Imaginemos
a un individuo solitario, imbuido en los sueños más peregrinos. Camina con
pisadas desvaídas por la City, donde se le amontonaban en la cabeza miles de
parámetros, con los que predecir el futuro: matemáticas fractales, paseos aleatorios. ¡ Vanas ilusiones!
Aquellas tribulaciones acompañan sin embargo al joven, que se quiere hacer un
hueco en la industria financiera. Pretende inventar algo diferente a la distribución normal o de Gauss, dado el problema de las colas largas ( no es una producción erótica lo que le carcome la cabeza). Os puedo asegurar que aquel imberbe iba con la cabeza gacha mascullando números,
embutido en un terno, hasta que alzó la vista y se topó con las
poderosas Torres de Londres. Poderosas por lo evocadoras que le resultaron.
En el fondo, le daban mala espina por el trágico final de los dos
príncipes, que risueños si acaso principiarían en otros juegos ajenos
al poder, cuando fueron asesinados. A pesar de que la controversia de quién fue el asesino del Principe de Gales Eduardo y de su hermano Ricardo, Duque de York, arrancó desde el mismo momento de sus muertes, 1485, aseveramos que sus ecos todavía resuenan en nuestros días (1). El aspirante a financiero llega por fin al club donde le aguardaban impacientes unos amigos, aunque en la retina se le había quedado impresa la silueta gélida de la fortaleza. Hasta que pregunta a sus colegas londoners por la leyenda.
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La versión de Shakespeare de Ricardo III,
emborronó su imagen y le acusó de perpetrar
el infanticidio en las Torres de Londres.
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- ¿Has escuchado los lamentos de Eduardo y Ricardo, Muna? - Se esponja en una sonrisa llena de ironía Arthur, un joven alunado. Trabaja en JP Morgan, y jamás le vi en ocasión alguna sin el traje de raya diplomática. - ¿ No me digas que tienes miedo?
- ¿Fue Ricardo III el que les "dio el pasaporte" a los muchachos?- Les hago llegar mis dudas inocentemente.
- ¿Cómo que Ricardo III?- Se destapa irascible, y despierta de una presunta molicie el otro contertulio, Benjamin, que dormitaba en uno de los sofás del LJB, un recoleto local ornamentado con mucho gusto como si fuese un museo Art Deco. Quieren que hablemos español para homenajear las noches tórridas que pasaron en la adolescencia en Benidorm, así que nos ahorraremos los esfuerzos que en medio de la disputa, nos llevaron a rebuscar sinónimos y a que hiciésemos traducciones de urgencia para entendernos, por no hablar de su acento similar a cuando se mastica chicle ( no quiero pensar cómo les chirriaría mi inglés) .- ¿ Te ha comido el coco Shakespeare? El teatro es ficción, recuerda Muna. Su obra Ricardo III estaba hecha para consumo de la época.
- Entonces ¿quién asesinó a los jóvenes?
- Tampoco lo sabemos.- Repone Ben, esta vez más sosegado.- James Tyrrel, Ricardo III, Henry Stafford, Margaret Beaford, o Enrique VII tenían intereses de sobra para hacer desaparecer a las criaturas.
- ¡¡¡Todo por supuesto para exonerar Ricardo III !. Ja, estos yorkistas - Se alzó airado Arthur.- Te ha faltado Shakespeare que todavía no había nacido.
- Cómo qué Yorkistas ni qué ocho cuartos.- Cada vez se agitaban más, hasta que el jefe de ambos apareció incólume, tras haberse pegado unos cuantos lingotazos. El resto de la velada se eternizó parloteando sobre los valores, velas y demás bagatelas financieras, pero cuando iba a coger el taxi para regresar a casa, Benjamin insistió en venirse conmigo. Recelé de sus intenciones, ya que su amigo nos miró con desdén.
Así mientras luchaba con el vaivén del coche para no adormilarme, me fue informando de las dudas razonables que la historiografía oficial no había aclarado sobre aquel acontecimiento funesto. Versiones sesgadas e interpretadas por actores que poco tuvieron que ver con los hechos, fueron con todo consolidando la leyenda de unos fantasmas, que sollozaban en aquella fortaleza reclamando justicia. Ben insistió que en su famoso History of the King Richard III Thomas Moro, conocido por su Utopía, se había basado en los documentos escritos por Thornton, que a la postre sería secretario de Enrique VII
- ¿Pero adónde quieres llegar?
- ¿Has oído hablar de La Guerra de las Dos Rosas , Muna?
- Algo me suena.
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El vilipendiado Ricardo III
De Desconocido - National Portrait Gallery: NPG 148
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Seguidamente, me contó que Ricardo III había sucedido a su hermano Eduardo IV, el padre de los dos infantes desgraciados. Sus súbditos admitieron su reinado por temor a una regencia plagada de incertidumbres(2). Historiadores recientes como Paul Murray Kendall en los años cincuenta del siglo XX, rebatieron la imagen de sátrapa de Ricardo III, desmontando parte de la leyenda de los infanticidios, para lo cual recurrieron a cartas y documentos de la época. - No creo que la madre de los hijos mantuviese una amistad tan tierna con su asesino. Lo demuestra la correspondencia.- No quise aventar la felicidad del rostro de mi colega yorquista, pero quién se atrevería a revelar su enemistad a todo un Rey.
- ¿Entonces, qué pinta Thornton, Ben?.
- Thornton era el secretario del Rey Enrique VII que derrotó a Ricardo III en la Batalla de Bosworth. El desgraciado Ricardo murió en aquel campo de batalla. - Ben suspiró afligido ¡¡¡por un acontecimiento que tenía más de quinientos años de antigüedad!!!, lo que no le impidió seguir con su cháchara.- Qué mejor epitafio que echar cubos de inmundicia sobre el vencido para asentar mejor en el poder a los Lancaster y poner fin a la Guerra de las Dos rosas. La historia la escriben los vencedores, Muna.
- ¿ Y Shakespeare?
- Shakespeare se basó en la versión de Thomas Moro, que a su vez se había basado en el relato de los hechos de una parte interesada, Thornton. Además, agregó detalles que causasen repugnancia al espectador, como su giba. El dramaturgo, lo que quería en realidad, era halagar a su reina Isabel, que provenía del linaje que derrotó al cruel Ricardo III.- De pronto llegamos a mi casa y me despedí de mi amigo, que socarrón me dijo- Anda, Muna, cómo pudiste sospechar de que quisiese ligar contigo. - Me guiñó el ojo y me puso morritos.- Un rosa blanca como yo, tenía que aclarar forzosamente que el pobre Ricardo no fue tan cruel como se suele creer. ¡ Qué descanses, amigo!
Desde aquella noche, cada vez que pasó por las Torres de Londres, me digo intrigado por no saber nada de lo que ocurrió realmente, ¡¡¡qué ojalá las piedras hablasen!!! O si tuviese un Aleph, sabría a qué parte de la historia universal mirar ( Manual de instrucciones para conocer funcionamiento del Aleph de Borges).
(1) Ver entrada de Wikipedia sobre asunto tan lúgubre que todavía nubla nuestros días.
(2) Ricardo III alegó que sus sobrinos eran en realidad hijos bastardos, todo un clásico de la época, para proclamarse él rey legítimo. Recuerdan los alegatos encendidos de la futura reina católica, que clamaba contra la legitimidad de una presunta bastarda, La Beltraneja, para hacerse con el trono de Castilla y suceder a su hermano Enrique IV.T oda una guerra civil que extendió un reguero de fuego por una Castilla partida en dos.
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