Era una tarde vaporosa y chubascosa de invierno. El frío se le había metido en los huesos, y la recoleta sala de cine prometía el calor humano, un buen resguardo para las inclemencias. Pero el padre iba con una sonrisa cincelada porque se imaginaba que tamaña sorpresa, no unas vulgares entradas de cine, provocaría la algarabía en sus retoños. Convencido del éxito, discurrió presuroso por los cascotes que flanqueaban todo el alfoz de Argüelles. Fantasmas de la guerra que si se aguzaban los sentidos, aullaban sus penas. En cualquier caso, la vida cuando la muerte había estado tanto tiempo acechante, se abre paso a trompicones. Seguidamente Gerardo subió las escaleras con grandes zancadas, y aporreó la puerta. Escuchó al fondo las pisotadas ligeras de sus niños.- ¡Abrid niños, que es papá!- Tenía las llaves en el fondo del gabán y entre gurruños de papel de la oficina. Pese al amago de los hijos, su mujer le franqueó finalmente la puerta. - Os he dicho que no abráis la puerta, chicos. Qué puede ser el hombre del saco.
- Hola, cariño.- Un beso a la risueña Mercedes, que tanto ríe y que afrenta a la vida con sus desdenes con tanta risa. Bella con sus ojos verdes apagados, quizá por una realidad cansina, había hecho cola toda la mañana con la cartilla de racionamiento, y las varices le carcomían las piernas. - ¿ Todo bien, princesa? - Le preguntó Gerardo.
- Muy bien, guapo.
- Hoy tengo una sorpresa para los niños. ¡No vamos a ir al cine! Estoy cansado de ver Robin y cualquier producto hollywodiense.
- No fastidie padre, por favor, llévenos al cinematógrafo, qué queremos ver al héroe de los más débiles
- Dicen que Errol Flynn está fenomenal en el papel de Robín de los bosques.- Proclamó Mercedes arrobada para que Gerardo cambiase de opinión.
- También cuentan que estuvo por aquí, cuando la guerra. En la avenida de "los pepinazos".
- ¿Quién, Errol? - los arrapiezos no se creían la pregunta que formulaban. Si los marcianos hubiesen aterrizado en la Avenida Gran Vía, no le hubieran hecho tanto los ojos chiribitas. Pululaban en torno a sus padres, agitados por la decisión que tomasen. ¡Se jugaban una tarde de la más cruel casmodia! Estando tan cerca las mieles de los fotogramas.
- Si no vamos al cine.- A la vez, Mercedes se limpiaba las manos en el mandil, que se retiró con gesto desafiante. El chantaje a su marido comenzaba premeditadamente- Por la misma razón, te comunico que estoy cansada de hacer la comida y que te puedes poner el delantal. O que te laves tú mismo los calzoncillos, que mucho raspar, pero tu mierda no sale, querido.
- Un momento, que no ha sido culpa mía, chicos. Lo siento mucho pero no me ha dado tiempo a sacar las entradas.- Quiso seguir Gerardo su papel de aguafiestas, a pesar de que se le había aborrascado el humor con una reacción tan intempestiva de los suyos. Se encogió de hombros, para dar más énfasis a su impostura - Me entretuvieron en la oficina.
- Pero padre, ¿como se le olvidó una cosa así? En un día de lluvia dónde podemos ir.
- A cambio os digo que tengo unas entradas, ¿a ver si adivináis de qué? Es el espectáculo de la temporada.
- ¿El circo? ¿ La casa de las fieras?- Escupió Paquito varias preguntas al mismo tiempo, preso de la excitación. Habían cambiado las tornas inopinadamente y adivinaba una tarde del más maravilloso entretenimiento.
- Ufff, qué poca imaginación. Chicos, vamos a ir al teatro. Tengo cuatro entradas para el Miguel Strogff de Enrique Rambal.
- No me digas.- A la madre casi le dio un soponcio. Se sintió de pronto de una maldad inefable, por el chantaje ejercido injustamente sobre el pobre Gerardo. - Pero eso, cariño, es increíble. Cuando se lo cuente a las vecinas, no se lo van a poder creer. Y la Paca va a rabiar un montón.
- Eso es mejor que el cine.- Alborotaron a su alrededor los pequeños henchidos por el gozo del súbito cambio de planes. Rozaban la gloria.
En todo aquello pensaba Gerardo con la sensación de triunfo, una sonrisa de placer que burilaba su rostro, en el patio de butacas. El gran Enrique Rambal peroraba con su sombrero de copa, en una presentación donde entreveraba su acento valenciano con algunas palabras en inglés para describir las innovaciones que iba a disfrutar su público durante la representación. No en vano, había viajado por Estados Unidos con el fin de hacerse con las últimas innovaciones de la escenografía, que iban a renovar por completo en los años 30 y 40 el panorama teatral español. Entre aquel público, quizá se hallase también un Fernando Fernán Gómez que ahorraba gastos de comida para pagarse los pases en el teatro, y Rambal fue como recordaba el actor español, un Spielberg o George Lucas más modesto de la escena española. Míticos fueron sus árboles de hierro donde manaba el fuego para hacer creer que se quemaba un bosque dentro de la imparable acción por la que se desarrolla Miguel Strogoff. Las ondas de muselina que simulaban un mar agitado. Efectos que vistos con perspectiva como reconoce el gran escritor Juan Eduardo Zúñiga a los ojos del espectador moderno, resultarán irrisorios, pero que en aquella época transportaban a sus coetáneos a un mundo de fantasía.
Es cuando espigado y con ojos dichosos, sale de nuevo este valenciano a agradecer a sus espectadores su presencia al final de la función. Con un pitillo en ristre, fuma entre aplausos una vez que ha caído el telón, y salen a continuación todo el plantel de artistas, mientras el caballero valenciano se fuga tras las bambalinas.
Las fascinantes aventuras de Miguel Strogff |
- Hola, cariño.- Un beso a la risueña Mercedes, que tanto ríe y que afrenta a la vida con sus desdenes con tanta risa. Bella con sus ojos verdes apagados, quizá por una realidad cansina, había hecho cola toda la mañana con la cartilla de racionamiento, y las varices le carcomían las piernas. - ¿ Todo bien, princesa? - Le preguntó Gerardo.
- Muy bien, guapo.
- Hoy tengo una sorpresa para los niños. ¡No vamos a ir al cine! Estoy cansado de ver Robin y cualquier producto hollywodiense.
- No fastidie padre, por favor, llévenos al cinematógrafo, qué queremos ver al héroe de los más débiles
- Dicen que Errol Flynn está fenomenal en el papel de Robín de los bosques.- Proclamó Mercedes arrobada para que Gerardo cambiase de opinión.
- También cuentan que estuvo por aquí, cuando la guerra. En la avenida de "los pepinazos".
- ¿Quién, Errol? - los arrapiezos no se creían la pregunta que formulaban. Si los marcianos hubiesen aterrizado en la Avenida Gran Vía, no le hubieran hecho tanto los ojos chiribitas. Pululaban en torno a sus padres, agitados por la decisión que tomasen. ¡Se jugaban una tarde de la más cruel casmodia! Estando tan cerca las mieles de los fotogramas.
Reptaría el inefable Errol Flynn por los adoquines de La Gran Vía. |
- Si no vamos al cine.- A la vez, Mercedes se limpiaba las manos en el mandil, que se retiró con gesto desafiante. El chantaje a su marido comenzaba premeditadamente- Por la misma razón, te comunico que estoy cansada de hacer la comida y que te puedes poner el delantal. O que te laves tú mismo los calzoncillos, que mucho raspar, pero tu mierda no sale, querido.
- Un momento, que no ha sido culpa mía, chicos. Lo siento mucho pero no me ha dado tiempo a sacar las entradas.- Quiso seguir Gerardo su papel de aguafiestas, a pesar de que se le había aborrascado el humor con una reacción tan intempestiva de los suyos. Se encogió de hombros, para dar más énfasis a su impostura - Me entretuvieron en la oficina.
- Pero padre, ¿como se le olvidó una cosa así? En un día de lluvia dónde podemos ir.
- A cambio os digo que tengo unas entradas, ¿a ver si adivináis de qué? Es el espectáculo de la temporada.
- ¿El circo? ¿ La casa de las fieras?- Escupió Paquito varias preguntas al mismo tiempo, preso de la excitación. Habían cambiado las tornas inopinadamente y adivinaba una tarde del más maravilloso entretenimiento.
- Ufff, qué poca imaginación. Chicos, vamos a ir al teatro. Tengo cuatro entradas para el Miguel Strogff de Enrique Rambal.
- No me digas.- A la madre casi le dio un soponcio. Se sintió de pronto de una maldad inefable, por el chantaje ejercido injustamente sobre el pobre Gerardo. - Pero eso, cariño, es increíble. Cuando se lo cuente a las vecinas, no se lo van a poder creer. Y la Paca va a rabiar un montón.
- Eso es mejor que el cine.- Alborotaron a su alrededor los pequeños henchidos por el gozo del súbito cambio de planes. Rozaban la gloria.
En todo aquello pensaba Gerardo con la sensación de triunfo, una sonrisa de placer que burilaba su rostro, en el patio de butacas. El gran Enrique Rambal peroraba con su sombrero de copa, en una presentación donde entreveraba su acento valenciano con algunas palabras en inglés para describir las innovaciones que iba a disfrutar su público durante la representación. No en vano, había viajado por Estados Unidos con el fin de hacerse con las últimas innovaciones de la escenografía, que iban a renovar por completo en los años 30 y 40 el panorama teatral español. Entre aquel público, quizá se hallase también un Fernando Fernán Gómez que ahorraba gastos de comida para pagarse los pases en el teatro, y Rambal fue como recordaba el actor español, un Spielberg o George Lucas más modesto de la escena española. Míticos fueron sus árboles de hierro donde manaba el fuego para hacer creer que se quemaba un bosque dentro de la imparable acción por la que se desarrolla Miguel Strogoff. Las ondas de muselina que simulaban un mar agitado. Efectos que vistos con perspectiva como reconoce el gran escritor Juan Eduardo Zúñiga a los ojos del espectador moderno, resultarán irrisorios, pero que en aquella época transportaban a sus coetáneos a un mundo de fantasía.
Es cuando espigado y con ojos dichosos, sale de nuevo este valenciano a agradecer a sus espectadores su presencia al final de la función. Con un pitillo en ristre, fuma entre aplausos una vez que ha caído el telón, y salen a continuación todo el plantel de artistas, mientras el caballero valenciano se fuga tras las bambalinas.
Buen texto, muy evocador. A medio camino entre el teatro y el cine, es inevitable recordar a Georges Méliès. Y más recientemente en España (en cuanto a escenografía teatral, pero también de cine) a Reyes Abades, del que me quedó grabada en la retina su impresionante cascada de agua real diseñada para el Hamlet del María Guerrero hace muchos años. Bueno, me quedó eso y la silueta del ahora diputado Toni Cantó haciendo de espigado Laertes, en duelo de espadas con un Hamlet más español que danés, en realidad (es decir: demasiado bajito)
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