Fumarolas
en medio de un paisaje lunar con hedor a carne chamuscada. El cabo se mueve agazapado en
los roquedales, que se entremezclan con un campo agreste y sumido en greda.
Sigue avanzando para llevar el mensaje entre las trincheras erizadas de
espinos, pero en un momento llega un silbido, y luego un silencio que lo invade
todo. Hasta el tiempo se detiene, y por las esporas que bufan del engendro,
comienza a salir el gas traidor. Él que se había tumbado en la hondonada, con
el pulso agitado, nota cómo sus ojos comienzan a llorar de manera
incontrolada.- ¡Mierda, mostaza! - Proyecta conjuntamente con su maldición un escupitajo. El cabo está desolado. Cada vez le cuesta más respirar, se ahoga y
pierde el conocimiento. Antes de que se ponga la máscara antigás, ha absorbido
algo de aquella mezcla deletérea. Se lo había recalcado su capitán, en cuanto tuviesen el más leve barrunto de que les gaseaban, tenían que echar mano de la máscara. Por un instante, se acuerda de su misión y
cómo ha fallado. El embriagador dolor hace el resto, se mete en las tinieblas de la inconsciencia.
![]() |
Las trincheras británicas o alemanas, éstas últimas casi ciudades,
eran auténticos infiernos para los soldados.
|
No le esperaba sin embargo un largo túnel ni Caronte exigiendo el pago en monedas para realizar el tránsito a las orillas de los muertos. No
sabe cómo, aunque de pronto se halla en una camilla con mucho bullicio
alrededor. Intenta abrir sus párpados, en vano, porque recubre sus ojos una venda bien aferrada a su cabeza.
Un escozor que se derramaba por el resto del rostro o el sudor que se lo veteaba; se rasgaría su piel y se la haría jirones, con tal de borrar esa insidiosa incomodidad. Por eso, incorporado por la diligente
enfermera, deambulan por su mente infinidad de pensamientos. Odia las risas
que escucha al fondo del rellano. No está para chacotas, y detecta el olor
a tabaco que llevan apegados los soldados a sus guerreras. Porque odia los cigarrillos y el alcohol. Cuando sus camaradas se enredaban a contar las historias
de bellas novias, le daban al morapio y fumaban como locomotoras, se alejaba de
la compañía y en su bloc, realizaba bellas estampas bélicas a carboncillo. Escenas
heroicas que encendían su ánimo. Amaba a Alemania sobre todas las cosas, pero
le desesperaba la excesiva humanidad de sus colegas y el tiempo reservado a las confidencias. Él no tenía ninguna chica jocunda que le esperase. Sobre todas las cosas, lo que más repudiaba era la temida escenita, cuando uno de
colegas se disfrazaba de mujer y de esa guisa, pintorrojeado, se dejaba magrear
aquellos pechos de pacotilla, hechos de relleno, por el resto de la brigada, a medida que crecía la albórbola. - ¡Dejadme en paz! - chillaba el cabo desolado.
Sin
embargo, estaba allí, y otros habían fenecido en el frente. El médico había sido franco, tras escudriñarle los daños
en los ojos: difícilmente recuperaría la vista. Con todo, los días fueron
pasando. Cada vez respiraba mejor, y el escozor se hacía menos lacerante. Una
mañana se había levantado de la cama, y apenas notaba dolor en torno a
sus ojos. Sonrió hacia adonde había intuido que se hallaba el espejo y
benevolente se imaginó a si mismo en el azogue, flaco como era y desgarbado. Dispuesto a
correr como un galgo al puesto donde dejar el mensaje. ¿ Se habría acabado la guerra para él? Por supuesto, quería regresar antes de que se produjese la ineluctable victoria de los soldados del Káiser. No le asustaba ni el
estruendo de los cañones enemigos ni el sibilante ruido de los gases que
sonaban como una áspid. Así estaba imbuido en sus pensamientos, le preocupaba
sobremanera los derroteros de una guerra que lejos de acabar satisfactoriamente
para su patria, se estancaba en el cieno. Pero aquella mañana las noticias
fueron peores, a pesar de la algarabía, las palmas y las risotadas- el recibió
de forma desangelada la información, la peor de todas. La rendición se había
producido. El ejército alemán podría haber asestado el golpe definitivo tras
derrotar a los rusos bolcheviques. Sólo una retaguardia acobardada que
había dado la espalda a sus soldados, hizo posible la debacle. Cuando echa mano al recuerdo de esos días de tribulación para la patria, tiene presente que nada más leer el titular de la rendición, se marea,
parece que la tierra se agita bajo sus pies. Se acerca a la cama, bultos al
azar de almohada y mantas desaliñadas, para tumbarse en ella.
![]() |
El insignificante cabo provocaría
la Némesis mundial
|
Unos
días después, la enfermera que tiñe su bello rostro de una sonrisa, le llama en
voz alta.- Señor Hitler, señor Hitler, quítese la venda, definitivamente.-
Desde hacía un tiempo, las tinieblas habían cedido a las sombras y luego a las
luces. ¡ Había recuperado la vista, a pesar de las premoniciones adversas de su
médico! Poco le importaba recuperarla, cuando su país se desvanecía.
Unas horas más tarde, le daban el alta. ¿Qué le quedaba a un antiguo
combatiente de su viejo país? Las calles se dividían cada vez más, el cerco de la Royal Navy
surte efecto, razones todas ellas por las que la pillería brota en una Alemania donde el
desabastecimiento a pesar de la rendición, está más que latente. Caos, lucha
entre contrarios. Gustav Noske, Rosa de Luxemburgo (1), con su gimnasia revolucionaria, las Freikorps que quisieron apagar dichos delirios revolucionarios, todo un cúmulo de nombres y facciones,
que se posan en la mente del joven cabo como un nubarrón. Volverá a las andadas
y a demorarse en los cafés. Sin trabajo, le aguarda a este patriota enardecido, un futuro sin
futuro. Sabemos cómo acaba la historia para nuestro infortunio. Aunque no veamos las heridas de la Segunda Guerra Mundial siguen estando ahí.
(1) Cuando el socialdemócrata Gustav Noske controló la situación, y habiendo fracaso la revolución en Alemania, Lenin dijo despectivamente que un pueblo tan ordenado como el teutón, jamás logaría imponer el espíritu revolucionario. Para tomar una estación, los alemanes procederán previamente a sacarse escrupulosamente el billete para acceder al andén. Es muy interesante el libro de Sebastián Haffner, a pesar de su evidente parcialidad, sobre estos acontecimientos La revolución alemana de 1918-1919
Muy bien contada la historia del "cabo".
ResponderEliminarLuego de lo que relatas, Hitler siguió siendo reacio a participar en corrillos humanos. En su Mein Kampf cuenta cómo trabajaba en una fábrica y, a la hora del bocadillo, se alejaba de los demás compañeros de trabajo. El motivo era que ellos hablaban de política siempre, y a él no le interesaba entrar en eso... Aunque escuchaba, apartado, sus conversaciones en las que todos criticaban todo: el capitalismo, el socialimo,la monarquía, la repúblca, la religión... y sobre todo el gobierno. Todos se quejaban de boquilla pero ninguno hacía nada. Así que le picó el gusanillo de intervenir él mismo y mover ficha.
Ese es el riesgo de las crisis, que le dan alas al primero que se toma en serio el hacer cambios, y no siempre es el más idóneo para eso.
Si me permites un chiste, eso de: ¡Mierda, mostaza! me sonó a cuando pides un sandwich o un perrito y no le ponen el ingrediente que tú quieres.
El problema con Hitler es que le dejaron llevar el restaurante y bueno... ya se sabe lo que hizo.
Muchas gracias Bonifacio por los comentarios.Aparte de misantropo como muy bien nos cuentas, supo interpretar el zeitgeist del momento y se benefició de "cisnes negros" como la Gran Depresión que tenía en los préstamos americanos un canal de contagio para la República de Weimar.
ResponderEliminarEstoy completamente de acuerdo respecto a reflexión de las crisis,que favorecen la aparición de demagogos y populistas.Es tentador cuando arrecian las mismas,escuchar los cantos de sirena que te prometen vericuetos indoloros para zafarse de la penuria.Es el débil alma humana.Tu reflexión como decía,es impecable.