"El hombre jamás será esclavizado por las máquinas si al hombre que maneja las máquinas, se le paga bastante bien" Karel Capek
¡¡¡Casi sin darnos cuenta hemos llegado a las cien publicaciones del Azogue!!! Para celebrarlo haremos un pequeño guiño a la literatura fantástica checa, una gran desconocida sino fuese por el empeño de unas pocas editoriales románticas, que a pesar de la barrera de la lengua, se atrevieron a desafiar cualquier corsé económico o presupuesto previo, para que brillase por puro romanticismo una literatura que vale sus quilates en páginas inolvidables. Dentro de este género, aunque no figurase en el panteón de los antihéroes literarios, Prokof, el personaje de la novela La Krakatita (1), merecería aparecer o cuanto menos tener un pedestal como valiente, carente por supuesto de cualquier épica. Hablamos de un inocente pero gran científico, que descubre la krakatita por casualidad, tras una gran fumarola que mana abruptamente en su laboratorio, sustancia que por lo demás contiene un poder destructor inusitado. Sin embargo, su hallazgo será accidentado, y atolondrado por el estallido, vaga por las misteriosas calles de Praga, envuelto en su neblina sempiterna. Evoca el calor de su pieza, mientras en un estado alucinógeno, se alternan las imágenes oníricas, los espejismos que su mente exangüe y esquiva, borda en su subconsciente. Este estado lamentable, será aprovechado por un antiguo compañero ingeniero, Tomes, un auténtico piernas, jugador, mujeriego, al que los bolsillos se le llenan de telarañas, y que le arrebatará la fórmula magistral de la krakatita, que como recalca Prokof, se encuentra en la materia. En realidad es su pegamento, cuya liberación provoca oleadas de energía, que arrasarán ciudades, parajes de una hermosura insólita.
A partir de ahí, comienza una trama propia de orates, con escenarios tan vívidos, que no resulta extraño que se llevase la vibrante obra de Karel Capek a la gran pantalla, en un par de ocasiones. También se suceden los géneros narrativos, desde el folletín que su autor lleva a término primorosamente para describir cualquiera de las relaciones del pudoroso Prokof con el sexo femenino, así como las novelas de espionaje, intriga, de humor. A medida que el drama y la epopeya crecen en intensidad, emerge otra vez el humor de Capek, que nos fustiga con las flatulencias de los caballos, o sus personajes secundarios deliberadamente grotescos. Otro tanto ocurre en las primeras páginas en las que el afiebrado protagonista sueña con mundos imposibles que nos retrotraen a lo mejor de la filmografía de Fritz Lang - como recoge en el prefacio de La krakatita, recoleto pero maravilloso,su traductora Patricia Gonzalo de Jesús.
A Capek le conocíamos por RUR, una de sus piezas teatrales más famosas,a la que le debemos el término robot, que en checo significa trabajo físico. Una obra que repite las constantes de la narrativa del checo, y en la que por tanto nos asomamos a una atmósfera futurista, misteriosa, donde los números y la fabricación en serie de esas criaturas hechas de retales de metal y con circuitos en lugar de sangre u órganos, cobran consciencia de su ser. Se mercantilizan los sentimientos y pasiones que los autómatas son capaces de recrear(2). No revelaremos el insólito final, que podría haber firmado George A. Romero (3) y que nos invita además de a sobrecogernos,por encima de todo, a reflexionar acerca de los derroteros que estamos recorriendo. No quisiéramos resucitar los fantasmas del ludismo, basado en mitos, si bien, es conveniente reseñar en cuanto a la difusión de la robótica u otras tecnologías, aun cuando huelgue decirlo,que la innovación debe estar siempre al servicio del ser humano. Esperemos que las futuras Robots Universales Rossum (RUR) tengan en cuenta este aserto, tan importante para que la innovación no crezca como una hidra que carcoma al ser humano. Esta es la reflexión implícita en RUR, creación divertidísima y de gran altura literaria por otra parte.
Como decíamos, el autor checo traspasa muchos géneros con este divertido engendro literario, que es La kratatita. A ratos al lector le invadirá la sensación de transitar por el género policiaco o tan pronto delira con el folletín, que esconde capas e historias de amor. Igual que en RUR, si queremos escarbar más allá de la superficie, nos toparemos con un alegato antibelicista, en el que Capek no deja títere con cabeza. Pone en el punto de mira a la comunidad científica, a la que acusa que por un espíritu pretendidamente deportivo de superar al adversario, no mire más allá ni tenga en cuenta cuáles serán las consecuencias éticas de sus descubrimientos. Así, por lo adelantado de estos dilemas, recordemos que la obra se escribió en 1924, el lector más moderno recordará las cuitas de un Albert Einstein veinte años más tarde.No en vano,el científico judio había avalado con una firma y una panoplia de razones en el famoso Informe Maud que EEUU desarrollase su plan de armamento nuclear. Dicha experiencia lejos de reconfortar, y en muchos casos fue tenida como un desafío intelectual y técnico, más tarde provocó auténticos tormentos. Oppenheimer v.g. no se recuperó de aquel estigma que le atormentó hasta el final de sus días. Las dimensiones éticas del mismo, escaparon o bien quedaron eclipsadas por una amenaza nazi, que a la postre, hemos sabido que iba desencaminada por el obcecamiento de Schrödinger por unas criticidades irrisorias. Capek se adelanta con Krakatita a todos esos dilemas de clara índole etica. Quizá si Einstein o Schrödinger hubiesen leído esta novela, no habrían abocado a los contendientes a una carrera armamentística, que a la postre ha tenido al mundo sobre el alambre en más de una ocasión.
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¡¡¡Casi sin darnos cuenta hemos llegado a las cien publicaciones del Azogue!!! Para celebrarlo haremos un pequeño guiño a la literatura fantástica checa, una gran desconocida sino fuese por el empeño de unas pocas editoriales románticas, que a pesar de la barrera de la lengua, se atrevieron a desafiar cualquier corsé económico o presupuesto previo, para que brillase por puro romanticismo una literatura que vale sus quilates en páginas inolvidables. Dentro de este género, aunque no figurase en el panteón de los antihéroes literarios, Prokof, el personaje de la novela La Krakatita (1), merecería aparecer o cuanto menos tener un pedestal como valiente, carente por supuesto de cualquier épica. Hablamos de un inocente pero gran científico, que descubre la krakatita por casualidad, tras una gran fumarola que mana abruptamente en su laboratorio, sustancia que por lo demás contiene un poder destructor inusitado. Sin embargo, su hallazgo será accidentado, y atolondrado por el estallido, vaga por las misteriosas calles de Praga, envuelto en su neblina sempiterna. Evoca el calor de su pieza, mientras en un estado alucinógeno, se alternan las imágenes oníricas, los espejismos que su mente exangüe y esquiva, borda en su subconsciente. Este estado lamentable, será aprovechado por un antiguo compañero ingeniero, Tomes, un auténtico piernas, jugador, mujeriego, al que los bolsillos se le llenan de telarañas, y que le arrebatará la fórmula magistral de la krakatita, que como recalca Prokof, se encuentra en la materia. En realidad es su pegamento, cuya liberación provoca oleadas de energía, que arrasarán ciudades, parajes de una hermosura insólita.
A partir de ahí, comienza una trama propia de orates, con escenarios tan vívidos, que no resulta extraño que se llevase la vibrante obra de Karel Capek a la gran pantalla, en un par de ocasiones. También se suceden los géneros narrativos, desde el folletín que su autor lleva a término primorosamente para describir cualquiera de las relaciones del pudoroso Prokof con el sexo femenino, así como las novelas de espionaje, intriga, de humor. A medida que el drama y la epopeya crecen en intensidad, emerge otra vez el humor de Capek, que nos fustiga con las flatulencias de los caballos, o sus personajes secundarios deliberadamente grotescos. Otro tanto ocurre en las primeras páginas en las que el afiebrado protagonista sueña con mundos imposibles que nos retrotraen a lo mejor de la filmografía de Fritz Lang - como recoge en el prefacio de La krakatita, recoleto pero maravilloso,su traductora Patricia Gonzalo de Jesús.
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El afán competitivo de los científicos, como denuncia
en esta divertidísima novela Kapek, nos arrastra
a las peores pesadillas
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A Capek le conocíamos por RUR, una de sus piezas teatrales más famosas,a la que le debemos el término robot, que en checo significa trabajo físico. Una obra que repite las constantes de la narrativa del checo, y en la que por tanto nos asomamos a una atmósfera futurista, misteriosa, donde los números y la fabricación en serie de esas criaturas hechas de retales de metal y con circuitos en lugar de sangre u órganos, cobran consciencia de su ser. Se mercantilizan los sentimientos y pasiones que los autómatas son capaces de recrear(2). No revelaremos el insólito final, que podría haber firmado George A. Romero (3) y que nos invita además de a sobrecogernos,por encima de todo, a reflexionar acerca de los derroteros que estamos recorriendo. No quisiéramos resucitar los fantasmas del ludismo, basado en mitos, si bien, es conveniente reseñar en cuanto a la difusión de la robótica u otras tecnologías, aun cuando huelgue decirlo,que la innovación debe estar siempre al servicio del ser humano. Esperemos que las futuras Robots Universales Rossum (RUR) tengan en cuenta este aserto, tan importante para que la innovación no crezca como una hidra que carcoma al ser humano. Esta es la reflexión implícita en RUR, creación divertidísima y de gran altura literaria por otra parte.
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¿Se rebelarían los androides cuando
desarrollen las emociones y los sentimientos?
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Como decíamos, el autor checo traspasa muchos géneros con este divertido engendro literario, que es La kratatita. A ratos al lector le invadirá la sensación de transitar por el género policiaco o tan pronto delira con el folletín, que esconde capas e historias de amor. Igual que en RUR, si queremos escarbar más allá de la superficie, nos toparemos con un alegato antibelicista, en el que Capek no deja títere con cabeza. Pone en el punto de mira a la comunidad científica, a la que acusa que por un espíritu pretendidamente deportivo de superar al adversario, no mire más allá ni tenga en cuenta cuáles serán las consecuencias éticas de sus descubrimientos. Así, por lo adelantado de estos dilemas, recordemos que la obra se escribió en 1924, el lector más moderno recordará las cuitas de un Albert Einstein veinte años más tarde.No en vano,el científico judio había avalado con una firma y una panoplia de razones en el famoso Informe Maud que EEUU desarrollase su plan de armamento nuclear. Dicha experiencia lejos de reconfortar, y en muchos casos fue tenida como un desafío intelectual y técnico, más tarde provocó auténticos tormentos. Oppenheimer v.g. no se recuperó de aquel estigma que le atormentó hasta el final de sus días. Las dimensiones éticas del mismo, escaparon o bien quedaron eclipsadas por una amenaza nazi, que a la postre, hemos sabido que iba desencaminada por el obcecamiento de Schrödinger por unas criticidades irrisorias. Capek se adelanta con Krakatita a todos esos dilemas de clara índole etica. Quizá si Einstein o Schrödinger hubiesen leído esta novela, no habrían abocado a los contendientes a una carrera armamentística, que a la postre ha tenido al mundo sobre el alambre en más de una ocasión.
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Hórridos espectros de un mundo sumido en el
invierno de una guerra nuclear han alentado
afortunadamente,la imaginación de los escritores
de ciencia ficción.
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(1) El nombre evoca a la gran explosión del volcán Krakatoa, la mayor documentada, como nos recuerda este hilo de Tour Historia.
(2) ¿En algún momento llegaremos a ese estadio, en el que las máquinas sientan emociones? Será interesante entonces recuperar a autores como Capek o Phlilp K Dick, que nos han allanado mucho el camino con sus reflexiones. En este particular el futuro que nos aventura el científico Stephen Hawking es mucho más sombrío, puesto que avanza una futura rebelión de los autómatas en la cual se verá comprometida hasta nuestra existencia.
(3) Recordemos que filmó con sólo 28 años La Noche de los muertos vivientes en 1968.
(2) ¿En algún momento llegaremos a ese estadio, en el que las máquinas sientan emociones? Será interesante entonces recuperar a autores como Capek o Phlilp K Dick, que nos han allanado mucho el camino con sus reflexiones. En este particular el futuro que nos aventura el científico Stephen Hawking es mucho más sombrío, puesto que avanza una futura rebelión de los autómatas en la cual se verá comprometida hasta nuestra existencia.
(3) Recordemos que filmó con sólo 28 años La Noche de los muertos vivientes en 1968.
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