El maravilloso Mago de Oz, aparte de un fabuloso relato para luchar contra nuestros propios complejos - la inmensa telaraña que construimos en torno nuestra y que algún crítico ha tildado como un manual de autoayuda- pues como decíamos, es un
libro más alegórico de lo que parece a simple vista. A tenor de las divagaciones de Paul Krugman, premio Nobel de economía algo extravagante en las conclusiones de sus artículos del New York Times(1), bajo unas fórmulas claramente infantiles, el Mago de Oz esconde una
mordaz diatriba contra el Patrón oro. Su autor L. Frank Baum, un hyphenated, fue testigo de cómo muchos propietarios hipotecados del Estado de Kansas, que describe con una notable penuria en sus tiempos, perdían sus terrenos y eran expulsados de una actividad centenaria, que como granjeros habían desarrollado durante generaciones y generaciones familiares. Por aquella época finisecular - publicado en 1900- en plena era de la Primera globalización que acabaría como sabemos con un epílogo sangriento en la Gran Guerra, la política monetaria era fuente de enormes controversias y el patrón oro considerado como un rígido corsé por parte de algunos economistas.
Así, por situarnos en contexto, Friedrich Bendixen, una autoridad de la época en estos asuntos - fue Presidente de la Reserva de Hamburgo desde 1895 hasta su muerte- se quejaba del fetichismo de sus compatriotas con el oro en una obra que sería un clásico del subgénero de la economía, comprendido por los sistemas bancarios: Staatliche Theorie des Geldes ( Teoría estatal del dinero, pero que en España se tradujo como La esencia del dinero cuya reseña podemos leer en este enlace, publicada por la omnipresente Revista de Occidente de Ortega y Gasset, en 1926). Además del interés en materia económica, por ser un claro exponente del abanico de argumentos de la Escuela Histórica alemana, por tanto de la teoría nominalista, que va a tener un influjo muy importante en la Escuela Institucionalista americana y en John Maynard Keynes, recomendamos su lectura para situarnos en la época que Baum escribió su novela. Bendixen reprochaba la sacralización que suponía el oro en los negocios de su país, que no ayudaba en ningún caso a dinamizarlos. Como había observado, en el modelo británico circulaba tanto el dinero de papel como los pagarés, que se habían constituido en un numerario de tanta confianza como los billetes ( banknotes) respaldados por el Banco de Inglaterra. Algunas de las crisis de efectivo de su época que habían estrangulado la economía germana en fase de expansión, se habían debido según Bendixen al apego del industrial teutón por el oro.
Por otra parte pertenecían al acervo de los tiempos del Mago de Oz, expresiones como "honrar la deuda" o la "libra debe ser el primer bastión y expresión de nuestra economía". Se observaba que una moneda fuerte como parte del panteón de los orgullos que recubrían al ente nacional. Tras la Gran Guerra, un Reino Unido sumido en un océano de deudas ( había multiplicado su deuda y subido algo, más bien poco los impuestos, para el esfuerzo que requería y drenaba la guerra) quiso recuperar el cambio mítico de antes de la contienda: 4.86 dólares por libra esterlina. Entre los defensores más acérrimos de esta medida, un transformado en adalid del libre comercio, Winston Churchill, que tuvo a lo largo de su dilatada trayectoria, más de una conversión paulina, así como un olfato excepcional para atisbar los derroteros políticos. Pues el león inglés ( éste sí que tenía corazón y tanto valor que a veces se tornaba en temerario) defendió con ardor el retorno al patrón oro, que economistas como Keynes habían repudiado porque se hizo en primer lugar con un tipo de cambio que no reflejaba la verdadera debilidad de la economía británica (la hegemonía del Imperio de 1914 se hallaba a años luz de las posibilidades de 1919).
Asimismo, el patrón oro no permitía la flexibilidad(3) , que requerían las complejas relaciones económicas de los tiempos modernos, en opinión del economista del Círculo de Bloomsbury. Keynes definió aquella situación de reasunción del patrón oro, como asumir unos grilletes de oro para la economía británica. No dudaba en tildar esa obcecación por este sistema como una reliquia de los bárbaros. Había abierto entonces, una de las puertas más amplias para que la arbitrariedad y las urgencias políticas, pospusieran las medidas menos populares de la política monetaria, cuyos efectos al cabo de algunos lustros son más que palpables y duros. Desatar las manos para que la discrecionalidad del poder, siempre lleno de urgencias, demore cualquier decisión para confrontar un problema quizá no sea la mejor solución, lo decimos a título individual. No sólo se trata de postergar los problemas, sino que los mismos crezcan en complejidad ( recomendaríamos el libro del maestro Barry Eichengreen, uno de los mayores expertos en sistemas monetarios, Globalizing capital a history of the international monetary system).
Así, por situarnos en contexto, Friedrich Bendixen, una autoridad de la época en estos asuntos - fue Presidente de la Reserva de Hamburgo desde 1895 hasta su muerte- se quejaba del fetichismo de sus compatriotas con el oro en una obra que sería un clásico del subgénero de la economía, comprendido por los sistemas bancarios: Staatliche Theorie des Geldes ( Teoría estatal del dinero, pero que en España se tradujo como La esencia del dinero cuya reseña podemos leer en este enlace, publicada por la omnipresente Revista de Occidente de Ortega y Gasset, en 1926). Además del interés en materia económica, por ser un claro exponente del abanico de argumentos de la Escuela Histórica alemana, por tanto de la teoría nominalista, que va a tener un influjo muy importante en la Escuela Institucionalista americana y en John Maynard Keynes, recomendamos su lectura para situarnos en la época que Baum escribió su novela. Bendixen reprochaba la sacralización que suponía el oro en los negocios de su país, que no ayudaba en ningún caso a dinamizarlos. Como había observado, en el modelo británico circulaba tanto el dinero de papel como los pagarés, que se habían constituido en un numerario de tanta confianza como los billetes ( banknotes) respaldados por el Banco de Inglaterra. Algunas de las crisis de efectivo de su época que habían estrangulado la economía germana en fase de expansión, se habían debido según Bendixen al apego del industrial teutón por el oro.
Por otra parte pertenecían al acervo de los tiempos del Mago de Oz, expresiones como "honrar la deuda" o la "libra debe ser el primer bastión y expresión de nuestra economía". Se observaba que una moneda fuerte como parte del panteón de los orgullos que recubrían al ente nacional. Tras la Gran Guerra, un Reino Unido sumido en un océano de deudas ( había multiplicado su deuda y subido algo, más bien poco los impuestos, para el esfuerzo que requería y drenaba la guerra) quiso recuperar el cambio mítico de antes de la contienda: 4.86 dólares por libra esterlina. Entre los defensores más acérrimos de esta medida, un transformado en adalid del libre comercio, Winston Churchill, que tuvo a lo largo de su dilatada trayectoria, más de una conversión paulina, así como un olfato excepcional para atisbar los derroteros políticos. Pues el león inglés ( éste sí que tenía corazón y tanto valor que a veces se tornaba en temerario) defendió con ardor el retorno al patrón oro, que economistas como Keynes habían repudiado porque se hizo en primer lugar con un tipo de cambio que no reflejaba la verdadera debilidad de la economía británica (la hegemonía del Imperio de 1914 se hallaba a años luz de las posibilidades de 1919).
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L. Frank Baum, escritor de esta bella fábula.
Dominio público. Wikimedia.
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Asimismo, el patrón oro no permitía la flexibilidad(3) , que requerían las complejas relaciones económicas de los tiempos modernos, en opinión del economista del Círculo de Bloomsbury. Keynes definió aquella situación de reasunción del patrón oro, como asumir unos grilletes de oro para la economía británica. No dudaba en tildar esa obcecación por este sistema como una reliquia de los bárbaros. Había abierto entonces, una de las puertas más amplias para que la arbitrariedad y las urgencias políticas, pospusieran las medidas menos populares de la política monetaria, cuyos efectos al cabo de algunos lustros son más que palpables y duros. Desatar las manos para que la discrecionalidad del poder, siempre lleno de urgencias, demore cualquier decisión para confrontar un problema quizá no sea la mejor solución, lo decimos a título individual. No sólo se trata de postergar los problemas, sino que los mismos crezcan en complejidad ( recomendaríamos el libro del maestro Barry Eichengreen, uno de los mayores expertos en sistemas monetarios, Globalizing capital a history of the international monetary system).
En este contexto se escribe e inscribe El maravilloso Mago de Oz, que Krugman insiste, es un claro alegato contra los acreedores, que habían llenado de la cicuta de las deudas a los granjeros de Kansas. Un libro infantil y para adultos, quizá su principal virtud, estribe en el hecho de que sus personajes entrañables van superando sus limitaciones por el camino empedrado con baldosas doradas. Como dijo nuestro gran poeta, Antonio Machado, "caminante no hay camino, el camino se hace al andar". El León cobarde, el leñador de hojalata o el Espantapájaros que busca el cerebro y lo desarrolla a medida que van superando los obstáculos para llegar al Mago de Oz, que les va a procurar algo que ellos tenían muy dentro de sí, aunque lo desconociesen. La aventura por la cual deben superar miles de obstáculos para llegar a la Ciudad Esmeralda, va a ir entresacando esas virtudes, que sí rascamos, todos tenemos dentro de nosotros y que sacaremos si desafiamos nuestras propias limitaciones. Este libro que venía precedido de un gran éxito de Baum, Father Goose, enseguida tuvo una acogida excelentísima. Se llevó a cabo una representación teatral - el musical vendría mucho después- y lo que le lanzó al verdadero Olimpo de los clásicos universales sería la película El Mago de Oz, dirigida por Victor Fleming y protagonizada por la inolvidable Judy Garland. Todos recordamos la interpretación Somewhere, over the rainbow con un Toto agitando su rabito y mirando embelesado a aquel ángel que canta para nuestro deleite. Una escena del cinematógrafo, como se llamaba entonces, que dejó una impronta indeleble en nuestra niñez. Otra cosa sería tragarnos las interpretaciones muy rocambolescas de Paul Krugman a propósito de esta obra, por mucho premio Nobel que se trate.
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John Maynard Keynes, fuerte opositor al patrón oro.
Su economía dio carta de libertad a la discrecionalidad
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(1) En una de sus intervenciones más hilarantes, convino en decir que una guerra o una invasión marciana, por la destrucción que asolaría la tierra, resultaría el mejor antídoto contra la crisis financiera, de la que todavía no nos hemos recuperado y que tuvo su aldabonazo en el detonante del colapso del mercado hipotecario americano.
(2) Otra obra mucho más influyente y anterior a la del hamburgués, fue Lombard Street: una descripción del mercado del dinero, con la que Walter Bagehot abordaba en 1873 los problemas de la banca respecto a su capitalización, tan en boga en nuestros momentos, cuando los bancos quieren llegar a los ratios de capitalización de Basilea III. Puede sorprender lo poco apalancados que estaban entonces los bancos británicos, los más arriesgados en esta tesitura y cómo se escandalizaban algunos de la especulación a la que se había llegado en 1873. Qué opinarían de lo que iba a suceder 140 años después, con un sistema de reserva fraccionaria, que permitía capitalizaciones por debajo del 3% respecto a las obligaciones de la entidad ( ellos trabajaban con un 33 o un 40% , que los alemanes consideraban un engaño).
(3) No se lo negamos a Keynes, salvo que esa puerta a la flexibilidad se ha convertido sin duda en una escapatoria sin límites para rayar con la arbitrariedad.
Hola! Nunca había visto El Mago de Oz con estos ojos. La verdad es que la información es interesante, al menos para tener otra visión y no quedarnos con la parte infantil.
ResponderEliminarUn saludo :))
Muchas gracias,María.Es una lectura interesante de la obra,pero en mi caso que soy economista y he leído la obra varias veces,nunca se me hubieran ocurrido las analogías de Krugman.Es como el paciente que se somete al psicoanálisis,y previamente le muestran unas manchas borrosas,que siempre acaban sugiriendole lo mismo,claves económicas(puede que me confunda).O como en aquella Mente Maravillosa,donde el matemático-economista Nash veía claves criptográficas en simples anuncios.Un abrazo.
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