Bajo un rugido atronador de artillería, media Europa en el siglo XVIII temblaba al evocar su nombre. Un reino minúsculo que se desenvolvía entre gigantes, y que parecía destinado a enredarse a lo sumo en las barbas de las grandes potencias, sin llegar a inquietarles. No obstante, cuando todo estaba perdido, surgió el genio de Federico El Grande para enmendar las páginas de la historia, que tenían marcada la Batalla de Rossbach como una debacle prusiana (1). No sólo logró evitar una estrepitosa derrota, sino que sus maniobras sorprendieron a sus enemigos y dieron un giro inesperado en la denominada Guerra de los Siete años (2). Tanto, que Prusia tejería desde entonces una leyenda en el campo de batalla, cuyo eco reverberó hasta la Gran Guerra y aún más. Pues < < El más grande>> se convierte en un icono nazi por representar los tiempos dorados de Prusia, la semilla de la patria germana. En las ceremonias fastuosas del partido, se invocaba su figura como la del digno antecesor del Führer. Por eso a Federico El grande se le asocia injustamente con el temible genocida, lo cual va a provocar una repulsión hacia su figura en las nuevas generaciones de alemanes. El semblante adusto, el tamiz autoritario por el uso demagógico y propagandístico que los nacionalsocialistas hicieron del gran estratega prusiano, todo un cúmulo de tergiversaciones que nos alejan del personaje real y que está muy lejos de responder a una verdad histórica. Quienes así obran, no dejan de tener una visión muy superficial y por este motivo, la figura de Federico ha sido frecuentemente revisada en los últimos años por los historiadores, para recuperar al gran estadista que fue.
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Federico II de Prusia asombraría al mundo por sus
grandes dotes de estratega, capaz de salir airoso y
convertir las desventajas en vientos de la fortuna
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Porque <<el más grande>> fue aparte de un gran militar, un rey dotado para la escritura y la música. Murmuraban que un masón al que a veces le acudía el llanto, porque escuchaba una pieza teatral que le había conmovido. De esta guisa, cuando gargajeaba para aclararse la voz, sus súbditos sabían que el monarca les iba a asombrar con una filípica sobre lo justo; de ahí que se le considerara también un monarca filósofo. Federico en realidad tenía como referencia a Alejandro III de Macedonia, el gran Alejandro el Magno, que desde un reino pequeño reunificó a los griegos y expandió la cultura helena más allá de los confines imaginables(3). El parangón con Federico resulta evidente. El prusiano rompió moldes con sus estrategias en el ámbito militar, y regía un pequeño estado, que sería el embrión de todos los pueblos alemanes. Con todo, sus ojos se velaban por una infinita tristeza. Asentado el pequeño reino tras conjurar centenares de amenazas, y mientras despachaba asuntos en el gabinete, el melancólico monarca se preguntaba en muchas ocasiones si realmente había sido feliz. La suerte en el campo de batalla le había sonreído: cuando las cosas se tornaban feas como a su adorado Alejandro, siempre le venía una idea feliz con la que abatir al enemigo. Y si él tenía a una corte de pensadores, entre los que destacaba Aristóteles, Federico tuvo a Voltaire y toda una pléyade de artistas e intelectuales ¿ Se podría decir que era un bendecido de la fortuna? Tampoco.
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La corte de Federico acogió a los más grandes pensadores
como Voltaire que departe con el monarca en este lienzo.
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Ya que recordaba asiduamente un viejo episodio de la infancia que le torturaba. Le perseguían ráfagas de imágenes de un muerto, a Federico II, que había presenciado cómo la muerte cosechaba y desolaba campos de batallas, convirtiendo la vida en amasijos sanguinolentos de carne. Hubo de reconocer que la disciplina espartana de su padre le había ahogado en sus años mozos e incluso pensó en escapar junto a un amigo de aquella vida, casi carcelaria y apegada a las obligaciones ¿ Renunciar a una vida palaciega y sin estrecheces? ¡Qué era uno si no podía disponer de si mismo a su antojo! El muchacho parvo se había convertido en esclavo de la etiqueta protocolaria y cuando no, los instructores del Rey gastaban disciplina militar para forjar en acero al líder del futuro. ¡ Menos clemencia tendrían los enemigos en los campos de batalla! Un nuevo suspiro, mientras se repantigaba en su silla, y sus colaboradores más estrechos, intuían una cierta añoranza en las pupilas del gran Hohenzollern. El recuerdo se le evapora en los labios que mueve para pronunciar en sordina el nombre Hans Her-mann von Ka-tte. Habían soñado con escapar juntos a Inglaterra, rival del incipiente reino. Una deserción en toda la regla que es conjurada gracias a un desleal chivatazo del hermano de su querido paje, Peter Keith. Sabedor de la conspiración y de la fuga "real", delata la misma ante el padre de Federico, que va a prender a los muchachos conspiradores( ¿a Rudolf Hess le azuzó siglos más tarde el mismo ansia por pactar con los ingleses?.
Se le acusará de alta traición y por tanto se condenará a toda la camarilla de traidores de forma ajustada a crimen tan gravoso. Pena capital, que en el caso del heredero, se conmutará a cadena perpetua, puesto que el padre no podrá manejar a la Liga del Sacro Imperio a su antojo. Sin embargo, Federico Guillermo, el padre del genial militar va a condenar a Hans Hermann von Katte a la decapitación, y obligará a su hijo a presenciar la ejecución como parte de un castigo cruel. Federico se desmaya en cuanto su querido amigo muere y sufre alucinaciones los días siguientes según cuentan las crónicas de entonces, por lo que se rumorea en la corte que tras aquella relación había algo más que simpatías ideológicas. Mucho se ha especulado con la orientación sexual del monarca que asombró al mundo con su descaro militar. Inclusive se hablaba de la naturaleza de la relación con su paje, Peter Keith, con tintes sodomitas. Y es que como otro famoso Rey, Ricardo Corazón de León, Federico II tampoco dejó descendencia. En cualquier caso, divulgaba sus presuntos devaneos de alcoba con mujeres, quizá para espantar las hablillas que surgían en torno a sus preferencias sexuales. Son especulaciones que por supuesto los nazis pasaron por alto a la hora de ensalzar al gran héroe de la patria alemana. Recordemos que también Hitler fue objeto de vivas especulaciones en cuanto a su virilidad. Los más allegados alegaban que el genio se reservaba del frenesí sexual para servir a la patria. Su impotencia le permitía concentrar su genio en las conquistas militares, que le provocaban además "poderosos" orgasmos. No nos extrañe que lo llamen la erótica del poder.
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Otto von Bismarck con el característico
casco prusiano. Su punta causa pavor en
los frentes.
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(1) Dos zarpazos más del gran genio, en las Batallas de Leuthen y Zomdorf , encumbrarían a Prusia como potencia a tener en cuenta en el nuevo orden militar que dimanará de la Guerra de los Siete años.
(2) Algunos historiadores señalan que esta guerra tuvo consecuencias inesperadas a largo plazo, porque Francia iba a iniciar un verdadero declive político que conduciría a su estado a las puertas de la cruenta Revolución francesa en 1789. E Inglaterra, el país soñado por Federico en la más tierna pubertad, se convertiría en dueña de los mares y potencia hegemónica en solitario.
(3) Sólo la desazón y el abandono de sus falanges frenó al gran conquistador, que batió en el campo de batalla al temible Rey Poros.
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