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Un cambio de papeles



La luz del foco hirió sus pupilas.- Confiese, tenemos un testimonio en contra suya.- El oficial le colocó un cigarrillo en los labios tumefactos. Tenía el cuerpo arrugado; el monigote que se sentaba como un helado derretido en la silla, seguía sin entender la lluvia de golpes que había arreciado sobre su rostro. - No tenemos prisa, dentro de poco volverá mi compañero a relevarme. - Y el gendarme se regodeó y fraseó deliberadamente sílaba por sílaba, que escupió con desdén de sus labios gordezuelos  - ¿Sabe lo que daría por un café en sus circunstancias? Calentito para espantar el mal cuerpo.

- ¿Qué? - Barbotó la masa informe.
- Me pongo en su lugar y doce horas de interrogatorio. Confiese, se sentirá mejor.- A veces, pensó el oficial si no les instilasen un odio acerbo hacia el enemigo, se difuminaría enseguida la hiel. ¿Qué podría hacer aquel guiñapo? Desvió su atención a los nudillos quemados por colillas, y expelió el humo de su cigarro en la cara del interrogado.- No le apetece fumar ¿ Le enciendo el cigarro? A ver, dígame porqué no se atreve a confesar. Yo no tengo nada contra usted, quizá si en tiempos de paz nos hubiésemos encontrado en cualquier sitio, le habría saludado cordialmente. Es la guerra la que nos envilece, más los peligros que se ciernen sobre nuestra República.
- ¿Qué?- Repitió aquel batracio que respiraba dificultosamente. Las costillas se habían convertido en un corsé o un amasijo tras las barahúnda de golpes.
- Confiese, y nos evitará seguir con una labor que nos resulta francamente desagradable.


Milicianas compartiendo comida en un Madrid
cercado por el enemigo.


Pero cómo iba a confesar la comisión de un delito que desconocía. Era verdad que en alguna ocasión había refunfuñado contra los desordenes de la República. Querer un sistema que respete el orden y permita una organización pacífica de la sociedad ¿era ser reaccionario o  estar en contra de la República? Cualquier comerciante anhelaba unas reglas claras además del respeto de la propiedad privada pilares de un estado de derecho. Confuso, los pensamientos revoloteaban. Pese a los partes oficiales, el derrotismo se había instalado en las más altas esferas. Las columnas nacionales ganaban terreno a unas milicias bisoñas que regalaban la posición al grito " nos copan" que se había tornado en una letanía de la lucha en el Frente. Pronto llegarían a la capital. Súbitamente sonó el  teléfono y escuchó al desgaire al oficial, que le da la espalda. Observó su cuello fofo mientras oía cómo rezongaba sus lamentos.- A éste le damos matarile, pero no confiesa. Dice que nunca apoyó a los sublevados. Tenemos un testimonio muy firme. Sí,  sé, su excelencia está preocupado porque se nos acumulan los expedientes y el.enemigo está a las puertas. - El corderito se lanzó fervoroso a otear el suyo, que reposaba en la mesa del oficial, aunque su vista se había vuelto borrosa. Luego, el oficial colgó el teléfono. Y se sentó tranquilamente.- Dígame, no tengo más tiempo que perder con usted. El testimonio es muy firme. Necesito que firme confirmando los hechos.



De Mikhail Koltsov - Оригинал (1936) сделан фотоаппаратом "ФЭД". Trabajo propio photo, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=22085214
Madrid resistió heroicamente las embestidas
de las cuatro columnas nacionalistas que convergían
a la capital





- Yo no he hecho nada de lo que se me acusa.- Un hilo de voz había traspuesto sus cuerdas vocales. No sabía cómo se había dejado apresar por la telaraña de la checa ni tampoco de dónde había salido el gramo de fuerza para concluir una frase.  ¿Si hubiera echado a correr cuando le dieron el alto?

- Todos dicen lo mismo, deme algo que le saque de este atolladero - El oficial de la guardia de asalto no se había despojado de su traje de trabajo. Ni siquiera disimulaba, él representaba se supone a la legalidad y se prestaba a la pantomima de una justicia paralela.- ¿Qué me dice? 
- Ley y orden.- Farfulló el detenido. 
- ¿Cómo dice? 
- Si va a morir, no te molestes, Octavio.- Le advirtió el tercero en discordia, que se había mantenido en la sombra ajeno al discurrir del interrogatorio.
- Le podría pedir una cosa, yo no he hecho nada, pero como sé cuál va a ser mi destino.
- Dígame.- Se le ablandó la voz.
- Tome- sacó un gurruño de papel, que desarrugó torpemente. Le habían fragmentado huesos de la mano cerrando sobre ellas bruscamente con portazos.
- Qué quiere que haga con este papel.
- Mi familia con mi muerte va a quedar desamparada.- Resolló, le faltaba un gramo de aire para seguir, sin embargo, las fuerzas vinieron de lo más recóndito de su ser. - Aunque tengo una deuda muy grande que cobrar. Ahí está el papel de reconocimiento de deuda. Así cuando yo muera, lo podrá cobrar mi familia. Le rogaría que ejecutase la deuda como última voluntad.


De Carlos Pérez de Rozas - http://w151.bcn.cat/opac/doc?q=himmler&start=1&rows=1&sort=msstored_fld81%20asc&fq=mssearch_doctype&fv=*&fq=media&fv=*, CC BY-SA 2.5, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=56395993
El siniestro Heinrich Himmler en la checa
Vallmajor de Barcelona, que se había
convertido en un atractivo turístico.


- De acuerdo.- Se puso las gafas el teniente de la Guardia de Asalto y se le transformó completamente la expresión. ¡No lo podía creer! Llamó a Bernardino para que leyese una porción de aquel legajo.- ¿Piensas lo mismo que yo?
- Me parece que sí.- Le repuso un Bernardino que arqueó sus cejas y estaba lleno de estupor. Enjuto y sin expresividad, había comprendido todo cuando su piel se trocó lechosa. - Esto tenía truco.

Seguidamente sobrevino todo un carrusel de excusas. - Lo lamentamos, ha sido un terrible error. - Le encendieron el cigarrillo y el teniente Octavio tocó la campanilla para que la hacendosa Mercedes acudiese a la pieza de los interrogatorios.- Un café bien cargado para el señor. Está usted libre, pero antes, descanse un poco en la habitación aledaña, que necesitamos de su ayuda. 

- Pero qué pasa. -Había recobrado un tanto de su aplomo, entretanto Bernardino había partido con instrucciones precisas. Él se recostó en el sillón del gabinete contiguo, y escuchó o creyó soñar el griterío que se produjo a continuación a colación suya.- Así que usted lo que quería era librarse de pagar su deuda al señor González. ¿Si él moría, también moría la deuda?
- No, no era mi intención, señor.- Cogido en un renuncio, y hecho una magdalena, la defensa de argumentos fue tan pusilánime, que Nemesio no supo qué agregar en su descargo. Él era el denunciante y el deudor.

- Nada de señor, ustedes envilecen nuestras ansias de justicia. Que se lo lleven en el próximo furgón.- Y entrevió la sombra que ligera como una muñequita, la del que creía que era su amigo y deudor, que era muy menudo, se desvanecía mientras le llevaban en volandas dos sindicalistas forzudos. Se despertó de una pesadilla. A pesar de haberse librado de la muerte, caviló acerca del hilo quebradizo por el que se movía la República. Cualquiera te podía llevar al paredón, y en el fondo, quería a su amigo Nemesio. No se desprendía uno tan fácilmente de las afectividades. Al salir, la estela de humo pegada al furgón que probablemente llevase a su amigo. Miró al cielo, donde unas nubes con panza prometían ser dicharacheras, así que correteó trastabillado por las lesiones del interrogatorio a buscar un refugio para una lluvia, que llegaría pronto.   

*" Esta entrada que se nos ha ocurrido sobre la marcha, quiere brindar homenaje a un hispanista sencillo, Hugh Thomas que en el año 1964 publicó en París Guerra Civil española, un prontuario de nuestra guerra que rehuyó de los maniqueísmos en los que se habían apostado de forma complaciente, ambos bandos. Recientemente desaparecido, su incursión en nuestro conflicto es un hito sin duda para la historiografía de nuestro país. Recuerdo como nuestro abuelo lo guardaba en el doble fondo de su biblioteca. Por entonces, los años ochenta poco podría hacer la dictadura, sin embargo, tenía muy presente aquella requisa en su despacho de abogados, cuando seis guardias civiles buscaban manuales de masonería y acusaron formalmente a su socio. Vio de cerca la muerte, y aquellas congojas habían dejado un poso difícil de borrar. La historia del mal pagador viene recogida en su manual de la Guerra Civil, y el resto, las añadiduras, forman parte del complejo mundo de ficción del narrador"

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