El maestro moderno
del thriller que renovó dicho género hace muchos años, con unas
intrigas que nos reconcomen y muchos giros inesperados en sus tramas, vuelve a
conquistarnos con una de sus obras más tardías. La herencia maldita de Eric
Ambler comienza con un dédalo de resoluciones jurídicas y de derecho internacional,
que parecen indicar que el argumento se deslizará por los vericuetos legales de la
posguerra, una época en la que iban a aflorar infinidad de organismos que convertirían
la legislación internacional en un verdadero bosque en el cual perderse no era
dificultoso. Sin embargo, con una simplicidad aplastante, Ambler nos va
desentramando aquella melé en la que muchos organismos pugnaban por hacer
prevalecer sus intereses en cualquier conflicto normativo. La Comisión de activos de los territorios ocupados,
la Commonwealth de Pensylvania despliegan una nube de juristas, que se interponen para arañar una parte de una herencia, que
desde luego no tiene un destinatario claro como sugiere el propio título de la obra.
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De las Conferencias surgió un complejo mundo y
todo un bosque de organismos y normativa.
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El personaje de la misma, un tipo
ambicioso que parece predestinado a sentarse en la silla de un consejo de
dirección, quiere hacer méritos en un
bufete de muchísimo prestigio tras su paso por la escuela jurídica de Harvard o su compromiso militar. La intención de George Carey es darse esa pátina jurídica que le permita
emprender altos vuelos más tarde. Hasta que se topa con un caso, que tiene
mucho más de político y de relación con los medios de comunicación ( éstos han
fabulado respecto a una herencia maldita). Sus libros y clases magistrales de la universidad de poco le pueden valer en un caso con infinidad de aristas, en las que al principio tropieza debido a su inexperiencia. No en vano, las historias esperpénticas de los presuntos
herederos que cuando huelen dinero, desarrollan una capacidad
imaginativa más que fascinante, producen además el rebozo de los lectores de la prensa. El olfato de Ambler nos conduce a tientas por estos asuntos más prácticos de los bufetes, donde aquéllos han de andarse con mucha premura y pies de plomo (despertando de paso nuestro interés). Porque si no quieren
morir enterrados en montañas papel, han de ser diligentes con todas aquellas reclamaciones que
inundan sus oficinas. Con cuidado porque la prensa está al acecho, afilando la punta de sus lapiceros.
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Una novela con una endiablada trama,
que nos atrapará desde la primera línea
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¿Es por tanto La
herencia maldita un thriller de tribunales? Ni mucho menos. La trama se escapa por otros derroteros en los primeros capítulos, ya que el bufete a fin de
desprenderse de asunto tan enojoso y cerrarlo de una vez por todas, envía al parvo leguleyo a una Europa que lucha por salir de las penurias de la posguerra. Carey verificará algunos
aspectos de una investigación anterior, que había llevado
a cabo un gabinete jurídico rival pero en la época en que el viejo continente se debatía entre los
totalitarismos nazis y comunista(1). Los europeos estaban abocados entonces a
solventar sus diferencias una vez llegados a un callejón sin salida, y por ende, la
investigación de Moreton, el abogado del bufete rival, tocará a su fin. El provecto adversario está
ansioso por conocer antes de morir, cuál sería el final de esta historia que le había intrigado desde sus inicios. Un escéptico
Carey asiste arrobado al interés del viejo Moreton, que está lejos de comprender. Así viajará por
una Europa que pretende reconstruirse así misma, pero que tiene muy abiertas
las heridas del conflicto. Curiosamente el personaje irá evolucionando, las pesquisas y el aire aventurero que le lleva a recorrerse medio continente, le van a atrapar. Un lado romántico que descubrirá en él, ¿quizá su destino no se encuentre en una cómoda poltrona de CEO?
Los dejos belísonos todavía
resuenan en las mentes de personajes secundarios que acompañan a Carey, como la inefable intérprete que sacia sus miedos, con la ingesta de grandes cantidades de alcohol. El hieratismo de la señorita Kolin choca con el joven americano, hasta que la atractiva y misteriosa muchacha se torna en vehemente oradora al descubrirnos su drama personal. De todas formas, a Carey que vivió la guerra desde un bombardero, las diferencias personales que surgen alrededor del conflicto le resultan molestas. Ambler nos hace razonar mientras disfrutamos de su sofisticado divertimento, acerca de los males de la guerra moderna, que despersonalizan por medio de un botón el daño que se inflige en el enemigo. Es una de las constantes de su literatura, por un lado un cuidado de la prosa que dignifica el género del suspense y estas píldoras que nos acercan a una época, que no habría que borrar nunca como enseñanza impagable. De todas formas, para resolver el caso, el inexperto leguleyo, se verá obligado a desenredar una compleja trama que se desenvuelve por capas
y más capas de una historia que comienza en el siglo XIX. Un Dragón que combate a los victoriosos ejércitos de Napoleón y que como deserta, tiene que ocultar su identidad. Carey pululará por los
registros civiles y parroquias, en algunas ocasiones destruidos en un continente sumido en un eterno conflicto, con el objeto de buscar el hilo de sucesión que le permita llegar a un heredero legítimo. Es una de las delicias de Ambler, que te mete en las callejuelas de la historia: la Alemania del siglo XIX, o la guerra civil de Grecia, todo sin que su narración pierda fuelle pese a los saltos en el tiempo que se producen en ella, para desembocar en un final siempre en sus creaciones, insospechado. Otra de las constantes de su literatura, son sus personajes llenos de escepticismo, que luchan en la corriente de los acontecimientos, aunque nunca les prenda el maniqueísmo y el fervor que sólo alcanza a unos pocos orates en la historia. No existen los blancos o negros, y se deduce de sus narraciones, que los hombres son víctimas de unas consecuencias que en la mayor parte de los casos, no han provocado.
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Markos Viafadis, el famoso guerrillero comunista
que cobró gran protagonismo en la Guerra Civil griega
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