Soñaba con el marfil de sus posaderas, o el brillo cárdeno de sus labios. Pero ella envejeció como un odre y se fue, tornando mi eternidad en segundos angostos de gran tormento. Nunca imaginé que el dolor por la pérdida del ser amado fuese tan grande, sin embargo, no pude resistirme a cumplir su voluntad, para perderla para siempre. Recuerdo que subido a las almenas, que habían construido los boyardos más jóvenes, le susurré al oído. - Ven conmigo, querida.
- De qué vale la eternidad si no la compartes con tus seres queridos.
- Me tendrás a mí.- Yo ya había muerto a manos de los turcos, que jugaron con mi cabeza a eso que llaman ahora fútbol. Pero mi alma negra flotó impelida por los espíritus del maligno, para llegar adonde se hallaba mi condesa.- Por favor, estaremos juntos para siempre.
- Te tendré hasta el final de mis días, cuando muera definitivamente. Las personas mueren cuando mueren quienes las recuerdan.- Dijo aquella anciana que había amado como a nadie. Ni siquiera amé tantísimo a mi primera esposa que se suicidó por la congoja, que le producía el presidio.
Por eso, cada día que descorro la tapadera de mi ataúd con las primeras penumbras, me viene aquella conversación de hace casi seis siglos. Es ese primer segundo cuando me yergo y palpo en la oscuridad, que tomo consciencia de mi soledad y la realidad me atrapa como una malla irrespirable. Y entonces reflexiono sobre mis circunstancias.
Mucho han escrito sobre mí, casi nada acertado. Quizá Carlos Fuentes, el gran escritor mejicano, pusiese un atisbo de humanidad en nosotros con su Vlad. No tanto Bram Stoker, que nos quiso crear un mito sanguinario y de obsesos sexuales, hace ciento veinte años. Ni finos modales ni ternos de singular prestancia, como ecos de una época victoriana llena de tópicos, que despertasen del aburrimiento a sus lectoras. Para su fastidio, me refiero al de Stoker, soy un ser enteramente medieval que creció con la sed de la sangre en los campos de batalla. Mucho antes junto a mi hermano Radu, fuimos entregados al sultán otomano por mi padre,Vlad Dracul, como prendas de un acuerdo. El turco sería un maestro inestimable en los gajes de la crueldad. - ¡Estos cristianos indómitos aprenderán lo que es la disciplina! - Sus primeras palabras tremolaron en el aire, y todavía creo escuchar su reverbero, en la intimidad de mi silencio.
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Bram Stoker, gran conocedor del floclore europeo |
Nos separaron así de los tiernos brazos de nuestra madre, para que aquel déspota nos enseñase las más insondables simas del dolor. Esta experiencia no nos sirve de eximente: yo siempre me había deleitado cuando veía el pavor dibujado en la faz de mis adversarios. Permítanme de todas formas un consejo, ¡con los mahometanos no valen las palabras! Por eso me conmueve la dulzura con la que los tratan ahora ¿ Refugiados? ¡ Ingenuos! A nuestra vuelta a Valaquia, juré venganza contra los otomanos, aunque el destino me había reservado otras hazañas. Previamente tuve que resolver algunas cuitas domésticas, pues los boyardos habían asesinado a mi padre y hermano mayor. Les aguardaba una sorpresa que había saboreado hasta en los más ínfimos detalles. A los más viejos e inservibles, los iba a empalar en uno de mis famosos bosquesQué goce más íngrimo y qué erecciones más duraderas, mientras contemplaba a todos aquellos desgraciados que con sus gritos de dolor, amenizaban mis comidas. Piensen en una gruesa estaca que se introduce por el ano y que lentamente va desgarrando los órganos del ajusticiado. Almas cuyos chillidos desconsolados me mostraban que el Averno estaba más cerca de lo que pensamos, se encuentra en nosotros mismos. No me olvidé de los jóvenes boyardos, que morirían de cansancio o hambre construyendo mi famoso castillo.
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Los empalamientos, paradójicamente,
azuzaban el hambre en Vlad Tepes.
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Cercené, trinché carne humana, y a los supervivientes enemigos los empalé cuando no me servían para nada. ¿No cegó el gran Basilio a todo un ejército búlgaro? Me agradaba especialmente infligir dolor en los otomanos, que tanto daño me habían infundido a mi y a los míos. Lo reconozco, soy una ánima perdida, errante por los tiempos de los tiempos. Nada del glamur que se desprende de las páginas de Bram Stoker, y mucho menos esa especie de gigolos frente a los que las féminas caen rendidas. ¡Por favor,quemen todos los ejemplares del Drácula de Stoker que hallen en su camino! Como decía mi amada: "las personas mueren cuando mueren quienes las recuerdan" Por esta razón les imploro que me olviden, que dejen de temerme o invocarme en sus pesadillas.
Destiérrenme de sus pesares, para que así, al morir mi recuerdo, no esté condenado a la vida eterna. No se imaginan el suplicio de ese segundo tras correr la tapadera de mi ataúd, y saber que todo seguirá igual. En realidad, no fui tan terrible, sino más bien un producto de mi época, sangrienta a los ojos de un Occidental, que mata fríamente y ajeno a su conciencia con un simple botón. Me reitero, olvídense de mi, y déjenme dormir en los anales de la historia para siempre.
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