Podría haber sido una
cabaretera, una meretriz cualquiera que nos secretase su tarifa en la Babilonia de Heródoto o incluso una esfinge egipcia; tantos papeles interpretados por la jocunda señora, que siempre ha sido muy polifacética en nuestra mente calenturienta. Por lo demás, sabedora de los secretos más recónditos de monarcas, se malquistó con emperadores- fue una de las prerrogativas de Napoleón, que colgase de la pared de su gabinete: algunos autores sugieren que el conquistador se inspiraba haciendo sus necesidades, en los trazos de Da Vinci. Quizá sea éste el origen de su sonrisa sempiterna, pese a que los expertos nos hablen del esbozo y la técnica empleada por el artista italiano, que engaña a nuestros ojos. Pero la muchacha nos parece susurrar en relación a Bonaparte o por lo menos nos lo imaginamos, que no la tenía tan grande.Claro que para los mal pensados, aclaremos que se refiere a la inteligencia del corso. En otras ocasiones raptada y cuyos orígenes por supuesto inciertos, son fuente de disputas entre los entendidos ¿En realidad Leonardo había retratado a El Salai, su discípulo y amante predilecto y por lo tanto la Gioconda era él y no ella? ¡ Es tan sublime en cualquier caso su misterio, que resultaba inevitable que cualquier visita a París, no acabase delante de la Mona Lisa y de la Torre Eiffel !
Del Museo del Louvre recordamos nuestros trancos fugaces, sigilosos como gacelas hasta que llegábamos sin resuello a la sala, y nos topábamos con una nube de turistas, rodeando a la noble dama. Todavía preso de una incertidumbre, les decía a los hijos de nuestros invitados, que acaso la Mona Lisa hubiese desaparecido y no pudiésemos contemplarla. Entonces, Roger el hijo más flemático de unos amigos, a sus seis años, me contestó que "los cuadros no tenían patas" - Pues hubo una vez que un tal Vincenzo Peruggia, disfrazado con el blusón blanco del personal del mantenimiento del museo, que.
- ¿La robó? - Me interrumpió con tal de evitar toda mi prosodia. Asentí levemente con la cabeza, pues quería fascinarle con esas pequeñas miniaturas del arte, como si fuese un Stefan Zweig de pacotilla.- ¿ Y cómo se la llevó?- Me preguntó todavía incrédulo. Le expliqué el proceso de Peruggia, que sorprende por su simplicidad.
El caso es que salvado el pavor de los primeros instantes, y tras cerciorarnos de que la musa no se había marchado de allí, Roger me guiñó un ojo cómplice. Me escabullí seguidamente entre la muchedumbre que con sus ayes dejaron más que patente su asombro y alguno de ellos, patidifusos, no pudieron borrar las expresiones estultas, que orlaban sus caras. El lienzo provoca reacciones inefables, hasta una muchacha hipaba. De esta guisa, revolotee por la sala y la Gioconda me sonrió y lo que es peor, me persiguió socarrona con su mirada. Es curioso el extraño efecto que nos hace creer a sus observadores que nos dedica su atención en exclusiva, hasta el punto de que nos creemos seducidos por sus encantos y convertidos en los protagonistas de sus sueños. Súbitamente,Roger padre me sacó de mi deliquio.- ¿Oye, Muna, has visto el setenta y dos del puente?
- ¿Qué?
- Sí, dicen que hay pintado un setenta y dos en el puente, y como es el año que nací, imaginé que me traería suerte. - Se encogió de hombros, pues jamás pensó que desconociese este hecho que escuché alelado. Se le había caído el mito de sabelotodo, que había fabricado en torno mía.
Con todo, he de confesar que aparte de las cábalas de números, siempre me asaltaba la misma congoja antes de acudir a la cita con el cuadro, porque nos imaginamos aquel año 1911 el semblante del pintor Luois Beroud, que creyó ser objeto de una broma cuando se encontró el inmenso vacío que tachonaba la pared, donde había estado colgada la obra de Leonardo. De una guisa desconsolada, los hombros achaparrados, en cuanto entendió que La Gioconda que pintaba todas las mañanas había desaparecido y que no se trataba de un mal onírico, Beroud denunció a la policía el enorme caso que se les iba a presentar. El museo se clausuró entonces durante una semana, y las autoridades se habían planteado cerrar las aduanas del país para que el ladrón no saliese con la obra maestra bajo el brazo, allende las fronteras. Los ecos del caso iban a alimentar los rotativos de medio mundo con los motivos de su desaparición y acrecentarían la fama de un cuadro bastante legendario.
Por descontado, sacarían a relucir una galería de sospechosos: si Marinetti, el fundador del futurismo, había proclamado a los cuatro vientos que había que acabar con todo lo viejo y por ende, preconizó la destrucción de todos los museos con el fin de dejar paso a las nuevas expresiones artísticas, la policía interrogaba a aquellos prosélitos que como Guillaume Apollinaire habían mostrado sus simpatías por las vanguardias. También nos llamó la atención la vendetta de Luis Buñuel, el fabuloso cineasta, que aun pasados los años, y como nunca hizo muchas migas con un Pablo Picasso consagrado, se hizo eco de una leyenda negra que corría sobre el malagueño. Según la misma, Picasso fue interrogado por la gendarmería como sospechoso de la sustracción de la Mona Lisa, porque había participado en la receptación, transmisión, copia de obras en el mercado negro de arte de la capital gala. Siempre según del de Calanda, Don Pablo farfullaba como desde un pedestal, endiosado. Así lo insinuó en su biografía, Mi último suspiro, además discutió la valía del Guernica, que le habia parecido un cuadro mediocre, o le recriminó su actitud pasiva en política. Sólo con la Guerra Civil se humanizó y descendió a la tierra desde su nube creativa, el pintor saturnal.
Del Museo del Louvre recordamos nuestros trancos fugaces, sigilosos como gacelas hasta que llegábamos sin resuello a la sala, y nos topábamos con una nube de turistas, rodeando a la noble dama. Todavía preso de una incertidumbre, les decía a los hijos de nuestros invitados, que acaso la Mona Lisa hubiese desaparecido y no pudiésemos contemplarla. Entonces, Roger el hijo más flemático de unos amigos, a sus seis años, me contestó que "los cuadros no tenían patas" - Pues hubo una vez que un tal Vincenzo Peruggia, disfrazado con el blusón blanco del personal del mantenimiento del museo, que.
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Sus ojos nos persiguen Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=689791 |
- ¿La robó? - Me interrumpió con tal de evitar toda mi prosodia. Asentí levemente con la cabeza, pues quería fascinarle con esas pequeñas miniaturas del arte, como si fuese un Stefan Zweig de pacotilla.- ¿ Y cómo se la llevó?- Me preguntó todavía incrédulo. Le expliqué el proceso de Peruggia, que sorprende por su simplicidad.
El caso es que salvado el pavor de los primeros instantes, y tras cerciorarnos de que la musa no se había marchado de allí, Roger me guiñó un ojo cómplice. Me escabullí seguidamente entre la muchedumbre que con sus ayes dejaron más que patente su asombro y alguno de ellos, patidifusos, no pudieron borrar las expresiones estultas, que orlaban sus caras. El lienzo provoca reacciones inefables, hasta una muchacha hipaba. De esta guisa, revolotee por la sala y la Gioconda me sonrió y lo que es peor, me persiguió socarrona con su mirada. Es curioso el extraño efecto que nos hace creer a sus observadores que nos dedica su atención en exclusiva, hasta el punto de que nos creemos seducidos por sus encantos y convertidos en los protagonistas de sus sueños. Súbitamente,Roger padre me sacó de mi deliquio.- ¿Oye, Muna, has visto el setenta y dos del puente?
- ¿Qué?
- Sí, dicen que hay pintado un setenta y dos en el puente, y como es el año que nací, imaginé que me traería suerte. - Se encogió de hombros, pues jamás pensó que desconociese este hecho que escuché alelado. Se le había caído el mito de sabelotodo, que había fabricado en torno mía.
Con todo, he de confesar que aparte de las cábalas de números, siempre me asaltaba la misma congoja antes de acudir a la cita con el cuadro, porque nos imaginamos aquel año 1911 el semblante del pintor Luois Beroud, que creyó ser objeto de una broma cuando se encontró el inmenso vacío que tachonaba la pared, donde había estado colgada la obra de Leonardo. De una guisa desconsolada, los hombros achaparrados, en cuanto entendió que La Gioconda que pintaba todas las mañanas había desaparecido y que no se trataba de un mal onírico, Beroud denunció a la policía el enorme caso que se les iba a presentar. El museo se clausuró entonces durante una semana, y las autoridades se habían planteado cerrar las aduanas del país para que el ladrón no saliese con la obra maestra bajo el brazo, allende las fronteras. Los ecos del caso iban a alimentar los rotativos de medio mundo con los motivos de su desaparición y acrecentarían la fama de un cuadro bastante legendario.
Por descontado, sacarían a relucir una galería de sospechosos: si Marinetti, el fundador del futurismo, había proclamado a los cuatro vientos que había que acabar con todo lo viejo y por ende, preconizó la destrucción de todos los museos con el fin de dejar paso a las nuevas expresiones artísticas, la policía interrogaba a aquellos prosélitos que como Guillaume Apollinaire habían mostrado sus simpatías por las vanguardias. También nos llamó la atención la vendetta de Luis Buñuel, el fabuloso cineasta, que aun pasados los años, y como nunca hizo muchas migas con un Pablo Picasso consagrado, se hizo eco de una leyenda negra que corría sobre el malagueño. Según la misma, Picasso fue interrogado por la gendarmería como sospechoso de la sustracción de la Mona Lisa, porque había participado en la receptación, transmisión, copia de obras en el mercado negro de arte de la capital gala. Siempre según del de Calanda, Don Pablo farfullaba como desde un pedestal, endiosado. Así lo insinuó en su biografía, Mi último suspiro, además discutió la valía del Guernica, que le habia parecido un cuadro mediocre, o le recriminó su actitud pasiva en política. Sólo con la Guerra Civil se humanizó y descendió a la tierra desde su nube creativa, el pintor saturnal.
Afortunadamente y retomando el largo periplo del cuadro robado, por lo menos para los franceses que habían lo hecho suyo , Vincenzo Peruggia intentó vender el mismo al Director de Galería de los Uffizi, Alfredo Geri, que no debió salir de su perplejidad al ver cómo desenrollaban el lienzo más famoso de la historia delante de sus narices. ¡Habían pasado dos años y ciento once días desde su desaparición! Peruggia que fue detenido tras la denuncia de Geri, había alegado en su descargo que quiso restituir la obra a su patria, pues había sido expoliada por los imperialistas franceses. Sin razón como sabemos, porque el monarca Francisco I de Francia lo había comprado por cuatro mil coronas de oro tal y como constató el ubicuo Giorgio Vasari que en sus Vidas se revela como la fuente más fidedigna para reconstruir los primeros años de vida de la Gioconda. En otras entradas ahondaremos en otros de los misterios de esta fabulosa creación de Leonardo, o cómo escapó de la rapiña de Goering y Hitler, que habían montado su base de operaciones en el Museo Jeu de Paume.
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Francisco I, propietario legítimo del cuadro De Desconocido - Scan: André Castelot, François Ier, Perrin 1999. https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=86971 |
Interesante historia la del robo de la Gioconda, que pasó largo tiempo escondida bajo una vulgar cama, al parecer. Vi hace tiempo un documental muy sustancioso sobre el tema.
ResponderEliminarBuen artículo. Lo leo escuchando a Gal Costa, que es como la sonrisa de la Gioconda hecha voz. Y también parece que le canta en exclusiva a cada uno.
Saludos.
Gracias, Bonifacio la historia de la Mona Lisa cubre muchos capítulos llenos de misterio y daría para escribir numerosos artículos. Desde las hipótesis sobre quién era realmente el modelo o el periplo que experimentó el cuadro en plena Guerra Mundial,para escapar de las garras insaciables de Goering o Hitler,cada uno por motivos diferentes.Cuántas cosas nos podría contar la Gioconda sobre los extraños comportamientos del ser humano,que se reblandece trémulo además en su presencia(en mi caso,sufro delante suya los síntomas de un enamoramiento súbito,es broma).Por cierto escribí el artículo escuchando a una fadista,Ana Moura, que ha renovado un género que me maravilla aunque en algunos momentos me suspenda en un éter de indefinida tristeza.Casi como Pessoa,al que leo a pesar de las magulladuras intelectuales que me produce su literatura.
EliminarCuando acabes tu obra de teatro en tres actos,se me ocurre hacerte una entrevista en la que nos expliques el trasfondo del texto.Y si te parece,la colgamos en ambos blogs.O quizá como Zafón,prefieras no interferir en el imaginario sagrado del lector.
Personalmente la Gioconda no me causa tanto efecto. Aunque desde luego el cuadro es poderoso como símbolo.
ResponderEliminarEn cuanto a mi obra, te agradezco el interés y me parece bien lo de la entrevista sobre su trasfondo. Ya hablaremos cuando la termine. Saludos.
A mi lo que me seduce de este cuadro es la mirada inteligente.Es como si los pensamientos traspasasen el lienzo.No sé si podría decir que es mi favorito.La Capilla Sixtina,o La Escuela de Atenas,también me hacen levitar.De los modernos,hay otros tantos.
ResponderEliminarHablamos para lo de la entrevista.En mi caso cuando termine de leerla,se me ocurrirán las preguntas.
Un saludo y cuidate,Bonifacio.