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La censura del hambre

Qué comemos hoy?- Era la pregunta más repetida en la casa de los Cela. Se había hecho presente el hambre como en tantos otros hogares, y el patriarca, un joven ceñudo con ínfulas de periodista, torero en sus ratos libres, y sobre todo escritor, navegaba por un mar de diviesos que le obligaba en algunas ocasiones a escribir de pie. El joven soñaba con la Underwood  mítica de Ernest Hemingway como con las curvas de Rita  Hayworth, pero en cualquier caso con unas tostadas evocadoras. Podía captar su sublime olor a lo Marcel Proust, el que se recreaba en la dichosa magdalena ¡Lo que haría él con sus mondas! Porque Charo, su mujer, iba a las  colas eternas que se organizaban en cuanto se enteraba de  que la Dirección General de Abastos, haría una entrega de carne. Después de la pitanza, Camilo anhelaba un braserillo que les arrancase ese frío que se deslizaba hasta las entrañas. Las posaderas frías, las lumbares congeladas, que costaba mover tras unos pocos segundos de penitencia al levantarse de una silla, si es que sus sinus pilosos se lo permitían. 

De ÁWá - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2185631
Camilo José Cela soñó bien su futuro como escritor. 
Busto elegante en Guadalajara

Iba entonces "por ahí"; le costaba confesar el oficio que ejercía a plena luz del día. Él hubiese preferido las galeras o una mina oscura en el lugar más apartado del mundo, antes que entrar por la puerta dolorosa del Ministerio de Gobernación. Agilizaba sus trancos para pasar lo más desapercibido, como si aquel agujero negro lo absorbiese en contra de su voluntad. ¡El hambre, qué cosas hace! Mientras, algunos compañeros censores aprovechaban para leer de matute, el gallego intentaba gorronear tabaco con la excusa de que se le había olvidado comprar. Esto es, fumaba el pitillito mientras repasaba las tres revistas a las que se había aferrado como flotador para salir de semejante trance que rechazaba, con las menores muescas posibles ( esa es la versión del futuro premio Nobel). Estos magacines eran como reconocerá en una entrevista más tarde:"Farmacia nueva, El Boletín del Colegio de Huérfanos ferroviarios y El mensajero del Corazón de Jesús; como comprenderá, no se me planteó ningún problema. Al final me iba por ahí; a las doce o doce y media, me fumaba un pitillo y ponía sellos"  (Pág 28 Tiempo de editores Historia de la edición en España, 1939-1975 Xavier Moret). Con su habitual facundia, Don Camilo desdeñó a los que le acusaron de ejercer de censor del franquismo, aunque a los mismos torquemadas, habría que reducirles a una cuarta parte la ingesta calórica de alimentos, a ver si se mostraban tan exquisitos con cualquier trabajo. También lloraba cuando le publicaban un suelto en prensa, que recortaba para que su inmensa Charo, se emocionase a pesar de que no pudiesen pagar el alquiler de su casa.


De Falconaumanni - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=31764336
Las famosas cartillas de racionamiento.


Pero en el fondo Cela tenía una baza oculta: la fe de que se convertiría en un escritor que viviese de la profesión. ¡ Qué pensamientos más ilusorios! Guardaba receloso las pruebas de La  familia Pascual Duarte, para las que no encontraba editor. Cuando llegó al Café Gijón con ojos de pedigüeño, un marqués benefactor de las letras, le invitó a un café con un suizo. ¡ Dios bendiga a los helvéticos! se le ocurrió decir como si experimentase el éxtasis con cada bocado. También la culpabilidad le azuzaba por comerse todo el bollo y no guardar ni un ápice de ese cáliz de calorías  para Charo ¡ Maldito hambre, que nos convierte en ratas egoístas y cobardes! Se dijo para sí, aunque enseguida sonreía como un San Luis, olvidada la falta. 

El marqués embozado de vate pobretón, y algún escritor que publicaba le miraban conmiserativamente; las mieles del dinero y de la edición estaban reservadas para los extranjeros. Refritos de Joseph Conrad, el ubicuo Somerset Maugham que arañaba los pocos cuartos que hubiere en las editoriales, copaban la mayor parte de los escaparates de las librerías. Por lo que cuando le preguntaron a Camilo por su  libro resobado, del que les había hablado y que se había convertido en un bulo o tenía las dimensiones de constelación legendaria, el muchacho agachaba la cabeza. En aquella ocasión alguien le había encendido un pitillo que había robado a otro alguien entre la bruma del Gijón. - ¿Cuándo lo piensa publicar, señor Cela?- Le preguntó arrobado el marqués, y falso escritor, que sin embargo se codeaba con ellos como un igual. Más en confidencia, le espetó.- Déjemelo a mi, que le financió la publicación.
- Uno tendrá su orgullo, pero no tengo prisa en publicarlo, y tiene que ser una editorial en condiciones.
- ¿Pero existe el libro?- Rumió una excelencia.- Empezamos a creer en que no, joven.- Entonces el gallego exhibió una porción de cuartillas, que  Ediciones Cigüeña le había devuelto.
- Aquí está el Santo Grial. Quizá no sea tan bueno.- Le habían calado hondo en el ánimo las palabras de la propietaria de la Editorial Fermina Bonilla" El libro es muy bueno, muchacho, pero yo no se lo puedo editar, porque a lo sumo vendería diez o doce ejemplares, no nos engañemos." Por lo menos se ahorró frasecitas del estilo "Esa literatura tan realista no funcionaría con nuestro público, que necesita fantasía para olvidarse de tanto padecimiento"

La novela con todo, fue el gran éxito de la primera posguerra. Un relato crudísimo de la miseria. Más tarde, publicaría La colmena en Buenos Aires, otro libro de éxito fulgurante pero que la censura condenó. Algunos pasajes recuerdan a la penuria de aquel Camilo que se vio obligado a aceptar el empleo de censor. Desde luego, conocía como nadie el trasfondo de la miseria, que había vivido en sus propias carnes. Una maravillosa obra coral. 


Edición Biblioteca Edaf
La colmena, una de las obras cumbre
de la literatura universal y de la posguerra








Comentarios

  1. Gracias por comentar, Max. Si un hombre de un humor inclasificable, y al que le cambiaba el semblante en cuanto se le mencionaba su etapa como censor. Yo no le juzgo, en un período donde el hambre carcomía las más fatuas voluntades. En cambio, nos queda una obra esplendorosa, maravillosa. Yo todavía me parto con un "echadora de cartas" del Tobogán de hambrientos. Me habría encantado conocerlo.

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