Con un dry Martini se le soltaba la lengua. Pues eso, un inspirado Luis Buñuel contaba en su libro de memorias, Mi último suspiro, que la gran París, grisalla de los
artistas de orígenes más diversos, se había convertido en un polvorín en la década de los
treinta. De todas formas siempre fue una urbe pródiga en violencia, sobre todo para unos ojos más acostumbrados a las sutilezas de los hombres que guardan las apariencias y no resuelven sus odios, sin embozos. No en vano, en una de sus primeras incursiones en la noche de la capital francesa, el de Calanda todavía ebrio por los contornos vaporosos de sus bulevares, recordaba cómo a su amable anfitrión en una cena, se le demudó inopinadamente el rostro. Y sin mediar palabra, salió disparado al otro extremo del restaurante, para abofetear a un desgraciado. Cuando retornó a la mesa, le habló de la insolencia de aquel tipo narigudo.- ¡Tenemos un verdadero problema judío! - Era la primera vez que escuchaba algo a la sazón.
- ¿Pero usted conocía a ese caballero de algo? - Le preguntó el cineasta, desconcertado por la estridencia de la escena. Qué le habría hecho para plantarle dos soberanos sopapos
- ¿Bromea, señor Buñuel?- Su comensal se esponjó en una sonrisa a la vez que se limpiaba ferozmente la comisura de sus labios, con la servilleta. Por sus orígenes no tenía derecho a tomarse una dorada aquel tipo. - ¡Encima era un judío extranjero, que son los peores!- Lanzó un escupitajo en un plato en el que reposaban los restos de los entrantes, para significarse en su repugnancia.- Disculpe, señor Buñuel, pero nos han traído demasiada cábala y masonería.
De guante fácil cuando entendía que se producían injusticias, nuestro quijote aragonés no supo cómo encajar la barbaridad, que había perpetrado su acompañante ¿Qué querría decir con el problema judío? Ni siquiera había oído hablar de aquel dilema en España, donde los habían expulsado hace centenares de años. Con todo, unos días más tarde en pleno Montmartre al abordarle unos exaltados al grito de metecos, Don Luis no se cortó y derribó a unos cuantos desalmados con varios crochet demoledores. Acero en las venas y en sus puños. Por supuesto, tuvo un bautismo enardecido en una ciudad que consideraba violenta por su propio dinamismo, en el que se entreveraban las vanguardias y las ideologías. Si Marinetti proclamaba toda una sarta de dislates con los que sacralizaba el cáliz de la violencia, qué decir del tótem del surrealismo, André Bretón´que soltaba perlas de odio por unas esporas cargadas de resentimiento: "El acto surrealista más simple consiste en salir a la calle con un revólver en cada mano y, a ciegas, disparar cuanto se pueda contra la multitud. Quien nunca en la vida haya sentido ganas de acabar de este modo con el principio de degradación y embrutecimiento existente hoy en día, pertenece claramente a esa multitud y tiene la panza a la altura del disparo"
Había pasado mucho tiempo desde entonces. Para la misión que le había encomendado la República española había llegado con más bagaje y habiendo rodado Le chien andalou y La Edad de oro. Ambas cintas le ponían en el ojo del huracán: tanto porque le trocaban para los espíritus más pudorosos en un depravado como para los reaccionarios se había convertido en un disolvente de las esencias patrias ( este enlace tocamos parte del proceso creativo del Perro andaluz ). Sabemos la teoría que abrigaban las dos películas: las capas de civilización habían sepultado nuestros instintos sexuales. No obstante, la ciudad cosmopolita vivía en un estado de agitación mayor, que recordaba a los hechos de La Comuna de París, tan idealizados y aprendidos como catón del buen revolucionario. Buñuel evoca en sus memorias los enfrentamientos de los diarios de prensa escrita, con multitud de sueltos moteados del blanco de la censura, que enardecía todavía más a los contendientes, puesto que pergeñaban las conspiraciones más insospechadas. En este caleidoscopio, muchos fueron los buscavidas que como Robert Capa iban a iniciar su leyenda a partir de una impostura: un americano millonario que se dedicaba a la fotografía por afición. Con su Leica colgada del cuello y las fabulaciones de su compañera Gerda Taro, retrataron las manifestaciones convulsas que acababan en choques y muertos(1). También era el París en el que se paseaba el mítico Otto Katz, del brazo de Marlene Dietrich ejerciendo de reclamo. El hombre de las mil caras hizo uso de una magnética personalidad para atraer de manera subrepticia a las estrellas del mundo del espectáculo a la causa comunista .
Pues entre todos ellos, se agazapaba un oscuro Buñuel con especial presteza para cumplir con las misiones que bajo un epígrafe cultural, le encomendaba la legación republicana. Desde su despacho de la calle Pépiniere, dirigía y coordinaba las acciones de la República en el rompeolas parisino. Propaganda, compra de armas, reparto de octavillas, cenas para recabar financiación para la República, según su testimonio también velaba por el reclutamiento de voluntarios que llevaba a cabo el partido comunista y cómo no, labores de contraespionaje contra el fascismo, que tenía a sus agentes desplegados en la capital gala. Don Luis, al narrar estas peripecias eleva la voz contra los comisionistas que multiplicaban los precios para servir unas armas de calidad más que ínfima ( mercancía averiada en palabras de Buñuel) A veces las labores eran de lo más prosaico, y recordaban a las tediosas disputas de las bodas, en las que es tan importante saber quién se puede sentar en una misma mesa como quien no debe compartirla. Era el protocolo no escrito de los intelectuales. Con sarcasmo el realizador de cine alude a que André Gidé y Aragón, no se podía sentar juntos, porque no se soportaban y en la última cena, casi habían llegado a las manos. Gidé había convulsionado al mundo antifascista, por su censura del comunismo de Stalin, por lo que la lista de improperios que le cayeron fueron pocos.
Por otra parte, es con estas labores cuando Buñuel recabó la ayuda de un Pablo Picasso al que consideraba un genio pero al que siempre le vio involucrado con su arte. El malagueño vivía en una burbuja o torre de marfil desde la cual los padecimientos del prójimo le resultaban accesorios, hasta que llegó la Guerra Civil que le sacó de su cascarón de indolencia. De todas formas, el aragonés se toma cumplida venganza del tótem del arte, puesto que veladamente y diríamos que sibilinamente saca a colación la vieja historia del robo de La Gioconda. Todo para decir que Don Pablo en sus arduos comienzos en París, se prestó a la falsificación de obras y tráfico de arte. Afirma que es un chismorreo que se contaba pero al mismo tiempo, con elegancia florentina lo deja caer del tintero de sus memorias. El caso es que el de Calanda cumplió con su misión hasta que la República se desvaneció en la noche de los tiempos. Esta historia retornaría de forma desagradable en su vida, cuando el gran pintor Salvador Dalí sacó a relucir su pasado en plena época de caza de brujas. Aunque eso formará parte de otro capítulo del Azogue.
- ¿Pero usted conocía a ese caballero de algo? - Le preguntó el cineasta, desconcertado por la estridencia de la escena. Qué le habría hecho para plantarle dos soberanos sopapos
- ¿Bromea, señor Buñuel?- Su comensal se esponjó en una sonrisa a la vez que se limpiaba ferozmente la comisura de sus labios, con la servilleta. Por sus orígenes no tenía derecho a tomarse una dorada aquel tipo. - ¡Encima era un judío extranjero, que son los peores!- Lanzó un escupitajo en un plato en el que reposaban los restos de los entrantes, para significarse en su repugnancia.- Disculpe, señor Buñuel, pero nos han traído demasiada cábala y masonería.
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La película más escandalosa de Luis Buñuel, reza en numerosos
carteles que promocionan la película. Lo dudamos en cualquier caso
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De guante fácil cuando entendía que se producían injusticias, nuestro quijote aragonés no supo cómo encajar la barbaridad, que había perpetrado su acompañante ¿Qué querría decir con el problema judío? Ni siquiera había oído hablar de aquel dilema en España, donde los habían expulsado hace centenares de años. Con todo, unos días más tarde en pleno Montmartre al abordarle unos exaltados al grito de metecos, Don Luis no se cortó y derribó a unos cuantos desalmados con varios crochet demoledores. Acero en las venas y en sus puños. Por supuesto, tuvo un bautismo enardecido en una ciudad que consideraba violenta por su propio dinamismo, en el que se entreveraban las vanguardias y las ideologías. Si Marinetti proclamaba toda una sarta de dislates con los que sacralizaba el cáliz de la violencia, qué decir del tótem del surrealismo, André Bretón´que soltaba perlas de odio por unas esporas cargadas de resentimiento: "El acto surrealista más simple consiste en salir a la calle con un revólver en cada mano y, a ciegas, disparar cuanto se pueda contra la multitud. Quien nunca en la vida haya sentido ganas de acabar de este modo con el principio de degradación y embrutecimiento existente hoy en día, pertenece claramente a esa multitud y tiene la panza a la altura del disparo"
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André Bretón, apologista de la violencia, con la
que arredrar a las putrefactas sociedades modernas.
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Había pasado mucho tiempo desde entonces. Para la misión que le había encomendado la República española había llegado con más bagaje y habiendo rodado Le chien andalou y La Edad de oro. Ambas cintas le ponían en el ojo del huracán: tanto porque le trocaban para los espíritus más pudorosos en un depravado como para los reaccionarios se había convertido en un disolvente de las esencias patrias ( este enlace tocamos parte del proceso creativo del Perro andaluz ). Sabemos la teoría que abrigaban las dos películas: las capas de civilización habían sepultado nuestros instintos sexuales. No obstante, la ciudad cosmopolita vivía en un estado de agitación mayor, que recordaba a los hechos de La Comuna de París, tan idealizados y aprendidos como catón del buen revolucionario. Buñuel evoca en sus memorias los enfrentamientos de los diarios de prensa escrita, con multitud de sueltos moteados del blanco de la censura, que enardecía todavía más a los contendientes, puesto que pergeñaban las conspiraciones más insospechadas. En este caleidoscopio, muchos fueron los buscavidas que como Robert Capa iban a iniciar su leyenda a partir de una impostura: un americano millonario que se dedicaba a la fotografía por afición. Con su Leica colgada del cuello y las fabulaciones de su compañera Gerda Taro, retrataron las manifestaciones convulsas que acababan en choques y muertos(1). También era el París en el que se paseaba el mítico Otto Katz, del brazo de Marlene Dietrich ejerciendo de reclamo. El hombre de las mil caras hizo uso de una magnética personalidad para atraer de manera subrepticia a las estrellas del mundo del espectáculo a la causa comunista .
Pues entre todos ellos, se agazapaba un oscuro Buñuel con especial presteza para cumplir con las misiones que bajo un epígrafe cultural, le encomendaba la legación republicana. Desde su despacho de la calle Pépiniere, dirigía y coordinaba las acciones de la República en el rompeolas parisino. Propaganda, compra de armas, reparto de octavillas, cenas para recabar financiación para la República, según su testimonio también velaba por el reclutamiento de voluntarios que llevaba a cabo el partido comunista y cómo no, labores de contraespionaje contra el fascismo, que tenía a sus agentes desplegados en la capital gala. Don Luis, al narrar estas peripecias eleva la voz contra los comisionistas que multiplicaban los precios para servir unas armas de calidad más que ínfima ( mercancía averiada en palabras de Buñuel) A veces las labores eran de lo más prosaico, y recordaban a las tediosas disputas de las bodas, en las que es tan importante saber quién se puede sentar en una misma mesa como quien no debe compartirla. Era el protocolo no escrito de los intelectuales. Con sarcasmo el realizador de cine alude a que André Gidé y Aragón, no se podía sentar juntos, porque no se soportaban y en la última cena, casi habían llegado a las manos. Gidé había convulsionado al mundo antifascista, por su censura del comunismo de Stalin, por lo que la lista de improperios que le cayeron fueron pocos.
Por otra parte, es con estas labores cuando Buñuel recabó la ayuda de un Pablo Picasso al que consideraba un genio pero al que siempre le vio involucrado con su arte. El malagueño vivía en una burbuja o torre de marfil desde la cual los padecimientos del prójimo le resultaban accesorios, hasta que llegó la Guerra Civil que le sacó de su cascarón de indolencia. De todas formas, el aragonés se toma cumplida venganza del tótem del arte, puesto que veladamente y diríamos que sibilinamente saca a colación la vieja historia del robo de La Gioconda. Todo para decir que Don Pablo en sus arduos comienzos en París, se prestó a la falsificación de obras y tráfico de arte. Afirma que es un chismorreo que se contaba pero al mismo tiempo, con elegancia florentina lo deja caer del tintero de sus memorias. El caso es que el de Calanda cumplió con su misión hasta que la República se desvaneció en la noche de los tiempos. Esta historia retornaría de forma desagradable en su vida, cuando el gran pintor Salvador Dalí sacó a relucir su pasado en plena época de caza de brujas. Aunque eso formará parte de otro capítulo del Azogue.
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André Gide, su sexualidad y su crítica al
estalinismo le convirtieron en un intelectual molesto
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(1) Muchos historiadores clamaban contra el gobierno de Léon Blum por su indiferencia con la suerte de la República española. Les puede sin duda la ceguera, porque el político socialista bastante tuvo con frenar las espirales de violencia que abocaban a los franceses a un conflicto civil. Estas energías perdidas en guerras intestinas les debilitaron para la lucha postrera con los nazis.
Vuelvo a escribir, porque se perdió al enviarlo...
ResponderEliminarLo de "la película más escandalosa" es propio de una época donde el escándalo era entendido como virtud. Ahora nada escandaliza tanto, porque nos hemos acostumbrado a todo. En parte para bien, porque implica que ya no hay tantos prejuicios. O mejor dicho: los disimulamos mejor y no hacen tanta sangre.
El racismo descarnado ha ido dejando paso a la xenofobia más o menos sutil. Y a la indiferencia, que a veces es la forma más cruel de marginar a alguien.
Buena crónica de una turbulenta época. Tan llena de ideas como de desmanes.
Muchas gracias por leer la crónica y tus siempre reflexivos comentarios.Para la época Buñuel era considerado un sádico y depravado.La escena del cuchillo que hiende el ojo en El perro andaluz me estremeció la primera vez que la vi.Tanto resonar con tintes legendarios,que no me esperaba lo que luego desfiló delante de mis ojos roidos por la incredulidad.
ResponderEliminarCon relación a la xenofobia,yo que me considero un tipo viajado,me he sentido objeto de una ojeriza irracional y que se me achaca por mis antepasados.Qué me juzguen como individuo y no me categoricen.Sería largo de contar.Es verdad que la indiferencia es una forma de marginación más cruel.En mi caso que.amo al ser humano,pido que me juzguen como individuo.
Y por supuesto,lo que pido para mi,lo aplico y pido para cualquier ser humano.
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