuso en mi camino de salida. De pronto, el parque Güell y sus mayólicas, el barrio gótico o un desvencijado puerto de mar, la viuda paseaba azogada en su soledad, todo eso y más se le vino encima para que emprendiese una maniobra insospechada por mi parte. Su Manuel había muerto en el Frente de Aragón hacía tantos años y las telarañas del recuerdo se apelotonaban en nombre del olvido. La mujer, cuarentona, quería bailar la conga conmigo, me recelé. No me dio tiempo, porque enseguida me encontré la ubre de Francisca en mi boca
- Me lo imagino.
- ¡También prohibido! Madre de Gorki, rojo total, y más allá Seis personajes en busca de autor de Pirandello- Aquellos nombres resonaban en mi cabeza hueca como una melodía celestial- Aquí tienes además La enciclopedia universal de Eliseo Reclus. Han fusilado a más de un masón por esto, aunque hazme caso, Alfio, Reclus era anarquista.
- Las tribulaciones del estudiante Törless, El Hombre sin atributos de Musil y El proceso de Franz Kafka.- Le repuse más asombrado por el hallazgo de estas novelas maravillosas, y la cara de satisfacción de la madame de los libros que encuentra un punto débil en su cliente, iluminó a Doña Francisca. - Me tengo que ir señora Francisca.
Carta de Robert Musil a Franz Kafka, dos monstruos
de la literatura europea.
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Pero como cabía imaginar, no entonces que era un joven ingenuo, la librera se interpuso en mi camino de salida. De pronto, el parque Güell y sus mayólicas, el barrio gótico o un desvencijado puerto de mar, la viuda paseaba azogada en su soledad, todo eso y más se le vino encima para que emprendiese una maniobra insospechada por mi parte. Su Manuel había muerto en el Frente de Aragón hacía tantos años y las telarañas del recuerdo se apelotonaban en nombre del olvido. La mujer, cuarentona, quería bailar la conga conmigo, me recelé. No me dio tiempo, porque enseguida me encontré la ubre de Francisca en mi boca
- Chupa, no sorbas(1)- Engullido por el seno tremebundo que había sacado con alevosía La Francisca, no pronunciaba palabra.- Te tenía ganas, si pareces un teutón.
- Por supuesto teutona mía.- Le repliqué mientras me hacía una llave de judo para que siguiese comiéndole los pechos. Fueron muchas las visitas, la inquietud de los libros y la generosidad de la librera hicieron el resto. Unos años después, Federico Fellini recreaba unas circunstancias similiares a las mías sólo que con una estanquera, que tenía muchos humos.
Y la historia tiene su final |
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