"Señoras y señores, interrumpimos nuestro programa de baile para
comunicarles una noticia de último minuto procedente de la agencia
Intercontinental Radio El profesor Farrel del Observatorio de Mount Jennings de
Chicago informa que se ha observado en el planeta Marte algunas explosiones que
se dirigen a la Tierra con enorme rapidez... Continuaremos informando”. Crepitaba la noche en el granero de los Jenkins, donde se recogían al finalizar la jornada, con el objeto de escuchar la radio. El mayor de los Jenkins con la jeta completamente ajada, se había asomado al cielo en el que titilaban las estrellas y rumiaban en silencio una soledad de millones de años. ¡ Nada extraño! Aquella noche habían llegado tarde a la serie de adaptaciones literarias que un joven revisionista, un tal Welles, llevaba a cabo por su ¿secreto amor por los clásicos? A Mrs Jenkins no le gustaba leer, pero como buena curiosa, gracias a aquellas retransmisiones se había dado una buena patina de cultura. Margarita Gautier era la protagonista de la Dama de las Camelias, y en el club de cultura del pueblo, nadie le podría ofuscar si es que no conocía un libro determinado. El que más le gustaba sin duda eran Los Viajes de Gulliver, una obra que decía la Señorita Johanson que tenía filones filosóficos. ¡ Qué redicha! ¿ Filo qué? ¡Filomena, no te digo!
Sin embargo, el joven Orson les daba a los clásicos una impronta demasiado personal. ¿Romeo en motocicleta? Para Mrs Jenkins que peinaba canas, le parecía demasiada astracanada, aun cuando luego se pegase al aparato receptor para escuchar aquellas historias, que le dejaban sin aliento, al punto de que se había olvidado de unas licencias que de antemano, chocaban a sus oyentes más provectos. A continuación, conectaron desde el Hotel Meridian Plaza donde retransmitían la actuación de la orquesta, que animaba supuestamente la velada en las ondas de Nueva Jersey. El locutor de radio de la CBS que guardaba su voz aterciopelada para musitar las historias de los clásicos de la literatura, se había dejado de pamplinas y reflejó una congoja desmedida en una alocución muy alterada:"Damas y caballeros, tengo que anunciarles una
grave noticia. Por increíble que parezca, tanto las observaciones científicas
como la más palpable realidad nos obligan a creer que los extraños seres que
han aterrizado esta noche en una zona rural de Jersey son la vanguardia de un
ejército invasor procedente del planeta Marte...»
- Joseph, por favor, ¿tenemos el sótano habilitado? Porque estás escuchando lo que yo escucho- Dijo con pavor Sophie Jenkins, cuya cabeza tenía algo de tragicómico en el baile de sombras que se proyectaban en el cobertizo. Un casco de pelo, que flotaba como unos poderes, y el tartamudeo que había prendido en ella, una parlanchina consumada. - Sal fuera por favor, a ver si encuentras algo raro. Han tenido que caer cerca.
- ¿ Por qué no sales tú, Sophie?- Repuso acezante el viejo, al que le faltaba el aliento. Más porque normalmente contenido, había contestado a su santa y rígida esposa.
- No me vengas con cuentos, querido.- Ella le remató con cajas destempladas, así que el pobre hombre no tuvo más remedio que abrir las puertas del cobertizo.
La música de la radio había invadido entretanto el espacio exiguo del cobertizo, cada vez más claustrofóbico. Y la tormenta barbotó graves truenos, que daban un tono romántico a sus miedos. Joseph volvió aterido por la llovizna, que le había calado hasta los huesos. - Querida, aquí no hay nada, ni extraterrestres y hace un frío que pela.
- Vamos a coger víveres, y nos vamos a meter en el sótano con un colchón, y hasta que no estemos seguros, no saldremos a la superficie. ¿ Te parece bien?- Joseph se limitó a asentir.
La fabulosa novela de Wells, adaptada
por otro genio, Orson Welles.
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Entonces un testigo de última hora en el lugar de los hechos, según la locución del presentador, Welles, alertó todavía más a los ancianos, a los que el corazón palpitaba con más fuerza. Se llamaba Carl Philips y con clamorosa impaciencia, relató los hechos que le habían dejado patidifuso:" Señoras y señores, esto es lo más terrorífico que nunca he
presenciado... ¡Espera un minuto! Alguien está avanzando desde el fondo del
hoyo. Alguien... o algo. Puedo ver escudriñando desde ese hoyo negro dos discos
luminosos... ¿Son ojos? Puede que sean una cara. Puede que sea..." Casi sin resuello, bajaron las escaleras. Atropelladamente habían recolectado los últimos pertrechos y se sumieron en un laconismo, aguardando la llegada de los visitantes. Corrieron las horas y los días enlentecidos. El tedio les ocupaba mientras las latas que habían acumulado, se agotaron. Otra vez, Sophie, más precavida, azuzó a su marido que arrostraba su condición de esposo de la forma más prudente posible, para que se asomase a la superficie.- ¿Escuchas algo, querido?
- Nada, yo creo que se han olvidado de nuestra granja. Total, tampoco tenemos tanto. -Le contestó desde la trampilla del sótano.
- Los del banco no se olvidan de nuestra hipoteca. - Advirtió la cascarrabias de Sophie, a la que se le había hecho un mundo la convivencia forzada con su ¿querido esposo?. Está senil reverberaba para si, y cada vez huele peor el condenado. - Sal afuera entonces, e investiguemos. Pásate por el pueblo.- Ella por si las moscas, vigilaría el sótano. El marido, que creyó que todo había sido una charada, cogió su Ford modelo T para ir al pueblo donde todo discurría con aparente normalidad. Fue a hablar con Steve Hugh, el mecánico con el que tenía más confianza. Por supuesto estudió su rostro por si tenía alguna señal de abducción. Nada anómalo. Y le dirigió la palabra.- ¿Qué ha pasado con los extraterrestres? - El otro comenzó a carcajearse hasta que le asomaron las lágrimas de tan terrible risotada. - No puedo parar, Joseph.- Otra vez a reírse. Su amigo granjero le miraba tristemente para inspirarle compasión. - Dime algo, capullo ¿Se han ido? - en voz baja.- Llevamos casi una semana encerrados, Steve, cuéntame de una vez por todas, qué pasó con los alienígenas. - Steve no cesaba de reír, cuando le aclaró que había sido una emisión de radio simulada. Que un tal Orson Welles, había retransmitido la Guerra de los mundos de H. G. Wells, pero que le había querido dar tanta verosimilitud, que la mayor parte de los habitantes de Nueva Jersey tragaron en el anzuelo. Claro que lo de los Jenkins era para nota.
Acabemos diciendo no.obstante, que más de doce millones de personas según esta formidable entrada de ABC, que habían seguido la retransmisión de un Orson Welles , habían picado en el anzuelo. El genio comenzaba a hacer sus primeros pinitos en el mundo de la interpretación, y esta representación radiofónica pasó a los anales de la historia de la radio, como la radiodifusión más famosa. Para el actor-director-dramaturgo significó un verdadero aldabonazo que le llevó a la primera plana de los rotativos más importantes de medio mundo. El siguiente aldabonazo sería la fabulosa Ciudadano Kane, cinta en la que lanza una diatriba de profundidad contra Randolph Hearst. El magnate Hearst se había convertido en el azote espiritual de un Hollywood que bajo su prisma tenía más semejanzas con Sodoma y Gomorra ( ver esta entrada que hicimos en su momento) . El lesbianismo de la Nazimova, las orgías cuyo eco acrecentaba en sus medios de prensa de cualquier índole. Ofender a Hearst de manera tan grave iba a procurarle un ostracismo que le llevaría a Europa donde encontraría una financiación más modesta para sus proyectos. Sin duda,con esta famosa emisión de radio,comenzaba la leyenda del indomable Orson Welles.
Acabemos diciendo no.obstante, que más de doce millones de personas según esta formidable entrada de ABC, que habían seguido la retransmisión de un Orson Welles , habían picado en el anzuelo. El genio comenzaba a hacer sus primeros pinitos en el mundo de la interpretación, y esta representación radiofónica pasó a los anales de la historia de la radio, como la radiodifusión más famosa. Para el actor-director-dramaturgo significó un verdadero aldabonazo que le llevó a la primera plana de los rotativos más importantes de medio mundo. El siguiente aldabonazo sería la fabulosa Ciudadano Kane, cinta en la que lanza una diatriba de profundidad contra Randolph Hearst. El magnate Hearst se había convertido en el azote espiritual de un Hollywood que bajo su prisma tenía más semejanzas con Sodoma y Gomorra ( ver esta entrada que hicimos en su momento) . El lesbianismo de la Nazimova, las orgías cuyo eco acrecentaba en sus medios de prensa de cualquier índole. Ofender a Hearst de manera tan grave iba a procurarle un ostracismo que le llevaría a Europa donde encontraría una financiación más modesta para sus proyectos. Sin duda,con esta famosa emisión de radio,comenzaba la leyenda del indomable Orson Welles.
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